La cinta Mientras dure la guerra recupera la figura del presbítero, maestro, masón y republicano, amigo de Miguel de Unamuno y ejecutado por los franquistas.
«Claro que hubo una persecución religiosa», resume el obispo de Madrid de la Iglesia Anglicana de España, Carlos López, que pone cifras: «una veintena de protestantes españoles» más la expropiación de «26 templos y 14 escuelas».
«La persecución religiosa fue terrible y el régimen no descansa» tras el conflicto bélico, explica la historiadora Marta Velasco, autora del libro Los otros mártires.
Por Juan Miguel Baquero
Madrid, 20 de noviembre (ElDiario.es).– Protestante, maestro, republicano y masón. Atilano Coco tenía todas las cartas para acabar asesinado por los golpistas. Y así ocurrió. Secuestrado en Salamanca, encarcelado y muerto a tiros en diciembre del 36, el amigo de Miguel de Unamuno que recupera la película Mientras dure la guerra de Alejandro Amenábar es un ejemplo de las persecuciones religiosas que ejecutó el fascismo español.
Si la República había consagrado la libertad de culto, los rebeldes sostenían una idea única de España: católica, pura, impermeable. Más allá, todo eran herejes. Y, como en un remake a destiempo de la Inquisición, serían perseguidos, sometidos a cárcel, torturas y ejecuciones, además del expolio de sus bienes, que entraron en el saco del botín de guerra de los derrotados.
Atilano Coco, su vida, obra y muerte, quedan como paradigma de esta cacería al infiel emprendida por el naciente franquismo. Porque el culto, para los fascistas, tenía principio y fin en la colaboradora Iglesia católica. Un fanatismo religioso que ni el propio Unamuno sería capaz de interrumpir siquiera por un caso, como retrata Amenábar.
Queda como epitafio la nota que Enriqueta Carbonell, mujer de Coco, entregó al intelectual para recordar la situación de su marido. Un papel en el que Unamuno, dicen, escribió apuntes del discurso en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca donde soltó el famoso «venceréis, pero no convenceréis».
Un par de meses después, el 9 de diciembre, Atilano Coco fue ejecutado en el monte de La Orbada. Pero el presbítero sigue siendo además un desaparecido. Uno más entre miles que continúan arrojados a fosas comunes repartidas por todo el país. Nadie sabe dónde está la tumba del amigo de Unamuno.
Sigue. «Julio Caro, también ejecutado sin juicio previo». Y «otros condenados a penas de cárcel», como Santos Martín Molina en Sevilla, «que penó ocho años». También aquellos que no encontraron más salida que el destierro, como Manuel Borobia en Valladolid, «que marchó a Vigo, donde tampoco le dejaron ejercer como maestro, y se tuvo que ir de España», y Progreso Parrilla, que desde Jaén «atravesó el campo y se fue a Portugal, y en Lisboa cogió un barco y se exilió hasta la muerte de Franco en Londres».
Aunque la represión golpista también llegó al saqueo. «Se nos cerraron bastantes templos y el régimen franquista nos expropió 26 templos y 14 escuelas», sostiene el obispo de Madrid de la Iglesia Anglicana.
Quienes no fueran católicos «seguro estaban expuestos a la represión poliédrica», afirma la historiadora Marta Velasco, autora de Los otros mártires. Porque los golpistas «en los primeros años de guerra arrasaron con todo y no se anduvieron con sutilezas», cuenta en un libro que lleva como subtítulo ‘Las religiones minoritarias en España desde la Segunda República hasta nuestros días’.
UNA TAREA DE LIMPIEZA RELIGIOSA
«Claro que hubo una persecución religiosa», resume en declaraciones a eldiario.es el obispo de Madrid de la Iglesia Anglicana de España, Carlos López. «Quizás una veintena de protestantes españoles fueron ejecutados» por los franquistas, calcula.
Y aporta otros nombres, más allá de Atilano Coco. «Como Pedro de Vegas, que tenía una parroquia y una librería en Córdoba que mandaron quemar. Luego le asesinaron», explica. «Era además amigo de Pío Baroja, que lo saca en alguna de sus novelas».
LA BÚSQUEDA INFRUCTUOSA DE ATILANO COCO
El propio colectivo memorialista intentó localizar «hace unos años» los huesos del pastor asesinado por los franquistas. Pero la información sobre su paradero «era muy vaga» y los arqueólogos de la ARMH no llegaron «a encontrar un sitio donde buscar». Por eso, hoy, «sigue siendo un desaparecido».
A raíz del caso «hicimos una investigación sobre la represión a las religiones no católicas, como judíos, protestantes o musulmanes», continúa. «A esta gente las perseguían como a los comunistas», ejemplifica Silva. «Los masacraron». Y Atilano Coco, en el verano del 36, era una persona popular en Salamanca. Fácil de señalar.
«Posiblemente recibió denuncia del cura de la parroquia más cercana», apunta Carlos López. «Unos meses antes había tenido con esta persona una polémica pública que le había ganado porque era más ágil y capaz, y le denunció como persona dañina», afirma. «A partir de ahí empezó el camino que lo llevó a la detención y a su ejecución sin juicio previo», subraya el obispo anglicano.
«El problema religioso en España es algo muy antiguo y eso que siempre hemos convivido con otras religiones, más allá de la católica», tercia la historiadora Marta Velasco. «Los evangélicos tenían comedores infantiles, editaban revistas en plena guerra, tuvieron una gran labor social y ahí podemos enmarcar a Atilano», apunta Emilio Silva.
«Eran muy progresistas, dentro de que formaba parte de una religión, por eso los persiguieron y los ilegalizaron», añade el presidente de la ARMH. «Hasta los pactos –de la dictadura de Franco– con EEUU no se aprueba una, entre comillas, ley de libertad religiosa», sostiene. Y ahí coincide con Carlos López: «Hasta entonces las iglesias funcionaban de forma clandestina, antes del decreto de 1967 era una persecución sistemática e intolerancia plena».
LA PERSECUCIÓN QUE NO DESCANSA
«La persecución religiosa fue terrible y el régimen no descansa», los golpistas atacan mientras dura la guerra y continúan durante la dictadura de Francisco Franco. Los rebeldes «se dan cuenta de la diversidad hispana, descubren la importancia de otras religiones en la sociedad» y emprenden una tarea «de limpieza y pureza en la que no cabía el diferente», añade como «hipótesis histórica».
¿Qué cifras alcanzó esta violencia? «No hay una cuantificación de personas que sufrieron represión» por este motivo, explica la investigadora. El olvido está razonado desde «la marginalidad en la que han vivido» provocando que «aún hoy no sean colectivos visibles», apunta Velasco.
«El franquismo ha conseguido fijar en nuestro imaginario colectivo que el protestante no es de aquí, que es extranjero, igual que pasa ahora con los musulmanes, aunque hayan nacido en España, como que no nos cuadra», explica Marta Velasco. Una herramienta clave para asentar esta exclusión nace «cuando la iglesia se mete en el sistema educativo como espina dorsal del régimen».
«Yo no conocía lo que había pasado con las minorías religiosas y lo más interesante cuando inicié la investigación fue darme cuenta que como, sin considerarme una persona católica, cargaba con todo el discurso nacional católico», añade. «Y los protestantes, evangélicos… tienen una consideración de secta. ¿Por qué decimos eso?», cuestiona.
FASCISMO CONTRA LAS «REFORMAS REPUBLICANAS»
Constitución de la Segunda República Española de diciembre de 1931, artículo 27: «la libertad de conciencia y el derecho de profesar y practicar libremente cualquier religión quedan garantizadas en el territorio español». El franquismo azotó la diversidad de culto desde el primer momento, restaurando la religión católica como único camino permitido bajo el lema ‘Un dios, una patria, un caudillo’.
«La normativa franquista se va comiendo a las reformas republicanas», señala Marta Velasco. «Un proceso que cuando se estudia en paralelo es siniestro, terrible, como si le metieran una poda bestial a todas las hojas verdes y flores del árbol y lo dejaran seco», dibuja.
Y en ese contexto de primera violencia extrema y persecución religiosa resultó detenido y asesinado Atilano Coco Martín (Guarrate, Zamora, 1902 – Salamanca, 1936). El pastor protestante había estudiado en Inglaterra, era presbítero de la Iglesia Española Reformada Espiscopal, maestro de la escuela adjunta a la iglesia anglicana y miembro del Partido Republicano Radical Socialista, más tarde de Unión Republicana, y de la logia masónica Helmántica como parte del Grande Oriente Español.
Los militares golpistas detienen a Coco a finales de julio del 36 y lo encarcelan en la prisión provincial de Salamanca. Con Enriqueta Carbonell Carratalá tenía dos hijos, Alicia y Enrique. Todos los intentos de su mujer por azuzar al amigo Miguel de Unamuno para lograr su salvación fueron en vano, como cuenta la cinta Mientras dure la guerra.
«Me faltó en la película que acabara diciendo que Atilano Coco está todavía desaparecido y que retratara más su perfil progresista, porque aparece un tanto desdibujado», afina el presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), Emilio Silva.
Atilano Coco, el pastor protestante amigo de Miguel de Unamuno ha sido rescatado por la película de Alejandro Amenábar. El presbítero tiene otros reconocimientos, como una calle a su nombre en su pueblo natal, Guarrate, o la residencia universitaria ‘Centro Atilano Coco’ inaugurada en 2005 en Salamanca. Pero, todavía, el maestro, republicano y masón asesinado por los franquistas sigue siendo un desaparecido. Nadie sabe dónde está su tumba. Como otros miles de personas enterradas en fosas comunes por toda España.