El rock es un producto de su tiempo, es una necedad arraigada hasta el tuétano de quien lo goza. Con esa frase, Rafael ha hecho una crónica larguísima, poblada de datos y de anécdotas que en cierto modo es la historia de nuestro país. Los libros de música también cuentan lo que pasa y este es un gran ejemplo.
Ciudad de México, 20 de octubre (SinEmbargo).- El Sr.González (1962, México) es un baluarte de la música nacional y como tal ha hecho un segundo volumen de 60 años del Rock Mexicano (Ediciones B), un libro que nos muestra hasta qué punto este género ha crecido casi siempre sin apoyo de las autoridades y casi siempre sin apoyo total de sus fans, que o son malinchistas o escuchan a bandas de afuera (¿?).
La década de los ochenta, ha sido para González la más fructífera y apasionante. Estaba la movida española (con sus dosis de heroína que dejaron muertos a más de un artista) y estaba el rock argentino debatiéndose entre la vida, la muerte y el futuro en el marco de una dictadura militar feroz.
“Durante esos geniales y convulsivos años, México atravesó por cambios profundos que también dejaron su huella en la música. Fueron tiempos de apertura en los que el rock nacional forjó una voz y ritmo propios; la esencia de aquella música rebelde y adolescente que llegó a México en 1956 encontró en los ochenta su carta de naturalización. A esta época corresponden músicos y bandas icónicos como Rockdrigo González, El Tri, Botellita de Jerez, Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, Caifanes, Café Tacvba, Fobia, entre muchas otras agrupaciones que cantaron con fuerza sus letras y tocaron sus guitarras con estruendo”, dice la sinopsis. Aquí, la entrevista con alguien que saca un libro de música necesario y gozoso.
–Un trabajo increíble, ¿cómo se te ocurrió el libro?
–No fue una idea mía, fue la gente de Ediciones B, que quio hacer una enciclopedia del rock mexicano. No había nada semejante aquí en México, como pasaba en otros países sudamericanos. Fue una idea que se fue transformando, cuando empecé a escribir el texto, empezó a ser voluminoso y eso los hizo dudar del tamaño, lo que dije fue que le diéramos una visión diferente. Como íbamos a cumplir los 60 años del rock mexicano, hice una gran crónica más que fuera un compilado de datos duros. Yo, como protagonista, podía contar la historia desde dentro. Tengo una perspectiva, que no es la del periodista, ni historiador ni sociólogo, pero puedo hacer una narración sabrosa de lo que ha sido nuestro medio.
–También haría falta un diccionario hecho por un periodista…voy a que pareciera que no pero fueron 60 años de un movimiento que tiene mucho para decir
–Yo estoy clarísimo que mi libro es un aporte para que otros puedan dar otras miradas. Quiero ser un poco el disparador de todo esto. Estoy contando una parte visible de toda esta gran historia. Tenemos una gran historia, hay que contarla de principio a fin.
–Tú empiezas hablando de Rockdrigo, los rockeros que se llaman o se llamaban los rupestres, hace poquito festejó los 50 años Álex Lora ¿El rock comercial inició con él?
–Fueron varios grupos. En los ’80, cuando se separan los dos miembros fundadores de Three Souls in My Mind, Alex Lora forma el TRI y empieza a tratar de entrar a un mercado distinto. Entró una nueva visión para abarcar otros públicos, en discotecas, en los cantabares, a la par surgían una compañía independiente donde hicieron grabaciones Kenny y los Eléctricos, Ritmo Peligroso, con la pretensión de convertirse en un rock comercial. Hubo grupos que firmaron con trasnacionales, empiezan a salir discos en compañías que antes estaban prohibidas. El terremoto empoderó a la sociedad civil, la sociedad fue ganando espacios restringidos y ahí entra en juego el rock. El rock era un movimiento que había estado luchando contracorriente y que estaba tratando de posicionarse. Hacia el final de la década, una trasnacional comienza a difundir música, que antes estaba prohibida, entonces cuando las cosas comienzan a aligerarse, generaron una campaña que resultó un fracaso. Del oscurantismo pasó a una circunstancia mediática al final de la década.
–El rock pasó en México y pasa todavía
–Sí, totalmente. En los ’70, los jóvenes siempre han sido un riesgo para el Gobierno, en esos países donde dominaban las dictaduras el terror del Estado era algo visible. En México era contradictorio lo que pasaba acá. Por un lado, el Estado le decía a los jóvenes que era lo que tenía que escuchar. Sobre todo, a partir de Avándaro. Una situación ambigua, Echeverría le abría las puertas a los exiliados latinoamericanos, le prohibía a los jóvenes escuchar rock porque era algo rebelde. Lo que pasó en los ’70, en esos subterráneos, sobrevivió el rock. El movimiento rupestre tiene liga con esas peñas que sí dejaban hacer libremente. Argentina y España tuvieron la posibilidad de desarrollar sus escenas un poco más libres.
–Como cronista, también eres ensayista. ¿Qué dirías del rock mexicano aplicado a la sociedad?
–Es una ventana, el libro cuenta una parte de la historia de México. Es un reflejo. Hago una descripción de lo que es el rock mexicano en el primer volumen del libro, es arte y es un producto comercial, los opuestos están siempre presentes. Aunque haya esta cara superficial, también es parte de contar una historia donde se cuenta a la vez la situación misma de México.
Fragmento de 60 años del rock mexicano, de Rafael González Villegas, con autorización de Ediciones B
Introducción
En este libro continuaremos con la historia del rock mexicano a partir de 1980, siguiendo la narración del anterior que comprendió el periodo entre 1956 y 1979.
Recapitulando lo descrito en el volumen 1, recordemos que el rock and roll llegó a México en 1956, como un baile de moda interpretado por adultos en grandes orquestas que, si bien era imitado en la forma, poco tuvo que ver con los orígenes contraculturales de los jóvenes estadounidenses. Fue en los siguientes años cuando se adoptó por la juventud mexicana, al principio de manera amateur y poco a poco profesionalizándose hasta llegar a las primeras grabaciones que salieron al comienzo de los años sesenta.
El rock and roll gozó de gran popularidad en esos días, provocando un boom en el nacimiento de bandas que pronto fueron contratadas por las discográficas nacionales y transnacionales, forzándolas a tocar covers en español de temas exitosos en Estados Unidos y separando a los cantantes de sus grupos para convertirlos en estrellas juveniles, a partir de criterios mercadotécnicos.
Como los grupos de rock and roll mexicanos nacieron desfasados en el tiempo con respecto a los estadounidenses, también presentaron cierta divergencia, aunque menor, en la incorporación de nuevas modas, como el twist, el surf e incluso el ska. Al principio, aunque aparecieron bandas en diversas partes de la República mexicana, la difusión masiva del rock and roll nacional se dio principalmente en la capital del país. Al llegar a la Ciudad de México músicos del norte con influencias frescas, como el soul, el blues eléctrico y la denominada Ola Inglesa, en la mitad de la década, los grupos continuaron en la lógica de la manufactura de covers, aunque ahora ya se le llamaba «rock» a secas.
Por otra parte, los medios de comunicación masivos comenzaron a difundir el rock anglosajón, por lo que el público dejó de oír las versiones mexicanizadas para mejor escuchar los temas originales. Llegaron los tiempos del hippismo y la psicodelia. En este panorama de globalización de la cultura pop y por deseo de los grupos mexicanos de crear música propia, comenzaron a componer temas originales, pero en inglés, sin desprenderse del todo de la imitación. Intentaron competir e integrarse a un mainstream internacional, objetivo que no lograron, salvo en un par de excepciones. A estas bandas se les denominó Onda Chicana, y en su mayoría provenían de ciudades como Tijuana, Monterrey, Ciudad Juárez, Nogales, Matamoros, Reynosa, Durango, y del centro del país, como Guadalajara y la Ciudad de México.
El rock y las expresiones de los jóvenes, en general, fueron vistos con cierta desconfianza por parte de los sectores conservadores de la sociedad y las autoridades. Sus sitios naturales de reunión, como en el caso de los cafés cantantes durante el comienzo de los años sesenta, sufrieron cierres hasta prácticamente desaparecer al final de la década, bajo el acoso policiaco. Aun así, las bandas y su público se reunían en frontones o pistas de hielo y comenzaron a aparecer los «salones», antecedentes de los hoyos fonqui.
El año de 1968 es recordado por sus lamentables acontecimientos. Como sabemos, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz asesinó impunemente a estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Sin embargo, el rock se mantuvo, en términos generales, apolítico y poco vinculado en lo creativo respecto a este acontecimiento, aun cuando afectó su desarrollo. Años después se dio un violento choque entre la ilusión jipiteca y la realidad, cuando se realizó el Festival de Avándaro, en 1971, a tan sólo unas semanas de la matanza de Corpus Christi, cuando agentes del Estado mataron nuevamente a estudiantes en un episodio conocido también como el Halconazo. Sin un plan previo, pero sí actuando rápidamente, el gobierno de Luis Echeverría Álvarez aprovechó un concierto mal organizado para asestar un duro golpe al rock nacional y a la juventud mexicana cuando constataron su gran e incómodo poder de convocatoria. También era un buen chivo expiatorio para sacarle raja política a la lucha interna del PRI y así poder desprestigiar al gobernador del Estado de México en turno, por lo que fue presentado como un evento en el que se permitieron la inmoralidad y el libertinaje, que requería de la aplicación de la mano dura ante la ineficacia de la autoridad local.
El rock se estigmatizó y se proscribió en México durante los siguientes tres lustros, en un acto autoritario sólo comparable con los de los regímenes más represores del planeta. Los medios de comunicación masiva, y particularmente la televisión, participaron en ese engranaje del gobierno para sabotear al rock y a sus hacedores. Los conciertos se prohibieron y las compañías discográficas dejaron de grabar a los grupos. Muchos músicos se quedaron sin trabajo de la noche a la mañana. El rock mexicano tuvo que sobrevivir de manera subterránea el resto de la década. Tocar en los hoyos fonqui, en conciertos clandestinos, en las zonas marginales de las ciudades fue la opción para algunas bandas, mas no para todas. Para sobrevivir, algunos cambiaron de género o se convirtieron en grupos versátiles para fiestas; otros, salieron del país esperando que las cosas cambiaran, sólo para descubrir, tras su regreso, que la situación era peor. Otros se refugiaron en foros universitarios, en obras de teatro y museos, en ocasiones presentándose como grupos de jazz (sin serlo), para así poder ser contratados. Y hubo los que se refugiaron en organizaciones de artistas de izquierda y tocaron en peñas junto a folcloristas e intérpretes de canto nuevo, lo cual permeó su música y criterios para componer.
El rock mexicano sobrevivió en el olvido de los grandes públicos para realizar la búsqueda de un sonido propio. Dejó de ser un género de intérpretes e imitadores para ser uno de creadores de su propia expresión. En esos tiempos difíciles se sembraron las semillas de lo que germinaría a partir de 1980.
Advierto que, al igual que en el primer volumen, en éste seguiré narrando el gran cúmulo de acontecimientos desde mi perspectiva de músico (por ende, desde mi subjetiva parcialidad), donde muestro al rock como la posibilidad del mestizaje, ya que esta cualidad es parte de su origen, evitando caer en puritanismos formales en los que suelen incurrir muchos fanáticos pero, eso sí, reconociendo en esta música su espíritu adolescente, cuestionador, rebelde, es decir, su esencia contracultural y su asimilación en la cultura pop local. Por tal motivo, en este libro, como en el primero, se integran grupos o solistas que han creado su obra desde diferentes géneros emparentados entre sí, como el blues, la música electrónica, el reggae, el folk, el punk, el new wave, el world music, el grunge, el ska, el surf, el hip hop, el soul, el funky, el trip hop, el big beat, el rock progresivo, el rock en oposición, el rock pop, el hard rock, el metal, el jazz fusión, la psicodelia y el rock latino, a los cuales se incorporan géneros de manufactura nacional, como el etno rock, el Movimiento Rupestre, el rock mestizo, la música electrónica mexicana y el rock bandoso (también denominado «urbano»).
Reitero mi sugerencia de buscar, por los medios que tengan al alcance, la música a la cual aquí se hace referencia, ya que será mucho más rico el acercamiento a los proyectos descritos. Además, la música se escucha, y no hay texto que pueda describir con plenitud la experiencia auditiva. En este sentido, internet puede ser una buena ventana al trabajo de estos artistas.
Bienvenidos al volumen 2 de 60 años de rock mexicano, el segundo de tres libros de esta serie que continuará esta peculiar narración, aquí comprendida entre 1980 y 1989.
1980-1989
Esta década comenzó con una proliferación explosiva de nuevas bandas en la escena roquera nacional, que si bien fue tomando conciencia de su identidad mexicana, también se encontraba fraccionada e inconexa. En esos años hablar de una industria del rock en México era algo aún lejano. Ante la prohibición de conciertos y la abierta censura por parte de las autoridades, en alianza con los medios de comunicación masiva, el rock comenzó a salir poco a poco de su ambiente subterráneo y las periferias de las ciudades. Comenzó a verse en lugares con un contexto distinto, menos rudo y con cierto nivel de organización. Aparecieron foros a los que comenzaron a asistir jóvenes no necesariamente marginales, que hasta entonces no habían tenido opciones para disfrutar de tocadas más allá del hoyo fonqui o la fiesta privada.
Ya al final de los años setenta, en la Ciudad de México se había dado cierta apertura para la organización de conciertos de rock en foros universitarios, como el teatro de Arquitectura en la UNAM. Un poco después sucedió lo mismo en el Museo Universitario del Chopo, en tiempos de la administración de la escritora y periodista Ángeles Mastretta, quien abrió su foro a las bandas y organizó concursos, mismos que ayudaron a generar un nuevo foco de atención hacia el rock hecho en casa. Tras un par de años en el interior del museo, y después de trasladarse a la banqueta de enfrente, nació, por iniciativa de Jorge Pantoja, el Tianguis Cultural del Chopo, que posteriormente tuvo una vida errante hasta llegar a donde se ubica en la actualidad: la calle Aldama, en la colonia Guerrero. El tianguis se convirtió desde el principio en el centro generador de espacios contraculturales donde los jóvenes podían reunirse para intercambiar, comprar y conocer más sobre lo que acontecía en el rock en general. Otros lugares ligados ala Universidad que abrieron sus puertas para la realización de conciertos fueron la Carpa Geodésica, en la avenida Insurgentes Sur, y el Foro Isabelino, también conocido como el Foro El Tecolote, en la calle Sullivan.
Al sur de la ciudad estaba el Foro Tlalpan, dirigido por el cineasta Sergio García Michel, donde tuvo carta abierta una serie de cantautores para organizar presentaciones y ciclos. Muchos de ellos se habían conocido previamente en eventos y talleres del Museo del Chopo. Luego conformaron el Colectivo Rupestre en torno a Rockdrigo González. Por su lado, las librerías Gandhi y El Ágora también abrieron sus pequeños escenarios para la presentación de conciertos. La tienda de discos Hip 70, en Insurgentes Sur, ofreció en su segundo piso un foro donde tocaron bandas como Dangerous Rhythm, Kenny and the Electrics, Size y el Three Souls in my Mind. En la Plaza de la Conchita, en Coyoacán, se ubicaba un pequeño lugar llamado El Cuervo, donde solía tocar la primera formación de Cristal y Acero, así como Anchorage, entre otros. En una cochera de la avenida Miguel Ángel de Quevedo, teniendo como antecedente un lugar llamado El Oriente, se inventó un foro administrado por el grupo Kerigma, llamado La Rockola, un pequeño lugar donde el público se sentaba en mesas cerveceras de metal a escuchar, entre otras agrupaciones, a la banda de casa, Kerigma, así como a Botellita de Jerez, Cecilia Toussaint y Arpía, Chac Mool, Jaime López, Rockdrigo, Las Insólitas Imágenes de Aurora y varios más, todos con nuevas propuestas y material original cantado en español. La particularidad de estos sitios, durante esa primera etapa de los ochenta, fue que la gran mayoría se ubicaban al sur de la Ciudad de México, alejados del público del norte.
Mientras tanto en Guadalajara, otro foco importante del movimiento roquero en el país, también existía una escena dividida, física y socialmente, por la calzada Independencia: la escena occidental —de donde provenían las bandas de colonias de clase media y acomodada— y la oriental —donde se encontraban los barrios populares—. En el occidente de la ciudad, bandas como Green Hat Show, Prólogo, Mask, Exxus y Trax tocaban en fuentes de sodas y fiestas particulares organizadas como pequeñas empresas. En el oriente, la mayor parte de los foros se localizaban en San Andrés, Polanco, Zapopan, La Tuzania y calles cercanas a la calzada Independencia, donde era común ver tocar a bandas como Fongus, Toncho Pilatos y La Solemnidad; esta última, una agrupación que interpretaba covers, había logrado un gran número de seguidores. Cada escena tenía sus propios públicos, bien diferenciados. Paralelamente a estos nuevos foros surgidos en diferentes partes de la República mexicana, la vigencia de los hoyos fonqui, sus mafiosas organizaciones y la ya acostumbrada persecución policiaca a los asistentes se mantuvo durante la primera mitad de la década.
Mientras tanto, en otras partes del planeta, los grupos de new wave dominaban las listas de popularidad, mostrando sus distintas caras con grupos como Talking Heads o The B-52’s (en Estados Unidos), o The Police o U2 (en Europa). Apareció The Cure, que junto a Siouxie and the Banshees encabezaron la cara comercial del gótico. Por su cuenta, The Human League, Devo o The Thompson Twins proyectaban el techno pop. ABC, Duran Duran o Spandau Ballet abanderaban el new romantic. El rock mexicano no fue ajeno a estas tendencias que comenzaron a permear la escena de nuevas y viejas bandas, hasta ese momento enfrascadas en el blues eléctrico, el hard rock y el rock progresivo.
Si bien en las décadas pasadas el rock encajaba sin problema en el concepto de pop, como en los casos de The Beatles, en los sesenta, y Elton John, en los primeros años de los setenta, desde el nacimiento de la música disco, a mediados de esa década, comenzó una nítida barrera entre el rock y la música con influencias del soul, el funky y el rhythm & blues (que en su transformación se simplificó al término R&B). Fue así como, al comenzar los años ochenta, se perfilaron Michael Jackson y Madonna como los nuevos reyes del pop, convirtiéndose en los enemigos naturales (o inducidos, según se vea) del rock, el cual prefería las guitarras distorsionadas y un sonido más pesado. La era del canal de videos MTV comenzó por esos años. Desde entonces, la música comercial estableció un lazo indestructible con la imagen.
En México, durante la década anterior, el pop había sido creado por la televisión, teniendo como fuente la balada romántica y ranchera, con el padrinazgo de Raúl Velasco. Luis de Llano, quien siendo roquero se había desarrollado profesionalmente dentro de Televisa, fue el artífice del nuevo y superficial pop mexicano de los años ochenta, con prefabricaciones como Garibaldi, Fresas con Crema y su creación más exitosa en términos comerciales: Timbiriche. Las escenas roqueras iberoamericanas, particularmente en España y Argentina, crecían y se popularizaban a nivel regional. Allá no se cuestionaron si tenían que cantar en español, simplemente lo hicieron como algo natural. La Movida Madrileña, tras la dictadura de Franco, ofrecía grupos como Radio Futura, Golpes Bajos, La Orquesta Mondragón, Danza Invisible o Nacha Pop, mientras las películas de Almodóvar eran su cara en el cine. Desde el Cono Sur surgían grandes músicos y compositores a la par de las crueles dictaduras militares, mismas que inspiraron, como contrapeso, temas con contenidos poéticos que provocaron el surgimiento de maravillosos compositores y ejecutantes como Charly García, Alberto Spineta, León Gieco o, un poco más adelante, Andrés Calamaro y Soda Stereo, quienes también hicieron presente su influencia en tierras aztecas.
En México armar conciertos de bandas extranjeras en esos días era un acto intrépido. Son conocidos los casos de cancelaciones días o, incluso, horas antes de los eventos programados, haciendo que los organizadores quebraran y el público creara una cultura de desconfianza en cuanto a la veracidad de lo que éstos anunciaban. Durante noviembre de 1980, unos arriesgados empresarios lograron, de forma mañosa, ya que lo presentaron como una cena, un concierto del grupo británico The Police, en el entonces Hotel de México (hoy World Trade Center) de la capital del país. El boleto fue caro, lo que restringió el acceso sólo a jóvenes pudientes. Esto no garantizó que se realizara en condiciones óptimas, ya que fue un milagro que no se viniera abajo la endeble tarima sobre la que tocaron los británicos. Independientemente de la experiencia que vivieron los que asistieron ese día, las notas periodísticas posteriores buscaron escandalizar con el evento, calificándolo como el típico concierto de rock en el cual imperó el libertinaje, e ilustraron sus textos con fotos de jóvenes bailando sobre las mesas. «Tocamos en un lugar extraño. Era en una especie de hotel nuevo y tocamos en el piso 20. Era muy costoso entrar. Tocamos en una especie de escenario peligroso. Se estaba cayendo a pedazos. Jugamos. Todo el mundo se volvió loco. Pensamos que todo el escenario se derrumbaría. Fue muy divertido.» (Declaraciones de Andy Summers en WFM, diciembre de 1980, obtenidas en <http://www.cybercomm.nl/~gugten/s19801115.htm>).
En aquel entonces buena parte del público roquero nacional tenía como única cultura, en lo que respecta a la asistencia a conciertos, el anárquico ritual del hoyo fonqui, mismo que las autoridades utilizaban como argumento en contra para no permitir las tocadas. Había portazos, consumo de drogas, desorden y agresiones a los músicos, en buena medida como consecuencia de una mala organización. En 1981 sucedió lo impensable: las autoridades permitieron un par de presentaciones del grupo británico Queen, ambas fuera de la Ciudad de México, pues no llegaba a tanto la flexibilidad del gobierno. Una fue en la ciudad de Puebla y, aunque hubo desmanes, terminó sin mayores incidentes. La otra fue en Monterrey, en circunstancias más civilizadas.
Al principio de esta década, muchas bandas mexicanas aún cantaban en inglés. Fue un grupo de músicos y compositores el que centró su interés en el contenido de sus letras, pues venían de una tradición más apegada a la canción popular, que con sus textos en español pusieron el dedo en la llaga al cuestionar la inclinación, tan común en la mayoría de los roqueros de entonces, a expresarse en un idioma que no era el suyo. Algunos de esos músicos surgieron del ámbito de las peñas y el folclorismo. El disco Roberto y Jaime: sesiones con Emilia, de Jaime López, Roberto González y Emilia Almazán, marcó la pauta para que muchos de estos músicos tomaran ese nuevo camino formal y conceptual, que implicaba la mezcla de folk anglosajón y canto nuevo, con una dotación instrumental roquera, es decir, la inclusión de batería y bajo a las guitarras acústicas. La aparición de los tamaulipecos Rockdrigo González y Jaime López en la escena capitalina ayudó también a darle peso e identidad a un nuevo discurso letrístico que, en términos generales, fue bastante escaso en las propuestas de las décadas anteriores. Como indiqué antes, en el Foro Tlalpan compositores, músicos e intérpretes, como José Cruz, Jaime López, Rockdrigo, Rafael Catana, Cecilia Toussaint, Roberto González, Emilia Almazán, Jorge Velasco y Maru Enríquez, dieron rienda suelta a la poesía y la música. De este caldo de cultivo nació el Colectivo Rupestre, al que se afiliaron algunos y se deslindaron otros. Paralelamente, venían desde los años sesenta y setenta artistas como León Chávez Teixeiro y Guillermo Briseño, explorando distintos terrenos estilísticos y argumentales en sus letras, siempre de la mano de una expresiva ejecución que no se limitaba a tocar rock como un hecho meramente formal.
Mientras que en el extranjero el rock progresivo se encontraba en plena decadencia ante la aparición del punk y su derivación, el new wave, en México el género comenzó a vivir un periodo de esplendor, siendo Chac Mool la punta de lanza de una serie de bandas progresivas. Editaron los discos Nadie en especial y Sueños de metal, con una propuesta alejada del pop y cantada en español que rompió con los estándares de producción a los que hubiera podido aspirar en ese momento cualquier banda de rock mexicano. Por otra parte, el grupo MCC abanderaba al movimiento gay desde su propuesta, también progresiva.
Influenciados por la nueva música generada principalmente en el Reino Unido, durante esos años en México surgieron propuestas independientes de tecno pop y new wave. Grupos como Syntoma, Size, Silueta Pálida y Casino Shanghái fueron ejemplo de esta escena de tintes glamorosos. Chac Mool fue el primero que, en un viraje estilístico hacia el new wave, marcó el posible regreso del rock mexicano a una visión pop apoyada por una compañía discográfica, cuando sacó el disco Caricia digital, en 1984. Sin embargo, la banda se disolvió poco después. Para entonces, la música electrónica tuvo en proyectos como los de Capitán Pijama, los grupos Dr. Fanatik y María Bonita, de los hermanos Mateo y Mario Lafontaine, la cara subterránea de la música mexicana hecha con sintetizadores.
En 1980, Luis Pérez comenzó la experimentación con instrumentos de origen prehispánico en combinación con sintetizadores, cosa que después perfeccionaría Jorge Reyes tras su salida de Chac Mool, definiendo un nuevo género que se comenzó a conocer como etno rock, una mezcla de sonidos de origen prehispánico, guturales, procesadores, rock y música electrónica.
En el blues despuntaba Betsy Pecanins y sus músicos formaron de forma alterna el grupo Real de Catorce. Este último tuvo su primer concierto en 1983, en una fiesta junto a la banda, también primeriza, Botellita de Jerez, grupo antisolemne que mezcló el humor, la cultura popular mexicana y el rock. Sus integrantes tenían como antecedentes la caricatura, la parodia política y el folclor. Esto propició la generación de un rock mestizo que inspiró a muchos. También apareció el grupo ¡Qué Payasos!, que dirigió su trabajo al público infantil y fue pionero del concepto en este resurgimiento del rock nacional.
Tras el inicio del punk, con agrupaciones formadas por jóvenes de clase media, el género se fue arraigando en sectores populares y al margen de la comercialización. Surgieron bandas como Rebel D’ Punk y, años más tarde, Masacre 68. Por otra parte, el rock bandoso y duro que sobrevivía en los hoyos fonqui de los años setenta, con bandas como Three Souls in my Mind, Enigma, los Dug Dug’s o Nuevo México, también sufrió transformaciones evidentes. Conforme transcurrió la década, grupos como Trolebús, Liran’ Roll, Haragán y Cía., Vago, Mara (de donde se separó Charlie Monttana), Heavy Nopal (de donde se desprendió Rodrigo Levario), la Banda Bostik y Tex Tex conformaron, entre otros, un tipo de rock and roll y rhythm & blues a la mexicana, con arraigo en el público de la periferia de las ciudades, al que se le comenzó a llamar rock urbano. El sello independiente que se encargó de grabar y difundir a muchos de estos grupos fue Discos Denver.
Las bandas que aún tenían nombres en inglés, gradualmente comenzaron a castellanizarlos e incorporar letras en español. Fue así como Dangerous Rhythm se transformó en Ritmo Peligroso; Kenny and the Electrics, en Kenny y los Eléctricos, y Green Hat Show, en Sombrero Verde. También estaba el caso de Three Souls in my Mind que, tras la separación de sus fundadores, en 1984, tuvo como consecuencia el nacimiento del grupo El Tri. El rock mexicano vivía su nacionalización.
En esta década, la revista Sonido todavía vivió sus últimos años. Publicaciones nacidas en los años setenta, como Conecte, dirigida por José Luis Pluma, y la posterior Banda Rockera, dirigida por Vladimir Hernández†, se convirtieron en fuentes de información fresca para los jóvenes roqueros.
En 1985, el productor Ricardo Ochoa, guitarrista de Kenny and the Electrics, convocó en su casa a algunos músicos de las bandas Dangerous Rhythm, Punto y Aparte, Clips y Mask para proponerles hacer un disco acoplado y buscar la autopromoción. Ricardo acudió a Chela Braniff y su esposo, el español Juan Navarro, para financiar el proyecto. Este último se entusiasmó pensando que se podía repetir la situación de la escena española y su Movida Madrileña. Fue así como nació Comrock, compañía discográfica independiente que fue distribuida por WEA. Su primer lanzamiento fue un acoplado que contenía dos temas de cada banda, seis en inglés y cuatro en español. Después se editó otro acoplado y los discos de larga duración de esos grupos, ahora ya con nombres en español. También sacaron los álbumes The Fox, de Mask; Metal caído del cielo, de Luzbel, y Simplemente, del Tri. Luego de tres años de actividad la compañía quebró, ya que las condiciones del mercado aún no eran idóneas para llevar a buen fin ese proyecto.
Bandas como Manchuria, Bon y los Enemigos del Silencio, Neón, Crista Galli, Fratta, Mama-Z, Isis y Las Insólitas Imágenes de Aurora son sólo algunas otras que fueron dando forma al rock de los años ochenta. Pronto se encontraron literalmente sacudidos por el terremoto de 1985 en la Ciudad de México. Durante los días posteriores a éste, la sociedad respondió unificada ante la evidente falta de acción y liderazgo por parte de las autoridades. Entonces nació lo que Carlos Monsiváis llamó «la sociedad civil», en su libro No sin nosotros, es decir, la gente descubrió su capacidad de organización al margen del gobierno.
Sr. Gonzalez (Rafael González Villegas) nació el 8 de julio de 1962 en la Ciudad de México. Estudió arquitectura, profesión que apenas ejerció. Músico, compositor, productor y escritor, desde joven tocó en los grupos Parthenon, Hiperfonía y Baraja. Se integró al grupo Botellita de Jerez en dos etapas: de 1988 a 1997 y de 2013 hasta el día de hoy. En 1998, lanzó su primer disco como solista llamado El Sr. González y los Cuates de la Chamba. En 2009 enfermó de cáncer, pero tras un trasplante de médula y padecer una neumonía oportunista, logró sobrevivir después de dos años de convalecencia.