Solo 400 cirujanos especializados en cardiología existen en todo México y los hermanos Ramírez son parte de este selecto grupo.
Por Gardenia Mendoza
Ciudad de México, 20 de Septiembre (SinEmbargo/LaOpinión).- Entre los puestos ambulantes que rodean el Hospital General de México con mercancías tan variadas que pasan de calcetas y baratijas a comida casera, un hombre bajito, moreno y de sonrisa fácil se abre camino con un coche que conduce él mismo, mientras escucha al cantautor Carlos Vives.
Serafín Ramírez, jefe de la Unidad de Cirugía Cardíaca en uno de los dos hospitales públicos más importantes del país, el mismo que realiza una cirugía de corazón cada tercer día y 15 o 20 trasplantes al año, no necesita chofer. Ni su hermano Alberto, jefe del Servicio de Cirugía Hospitalaria y Cardiología del Centro Médico Nacional Siglo XXI, quien tiene un trabajo similar.
Los hermanos Ramírez saben de riesgos. Ambos son de Guerrero (el estado más peligroso por el número de asesinatos violentos) y practican a diario el duro arte de curar enfermedades del corazón, que son la principal causa de muerte de los mexicanos: 150,000 por problemas cardíacos; 35,000 por infarto.
“Nos ha tocado ver la transición de una sociedad que no comía tan mal a otra que cambió a una dieta alta en carbohidratos, hamburguesas, embutidos, pastas”, reflexiona Serafín, en cuanto baja del auto dentro del Hospital General y camina por los largos pasillos de mosaicos blancos, limpios y ajenos de las vendimias externas.
“Lo ideal sería que hubiera más cultura de la prevención, que no se comiera tanta grasa, azúcar, sal y se hiciera ejercicio, pero como eso no pasa, aquí estamos”.
ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE
Son las 9:30 de la mañana, cuando el doctor Ramírez entra al quirófano número 4 de cardiología para evitar una desgracia más. Hoy por hoy, suman con él apenas 400 cirujanos del corazón en todo México que no se dan abasto al problema: cada mes, 45,000 mexicanos requieren una operación de este tipo, pero sólo 11,000 llegan al hospital; el resto, muere.
En la sala de operaciones, Andrea Lona, de 42 años, tiene suerte de haber llegado hasta aquí y que un equipo de 13 personas, entre anestesistas y cirujanos, gire a su alrededor para salvarla. Después de la anestesia, ella balbucea unas cuantas palabras antes de quedarse inconsciente.
Su familia está advertida que tiene altas posibilidades de morir en cualquier momento de la intervención quirúrgica porque una de las válvulas de la aorta -la principal arteria del cuerpo humano- se bloqueó: debería tener un paso de dos centímetros y sólo mide 0.2 milímetros por una malformación congénita que la dieta complicó.
Andrea llegó aquí después de tres episodios de disnea (ahogamiento) y uno de lipotimia (desmayo) y justo ahora, tiene colocadas seis sondas en el cuerpo que la ayudarán a sobrevivir a la cirugía que puede durar hasta ocho horas aunque el fin parece simple: cambiar su válvula natural por una prótesis metálica.
Serafín Ramírez se sienta frente a la mesa de instrumental quirúrgico desde donde puede ver a sus estudiantes arrancar. Un olor a cabello quemado inunda la habitación mientras Diego Ortega, un médico ecuatoriano de 28 años que vino a México a especializarse (todo Latinoamérica tiene los mismos problemas cardiovasculares), cercena el hueso a la altura del pecho y emite un sonido similar al de una sierra pequeña.
– A lo mejor, necesitamos una cánula del 22- comenta Ramírez antes de sumergirse por un minuto en sus recuerdos de cuando él y su hermano eran jóvenes pobres en el puerto de Acapulco.
Allá vendía artículos casa por casa o lavaba coches para pagarse los estudios. Hoy no gana mucho en el hospital público (unos 1,500 dólares mensuales), pero en conjunto con su labor de servicio privado, sí puede darse cierta calidad de vida que no tenía en Guerrero, sobre todo, por la seguridad. “Sacamos a nuestras familias en 2007 cuando vimos los primero muertos cerca de nuestros hijos”, recuerda.
Así llegaron a la ciudad de México él y su hermano para especializarse en cirugía cardíaca. La carrera de Medicina General la hicieron en Guerrero. “Allá también hay calidad”, afirma.
A CORAZÓN ABIERTO
“Se nos olvidó la bocina”, lamenta Ignacio Salazar, otro de los cirujanos que a sus 30 años, busca abrirse paso en esto del corazón. A los médicos les ayuda la música a trabajar mejor y en el caso de este equipo, les gusta operar al ritmo del rock ochentero tipo Queen o Gun’s and Roses aunque, de vez en cuando, también gustan de escuchar a Chabela Vargas y su clásico “Arráncame la Vida”.
Después de dos horas, el control de la cirugía ya pasó a manos de la doctora Diana Yepez, también de Ecuador. Después de que su paisano abrió la piel y el hueso, a ella le corresponde abrir el esternón para exponer totalmente el corazón a la intemperie, colocar las cánulas con torniquetes, secar el músculo y paralizarlo para que el doctor Ramírez pueda manipularlo.
A las 11: 00 de la mañana, el corazón de Andrea está totalmente detenido. Una máquina de un metro de largo por medio de ancho color plateado y repleta de tubos conocida como “equipo de corazón bomba extracorporeo” la mantiene con vida: lleva y trae sangre, oxígeno y nutrientes, en tanto Ramírez comienza el trabajo fino.
Está sereno, con una lámpara en la cabeza, las manos firmes. “Lo que tiene aquí son colmillos”, dice para describir el tamaño de los pedazos de calcio que bloquearon la válvula de la paciente. Toma con unas pinzas las piedritas y las coloca en un recipiente de aluminio antes de colocar la nueva válvula.
“Este trabajo es bien bonito”, piensa igual que sus alumnos: no por nada. México es el rey de la cirugía cardíaca a pesar de los retos en formar nuevos cirujanos que va por buen camino.
“Todos mis maestros en Ecuador se formaron aquí, los neurólogos, cardiólogos cirujanos, y cuando yo tuve que decidir dónde quería especializarme. no lo dudé: tenía la opción entre Argentina y Brasil y dije: México”, sostiene para sí el doctor Ortega a un paso de concluir la cirugía.
Finalmente, pasaron sólo tres horas, no ocho como llegó a calcularse. Una vez colocada la válvula, el corazón volvió a activarse. Paró la bomba extracorpórea y los músculos volvieron a cerrarse con puntos de sutura.“Todo bien, Gracias a Dios”, concluye Ramírez al cerrar el último punto de sutura con largos hilos negros.
Sólo le queda un gran reto: volver a vivir a Guerrero algún día a arrancar una unidad local de cirugía cardiaca. “Cuando la inseguridad no lo ponga en riesgo de muerte. Ni a él ni su hermano.