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Alma Delia Murillo

20/08/2016 - 12:00 am

El error es perfecto

Encomendarse al error es insolente, sí. Pero también es fascinante porque cuando funciona, es de una precisión divina. De no ser así, no habríamos apostado tantas pruebas de opción múltiple al método “pégale,pégale que este merito fue” Este merito, este mero, este fue, este es. De adolescente imaginaba a legiones de incautos caminando bajo la […]

Foto Les Amants los Amantes René Magritte
Foto Les Amants los Amantes René Magritte

Encomendarse al error es insolente, sí.

Pero también es fascinante porque cuando funciona, es de una precisión divina. De no ser así, no habríamos apostado tantas pruebas de opción múltiple al método “pégale,pégale que este merito fue”

Este merito, este mero, este fue, este es.

De adolescente imaginaba a legiones de incautos caminando bajo la escalofriante condición de ignorar que a sus espaldas Cupido tiraría una flecha no elegida por ellos, una flecha al azar, la que fuera, una flecha implacable, ignorante, equivocada pero precisa. Apenas un ay, un crujido bajito en las costillas, un quejido suave entre las piernas y ¡zaz! estaba hecho sin remedio. Flechados por el error de sus vidas. Entonces me sacudía la fantasía como quien se sacude un bicho que se le ha trepado a la espalda y me decía que no, no podía ser así.

Era una adolescente y pensaba —ingenua, asustada, virgen— que lo que esas brujas cristianas convertidas en hécates susurrantes al oído decían era verdad única e ineludible: que había que esperar al correcto, al adecuado, porque el amor era un binomio cuadrado perfecto de correctos y adecuados.

Las sacerdotisas de lo apropiado insistían en que había que ser selectivas, invocar a la prudencia, hacer lo juicioso. Luego venían largos pasajes de la Biblia y cantos en los que las púberes —flamante grupo de muchachas de la iglesia cristiana— nos ofrecíamos como novias metafóricas a Jesucristo.

Ahora sé que las brujas estaban más perdidas con su fantasía que yo con la mía. Si hubieran convocado a un culto al error, entonces sí que nos habríamos iluminado ellas y nosotras. De tan distintas maneras.

La vida está hecha de eventos que ocurren por error. Y muchas de las mejores experiencias, vínculos y relaciones llegaron a nosotros por alguna metida de pata providencial. Nada menos que nuestro continente fue descubierto por tremendo disparate, la equivocación histórica de un explorador ofuscado que creyó que llegaba a la India y llegaba a América. Inmejorable botón de muestra.

Shakespeare, ese cabrón, lo sabía bien; lo más bello y perturbador de su obra, me parece a mí, está cimentado en los errores: venenos bebidos por error y a destiempo, espadas hundidas por confusión, pasiones desatadas por un nombre incorrecto…el arte de la equivocación.

Es más, y para no hacerles el recuento largo, es probable que la mitad de nosotros respiremos por una falla en el conteo reproductivo de nuestras madres, por un condón roto, por dos alcoholes de más.

¿A qué carajos viene entonces el cuento del control, de lo correcto, de lo elegido bajo conciencia prístina, sobria y algorítmica? (¿Qué dije?)

Claro que atreverse a sentir lo que se siente cuando nos entregamos a la incertidumbre es tremendo. Y no cualquiera se atreve a sentirlo como no cualquiera se atreve a mirar de frente sus equivocaciones, quererlas y hasta ponerles nombre y apellido.

Respiramos entre lo fortuito y lo inesperado, comemos de lo imprevisto y nos enamoramos de lo improbable.

Y ahí, donde lo incierto, ahí a donde llegamos por accidente y sin querer, suelen estar las experiencias más vitales, trascendentes, mejor diseñadas y más enriquecedoras para cada persona.

La incertidumbre nos hace crecer, es precisamente ahí cuando la creatividad y el instinto vienen a nuestro rescate, cuando por fin nos vemos en la necesidad de mandar a la mierda ese vicio viejo, enquistado y jodido que lleva años envarando las articulaciones del alma.

Cada vez me convenzo más de que el control, la certeza y la comodidad son los tres jinetes del Apocalipsis que acaban con lo mejor de nosotros achatándonos, anestesiándonos, minando nuestra fiereza interior, dejándonos a medias de lo que pudimos ser.

Si somos millones de erratas y lapsus quienes poblamos este mundo, habría que perderle el miedo a los fallos y a la incertidumbre, habría que levantar una plegaria personal para que dios —el de cada uno— nos agarre equivocados.

@AlmaDeliaMC

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