Como un bolero agrupa 16 cuentos en 90 página. De lectura rápida y afable, los relatos por momentos juegan a ser una novela, un instante de suspenso o los destellos del realismo mágico de Doce cuentos peregrinos de Gabriel García Márquez.
Ciudad de México, 20 de julio (SinEmbargo).- Si los recuerdos se convirtieran en canciones, serían un bolero. Esa es la sensación que queda una vez que se concluye la lectura de Como un bolero, el segundo libro de la escritora mexicana Diana Ramírez Luna.
El bolero, que nació en 1840 en Cuba, sirve de pretexto para que la autora, una fanática del género que encontró en México a uno de sus principales nichos, invite al lector a sumergirse en un viaje de sueños, deseos, ilusiones, fracasos y suspenso que sólo los recuerdos de lo vivido son capaces de generar.
Como un bolero agrupa 16 cuentos en 90 páginas. De lectura rápida y afable, los relatos por momentos juegan a ser una novela, un instante de suspenso o los destellos del realismo mágico de Doce cuentos peregrino de Gabriel García Márquez.
Publicado por Literalia, editorial autogestiva mexicana, forma parte de una nueva manera de ver la literatura: explorar historias que los autores mexicanos y latinoamericanos tienen que contar, a partir de campañas de fondeo.
El nombre del libro no sólo dota de identidad a uno de los cuentos, el más largo y profundo, sino también representa una invitación a asumir la nostalgia y los recuerdos como episodios necesarios para crecer, entenderse y asumirse como una persona cambiante.
El viaje musical y literario inicia con Estamos aquí y Conejitos. El primero nos lleva al funeral de un abuelo por las calles de Oaxaca; mientras el otro juega con la realidad y el suspenso de accionar un arma.
En Vestigios nos sumergimos en la historia de suspenso de Nadia, una joven que vive entre la realidad y sus sueños de amor con Jesús. Y es que la historia se repite, una y otra vez, «el me dice que soy bonita y me da la caja».
En Qué significan los autos, la lectura es relajante y juguetona. El relato coquetea con los quizz y nos lleva a tratar de identificarnos en cada una de las máquinas ahí descritas.
Tinta color de labios es un guiño a los amores imposibles y las ilusiones que uno crea cuando un nombre se nos incrusta en la cabeza. René se enamora de su maestra Helena y el entramado lleva a querer estar en esa clase para besar esos labios…
Prosopagnosia da un giro al ritmo del libro. La descripción del relato introduce al lector en la trágica historia de Alix. Al final, como dice el narrador, uno se queda con el deseo de volver al pabellón, la mañana siguiente, para encontrarla.
El recorrido nos lleva al cuento que da nombre al libro. Como un bolero es el clímax de la narrativa de la autora. La historia nos presenta a Silvia, una niña enamorada de un músico que la ignora.
A lo largo de las líneas, conocemos la devoción de la menor que prefiere escuchar al trío musical que jugar con sus primos. Los años los hacen reencontrarse, justo cuando Silvia ha entrado en el punto culminante de su belleza.
La historia cambia. El músico delira por la joven hasta que una realidad se estrella en la frente de ambos… La hora de Silvia llega, y ella, a diferencia de años anteriores, sabe que «la decisión no puede ser otra».
El libro sigue su rumbo con Larissa, una historia de la cotidianidad del metro, en el que la autora nos envuelve en un viaje con singular final.
Los prometido es deuda nos desliza por la promesa que un par de amigos se han hecho a lo largo de los años. Sin embargo, la vida los pondrá frente a una última prueba que demuestra que lo acordado nunca se rompe, ni siquiera cuando la muerte se atraviesa.
Press francés destila odio y coraje. Mediante una narrativa envolvente, la autora nos describe la repulsión de una persona hacia aquella que considera una intrusa.
El taller es un viaje al recuerdo de los espacios sagrados del padre. La ruptura con el padre es latente cuando dicho sitio comienza a ser derrumbado, con todo y los recuerdos acumulados.
Mariposas amarillas es un guiño al realismo mágico de García Márquez, no sólo por el nombre que hace honor al lepidóptero que aparece junto a Mauricio de Babilonia en Cien años de soledad, sino por el tétrico final del relato.
Autorretrato a partir de Rosario Castellanos rompe con la dinámica del cuento. El poema es una oda al descubrimiento de los elementos que conforman su interior, la aceptación de todo aquello que no le gusta, pero que le ha dado fuerza para levantarse, una y otra vez, del terror de no entregar a tiempo sus textos.
Mientras en Querido Zarco, la autora le escribe una carta de amor al bandido creado por Ignacio Manuel Altamirano. Y le promete «una historia mejor escrita que la que tuviste con esa».
En Cerca abierta, la realidad se vuelve ficción al hacernos preguntar si somos unos niños en el cuerpo de un adulto; o una persona mayor queriendo volver a la infancia.
Finalmente, Reencuentros cierra el viaje de Como un bolero. La historia no sólo es maravillosa por situarse en los ojos de un muerto en su funeral, sino que constituye el cierre del círculo que inició con Estamos aquí.