es que es mayo y no es culpa mía. tampoco tuya, no es eso lo que quiero decir, no me malentiendas. es que llega y nomás me acuerdo de tu ombligo a la altura de mi garganta.
¿te acuerdas? antes de ser novias llegué a tu casa de madrugada, cayéndome de borracha y con un vestido que se me veían las nalgas. ese día conocí tu cuarto con tu horrible colección de pósteres, tu baño y a tu madre.
a ti te mataba la incertidumbre porque nunca habías llevado a nadie a casa y a mí todo me mataba de risa. es que esa mañana me había despertado todavía borracha y tú tenías una botellita de vodka de raspberri. no tomabas ni tomabas vodka, pero en medio de todos esos horribles pósteres de los cantantes de moda tenías hermosos secretitos como cigarros, marihuana y condones aunque no fumaras ni tuvieras sexo con hombres. me gustabas un montón. bueno, el caso es que sin negociarlo mucho, me alargaste la botella porque preferías cualquier cosa a separarte de mí.
¿te acuerdas? nos divertíamos en esos cuchitriles nocturnos y cuando me veías coqueteando con alguien corrías a embarrarte en mi espalda. quién lo hubiera creído de ti, niña bien. que estabas loca por mí y que agarrabas de los pelos a cualquier otra deschavetada que apenitas me enseñara las piernas.
pero me encantaba cuando hacías a un lado tu barrio burgués y te ibas al mío porque yo podía compartirte con más confidencia las calles donde había crecido y, si corríamos con suerte, te enseñaba a algún loco con quien me había peleado siendo apenas una pulguita. te conté que un día, ya estando crecidita, agarré a puñetazos a un muchacho que era más grande que yo. quién sabe, era cuestión de pelear aunque no ganaras, supongo. tú te reías, te hacías la interesada y hacías la boca en forma de O. teníamos tanto en común que luego nos daba por contarnos cosas que no nos dolieran. me querías un montón.
a mí también me gustaba estar en tu barrio, no creas, darnos vueltas en tu mercedes tenía su encanto. y tu casa de tres pisos y tu piano y tus amigas y tus tías y tus centros comerciales con niñas ricas que tenían más miedo que novio porque ellas también querían agarrarse de la mano con otra igual que ellas. igual que tú y yo. te gustaba tanto el olor a chocolates y mantequilla y a todo eso que huelen los cines que nada más comprábamos boletos para manosearnos lo que duraran los cortos. hacíamos carreritas de manosear a la otra pero siempre me ganabas porque, aunque tenías las manos más pequeñas, siempre supiste bien por dónde.
teníamos un amor atrabancado y éramos felices. los sábados pedíamos la pizza esa que llega en menos de treinta minutos y hacíamos carreritas de besar a la otra pero siempre me ganabas porque, aunque yo usaba más la lengua, tú siempre supiste hacer aquella trampa con las manos.
y cocinabas mal, también. a todo le dejabas caer tinajas de sal porque decías que era el secreto de la abuela. igual me comía cada chícharo porque llenarme la boca de cosas era mejor que decirlas y verte llorar. quién sabe, hay cosas que no se olvidan aunque sean medio tontas y calen después de tanto tiempo.
terminamos y no me buscaste, no me llamaste ni me escribiste. yo tampoco. pero todo eso lo sabes mejor que yo. lo que no sabes es que el día que rompimos y que fuiste a llevarme los chiles en nogada que me había cocinado tu madre, también me llevaste una carta que nunca leí. ¿te acuerdas? nos besamos la frente como aquellos que saben que algo está a punto de morir y no pudimos evitar el llanto y todo lo que le sigue a un rompimiento silencioso.
ahora ya sé que es tarde y que la vida nos desacomodó ese amor atrabancado, pero quiero decirte que encontré la carta y que yo también lo hubiera intentado tantito más, que estaba dispuesta a gritarle al mundo de ti y tus disparates aunque para mí en aquel momento el mundo ya fueras tú. que sí, que sí a tu ombligo, a tus celos y a tus secretos inventados.