Alma Delia Murillo
20/05/2017 - 12:00 am
El abrazo de Javier
La negación a veces da unos segundos de esperanza. Tal vez alguien confirme que es un error, que se equivocaron, que lo que se dice es falso.
Periodismo no es reproducir el discurso del poder. No es publicar lo que dice un candidato, un alcalde, un empresario… Se ha olvidado de gastar suela, de mover el culo. De contar las historias de la gente de la calle.
—Javier Valdez, octubre 2016.
Queridos lectores: este relato es la historia de cómo Paz Murillo, estudiante de Comunicación en la UNAM y mi hermana, se acercó a Javier Valdez para pedirle ayuda con una tarea y cómo él la ayudó. Es apenas una pincelada de quién era Javier pero no quisimos dejar de compartirlo, el texto lo escribió ella. Aquí va.
Mayo, 2017.
«¿Ya viste?, mataron a Javier, lo acaban de asesinar». Decía el mensaje dejado en el celular poco después de las 12 pm.
¡No, no, no, no! No puede ser cierto. Tal vez sea un error, una falsa noticia que se hace viral.
La negación a veces da unos segundos de esperanza. Tal vez alguien confirme que es un error, que se equivocaron, que lo que se dice es falso. Pero ya no era posible esa esperanza. Empezaron a llegar más mensajes, todos con el mismo dato: “asesinaron al periodista y escritor Javier Valdez. Sí, lo asesinaron, ya no hay duda. El corazón se rompe, lo aniquila la foto del cuerpo de Javier tendido a media calle ya cubierto, solo se asoma el sombrero, ese con el que se reconoce a Javier.
Octubre 2016.
«Compas, les cuento que me harán una entrevista por mi nuevo libro ‘Narco periodismo’. A ver si la podemos compartir en vivo, estamos en eso. Si no, después les paso el dato».
Javier aparecía muy esporádicamente en un chat de grupo bastante nutrido. Familiares de personas desaparecidas o asesinadas por las que el Estado no respondía, activistas, periodistas, escritores, artistas y gente que estaba hasta la madre de la situación en el país. En el grupo Javier compartía alguna de sus columnas, o avisaba de su último libro. Todos respondían deseándole lo mejor, cariñosos con él. Se tenía bien ganado ese cariño.
«¡Hola Javier! Soy Paz, estamos en el grupo de Familiares en búsqueda. Acabo de ver tu mensaje y me atreví a escribirte directo. Juan me conoce bien, le puedes preguntar por mí. Estudio Ciencias de la Comunicación en la unam, y necesitamos ayuda con una tarea de periodismo. Mi amigo hizo un cuestionario, y sería grandioso si tú lo contestaras…»
Presentar todas las credenciales y disculparse mil veces por la molestia, estaba justificado. Un periodista que se ha ido de frente y con huevos contra el gobierno, el narco y los poderes mediáticos, debe andar con todas las alarmas encendidas. No de gratis, las amenazas eran reales.
«Claro que sí, Paz, te ayudo. Mándame las preguntas a mi correo y te las contesto en cuanto pueda. Dame un par de horas, no será de inmediato». –Como si no hubiera sido suficiente la muestra de sencillez y empatía que había demostrado al atender el mensaje, todavía se disculpó porque el tiempo que tardaría—
Tener el mismo deseo de paz y justicia para México es suficiente para sentirse identificado, para saber que de algún modo conoces a quien nunca has visto. Eso bastó para que el escritor aceptara y Javier siempre estaba dispuesto a compartir lo que fuera, su experiencia en este caso.
El correo llegó unas horas después con un texto que decía algo así: “Aquí van las respuestas, por asuntos de tiempo te las grabé… Saludos y que haya suerte, J.”
El sentimiento de gratitud y la emoción al escucharlo contestar a cada pregunta que recibió, no cabían en el pecho. Era recordar que sí hay gente sensible y solidaria. Sensible es una palabra que describe bien lo que era Javier.
En el audio habló de lo difícil que es hacer periodismo en estos tiempos. De la falta de ética en los medios de comunicación. De la importancia de no servir al poder, de no sólo reproducir su discurso. De lo quijotesco que es hacer periodismo. De no olvidarnos de contar la calle… Siempre decía eso, en cada entrevista.
Desde que empieza a hablar, una se da cuenta de que está frente a un hombre íntegro, honesto, entrón, mal hablado, directo, enojado con la realidad, pero sensible ante los más vulnerables. Tenía los tamaños para escribir y hablar sobre temas duros como el narco y sus infiltraciones en diferentes esferas de la sociedad; y el corazón para hacerle un poema a un hijo desaparecido y aliviar un poco el dolor de la madre. Un hombre que solo podía llamarse Jesús Javier Valdez Cárdenas.
Al final se despidió diciendo: ¡Gracias! Hasta luego Paz, un abrazo. ¡Suerte!
Dan ganas de aferrarse a ese abrazo virtual para mitigar el dolor, para consolarse un poco de la tristeza y la rabia que invade el cuerpo, de guardarlo para siempre porque Javier ya no estará más para poder sentirlo de carne y hueso.
Quise compartir esta pequeña historia para replicar lo que él hacía, para decir no al silencio. Va para su familia; sus hijos, su esposa, sus amigos, para quienes buscan a sus desaparecidos y hallaron en él algo de consuelo contándole sus dolores. A todos lo que sufren la pérdida de Javier ¡un abrazo y que haya justicia!
Paz Murillo
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