El mercado recibe los libros de crónica periodística con los brazos abiertos y los lectores los han aceptado como un modo de entender la realidad circundante. Para los periodistas y escritores, el género se ha vuelto una manera privilegiada y asertiva de expresión
Ciudad de México, 20 de mayo (Sin Embargo).– En una entrevista reciente, el director literario de Penguin Random House, Claudio López de Lamadrid, puso la voz de alerta: “Si hablamos de Latinoamérica, se destaca más la no ficción, un ítem que en España la cubren más los periódicos que los libros. En México y Argentina la no ficción es muy fuerte, con temas de política y narcotráfico, entre otros, así como también brilla la autoayuda.”
Para dar soporte a dicho análisis, entre todos los libros recientes en nuestro país se destaca Slim, de Diego Enrique Osorno, un retrato independiente sobre el hombre más rico de México y uno de los más pudientes del mundo.
Con prólogo de Jon Lee Anderson, el periodista nacido en Monterrey en 1980, construye un retrato complejo “más allá de las frías cifras económicas y los clichés del éxito empresarial, del primer hombre nacido en el Tercer Mundo que alcanzó la cima de Forbes”.
Los orígenes del magnate en un país que tiene 50 millones de personas que viven en la pobreza, sus complejos vínculos familiares y sociales, sus peculiares maniobras financieras, sus redes de apoyo y sus pasiones personales, que van desde la lectura de biografías de Gengis Kan o Bernard Baruch, hasta el béisbol o Sophia Loren, sirven para describir la moral neoliberal de nuestro rico más rico.
«No es nada fácil reportear sobre el poder en un país como México; es un espacio tan reducido donde ellos se conocen, donde ellos se protegen, donde hay una omertá (ley del silencio) para cuidar sus intereses, pero finalmente a costa de paciencia, de insistir, se fueron abriendo algunas fuentes», contó Diego Enrique Osorno a la BBC.
Como nunca, retratar la riqueza fue sólo un pretexto para describir el que puede ser considerado uno de los países más injustos del mundo y donde la Guerra del Narco instituida por el ex Presidente Felipe Calderón en 2006, generó una violencia de dimensiones extremas y un poder paralelo por medio del cual el hombre común de este país ha dejado de saber hace tiempo dónde está el bien, dónde el mal hace su reino.
Y aunque el auge de la crónica no es exclusivo de México, sino que se ha extendido por todo el continente, es en nuestro país donde los libros de los periodistas confluyen en un corpus revelador e histórico, narrando como no lo hacen los medios tradicionales una realidad tan difícil de comprender como imposible de traducir por medios que no sean la investigación honesta y dedicada.
Podría decirse que la literatura no estuvo ajena a este auge. La trilogía por ejemplo de Alejandro Páez Varela, integrada por las novelas Corazón de Kalashnikov, El reino de las moscas y Música para perros, es un buen punto para ir dibujando imaginariamente el “mapa de la sangre” donde la violencia dio rienda suelta a una realidad por momentos demencial y siempre doliente.
“La literatura no viene de la nada. En mi caso, provengo de una ciudad que ha convivido ya un siglo con traficantes de heroína, candelilla, licor, cigarros. Viví entre narcos, fueron mis vecinos. Mi generación quedó destruida por contacto directo o como víctima colateral. Entonces, en cierto momento, cuando me di el tiempo y me senté a escribir ficción, no pude sino recurrir a las figuras que me eran comunes. Corazón de Kalashnikov recurre a narcos, sí, pero también a mujeres: Ciudad Juárez es una comunidad en la que las mujeres juegan un papel central. La fuerza laboral de esa frontera fue de 400 mil durante el boom maquilador, en la década de 1990. Los hombres fueron reducidos a papel secundario y eso generó un drama que no viene al caso contar aquí, pero que se expresó en maltrato y, en algunos casos, en homicidios. El narcotráfico tiene una presencia tan brutal en México que por supuesto ha marcado muchas formas del arte, entre ellas la literatura”, dijo Páez Varela, nacido en Ciudad Juárez en 1968, en una entrevista al periódico argentino Página 12.
En Latinoamérica, libros como Hot Sur, de la colombiana Laura Restrepo (Bogotá, 1950), dieron cuenta en 2012 de un problema que hoy es central –con el condimento amargo de Donald Trump al frente del ideario republicano en los Estados Unidos–: el de los migrantes, víctimas tanto de los Gobiernos que les cierran las puertas, como del crimen organizado que ha adoptado la trata de personas como “segundo negocio” luego del tráfico de drogas.
Hot Sur transcurre en los Estados Unidos, en una zona de confluencia racial donde las criaturas diseñadas por la escritora colombiana luchan encarnecidamente por perder el miedo al otro. Todos son otros allí, donde la sombra de una prisión de mujeres funciona como el enorme agujero negro de los despropósitos y las extrañezas.
Hay perros, hombres que mueren jóvenes, motocicletas, un padre tardío, una muchacha colombiana que aspira a dejar plasmada su vida en un libro –aun sin saber el oficio y sin vocación de escritora–, sangrientos rituales de una secta ignominiosa y un asesino serial.
Allí donde el cruce con el norte “produce una intensidad particular”, la vida transcurre sobre “un cable pelado donde crece la enorme desconfianza hacia el otro y al mismo tiempo existe la posibilidad de sobreponerse al miedo al otro, que creo es uno de los temas centrales de la novela”, afirmó la autora en una entrevista con este periódico.
Son muchos los autores que trataron literariamente el tema de la violencia, la desigualdad, la impunidad y el crimen organizado e institucional tanto en nuestro país como en Latinoamérica, convirtiéndose tal vez en precursores de lo que hoy se conoce como “docuficción”, un cruce entre la crónica periodística y la literatura, género del que quizás el estadounidense Don Winslow, autor de El don del perro y la reciente y formidable El cártel, sea el máximo representante.
La ficción en esos casos es lo que da marco a la narración cruda y precisa de la realidad inmediata, permitiendo ahondar en casos y sistemas de impunidad y represión como -por cuestiones de seguridad- no lo puede hacer abiertamente el periodismo.
Al menos no lo puede hacer sin poner en riesgo su vida, tal como demuestra el hecho que El cártel -una descripción impresionante de la Guerra del Narco de Calderón y la responsabilidad de los Estados Unidos que tira la basura bajo la alfombra exportando su problema con las drogas- está dedicado por Winslow a todos los periodistas asesinados y desaparecidos en el México reciente.
PERO HABLEMOS DE CRÓNICA PERIODÍSTICA
Pero este es un reportaje de crónica periodística y de cómo su auge se enmarca dentro de una tradición que podría rastrearse en el siglo XVI, cuando se desarrolló un nuevo género literario, las crónicas de Indias, sobre los temas, los hombres y las cosas que constituían “la maravilla de América” o “la novedad indiana”.
Precisamente, “Nuevos cronistas de Indias” es el nombre que la Fundación Iberoamericana de Nuevo Periodismo Gabriel García Márquez les da a los periodistas empeñados en narrar la realidad con buena pluma y sensatez, a veces en medio de circunstancias adversas.
Para el argentino Martín Caparrós, docente de la FNPI y junto con su compatriota Leila Guerriero, uno de los máximos exponentes de la crónica en dicho país sudamericano, el interés por la crónica periodística en su caso se dio por considerarlo precisamente “un género marginal”.
“La posibilidad del centro me incomoda porque me incomodan esas cosas, cualquier centro. Pero, más allá de la incomodidad personal, lo importante es cómo esa tentación influye en lo que hacemos, en nuestras notas, en nuestras historias. Esa es la cuestión.
Hace cuatro años escribí que la crónica debía ser política –y definí de varias formas esa condición. Digo: la crónica puede ser femenina, caprichosa, pretenciosa, buscavidas. Digo: la crónica puede poner en crisis las formas tradicionales del lenguaje de la prensa, las formas engañosas del lenguaje de la prensa; la crónica puede cambiar el foco de lo que hay que mirar, decía. La crónica será marginal o no será. Nuestro trabajo, estos días, todos los días, consiste en saber qué significa marginal y llevarlo a la práctica”, afirmó el autor de El hambre en una conferencia llevada a cabo en un encuentro de Nuevos Cronistas de Indias en 2012.
Caparrós ha publicado recientemente el libro Lacrónica (así, todo junto), basado en la convicción de que el periodismo no constituye un oficio en extinción y el género de la crónica es “el periodismo que sí dice yo, porque la objetividad es estructuralmente imposible”.
“La crónica no es sinónimo de mejor escritura, es sinónimo de ambición de mejor escritura. A algunos, por supuesto, les sale mejor y a otros peor. No hay nada garantizado”, afirma.
Otro cronista destacado del continente es el colombiano Alberto Salcedo Ramos, de quien la editorial oaxaqueña Almadía ha publicado el libro Los ángeles de Lupe Pintor y para el que el género de la crónica periodística no resulta un hecho de la moda.
“No creo en la crónica en términos mesiánicos, tampoco como si fuera una moda, creo en ella de manera modesta, aquella de escuchar una historia aquí y llevarla 200 metros más adelante; creo en la crónica como una posibilidad de darle a voz a los que han sido invisibilizados por el periodismo tradicional por los siglos de los siglos”, según dijo en México, cuando participó de la Feria Internacional del Libro en Mérida, Yucatán.
“Me suelen preguntar por qué los cronistas nos ocupamos de los perdedores y les digo: qué curioso, porqué casi nunca preguntan al director de un periódico porqué escribe editoriales sobre los ganadores, es decir, sobre los ministros, los presidentes, los cancilleres y los magnates que empujan la historia que se escribe sobre la oficialidad”, señaló.
“Escribimos sobre los excluidos porque normalmente no han tenido espacio en la prensa convencional, porque la ‘Historia’, con mayúscula, los ha excluido siempre, pues sólo la escriben los ganadores, el que gana la guerra se gana el derecho a escribirla”, dijo el cronista.
“A las personas que sufren alguna desgracia las vemos en la calle, en la esquina de nuestra calle, pero no las vemos en el periódico”, agregó.
“Una vez le preguntaron a Gilbert Chesterton, qué era para él el periodismo y contestó: ‘El periodismo consiste en decir que Lord Jones ha muerto, a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo’. Yo escribo crónicas porque tengo la ilusión, quizá ingenua, de poder decirle a la gente quién es Lord Jones antes de que Lord Jones se muera”, afirmó el autor colombiano.
[youtube 0H48pU0NAa4]
En el libro Los suicidas del fin del mundo (Tusquets), Leila Guerriero llevó a cabo una exhaustiva crónica de un pueblo perdido en la Patagonia argentina, donde a fines de los ’90 una ola de suicidios de jóvenes conmovió a la sociedad y al mismo tiempo refrendó en lo que llama “periodismo literario o narrativo”.
“El tipo de periodismo literario o narrativo que hago tiene un buen espacio en los libros. Igual, cuando terminé de escribir Los suicidas del fin del mundo dije que nunca más iba a escribir un libro, porque me significó un esfuerzo muy grande, quedé muy cansada, muy vacía…ese discurso me duró un tiempo largo, tipo un par de años y ahora se me pasó. De hecho, ahora empecé a dirigir la colección de crónicas de Tusquets Argentina y me encanta la idea de encontrar buenos autores y buenas historias, es muy atractivo”, contó la profesional en una entrevista con la desaparecida revista Gente y la actualidad.
A propósito de las nuevas tecnologías aplicadas a la crónica periodística, Leila considera que “no necesariamente la tecnología te vuelve mejor periodista”
“Internet es una herramienta muy poderosa si uno la sabe usar, si uno sabe que ese no es el único recurso disponible. Jamás hago una nota basándome sólo en el material que encuentro en Internet. Hay muchos libros y revistas de épocas anteriores que no están cargadas en la red, por ejemplo. Hay gente talentosa que hace muy bien su trabajo y no creo que el periodismo esté peor que antes. A lo mejor el periodismo diario está sufriendo un poco la transición y se pierde un poco de vista el contenido. Hay historias que no se pueden contar en dos minutos. Los periodistas trabajamos con material sensible y en ese sentido me parece que pasa lo de siempre: hay gente que hace muy mal su trabajo y otra que lo hace muy bien y en ambas cosas no tiene mucho que ver la tecnología”, afirmó.
LOS GRANDES EXPONENTES DE LA CRÓNICA EN MÉXICO
En México se escriben muchos libros de crónicas. Los periodistas han encontrado en los libros el espacio que se niega en los medios, inspirados quizás por una pionera del género, la legendaria Elena Poniatowska, quien en varias oportunidades contó que se hizo cronista y que escribió La noche de Tlatelolco “porque los medios silenciaban cosas”.
En 2012, la multipremiada periodista Sandra Rodríguez Nieto, ganadora entre otros del Premio Internacional de Periodismo que otorga el periódico El Mundo, publicó el tremendo libro La fábrica del crimen (Planeta), una historia que narra el trágico final de Vicente, un adolescente de Ciudad Juárez que mató a sus padres y hermana con la ayuda de dos de sus amigos y con la firme convicción de que nadie lo notaría.
Sandra entreteje la vida de Vicente y su ingreso a la banda de los Artistas Asesinos, con el creciente deterioro de la vida en Juárez: la situación de guerra, el cinismo de las autoridades, los narcomensajes, los decapitados y, sobre todo, la absoluta impunidad de los criminales, quienes han tejido toda una red de complicidades por medio de la corrupción.
Otra gran representante de la crónica periodística en México es Marcela Turati, autora de Fuego Cruzado: Las otras víctimas atrapadas en el narco (Grijalbo), las historias de cientos de niños, mujeres y hombres, nuevos huérfanos (de padres y autoridades), viudas, familias en la indigencia, personas desaparecidas, pueblos exiliados por el miedo o que lidian con sus pesadillas, así como jóvenes que no tienen más opciones que engrosar las filas del crimen organizado o campesinos convertidos por hambre en productores de cultivos ilegales, entre otras expresiones anónimas del llamado «daño colateral” del narco en auge en nuestro país.
Marcela, ganadora del Premio de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano, es también fundadora del sitio “Periodistas de a pie” y una gran analista de los medios, así como de la función social del oficio.
“Hay pocos espacios de real periodismo crítico, independiente, que se deba a la gente y a la vez sea riguroso. Y a esos pocos generalmente les cuesta mucho trabajo sobrevivir. (Un referente para mí siempre ha sido el semanario Proceso que, a pesar de tener a casi la mitad de la plantilla de reporteros amenazados, del boicot publicitario que ha sufrido desde hace varios sexenios y del odio que le tiene la gente de Los Pinos, es todavía un espacio crítico, de libertad e independencia, que le ha apostado a cubrir la violencia y la corrupción y que publica lo que muchos callan porque no pueden publicarlo o porque no quieren hacerlo.)”, dijo Turati en el pasado febrero al blog horizontal.
“Sin embargo, podría decir que a pesar de la crisis y del regreso del PRI con sus prácticas de antaño de sometimiento a la prensa, estos años se han hecho algunas de las mejores investigaciones periodísticas en las que los ciudadanos han podido ver el importante rol que juega la prensa en una democracia. La Casa Blanca, una de las mejores investigaciones periodísticas de la historia de México, es muestra de ello. Esta investigación junto a las de Tlatlaya, Apatzingán y Ayotzinapa exhiben que, a pesar de las condiciones, la prensa está viva y en un buen momento”, afirma Marcela.
Precisamente, el affaire “Casa Blanca” que por momentos condicionó el futuro del sexenio de Enrique Peña Nieto, quedó eternizado en el libro La casa blanca de Peña Nieto, reportaje ganador del Premio Nacional de Periodismo en la categoría «Reportaje/Periodismo de Investigación». Premio Gabriel García Márquez de la PNPI 2015.
En noviembre de 2014, los periodistas Rafael Cabrera, Daniel Lizárraga, Irving Huerta y Sebastián Barragán dieron a conocer una investigación donde se reveló que Enrique Peña Nieto posee una casa con valor de 7 millones de dólares; la residencia la construyó Grupo Higa, una de las empresas que había ganado la polémica licitación del tren México-Querétaro y que antes había recibido el encargo de decenas de obras públicas en el Estado de México, cuando el priista fue gobernador de la entidad.
Horas antes de que saliera a la luz el reportaje, la licitación se canceló, un hecho inédito en México. A su vez, la publicación desató un escándalo a poner en evidencia serios conflictos de intereses entre el Poder Ejecutivo nacional y la firma que dirige el poderoso empresario Juan Armando Hinojosa Cantú.
La casa blanca de Peña Nieto cuenta la historia detrás de la historia: la visión personal de los colaboradores que trabajaron en la investigación y los intentos de censura a los que hicieron frente. También se incluyen detalles de varias investigaciones que quedaron pendientes después de la salida del noticiario de Carmen Aristegui del aire, como la relacionada con la casa de Malinalco que pertenece a Luis Videgaray, secretario de Hacienda, quien también la compró a Grupo Higa; o el perfil inédito de Juan Armando Hinojosa Cantú, la historia de su trayectoria empresarial en el Estado de México y el relato de cómo llegó a ser el principal amigo del Presidente de la República.
En Contra Estados Unidos, crónicas desamparadas (Almadía), Diego Enrique Osorno narra el periplo -entre agosto y septiembre de 2012- de un centenar de mexicanos, familiares de las víctimas de la guerra contra el narcotráfico, quienes recorrieron más de once mil kilómetros por el territorio de Estados Unidos.
Su propósito era gritar su dolor frente a los principales responsables del conflicto y construir lazos con organizaciones de sobrevivientes y otros familiares de personas asesinadas o desaparecidas por las mismas causas en el país vecino.
Llamada Caravana por la Paz fue un movimiento liderado por el poeta Javier Sicilia, deudo él mismo de la guerra. En la crónica, Diego reúne las experiencias, caminos, encuentros y desencuentros de ese puñado de seres humanos que cometen la esperanzadora desmesura de enfrentarse a la incomprensión, protestar ante la injusticia, alzar la voz y exigir la paz que todos merecemos y hace tanto que no vivimos.
MAESTRA DE PERIODISTAS
Como figura luminosa y señera, se levanta entre los periodistas mexicanos la célebre cronista Alma Guillermoprieto, autora entre otros de Desde el país de nunca jamás y del reciente libro editado por Almadía, Los placeres y los días, donde se permite la ligereza y una sana frivolidad para tratar temas como el baile, la lujuria por las harinas blancas y un retrato de la Latinoamérica entrañable a la que ha dedicado sus días y sus horas
“Procuro escribir a partir de lo que recuerdo de mis reportajes. Porque lo que recuerdo es lo que me conmovió, es lo que me impresionó y le va a dar impulso a las palabras que voy a usar. Y después, tomo el cuaderno, reviso mis notas y veo que no inventé nada, pero mi impulso primero es la memoria; trato sí, de ser clara con mis entrevistados, muchos de los cuales se encuentran a menudo en situaciones límite. Yo no los puedo ayudar. Eso para mí es lo más difícil, lo más terrible, de mi trabajo como reportera. No los puedo ayudar. Les estoy quitando tiempo y ellos muchas veces quedarán con la esperanza de que a lo mejor de ese artículo que voy a publicar va a salir algo bueno. No es cierto: y quiero que les quede claro. Eso es terrible y por eso agradezco tan profundamente a mis entrevistados, porque su generosidad es pura y simple”, dijo en una entrevista que le hiciéramos hace unos años.
Heredera de esa visión humanista y de pluma exquisita, es sin duda la joven mexicana Daniela Rea, autora del estremecedor Nadie les pidió perdón. Historias de impunidad y resistencia (Tendencias), crónicas que muestran un México en el que el Estado traiciona su razón de ser para convertirse en el principal agresor de la sociedad.
Aquí hay soldados que asesinan y desaparecen inocentes, policías que simulan ejecuciones, enfermeras que curan víctimas para entregarlas a nuevos ciclos de tortura. A través de los relatos de una mujer que sobrevivió al martirio del Ejército, de una empleada de limpieza que luchó por la libertad de su esposo acusado de ser terrorista, de madres que confrontan a los secuestradores de sus familiares, de un niño a quien se le arrebató la posibilidad de conocer y amar a su padre, se evidencia lo irrefutable: hoy es imposible distinguir la diferencia entre el poder del gobierno y el de los criminales.
Con rigor periodístico, la autora, para quien el género de la crónica “es una manera de acercarnos al otro” hilvana testimonios, entrevistas, investigación de campo y una exhaustiva revisión de expedientes para dar voz a las emociones humanas: el amor, el dolor, la culpa, y la esperanza.
UN LIBRO SOBRE LO QUE HAY QUE HABLAR
De 2010 a 2012, el número de personas en situación de pobreza en México aumentó de 52.8 millones a 53.3 millones, 500,00 más en sólo dos años, de acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval)
Entre los libros de crónicas recientes en nuestro país, sobresale precisamente Los 12 mexicanos más pobres (Planeta), coordinado por el conocido periodista Salvador Frausto y por medio del cual un grupo interdisciplinario de reporteros, videastas y fotógrafos narra la historia de las 12 personas con peor situación económica del país. ¿Cuánto ganan? ¿Dónde viven? ¿Qué comen? ¿Cuáles son sus condiciones de acceso a la salud, educación y vivienda?
La otra cara de la lista de millonarios, apuesta por generar un contraste entre la miseria y la riqueza, enfrentándonos a la enorme desigualdad en que estamos insertos como nación y refrenda la función social del periodismo, un oficio empeñado en contar lo que pasa más allá de las noticias del día y de las nubes de humo generadas por medios que han renunciado a lo esencial de un trabajo que el gran Gabriel García Márquez consideró con mucha razón “el más bello del mundo”.