Edson Lechuga, autor de El Tonaya no perdona, halló la forma de trasladar pedazos de calle a una novela. Lo hizo con las descripciones y hasta con la puntuación:
“el chaparro es uno de los contentos porque el tonaya es lo único que le quita los temblores. le chinga la panza, lo sabe. le desgracia el hígado, le quema las tripas, le carcome la moral, pero le alivia la cabeza, lo relaja, lo pone de buenas. cuando trae medio litro de tonaya en el torrente sanguíneo, el chaparro canta, sin importarle el hoyo en su pantorrilla,
sin importarle el recuerdo, sin importarle el dolor del dolor porque en la calle hasta el dolor duele”.
Ciudad de México, 20 de abril (SinEmbargo).– Edson Lechuga observó un árbol de Navidad adornado con botellas de Tonayán, y supo que ahí, justo en el corazón de la Ciudad de México, había algo terrible que debía ser contado.
Así nació El Tonaya no perdona, “una pieza de violentísima textura y lenguaje crudo que pone la mirada en la herida supurante de aquellos grupos que viven en el margen de todo: lo social, lo familiar, lo sentimental, lo humano”.
En entrevista con SinEmbargo, Lechuga habla de la forma en que construyó su novela, El Tonaya no perdona, a partir de las historias de personas que vivían en las calles.
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–Edson, lo explicas en la nota aclaratoria del libro, pero nos gustaría que nos dijeras las razones que te llevaron a contar la historia de personas de la calle.
–Un día yo caminaba por las calles del Centro Histórico y vi un arbolito de Navidad cuyas esferas habían sido sustituidas por botellas vacías de Tonayán, esta imagen me pareció brutal y escalofriante. Me di cuenta que ahí había algo terrible que se debía contar. A raíz de esto me acerqué con Ana Laura y con Lorenzo y levantamos una serie de testimonios que después tuve que pasar por una maquinita de ficción para darle una trama y hacerlo contable. Es verdad que yo llevaba algún tiempo con la intención de hablar de mis tristezas y mis soledades. Esos huecos, profundidades que tienen que ver con el dolor. No encontraba la trama para poder depositarlas y gracias a este grupo de personas lo encontré.
–¿Cómo balancear los elementos de la realidad con la ficción para desarrollar la trama?
–Las personas que están en estas circunstancias confunden la realidad con la fantasía, con lo leído, con lo que les acaba de contar el otro miembro del escuadrón de la muerte. Entonces hay una revoltura en su discurso. Todo lo cuentan como si fuera verdad. Hay una cantidad de información impresionante. Te pueden decir que estuvieron en la NASA formándose como astronautas o que viven a la vuelta de la esquina, y ambas cosas las dicen con certeza. Hubo que hacer una depuración importante, sobre todo construir una trama que sujetara todo el discurso, el universo de la calle, y a partir de la trama tomar los elementos que participaban en esa trama, que la hacían interesante. Ese fue el trabajo.
—¿Cómo te acercaste al escuadrón de la muerte?
–Éste fue un trabajo de muchos meses. Lo único que quieren son 10 pesos para juntar para la botella de Tonayán, pero con el paso de las semanas y conforme te van viendo por ahí, se van acercando ellos. Son personas que tienen una necesidad de decir cosas, de hablar de cosas que poco tienen que ver con nuestra realidad, pues sus códigos son otros. El escuadrón de la muerte está fuera de cualquier legislación. Ellos son los verdaderos antisistema. No responden a ninguna legislación ni norma. Las reglas a las que responden las ponen ellos, eso les da una libertad muy escalofriante. Al principio fue complicado y es difícil, pero conforme te van conociendo, se van acercando.
–Háblanos de las jerarquías que viste en la calle.
–Como en todo grupo social, las cosas se van jerarquizando y en el escuadrón de la muerte no es la excepción. Hay un personaje que se llama El Lauro, y este personaje es como el eslabón entre el mundo laboral y la calle; tiene un puestito donde vende cosas que para nosotros podrían parecer basura. Vende cigarros, piezas de herrería. Y eso lo mantiene dentro de esta otra esfera: la de la gente que trabaja. Además El Lauro es el único que duerme bajo techo. Vive en una vecindad con dos perros. A veces vuelve a dormir bajo techo. Eso le da un estatus. Eso lo hace líder, la persona más responsable. Él se asume como el protector, como el padre responsable.
–¿Por qué alguien decide estar en la calle?
–La renuncia no es consciente, no es súbita. Cuando yo estuve hablando con estas personas, lo primero que pasaba por mi cabeza era que habían sido víctimas, pero sorpresivamente no: su situación en la calle es más bien como consecuencia de un paulatino deterioro, que puede durar 10 años. Comienzan a beber, a los pocos años no llegan dos días a su casa y no pasa nada, el deterioro sigue… Pasan días en la calle y vuelven a casa, hasta que un día no vuelven. Las opciones que ofrece este lado de la realidad son hasta patéticas: ¿quién en esas circunstancias quiere volver a tener un trabajo?, ¿a tener una responsabilidad?, ¿a tener que pagar transporte, alimento? Si del otro lado eso no existe, no rindes cuentas. Ya estando en esas circunstancias, es complicado renunciar a ellas. Hay hasta apologías hacia la calle: la libertad plena, la libertad absoluta. La factura es terrible: el detrimento de la salud mental, la salud física.
–Háblanos sobre la forma en la que trabajaste la puntuación en El Tonaya no perdona.
–El lenguaje es una de las cosas que más me interesan. En este caso decidí escribirlo con minúsculas porque creo que la historia tenía que contarse desde su… La forma tenía que ser de la misma materia del contenido. El contenido es desgarrador. Debía de construir trozos de calle, intentando acercarme al lenguaje, a una puntuación. La forma también es contenido. Así lo intenté, por eso no contiene mayúsculas, por eso las oraciones son muy cortas, por eso los capítulos son cortos, por eso las cosas se dicen de una menea, con un lenguaje arrabalero.
–¿Cómo hablar con alguien que se está deteriorando, al que le está llegando la muerte más rápido?
–La cosmovisión que construye alguien en situación de calle es una cosmovisión completamente diferente a la nuestra. No le temen a la muerte en absoluto. Saben que en algún momento llegará, pero quizá llegará como consuelo. La lista de valores o principios que los rige no tiene que ver con la nuestra. Su normativa o fe está puesta en otro lugar. Ese lugar es un lugar alterado de conciencia. Nosotros desde aquí no podemos observado, verlo. Saben que la muerte es consecuencia, pero no hay temor. Al escuadrón de la muerte le importa muy poco lo que ocurra de este lado de la realidad. De este lado de la realidad sólo quieren 10 pesos para completar para el otro pomo de Tonayán.
–Es claro que en tu novela hay una crítica social. ¿Crees que la literatura tiene la obligación de hacerla o sólo es una consecuencia de los temas que se tocan?
–Ningún autor puede ser ajeno a su contexto. El Tonaya no perdona no pretende ser un estudio sociológico o antropológico. Es una pieza de ficción. Se construye un universo alternativo, un universo centrado a la gente que vive en situación de calle.