Durante una carrera literaria de más de medio siglo, la pluma de Ngugi Wa Thiong’o ha brindado novelas tan célebres como Un grano de trigo (1967) o El brujo del cuervo (2006), numerosas obras de teatro y cuentos, unas memorias de muy deliciosa lectura y, cómo no, ensayos tan memorables y críticos como Descolonizar la mente (1986).
Por Pedro Alonso
Nairobi, 20 de abril (EFE).- Tan alto pone el listón de su literatura, que el escritor keniano Ngugi Wa Thiong’o, eterno aspirante al Premio Nobel y leyenda viva de las letras africanas, asegura a Efe que quiere «competir» con genios como Miguel de Cervantes.
Esos pensamientos -y muchos más- revela un animado y locuaz Thiong’o durante una entrevista en Karen, el frondoso barrio de Nairobi bautizado en memoria de la novelista danesa Karen Blixen, que regentó allí una granja de café e inmortalizó sus vivencias en Kenia en el conocido libro Out of Africa (Memorias de África).
Thiong’o, que le tiene especial ojeriza a Blixen por considerarla «racista», ha venido de visita a su país desde Estados Unidos, donde se exilió en los años ochenta huyendo de la dictadura del presidente keniano Daniel Arap Moi y donde actualmente trabaja como profesor distinguido de Inglés y Literatura en la Universidad de California.
Durante una carrera literaria de más de medio siglo, su pluma ha brindado novelas tan célebres como Un grano de trigo (1967) o El brujo del cuervo (2006), numerosas obras de teatro y cuentos, unas memorias de muy deliciosa lectura y, cómo no, ensayos tan memorables y críticos como Descolonizar la mente (1986).
Sentado en un sillón marrón bajo un árbol cuyas hojas mece una suave brisa en el jardín de una casa de Karen, «el profesor», como sus paisanos le llaman con cariño, dialoga con Efe sobre el huidizo Nobel, su encarcelamiento en Kenia o su querida y maltratada África.
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–Cumplió 81 años en enero. ¿Qué tal se siente?
–Me siento bien. Sólo que cuando llegas a los 81 años, la mente te dice «estoy muy bien», pero el cuerpo dice lo contrario. Hay un conflicto entre la mente y el cuerpo. Los mensajes que me envían son muy diferentes.
–¿Cómo un niño de familia humilde como usted, que caminaba descalzo diez kilómetros diarios para ir a la escuela, se convierte en escritor de clase mundial y en mito de la literatura africana?
–Yo crecí en una familia grande con un padre con cuatro esposas y varios hermanos. Era un ambiente muy rico en interacciones humanas. Y eso fue muy importante en mi vida, especialmente las historias que se contaban por las noches. Mis raíces como escritor se remontan a esas noches de cuentos.
–Su madre ejerció una gran influencia en usted, ¿verdad?
–Sí, tuvo un gran impacto. Mi madre, que no podía ni escribir ni leer, me mandó a la escuela. Y entonces descubrí que yo mismo podía contar historias. Eso era fantástico porque podía leer el Viejo Testamento, el único libro disponible en gikuyo (la lengua de su etnia kikuyu, mayoritaria en Kenia) como traducción.
–¿Fue ese el primer libro que leyó usted?
–Sí, había un libro de texto en gikuyu, pero después estaba el Viejo Testamento.
–¿Leyó ese libro como una obra religiosa?
–No, lo leí como un libro mágico. Los relatos eran tan mágicos, que nunca se olvidan. ¿Quién puede olvidar la historia de Jonás en el vientre de la ballena?
–Su vida no ha sido fácil. En 1977, en la Kenia postcolonial, fue detenido y encarcelado sin cargos. Y no fue arrestado por colonos británicos, a quienes usted combatió siempre, sino por sus compatriotas. ¿Cuán traumática fue esa experiencia?
–Fui detenido por una obra que hicimos en gikuyu, I will marry when I want (Me casaré cuando quiera). La obra fue prohibida por el Gobierno keniano en noviembre de 1977. Y el 1 de diciembre de 1977, policías armados vinieron a por mí a medianoche y me llevaron a la prisión de máxima seguridad de Kamiti (Nairobi). El Presidente entonces era Jomo Kenyatta, nuestro primer presidente. Pero la persona que firmó los documentos de mi detención fue Daniel Arap Moi, porque él era entonces el ministro del Interior.
–¿Esperaba usted esa reacción?
–No. Fue la cosa más inesperada de mi vida. Jamás pensé que podía ir a la cárcel por mis libros o mi literatura o cualquier cosa. Porque no quería hacer nada malo. Para nosotros, la cárcel era algo terrible.
–¿Fue la independencia de Kenia una decepción para usted?
–¡No, no, no! La independencia fue muy importante.
–¿Esa Kenia independiente que le detuvo era su país soñado?
–No hay nada tan horrible para un ser humano como ser controlado por otra gente, como los colonos. La independencia abrió una nueva era. Pero una nueva era llega también con sus propias contradicciones y problemas.
Nuestra independencia en Kenia no nos la dio nadie, nosotros luchamos por ella. ¿Y quién luchó por ella? El keniano corriente bajo la bandera del Ejército de la Tierra y la Libertad de Kenia.
Mi crítica tras la independencia es que desarrollamos una nueva clase, de forma que (se marginó a) los campesinos, la gente corriente que eran la columna vertebral de la lucha armada en los bosques, en las aldeas. Las políticas que aplicamos no significaron el empoderamiento del campesinado en su conjunto.
Mi preocupación ha sido la brecha entre la nueva clase social (…), que no era independiente del Occidente corporativo, y la gente corriente.
–En la cárcel decidió abandonar el inglés como idioma de su trabajo creativo. ¿Por qué?
–Fui detenido y encarcelado por unirme al campesinado para representar una obra en gikuyu sobre el empoderamiento de la gente.
–Un gobierno africano me encarceló por escribir en una lengua africana. En prisión, me pregunté por qué ocurría eso. Y empecé a pensar en el tema de los idiomas en la historia, el fundamento colonial de la desigualdad de poder entre las lenguas. Y me di cuenta de un fenómeno muy interesante: allá donde ha habido un poder colonial, la primera cosa que destruye o controla es el idioma de la gente. El idioma es crucial para el colonialismo y el imperialismo.
Y quise escribir una novela en la cárcel en el idioma gikuyu como ejemplo de mi resistencia. Y escribí mi primera novela, Devil on the cross (El diablo en la cruz), en papel higiénico.
–¿Cómo se las apañó para escribir un libro en papel higiénico?
–Bueno, era el único papel disponible. Entonces ese papel no era tan suave como el que se anuncia hoy en televisión. Aquel papel era un poco áspero. Yo bromeaba con que estaba hecho para castigar a los presos. Era muy buen papel para escribir. Y podías conseguir un bolígrafo si hacías una confesión de tus pecados ante el Gobierno.
–Estamos en Karen, lugar de reminiscencias literarias al llevar el nombre de Karen Blixen. ¿Qué opinión le merece esa escritora?
–Es una buena literata. He escrito mucho sobre ella por el retrato racista que hace de los africanos. Ella amaba a los africanos de la misma manera que amas a una mascota. Los seres humanos quieren a las mascotas siempre y cuando éstas sigan siendo mascotas. Así es como ella quería a los africanos.
–Blixen aspiró al Nobel de Literatura. Y usted figura entre los favoritos desde 2010, pero el premio se hace de rogar. ¿Qué pasa con la Academia Sueca?
–No tengo ni idea de quién integra el jurado, ni de cuáles son los factores para hacer la selección de quién quieren que sea el ganador. Sin embargo, hay algo que me agrada mucho y de lo que estoy muy orgulloso: recibo tantos mensajes de todo el mundo, de personas que me preguntan sobre el Nobel. Me desean lo mejor. Lo llamo el Nobel del corazón. Y, de verdad, lo que aprecio es ese Nobel del corazón porque viene del corazón de la gente.
–Si le concedieran el Premio Nobel, ¿lo aceptaría?
–Sí, ¿por qué no? Especialmente ahora que escribo en gikuyu, una lengua africana. Lo aceptaría como un elogio, un gesto hacia las lenguas africanas.
–El último autor negro de África en ganar el Nobel fue el nigeriano Wole Soyinka en 1986. ¿Es hora de reconocer a un africano?
–La clave para nosotros como escritores, o al menos para mí, es seguir escribiendo. Yo quiero escribir el mejor libro posible. Esa es mi motivación. Si los premios llegan, como reconocimiento, son bienvenidos. Pero yo no escribo para ganar premios. Escribo para producir lo mejor y poder competir con todos los escritores. Yo quiero competir con Cervantes, por ejemplo. O con García Márquez, Shakespeare, Tolstoi…Esos son mis estándares.
–África, su gran pasión, sigue con dificultades para despegar como continente. ¿Tiene aún el colonialismo la culpa?
–Sólo el pueblo africano puede salvar a África. Pero para salvar a África, tiene que tomar el control de sus recursos: su oro, sus diamantes. África debe dejar de ser el donante interno de Occidente. Tenemos que controlar nuestros propios recursos, y entonces podremos interactuar con Europa y el mundo sobre la base de dar y tomar en situación de igualdad.
–La corrupción en África también frena el desarrollo, ¿no?
–Por supuesto, es parte de nuestros problemas. No estoy diciendo que los africanos no tengan culpa alguna. Tenemos culpa porque debemos asumir la responsabilidad del continente.
–Hablemos de su nueva novela, Las nueve perfectas: la historia de Gikuyu y Mumbi, recién publicada.
–Es la primera epopeya en gikuyu. Estoy muy orgulloso de eso. Las heroínas son las nueve hijas de Gikuyu y Mumbi (legendarios patriarca y matriarca, respectivamente, de la etnia gikuyu). Hablo de las primeras feministas, un mundo en el que las mujeres no dicen «No puedo hacer esto porque soy una mujer». Aún creo que si el patriarcado, el colonialismo, el catolicismo y otras cosas oprimen a las mujeres, su liberación será la liberación de todos.
–Tras publicar esa obra y a sus 81 años, ¿tiene aún sed de más literatura?
–Mi mejor libro es aquel que todavía no he escrito. Durante toda mi vida he buscado ese libro. Espero seguir escribiendo hasta que lo encuentre…