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Alma Delia Murillo

20/04/2013 - 12:00 am

Apología del piropo

Que levante la mano la mujer que no ha escuchado nunca alguna de estas tres máximas: Estás bien buena. Estás bien rica. Estás bien sabrosa. Gracias, veo un desierto frente a mí y ninguna mano levantada. Señores: no me propongo regañarlos, francamente no concibo el amor ni el deseo sin palabras, pero si nos jactamos […]

la Maja Vestida Francisco De Goya imagen Tomada De La Red
«La maja vestida», Francisco de Goya. (Imagen tomada de la red.)

Que levante la mano la mujer que no ha escuchado nunca alguna de estas tres máximas:

Estás bien buena. Estás bien rica. Estás bien sabrosa.

Gracias, veo un desierto frente a mí y ninguna mano levantada.

Señores: no me propongo regañarlos, francamente no concibo el amor ni el deseo sin palabras, pero si nos jactamos de ser el único mamífero parlante, hagámoslo dignamente. Me pregunto, ¿es que no se saben otro piropo más bonito, más creativo, más ingenioso? Porque los tres que acabo de citar son aburridísimos. Y dan cuenta de una sola cosa: los hombres piensan que las mujeres somos comida. Pues les notifico que no somos platillos que están ricos o sabrosos, no. Superemos por favor la etapa de concebir a la mujer como la eterna madre nutricia. El erotismo puede cabalgar por otros rumbos, por infinitos e insospechados rumbos. Se los aseguro.

La vida –de cuyo humor negro nadie escapa- me ha impuesto la superación de un karma. Les cuento: trabajo en una zona en permanente construcción, la H. Plaza Carso en Polanco que bajo el presupuesto todopoderoso de Slim, está en interminable levantamiento de edificios, complejos habitacionales y lujosas aldeas posmodernas. Sumemos a ello que tres de mis vecinos están remodelando sus casas y, para rematar, en los Viveros de Coyoacán donde corro regularmente, el edificio del DIF que queda justo al lado está también en reconstrucción. El resultado: vivo rodeada de albañiles. Razón por la que mis trayectos de todos los días presentan un trance difícil, un complicado momento en el que mi corazón se acelera, me sudan las manos y se me seca la boca. Trato de solventarlo jalándome el vestido, poniendo cara de estoicismo y cruzando por la acera contraria o rodeando la zona. No exagero si les digo que es una prueba heroica.

He hecho de todo. Desde increparlos contestando vulgaridades que jamás estarán a la altura de las que ellos profieren, regañarlos mediante una suerte de chantaje pedagógico con el socorrido: ¿le gustaría que le hicieran lo mismo a su mamá o a su hermana?, hasta intentar una explicación razonable –pobre de mí- para que entiendan porqué es ofensiva su conducta.

El caso es, queridos lectores, que una no está a salvo ni cuando llega la oficina, no, de ninguna manera. La sabroseada de la que se puede ser objeto en los elevadores, la cafetería y los pasillos es tal, que varias veces he estado a punto de pedirles que me regresen la falda que me quitaron con los ojos o hasta he considerado hacerme una prueba de embarazo después de estar relativamente cerca del cuerpo de alguno de esos zombis Godínez (perdón por el pleonasmo). Lo peor es tolerar el clásico comentario entonado con detestable lujuria oficinera: “Te ves muy bien hoy, Almita, eh”.  Sólo de acordarme se me eriza la piel.

Pareciera que no hay remedio ni esperanza, es como si para los albañiles fuese un obligado ejercicio de disciplina y para los Godínez una respuesta proveniente de alguna extraña configuración de su cerebro que los rebasa. Ambos gremios llegan a su culmen no sólo de la falta de respeto, sino de la falta de inteligencia, con el inigualable: ¡Tssss!

Leyeron bien: ¡tssss! Vas caminando y escuchas un sonoro ¡tssss!, una onomatopeya que emula el sonido de las carnes cuando se colocan sobre el asador. No jodan, en serio. Hasta el más protozoario de los organismos podría concebir una expresión tantito más elaborada.

Así que visto el panorama y después de mis aguerridos intentos he llegado a la conclusión de que no hay modo de modificar esta conducta. Dimito de mi cometido personal.

Declarada mi rendición, sólo me queda hacer de esto un ejercicio espiritual. O una apología. Y reírme a modo de catarsis. ¿O qué va a hacer una?, ¿esconderse?, ¿no ponerse ese vestido que la primavera descuelga del clóset y, cual hada madrina, deposita amorosamente en nuestras manos?, ¿engordar?, repito: ¡¿engordar?!  No. Ni esconderse ni dejar de usar vestidos ni engordar, el cuerpo no tiene la culpa. (O sí la tiene pero en el sentido biológico y no vamos a entrar en esas honduras, hoy no).

Por ello les propongo, hombres necios que sabroseáis a la mujer sin saber que sois la ocasión del romance que frustráis, que hagamos un taller de creación de piropos más sofisticados. Algo que refleje cierto bagaje cultural o, por lo menos, ingenio y simpatía.

Asumiendo que cuento con su benevolencia y que me perdonan, me permito sugerir algunas guarradas construidas a partir de reconocidos pasajes literarios.

Empezaré con Cervantes: En un lugar de tu cuerpo de cuya forma no puedo olvidarme…

O algo más latinoamericano (perdóname, Rulfo): Vine a colmarla de caricias porque me dijeron que acá vivía el agua que mojaría mi páramo.

Uno contemporáneo y sabinero: Y venirme contigo si me encamas, y encamarme contigo si te vienes. Porque el ardor cuando no muere, mata. Porque ardores que matan nunca mueren.

En honor a Monterroso: Cuando despertó, mi animalito se volvió dinosaurio porque todavía estabas allí.

O de plano pongámonos bíblicos: En el principio Dios creó los cielos y tus tetas.

Les garantizo un incremento brutal en la concreción de sus intentos seductores si cambian el “tssss” por alguna frase como las que acabo de citar. O les devolvemos su dinero.

Pero ya basta de mis tonterías y mi insolencia. Dejo abierto el espacio para que ustedes deslumbren con sus propuestas, puede que sean tan buenas, que consigan que la maja de la foto se desnude.

@AlmaDeliaMC

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