Los 15 mexicanos deportados de Estados Unidos buscan rehacer su vida en la tierra que los vio nacer, pero se enfrentan a una serie de obstáculos: vivienda, comida, asesoría legal y trabajo. El Congreso federal autorizó a través del Programa de Apoyo al Empleo alrededor de tantos millones de pesos para ellos. Sin embargo, este presupuesto apenas alcanza para cubrir a alrededor del 5 por ciento del total. «¿Por qué no exigimos que el gobierno ayude a impulsar un seguro para deportados?», reclaman. “Que lo tomen de nuestras remesas en automático como una aportación de ahorro para el retiro o algo así», proponen.
Por Gardenia Mendoza
Ciudad de México, 20 de febrero (SinEmbargo/LaOpinión).– Lejos quedó la mañana en que 15 deportados de Estados Unidos a la capital mexicana se vieron por primera vez entre galletas y café, desconfiados porque el jefe de gobierno, Miguel Mancera, les entregó las “Llaves de la Ciudad” como un símbolo sobre el que aún no saben muy bien el significado pues siguen sin trabajo, en casas de parientes, lejos de los hijos.
“El retorno es duro”, coincidieron entonces y todavía lo creen dos meses después de aquel primer encuentro en el Museo Franz Mayer, donde hoy conviven en el exterior, en una placeta externa que se ha convertido en una especie de oficina de este peculiar grupo integrado exclusivamente por repatriados que buscan una solución concreta a sus problemas.
No es el lugar más confortable de la urbe para organizarse: compiten por los bancas y espacios de discusión contra vagabundos y marihuaneros, pero al menos queda cerca del metro Bellas Artes y los miembros no tienen que gastar mucho en transporte: por ahora todos sobreviven con el seguro desempleo de alrededor de 150 dólares mensuales que les da el gobierno de la ciudad por seis meses.
De todos modos lo importante es verse una vez por semana y aunque no siempre logran estar todos, los que asisten avanzan para integrar una agenda que los ayude a ellos y a los que vienen. “Esto ya no va a parar”, dicen sin dudas porque desde antes de la victoria de Donald Trump como Presidente de Estados Unidos, Barack Obama deportó a tres millones.
“¿Por qué no exigimos que el gobierno ayude a impulsar un seguro para deportados?, sugiere Ana Laura López, de 41 años, deportada de Chicago, donde vivió 15 años, donde dejó a sus cuatro hijos.
“Que lo tomen de nuestras remesas en automático como una aportación de ahorro para el retiro o algo así. No queremos nada gratis, pero sí que el migrante tenga la opción de un colchón al llegar a México si lo echan de Estados Unidos, incluso muchos si tienen esta protección podrían regresar de manera voluntaria”.
El grupo coincide en que las primeras necesidades al retornar a México es vivienda, comida, asesoría legal y trabajo.
Eleazar Hernández, de 48 años, aterrizó hace cuatro meses a la capital mexicana tras dos décadas en Wisconsin. Allá dejó dos hijas de 18 y 23 años (ambas indocumentadas), allá mantiene una demanda legal contra una empresa que no lo indemnizó tras un accidente se dañó tres cervicales y allá perdió una casa que estaba pagando y ya se la quitó el banco.
“¿Qué va a ser de nuestros patrimonios allá”, se pregunta levantando levemente un bastón con el que se ayuda para caminar, sin abogado para una respuesta porque no existe ningún programa de apoyo para asesoría legal.
Eleazar se considera un buen constructor y chef –dos oficios que desempeñó toda su vida en Estados Unidos- sabe cocinar comida griega, italiana y mexicana. Junto con Gustavo Lavariega, de 42 años, es uno de los más entusiastas para hacer un restaurante en cooperativa, entre los integrantes del Club de Repatriados, dadas las condiciones económicas.
El congreso federal autorizó a través del Programa de Apoyo al Empleo alrededor de tantos millones de pesos para los deportados. Sin embargo, este presupuesto apenas alcanza para cubrir a alrededor del 5 por ciento del total por lo cual la Ciudad de México optó por dar los dineros a proyectos grupales.
“Yo tomé cursos en Estados Unidos para el manejo de alimentos, de Serve Safe, y puedo aportar mucho al grupo”, dice Lavariega con el ánimo en alto para dejar de vivir en casa de su hermano, donde se siente cómodo, pero sueña con ser independiente desde que lo deportaron de Wala Wala, Washington, tras 17 años.
Ana Laura tiene a ratos muchas dudas sobre trabajar en conjunto para un restaurante porque su plan de negocios está más relacionado a la reflexología y el reiki, en los masajes para mejorar cuerpo y alma, aunque estaría dispuesta a ser parte del proyecto de sus amigos porque han sido su “terapia”, “su sostén” para sobrellevar la deportación.
En tanto consolidan sus negocios, algunos días salen de brigada a terminales y eventos de la ciudad donde reciben a repatriados a quienes invitan a unirse al grupo y les entregan sus propias camisetas del club y papeletas con la leyenda explícita: “Deportados Unidos en la Lucha”.