Biani López-Antúnez, una de aquellas pequeñas, escribió un claro documento incriminador contra el sacerdote Fernando Martínez que no había sido divulgado hasta ahora, cuando la orden vuelve a encontrarse en el centro de un escándalo sobre abusos y encubrimiento.
Por María Verza
CIUDAD DE MÉXICO (AP).— Todo empezó a descubrirse en el baño de niñas de una escuela de Cancún en 1993. Cuatro o cinco alumnas de primaria cuchicheaban en secreto con caras llorosas.
Beatriz Sánchez, entonces maestra de inglés del colegio Cumbres, regido por los Legionarios de Cristo, se dio cuenta de que algo pasaba cuando una de las mayores entraba y salía del baño. “Cuando me acerqué me dijo: miss, cada vez el padre se lo está haciendo más fuerte a las más pequeñitas y ya no queremos que pase eso con ellas, por favor ayúdenos”.
Como no se atrevieron a decir más, Sánchez, ahora de 63 años, las instó a hacerlo en una carta para ella y otra maestra.
Biani López-Antúnez, una de aquellas pequeñas, escribió un claro documento incriminador contra el sacerdote Fernando Martínez que no había sido divulgado hasta ahora, cuando la orden vuelve a encontrarse en el centro de un escándalo sobre abusos y encubrimiento.
La presentadora de televisión Ana Lucía de Salazar reveló en mayo los abusos que había sufrido por parte de Martínez en la escuela de Cancún, así como los esfuerzos de la jerarquía de la Legión de Cristo por ocultar las agresiones. Las revelaciones han golpeado a la orden en su feudo tradicional, México, y arrojado una sombra sobre las prestigiosas escuelas privadas que son su principal fuente de ingresos.
Su historia, que ha acaparado titulares en México, llevó las autoridades católicas mexicanas a condenar los abusos y el encubrimiento de los crímenes.
También animó a hablar a otras víctimas, como López-Antúnez, que el 14 de mayo de 1993 había concluido su carta con una petición que mostraba el miedo a revelar lo que les estaba sucediendo: “P.S. Es un secreto entre miss Lorena y yo”.
“El padre nos empezó a tomar confianza y pensó que éramos muy tontas y que podía hacer lo quisiera con nosotras”, puede leerse del puño y letra de una niña de 10 años. También cuenta cómo Martínez empezó a besarlas y cargarlas entre las piernas. “Cuando llegó a la boca nos preocupamos en serio”.
La niña le contó a su madre, Irma Hassey, lo sucedido con Martínez. No dio muchos detalles y Hassey no se atrevió a preguntar demasiado, pero supo lo suficiente para llamar al superior de los legionarios quien, al día siguiente, apareció en su casa pidiendo perdón, rogando su silencio y ofreciendo sacar al sacerdote de Cancún al día siguiente.
También le preguntó si existía un carta que ella entonces desconocía. “Luego descubrí que le interesaba saber si quedaban documentos escritos como pruebas”, señaló.
Más de 25 años después, Hassey entendió que tanta celeridad en sacar a Martínez de la escuela se debía a que ya se habían acumulado muchas denuncias, incluida la de Ana Lucía Salazar, y que la suya fue solo la gota que colmó el vaso. Hassey dijo avergonzarse de haber aceptado entonces las disculpas del superior de Martínez y, sobre todo, de haber aceptado su pacto de silencio.
Sólo cuando Salazar habló públicamente, Hassey supo que sus heridas secretas no eran únicas. El testimonio de Salazar hizo que su hija y otra alumna del Cumbres, Belén Márquez, también hablaran públicamente en noviembre en una conferencia de prensa.
“Sufrí abusos de los 8 a los 10 años. Fueron abusos graduales, continuados y no solo abusó de mí, sino que también fui obligada a ser testigo de los abusos de otras niñas”, dijo López-Antúnez ante las cámaras con la voz temblorosa. Solo entonces su madre, sentada entre la prensa, supo que no había sido un horror puntual, sino que, durante más de dos años “estuve dejando a mi hija en la puerta de un violador”.