Alma Delia Murillo
19/11/2016 - 12:00 am
Las cosas son como son
Despiertas y —qué caso tiene negarlo— estiras la mano no para abrazar al cuerpo amado, sino para revisar tu inseparable Smartphone. Tu teléfono, esa compañía omnipresente que te contiene y sabe todo de tu saldo bancario, tus deudas, tus relaciones, tus viajes, tus crisis familiares, tu pornografía y tu trabajo, te dice que ha empezado […]
Despiertas y —qué caso tiene negarlo— estiras la mano no para abrazar al cuerpo amado, sino para revisar tu inseparable Smartphone. Tu teléfono, esa compañía omnipresente que te contiene y sabe todo de tu saldo bancario, tus deudas, tus relaciones, tus viajes, tus crisis familiares, tu pornografía y tu trabajo, te dice que ha empezado un nuevo día.
Como eres un adulto responsable, revisas el correo para ponerte al tanto con los pendientes laborales y te encuentras con una veintena (tal vez más) de mensajes que te invitan a comprar porque ha llegado el Buen Fin, una suerte de misterio metafísico que se presenta antes del principio del fin de año (ayúdanos, Cronos).
Hay tres opciones: o te desternillas de risa con los mensajes recibidos, o te tiras a una conveniente depresión posmoderna o te pones a comprar bajo el influjo diabólico que se apodera de ti.
Yo he sido invitada a comprar salud por un laboratorio que sabe tanto de mi condición hormonal y hepática como crediticia, debajo hay otro correo aún sin leer con el alarmante asunto “ÚLTIMAS HORAS compra tu laptop y una Smart Tv”, el siguiente me excita hablándome de seducción para que sucumba ante un par zapatos, uno más me recuerda que la silla de mi sueños tiene 50 por ciento de descuento, otro me dice que las piezas para sobrevivir al invierno ya llegaron e inevitablemente pienso en esas mujeres que llevan un bóvido salvaje por abrigo ¿sobrevivir al invierno se tratará de cazar a un mamut o a un bisonte del color de la temporada?
Y la lista sigue, tan disímbola como ridícula, tan hilarante como irritante, tan no mamen en qué momento cometí la estupidez de darle mi cuenta a tantas tiendas.
Mi respiración se va tornando taquicárdica a ritmo de aprovecha, últimos minutos, promociones únicas, obtén 40 por ciento de descuento, obtén 50 por ciento de descuento, obtén 30 por ciento en puntos, obtén un accesorio gratis. Porque obtener es el verbo, es el alfa y omega, el principio y el fin.
Obtengamos pues, pero, oh dioses, cuál de todos los correos abriré: ¿me voy de viaje? ¿estreno zapatos? ¿obtengo el mamut barato? ¿me mido el colesterol a mitad de precio o compro la playera deportiva de mis sueños?
Lo cierto es que todos esos objetos no son los de “mis sueños” ni son “justo lo que necesitaba”, son sólo el vicio moral de mi tiempo.
Creo que la palabra hiperconsumismo se queda corta para esto que hacemos. Hay una narrativa preciosa en cómo vamos transitando estos tres conceptos que, perdonen sus mercedes que los ponga en inglés, pero es así como han colonizado al mundo entero: del E-commerce donde la E es de Electrónico, pasamos al Omni Channel donde el prefijo Omni se refiere al todo, a la totalidad; y ahí les va lo más nuevo, el U-commerce donde la U es de Ubiquitous, sí el atributo divino de la ubicuidad. O sea que el consumo es Dios que está en todo momento y en todo lugar al mismo tiempo. Con razón nos hemos entregado a él en cuerpo y alma, al más puro estilo de la experiencia mística con la deidad suprema.
No es que venga a corregirle la plana a nadie porque somos todos muy libres de hacer con nuestro dinero lo que nos venga en gana; que viva la felicidad del hiperconsumismo, el omniconsumismo y el consumismo ubicuo. Pero, pero, pero. No podemos negar que hay un vicio moral en esto, que nuestra manera oligofrénica de comprar trae consecuencias, que valdría la pena parar y preguntarnos por qué lo hacemos.
Ocho millones de toneladas de plástico llegan a los mares y océanos del planeta cada año (Estudio publicado en Science), y el 94 por ciento de los ríos en México están contaminados (Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM). Las imágenes son desoladoras, ahí están los desechos de nuestra felicidad obtenida al 50 por ciento de descuento.
Hay una novela de Georges Perec, publicada en 1967 pero que bien podría ser una publicación de ayer, se llama Las Cosas. Aquí va un fragmento: “Al día siguiente se encerraban en casa, haciendo dietas, mareados, abusando de cafés y pastillas efervescentes. No salían hasta caída la noche, iban a comer a un snack bar caro un steak sin guarnición. Tomaban decisiones drásticas: no fumarían más, no beberían más, no derrocharían más dinero. Se sentían vacíos y estúpidos”
Y sí, sintiéndome vacía y estúpida, lo único que alcanzo a concluir es que las cosas con como son, los pendejos somos nosotros por dejar que nos gobiernen.
@AlmaDeliaMC
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