Marcaron las 13:14 horas del 19 de septiembre en el Multifamiliar de Taxqueña, en la Delegación Coyoacán, y el movimiento del piso provocó fracturas en la torre 1-C… segundos después cayó frente a decenas de automovilistas.
Hoy, 30 días después, la escena es diferente aunque los protagonistas son los mismos, e imperó el silencio. La Calzada de Tlalpan se paralizó. Rescatistas y rescatados se abrazaron, celebraron la vida y honraron a sus muertos con un largo memorial y un pase de lista.
Ciudad de México, 19 de octubre (SinEmbargo).– Dieron las 13:14 horas del 19 de octubre en el Multifamiliar de Taxqueña, en la Delegación Coyoacán, y las familias marcharon sobre Calzada Tlalpan como un homenaje a las víctimas del sismo, nueve de los suyos entre ellas.
El movimiento telúrico de 7.1 grados quebró la estructura del edificio 1-C de la Unidad la tarde del 19 de septiembre, y Fátima del Rosario Basurto, Julian Andrés Astudillo Flores, Jimena Lora Flores, Angelica Susana Ruiz Covarrubias, Carla Sabrina Almazán Ruiz, Yoshua Brandon Almazán Ruiz, Viridiana Lucero García Guzmán, María del Carmen Zerón y Miguel Hinojosa Cruz perdieron la vida entre los escombros.
Familiares de víctimas y vecinos que perdieron sus patrimonios homenajearon a sus conocidos y hoy, ya de pié y de frente, se reunieron con los rescatistas Miguel Ángel López, Ricardo Zarco, Brayan Humado Osorio, Emanuel Onorato Navarrete, Andrea Esteves Rodríguez, Marco Antonio Ochoa, Jesica, Saúl Zarate, Jenifer, Osvaldo, y Luis Miguel Sánchez, y se fundieron en un abrazo fraternal a algunos cientos de metros de la destrucción.
Sonó la canción “Es tiempo de despedirse». Y, con los rescatistas arropados, corrieron lágrimas y muestras de apoyo. Ellos y ellas, cubiertos de cascos y cegados entre el polvo de los restos, intentaron que la esperanza de vida no se esfumara los días posteriores al 19. Hubo despedidas, y rostros quebrados. Y las lámparas, ahora apagadas, brillaron cada vez que alguno de los uniformados miró hacia arriba para intentar detener el llanto.
Patricia, abuela de dos niños que murieron, agradeció a los que abandonaron sus fuentes de trabajo y corrieron a ayudar: “Al que andaba entregando pan, al doctor de la farmacia y su hijo, que trataron de sacar a mis nietos en cuanto se enteraron que ellos estaban ahí, los de la nueva panadería en Peñón y San Antonio, a Marisol, que intentó quitar piedras”.
Hubo tiempo también para los héroes de las colonias Educación y Centinela, quienes, de acuerdo a palabras de Marisol Arriaga, integrante del Comité de Vecinos, “se portaron a la altura, no nos dejaron solos y nos siguen apoyando, nos están llevando comidas, no hay palabras, esos son los vecinos y de esa manera vamos a salir adelante. Demostraremos de qué está hecho el Multifamiliar Tlalpan”.
“Nuestra unidad, en la cual habitan 500 familias, sufrió el colapso del edificio 1C, donde nueve personas perdieron la vida, 8 vecinos y un trabajador que se encontraba en el inmueble, y 18 personas fueron rescatadas. Al igual que en el sismo de 1985, las autoridades se vieron ampliamente rebasadas por una sociedad civil que se organizó por sí misma y, como entonces, tuvo que enfrentarse al empeño del poder por concentrar la ayuda”, recriminó la mujer frente a sus vecinos vestidos de blanco.
Minutos después de que el temblor derribara el 1-C, personas de todas las edades, de distintas ideologías y estratos sociales, olvidaron sus diferencias y se concentraron en los restos.
A LOS VIVOS LOS SACARON LOS CIVILES
Tembló. Fernanda Cuevas, quien se hallaba en la torre 4-A, escuchó la alerta sísmica, pero se quedó en stand by. Dudó. Después intentó salir de la estructura. Cayó al piso una y dos veces antes de alcanzar el estacionamiento, desde donde presenció el derrumbre del 1-C.
Sus vecinos y ella corrieron hacia el parque que divide a las casas de la unidad habitacional. Fueron “momentos de terror”. La Calzada de Tlalpan se paralizó, y la gente que viajaba en camiones desde el sur descendieron para comenzar a quitar piedra por piedra.
“Yo no sé de dónde salió tanto chico. Les agradecemos. Llegaron brigadas de niños (jóvenes). Yo creo que de todas las universidad que hay por aquí”, contó Cuevas.
De acuerdo al testimonio de la mujer, si gente salió viva en las primeras horas de los restos, fue por la ayuda de los civiles, pues las fuerzas gubernamentales “arribaron en la noche [del 19 de septiembre]”.
“Ellos [las autoridades] tienen cámaras. Se supone que sabían y, sin embargo, llegaron hasta la noche. Deberían estar más coordinados para estos eventos. Si fuera un familiar de ellos, de inmediato irían a recoger y a arreglar todo. ¿Cómo es posible que aquí somos 500 familias y no nos hagan caso? Hay desconcierto, hay impotencia en los ciudadanos. Yo pago mis impuestos y lo menos que esperaría del Gobierno es una reacción inmediata, y no la hay”, recriminó.
Fernanda, quien hace guardias todos los días a pesar de sufrir hipertensión, señaló que fue una situación que los rebasó. “Todavía estamos muy dañados, psicológicamente, emocionalmente, muy dañados todavía de ver cómo cayó el edificio, de que nos sacaron de nuestras casas y todavía no tenemos respuesta de qué va a pasar. Estamos con esa incertidumbre. Después de un mes seguimos aquí”, dijo.
Ella conocía a “doña Carmelita”, una mujer mayor que ahora comparte su rostro en la ofrenda de las víctimas fatales:
“El primer cuerpo que sacaron fue el de Carmelita. Fue muy fuerte”, rememoró.
-¿Cómo han sido estos 30 días?
-Muy difícil, muy duro. Nos han tocado lluvias, frío, sol. No es lo mismo a estar en casa. He tratado de controlar mi mente, pero pasar junto al edifico (derrumbado), sí sientes muy feo. La nostalgia, la tristeza de que varios de tus vecinos se quedaron ahí. No hay palabras.
GOBIERNO FEDERAL: “¡ESCUCHA!”
Elisabeth Ochoa Mendez, del 2-A, tiene su consultorio frente a la torre que se desplomó. Ese día, y después de que pacientes le cancelaran citas, abandonó las instalaciones y se dirigió a un depósito de material en Portales, en la delegación Benito Juárez. “Se salvó”, contó.
Mendez llamó a su marido, quien le aseguró, entre lágrimas, que estaba bien, pero que el 1-C había caído. Así llegaron dos horas a pie, desde las cuales pudo ver edificios caídos -como el nuevo inmueble levantado en el número 56 de Zapata-. No había forma de avanzar en vehículo.
Ahora, y desde el albergue en las canchas de futbol, aguarda por respuestas que posiblemente podrían llegar en diciembre, tras los estudios que determinen si los edificios deben derrumbarse o no. “Si no puedo volver, entonces ya buscará otras opciones”, señaló.
“Días de contradicción, estás bien. Ves el apoyo de la sociedad civil. Hay momentos de mucha tristeza, dolor. El Gobierno Federal no ha venido, no hemos recibido su apoyo. Queremos tranquilidad, seguridad. Necesitamos que vengan a ver. Que nos hagan caso. Yo sé que en otros lugares están peor, sin embargo, los necesitamos. ¡Escuchen! ¡Vengan!”, expuso.
DEN RESPUESTAS
Patricia Baeza tiene dos departamentos en el Multifamiliar, el 3E, donde se queda su madre, y el 4A, donde vive su hija. Para cuando se enteró del desplome, las líneas de comunicación estaban muertas.
Ella, quien entonó el himno nacional frente al altar de flores, fotos y manos pintadas a un costado de las tablas que ahora recubren el desastre, avanzó entre raites desde el Metro Chabacano, de la Línea 2. Escuchó por radio la noticia, y se alteró: “Mi mamá en uno, y mi hija en otro, sin saber cuál”.
Al llegar vio a la gente haciendo filas y escombro frente al Tren Ligero que conecta a Taxqueña con Xochimilco. “Fue muy triste ver el edificio derrumbado”, lamentó.
En caso de que un peritaje profesional confirme que las torres en las que se ubican sus departamentos están bien, ella tendría que pensarlo. Su hija, quien presenció también la caída del 1-C, tiene miedo y ni de broma ingresaría.
“Tomen en cuenta que en esta unidad habitan más de 500 familias y necesitamos que nos den una solución. Arreglen los edificios. ¿Qué va a pasar con la gente que está sin hogar? Den respuestas rápidas”, determinó.
NO A LOS CRÉDITOS
“Sentí el golpe del sismo”, relató Juan, quien estaba en la torre que cayó. Él salió instantes antes de que las escaleras y los tres últimos pisos se convirtieran en un “sándwich”.
“Salí por el pasillo. Se abrió un hueco. Se reventaron los cristales, tronaron paredes, el piso, no se podía correr, te caías. Sólo pensé en salvarme, brinqué. Había tierra y polvo, la libré”, dijo.
Juan, un hombre mayor, apuró a las autoridades a dar soluciones, pero sin letras chiquitas. Si hay reconstrucción, dijo, que sea sin costo.
“Esperemos que todo se resuelva y el Gobierno no vaya a condicionar la reconstrucción a un crédito”, explicó.