Un trabajo de jaula y pájaros, basado en Todo ángel es terrible, con fotografías de José Antonio Martínez y texto de Ethel Krauze, editado por Revista Artes de México
Por Marco Antonio Murillo
Jaulas
La jaula se ha vuelto pájaro, escribió Alejandra Pizarnik. Leo el verso dos veces, primero a vista de pájaro, luego con los pies sobre la tierra; descubro que la imagen de la jaula, laberinto de aire, siempre ha intrigado. La forma de una jaula recuerda la muerte, obliga a preguntarse: ¿Será que la muerte de un pájaro es una caja con barrotes? Ambos conceptos cumplen con la misma función: despojan al ave de sus alas y extinguen su canto, ese calor solar.
En el citado verso, extraído del poema “El despertar”, se descubre un ángel de doble rostro: la liberación del pájaro y su encierro. La primera trama da cuenta de la apertura de la jaula, mientras que la segunda la reclusión perpetua, es decir, la metamorfosis del ave en jaula y viceversa. No importa con cual interpretación nos quedemos, el pájaro de Pizarnik, por ser revelador de todo un universo poético, es un ángel rilkiano, es decir, un ángel terrible. Pero, antes de continuar: ¿A qué se refiere este concepto? Se trata de una metáfora moderna aparecida en “Elegías del Duino” (1923) del poeta alemán Rainer María Rilke; es su arte poética, una nueva formar de entender el objeto poético como una pluralidad cargada de revelaciones, capaces de conmover al lector.
“Todo ángel es terrible”, no sólo es un verso de Rilke, también es el título del libro de fotografías de José Ángel Martínez, publicado por Artes de México. Su tema es sencillo, numerosas tomas fotográficas de pájaros transitan ante la minuciosa mirada del camarógrafo. Un giro de tuerca complejiza la secuencia narrativa de las imágenes, las aves están muertas: algunas solo caídas, otras desplumadas; no volarán más, su canto es ahora un silencio disecado. Si se canta, ya no es por la salida del sol, a la libertad, sino a la muerte de alas abiertas. La jaula de Martínez no es un enrejado de fierro, sino la inmovilidad de yacer las averiadas alas sobre la tierra.
Pájaros sueltos
En su diccionario de símbolos, Leon Deneb observa que las aves llenan el cielo; nacen, se alimentan y descansan en la tierra. Su cuerpo lo forman en la tierra; su esplendor está en el cielo. Su parte más pesada la suelen constituir las alas, pero con ellas alcanzan su grandeza: el vuelo. La tradición poética moderna que se ha interesado en la ornitología, abreva de las definiciones anteriores para recrear un mundo vivo, a veces lleno de emplumados vientos y brisas de huesos planeadores, otras de reflexivas jaulas o negros y alargados picos que invocan calamidades.
Mientras “Oiseaux” (1963) de Saint John Perse y “Arte de pájaros” (1966) de Pablo Neruda, observan, clasifican, realizan una labor de disecado y estudian poéticamente las aves; “The Raven” (1845) de Edgar Allan Poe, las escucha cantar y presiente un hálito funesto. Ambas formas de abordar el tópico son las dos caras de una sola moneda en caída libre: lo positivo y lo negativo de las aves.
Ninguno de ellos, sin embargo, toca la vena rilkeana que estos animales podrían transportar en sus plumas. Es en este nicho donde la fotografía de Martínez consigue realizar un aporte a la literatura sobre pájaros. A lo largo del libro, el autor reflexiona sobre estos animales, esta vez desde el lugar más vulnerable para ellos, el suelo, la tierra como símbolo de mortalidad. Al retratarlos caídos, extendidos y muertos, los pájaros son extraídos de su simbología, si antes denotaban conceptos como altura y vuelo; ahora significan caída, desplome.
Si la muerte que Martínez invoca es terrible, también es bella. No es la muerte total que descompone el cuerpo, pudre las articulaciones y destruye el plumaje, sino es una muerte iniciando y que a veces pareciera provisional, en otras palabras, los animales podrían despertar de repente y levantar el vuelo. Las aves fotografiadas aún conservan altas tonalidades de calor como cuando aleteaban. Así, encontramos todavía los rojos nervios y las suaves nervaduras en las imágenes del pato, los rayados colores en las plumas del águila, el gallo con el plumaje húmedo, y el pequeño pecho del canario que, apenas inflado, aún convoca los primeros amarillos del sol.
Pájaros sobre un cable
La apertura de “Todo ángel es terrible” es un cuento de Ethel Krauze. Se narra la historia de un contador que viaja a un pequeño pueblo para arreglar los papeles de su cliente. Varias semanas de vivir en el poblado le permiten crear una especie de vínculo con las aves de la zona, a tal punto que estas adaptan sus hábitos naturales a los horarios del contador (dejan de cantar mientras él duerme, por ejemplo).
El último párrafo de la narración me recuerda una de las mejores escenas de “The Birds” (1963) de Alfred Hitchcock: Un medio día, bajo el ojo inclemente de una nube encapotada que se negó a cubrir el sol, los pájaros se aprestaron en sus ramas, al unísono. Y, entonces, ocurrió lo inevitable. El final en suspenso tiene varias interpretaciones. Lo inevitable se refiere a: 1) La huida de las aves del pueblo; 2) el ataque de las aves al pueblo, tal como ocurre en la cinta de Hitchcock; o bien, 3) la muerte de cada una de las aves, es decir, las tomas fotográficas que ha realizado José Antonio Martínez.
Pájaros en la mesa de disección
Una de las virtudes fotográficas de Martínez es su fascinación por jugar con el zoom de la cámara. Mediante este recurso sorprende a su lector con el hallazgo de detalles que, a simple vista, pasarían por invisibles: la textura de las alas, la dureza de un pico, el roto espolón de las patas, los oscurísimos ojos, las salpicaduras negras en un cascarón de huevo o la estrellada yema de éste; así como todo lo que indica pulsiones de vida en las aves, las cuales mencioné en el segundo apartado.
Este fino recurso acerca el oficio del fotógrafo al del poeta; y es precisamente allí donde el verso de Rilke, Todo ángel es terrible, cobra pleno sentido. En una carta a su editor, el Sr. Hulewicz, el poeta alemán explica: El ángel de las elegías es aquella criatura en la cual aparece como ya consumada esa tarea que venimos realizando de transformar lo visible en invisible. El ángel terrible, entonces, es un ente cargado de revelaciones. Revela lo que no está a simple vista del ojo humano (la muerte, el amor, las pequeñas minucias que dan forma a una casa o al paso del tiempo), y con ello se arma de materiales inéditos para explicar el mundo.
Poesía e imágenes son los elementos clave que conjugan el libro de Martínez. Detenerse en una hoja y observar minuciosamente es como imitar las pétreas labores del taxidermista; mientras que pasar y limitarse a mirar de reojo, se parece a hacer volar de nuevo a los pájaros, migrarlos de sitio. Al final de todo, las páginas de “Todo ángel es terrible”, como las aves silenciosas que fotografía, también cantan a través de texturas y detalles; celebran la fragilidad que hay en las alas de vivir, como en la árida tierra de morir.
Ficha biográfica
Marco Antonio Murillo (Mérida, Yucatán, 1986) MFA en Creative Writing por la Universidad de Texas en El Paso. Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos, en 2009. Premio Estatal de la Juventud 2014 en artes. Es Autor de los poemarios “Muerte de Catulo” (La Catarsis Literaria, 2011; Rojo Siena, 2013) y “La luz que no se cumple” (Artepoética Press, 2014). Coautor del libro “Casi una isla: Nueve poetas yucatecos nacidos en la década de los ochenta” (SEDECULTA, 2015). Actualmente es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de ensayo y miembro del consejo editorial de la revista Pliego 16, perteneciente a la misma institución.
Todo ángel es terrible, con fotografías de José Antonio Martínez y texto de Ethel Krauze, Artes de México, Colección Luz Portátil, 2010, está disponible en esta página. Una sección de Artes de México para SinEmbargo.