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Tomás Calvillo Unna

19/07/2017 - 12:00 am

La erosión del Alma

Es el reino de la desnuda violencia como fuente de poder económico y político, criminal en su naturaleza que arrasa y suprime y se convierte en un modelo de conducta.

La Sensibilidad Se Ha Desgastado Ante El Exceso De Información Y De Eventos Que Se Acumulan Día a Día El Dolor Ha Perdido Su Exigencia Implícita De Reformular Las Condiciones Que Lo Expresan Pintura De Tomás Calvillo

Anidar la experiencia en el pensamiento, elaborar la palabra para desplegar la imagen al asumir  el espacio y al hacerlo, pronunciar el lugar.

Hay un registro de todo ello que se resume en la expresión origen. Esto ya no es, no más. Se ha relegado, carece de interés y sentido. Para qué relacionar la  experiencia y el pensamiento, para qué pronunciar la palabra que permite la imagen y encarna el lugar, para qué preservar el origen.

La transmutación del ser humano a la máquina fue un antiquísimo anhelo, propio de la ficción, que hoy se cumple en una realidad trastocada y para millones cada vez más amenazante. Los logros tecnológicos-científicos en la vida cotidiana no han resuelto las inmensas desigualdades y los catastróficos daños a la naturaleza.

La sensibilidad se ha desgastado ante el exceso de información y de eventos que se acumulan día a día. El dolor ha perdido su exigencia implícita de reformular las condiciones que lo expresan.

La violencia predomina con sus diversas máscaras: la del capitalista audaz  y agresivo exaltado como un gran negociador; el del político pragmático cuyo poder justifica todo tipo de infamia, misógino, que oculta sus carencias vitales; la del sicario intelectual que determina cómo gira el mundo en su función de juez inapelable para quien la compasión es repugnante debilidad.

Es el reino de la desnuda violencia como fuente de poder económico y político, criminal en su naturaleza que arrasa y suprime y se convierte en un modelo de conducta.

La arrogancia, es su envoltura en la cultura de los triunfadores que se vende tanto en el campo de la educación como en el laboral. La arrogancia de un saber que no respeta su entorno, que explota hasta sus propios sueños en su sed insaciable por apoderarse de todo lo que encuentra a su paso.

Solo hay que escuchar los discursos de los políticos, de los empresarios poderosos, como pretenden definir la vida de millones, como simplifican ese poder mismo de la naturaleza, como renuncian a la condición humana  de saberse actores de paso bajo la inmensa bóveda del misterio que nos permite estar aquí, por unas cuantas horas medidas en nuestros actos.

Todo está codificado, encapsulado y multiplicado en innumerables formas que se retroalimentan  una a otra. Estamos desapareciendo ya no sólo biológica sino culturalmente. Esta dinámica es ya una carencia, una ausencia.

La acumulación de unos cuantos de forma brutal en sus dimensiones y la masificación del orden cibernético que expone en continuas e inacabables series toda exterioridad, cavan un enorme hueco en el centro de gravedad de la condición humana; la aniquilación del alma caracteriza este complejo y denso periodo  donde la cultura es una sombra del dinero y en el mejor de los casos su cobijo; la cultura como riqueza de la creatividad colectiva se transformó en alienación masiva a la tecnología; triturada cada vez más por el mercado.

El apropiamiento de los sentidos para alimentar la sociedad de consumo extraviada en su propia embriaguez, donde el exceso es su rostro más apreciado, constriñe las facultades primarias del ser y le impide explorar sus propias huellas que le nombran y le otorgan su identidad.

Atrapados en los circuitos programados que se reproducen en diversas escalas y facilitan la llamada interconectividad, elevada a valor supremo, nos reconocemos en un océano de emociones y satisfactores que esclavizan la mente y el cuerpo, cortando los lazos esenciales con la propia naturaleza en la cotidianidad de la vida. La mente está sometida a la inmensa maquinaría de un subconsciente colectivo que es industrializado y procesado en la realidad virtual para incorporar más adictos al mercado de la comunicación e información, carente ya de contexto y contenido.

La escenografía se apodera del espacio y sustituye al lugar posible. En el fondo lo que se busca es aniquilar el alma y con ella al primer y último conducto de la vida.

 

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