En La palabra fragante, cantos chamánicos tzeltales, Pedro Pitarch recopila algunos cantos en lengua tzeltal de los valles de Chiapas. El origen del pensamiento mágico se refleja en las ceremonias, y éstas se forman a partir de los cantos y los rezos. En esta obra, se recopilan los cantos de curación, se muestran en papel las palabras que hacen delgado el velo entre los mundos y permiten la sanación, el nacimiento e incluso la muerte.
Por Mariana Chacón
Ciudad de México, 19 enero (SinEmbargo).- Flores que son palabras, que son cantos y poesía. Flores para narrar y para encantar. Cantos para curar, para rezar, para proteger y agradecer. El lenguaje siempre ha estado involucrado con el pensamiento mágico y las ceremonias religiosas; las palabras invocan, vuelven materiales las ideas, ayudan a que el subconsciente se haga presente y genere cambios en su propio entorno. El ser humano se comunica para entenderse a sí mismo, y, para lograrlo, busca entender el “el otro mundo”. En el chamanismo, las palabras generan vida, son un vínculo con el mundo de los espíritus. Los cantos pertenecen a un estado alterado del lenguaje, el cual ayuda a conectarse con el mundo intangible y desconocido, con la divinidad que espera ser nombrada.
En La palabra fragante, cantos chamánicos tzeltales, Pedro Pitarch recopila algunos cantos en lengua tzeltal de los valles de Chiapas. El origen del pensamiento mágico se refleja en las ceremonias, y éstas se forman a partir de los cantos y los rezos. En esta obra, se recopilan los cantos de curación, se muestran en papel las palabras que hacen delgado el velo entre los mundos y permiten la sanación, el nacimiento e incluso la muerte.
“¿Cómo ha venido? ¿Quién ha sabido ahora?… puede ser alguien del Cerro de las Almas, puede ser una mujer”. En el canto “Locura” o “Ak’ Rawena”, se busca curar un tipo de locura agresiva que es enviada por los espíritus, pues estos se adentran al cuerpo de la víctima. En este caso, las palabras pronunciadas son la enfermedad misma, y así, el lenguaje se alinea con la propia realidad y se vuelve uno.
Las palabras dibujan el mapa de cómo vemos el mundo, y es el puente para ir al otro lado, a lo no terrenal, lo desconocido. Lo que separa a ambos mundos es una diferencia ontológica, es otro plano de la existencia, en el cual los chamanes se sumergen con un estado alterado de consciencia. El mundo de los espíritus no tiene un lugar geográfico, es el cosmos en su estado original, otro tiempo antes de los tiempos, la vida antes de la existencia, que durante la noche se expande y nos invade.
Pedro Pitarch nos da una introducción y acercamiento a esta cosmogonía. Donde los futuros chamanes reciben el libro de cantos gracias a que los espíritus lo otorgan a través de sueños o, como María Sabina, gracias a un trabajo con hongos, y deben aceptarlos en su corazón para hacer uso de ellos. Dicho libro posee todos los cantos y los conocimientos de hierbas medicinales que los propios espíritus le desean entregar al futuro chamán, y así es como poseen el conocimiento de las palabras que atravesarán los mundos y curarán a los demás. La tarea del Chamán consiste en nombrar las enfermedades y los espíritus, las palabras no son una representación de lo exterior, sino que son la realidad misma, y el lenguaje es la enfermedad y la cura.
La relación entre los planos es fluida y se encuentra en continua comunicación; las divisiones son borrosas, podemos ir al país de los espíritus y ellos vienen al nuestro. De esta forma, se dibuja el camino hacia el otro lado, y, a su vez, es el otro lado en sí mismo, ya que los espíritus se traducen con palabras y gracias a esto pueden generar los cambios suficientes en su entorno para sanar y ayudar a su comunidad. Pues las personas acuden a ellos al presenciar alguna enfermedad física, mental o, incluso, espiritual, y el papel del chamán consiste en curarlos y ayudarles por medio de rituales.
En el canto “En el cascabel de la serpiente”, se narra el secuestro del alma de un niño, donde los espíritus, por venganza, toman el alma y la encierran en el cascabel de una serpiente. Entonces, el chamán hace una ofrenda en el altar, a cambio del alma del niño, y, con ayuda, canta para traer de vuelta su alma: “que discurra el tiempo, que termine la noche, que llegue con la mirada abierta, que llegue con oído atento… reconoce tu cuerpo, reconoce tu carne, reconoce tu comida”.
Las palabras sanan, la melodía es el portal que ayuda a los chamanes y los transporta en el espacio y el tiempo. Esta obra recopila y da una imagen de la cosmogonía, la cual, aunque influida fuertemente por el cristianismo, mantiene parte del pensamiento ancestral y rescata una tradición que es esencial en el país.