En Arrebato, de Iván Zulueta, existe un célebre monólogo en el que se afirma aquello de quedarse “arrebatado” ante las imágenes. Una de las publicaciones que más hizo por extender en España aquel “arrebato” por el mundo de purpurina y plexiglás del cine fue Fotogramas. Hemos hablado, en ocasión del 70 aniversario de la revista con Maruja Torres sobre la publicación, el reciente documental que homenajea la cabecera y los males actuales de la prensa cinematográfica.
Por Julio Tovar, para CANINO
Ciudad de México, 19 de enero (SinEmbargo/Eldiario.es/Canino).- Fotogramas acaba de celebrar su aniversario con un documental nostálgico, dirigido por el brasileño Sergio Oksman, donde periodistas y actores cuentan lo que supuso para ellos la publicación. Es interesante que el estreno de este filme, tan necesario para reconstruir la memoria popular de la publicación, haya coincidido con el cierre y despido de la redacción en la capital de Cataluña. Eso da una gravedad a los testimonios, algunos muy brillantes –Enrique Vila-Matas o Maruja Torres-, que quizá los autores no pretendían.
Con ocasión de este notable documental, CANINO ha tenido la oportunidad de entrevistar a Maruja Torres, que contestó a nuestras preguntas con honestidad; todas sus respuestas parecen un pequeño almanaque de viejas Fotogramas como aquellas que miraba Terenci Moix con los ojos empañados en su adolescencia.
– ¿Cómo acaba una chica del Raval interesándose por el cine? ¿Había influencia de alguien en casa?
–Mi madre me llevaba a los programas dobles. Me gustaba mucho el cine y luego además no había televisión, era todo mucho más difícil. Íbamos tres veces por semana y nos llevábamos un bocadillo. Veíamos a veces dos veces o tres la película.
–A falta de más estímulos audiovisuales, ver la película varias veces suponía un buen bálsamo…
–Sí, era maravilloso: para nosotros resultaba así. La primera película solía ser española, luego te ponían el NODO y a veces actuaban artistas de medio pelo. Para que veas lo vieja que soy…
–Mini-operetas…
–Lo llamábamos varietés: un tío cantando flamenco o algo así…
–Varietés suena un poco a rima de Bruguera en la actualidad: “Marina y Laudelino, varietés a lo fino”
–(risas) Yo recuerdo un artista que cantaba “La ola marina que viene y que va…” Esas cosas se te quedan de pequeña. Lo veíamos todo: primero venían las películas españolas y luego las americanas.
–¿Cuándo fue la primera vez que leíste Fotogramas? ¿Era la revista de referencia de aquellos tiempos?
–No había tal cosa como eso “de referencia” en aquellos tiempos. Había lo que podíamos leer. Yo descubrí la revista en casa de unos vecinos que eran bastante más potentes económicamente.
–¿Era un símbolo de estatus comprar la revista?
–No, no para nada, el tema es que no la descubrías así como así. Era una publicación respetable en aquel momento, de la cual oías hablar a los adultos, pero no se compraba en casa. Sin embargo, aquellos vecinos tenían toda la colección y yo iba, me sentaba en el suelo, y leía. Ya sabía leer, empecé muy tempranita a leer en casa e inconscientemente aprendí a redactar. “Fulanito de tal -coma- que protagonizó una película tal -coma-, va a protagonizar la siguiente película -punto-“ (risas). A mí me hacía mucha ilusión, ya que me gustaba mucho el cine y leer sobre los artistas. Mi madre era muy peliculera y eso me lo inoculó…
–Para tus coetáneos generacionales el cine era un “universo paralelo” del cual os escapabais de la miseria del país…
–Por supuesto: era una gran fuente de conocimiento. Yo supe lo que era Nueva York viendo las películas, el gran cañón del Colorado y todo. Roma también. Sabías lo que era un beso con lengua…
–Esas cosas no se podían ver; era inmoral para la dictadura
–No, claro, eso no se podía ver. Uno se conforma con lo que tiene y le saca el máximo partido. También leía libros, quiero decirte, y eso ayudaba mucho a escaparse. Pensaba que había un mundo mejor…
–Terenci Moix habla, a través de imágenes de archivo, de sentirse fascinado, “arrebatado” en la expresión de Zulueta, por las imágenes de la revista ¿Cuáles fueron tus ídolos cinematográficos?
–De los 12 a los 14, en esa primera juventud, yo recuerdo que dejé de creer en Dios con el final de Solo ante el peligro (1952). Porque los domingos por la tarde me tenía que levantar e ir a la capilla de no sé dónde coño para rezar al santísimo. Entonces un día me dije muy mona a mí misma: “si Dios no existe, todo está permitido” y dije “Mamá, no quiero”. Mi madre se llevó un disgusto porque vio que yo no iba para monja. Luego después de eso no hubo reglas para mí… Por aquel entonces era muy fan del cine italiano, de esas mujeres fogosas…
–De esas mujeres que gritan y arman escenas, en el estilo de Arroz amargo del año 1949
–Sí, esas actrices como Anna Magnani o Sofía Loren…
–Orson Welles solía decir que Roberto Rossellini y su cine no tenían mérito al rodar en Italia, ya que allí todos son “actores natos”
–(Risas) ¡Es brillante y es verdad! A esta añado otra: a mi madre le dije “mamá, ¿podemos volver a ver Ladrón de bicicletas?” y ella me dijo “No hija, ya no puedo verla más: es como nuestra vida” (risas…)
–Mejor proyectarse en otras historias…
-Sí. A mí me gustaban mucho las comedias italianas, el cine italiano de antes. Parece mentira cómo ha podido perder tanto este cine: el tipo de La gran belleza, Paolo Sorrentino, me parece un pesado…
–No aparecen ya esos italianos que se salían de la pantalla con su naturalidad…
–¡El verdadero italiano! Yo puedo alardear de haber sido fan de Marcello Mastroianni desde esas películas, La ladrona, su padre y el taxista (1954), y que llegué a estar en su entierro en Roma, en Capitolio. Y todo eso fue gracias a Fotogramas, puesto que unió el periodismo con el cine para mí
–¿Cómo empiezas a colaborar en la revista? ¿Fue iniciativa de la directora?
–Fue astucia mía: yo empecé trabajando en la prensa del movimiento, dónde estaba ya hasta los huevos. Y dije “Voy a entrevistar a Elisenda Nadal como mujer que dirigía Fotogramas” pensando “quedará tan impresionada que me contratará”. Fui y me contrató su madre para una revista del corazón. Elisenda, que no era tonta, me daba encarguillos. Me ganaba el sueldo básico, que llegaba el día 15, y me iba sacando gabelas…
– ¿Cuál era el escritor de la época clásica que más admirabas? ¿Vila-Matas, Terenci Moix, Guarner…?
–Puede que Terenci, pero eran todos muy valiosos. Vila-Matas llegó más tarde, es en la época final dónde eran todos más jóvenes. Admiraba mucho a Terenci, pero también lo hacía con José Luis Guarner, que era un gran crítico, y a Ángel Casas, que llevaba la música ¡coño! ¡éramos moderrrrrnos! (risas)
–Barcelona era lo moderno, mientras que Madrid resultaba lo gris en los años setenta…
–¡Ya me acuerdo! Venían todas las chicas de Madrid a ver si les dejaba algún novio (risas)
–El propio Jiménez Losantos, en su libro de memorias de Barcelona, recuerda que él decide ir a Barcelona por el influjo de Fotogramas y su idea de ciudad moderna…
– ¡Qué cosas lees, cariño! (risas) No tengo nada que decir…
–Pero es buen testimonio de la fascinación que provocaba la Barcelona moderna…
–Sí, sí. Era la gracia, era otra cosa. Ahora nos hemos convertido en unos catetos indescriptibles…
–Ya no está Ocaña…
–Yo creo que las Ramblas murieron el día que murió Ocaña. Murió en plena actuación en su pueblo, además, como la Gilda del Paralelo. Te cuento esta historia del barrio: cuando yo era pequeña se hablaba en mi casa de esta mujer, yo no la conocí, y que había muerto al incendiarse el vestido que llevaba mientras estaba cantando. Existía un regustín moralista, cuando lo comentaban las mujeres, con esas frases: “quién mal empieza, mal acaba…” (risas). Ocaña se quemó en su obra por el sol, por el astro rey.
–Los dadaístas franceses se enteran de esto, un tipo que se consumió en su propia obra, y le ponen una estatua gigante en París…
–Es que es eso. Yo a Ocaña le conocí en las Ramblas cuando no era nadie y vendía frasquitos de perfume. Pasaba y yo le decía “te compro Pachulí o lo que sea si me cantas un Fandango de Huelva…” ¡Y el tío te lo cantaba!
–En los 70 se recuerda la etapa más gamberra de la revista, con Perich o Joan de Sagarra, ¿os daba Nadal tanta libertad como parece? Es impensable ahora las cosas que publicabais…
–¿Tú crees?
–Es difícil ya publicar las gamberradas que se publicaban en aquel tiempo…
–Pero es por pacatería personal. Mira, me viene la gente que hace trabajos de la revista Por favor que me dice “¿Cómo es posible que con Franco publicarais esto?” Yo respondo: “Bueno, es que el límite era que te encerraran”. Lo único que tenías es que ir probando: esta es la esencia de libertad de expresión y es tantear si te das cabezazos contra el techo.
–Es interesante la comparación en el estilo de Hermano Lobo y El Papus o Por favor. Las últimas, de Barcelona, eran mucho más gamberras…
–Sí, claro, es el Mediterráneo contra la meseta, cariño. Nosotros habíamos ya recibido turistas suecas, mientras que en la meseta la sombra de la Iglesia era mucho más alargada. Aunque la gente fuera espléndidamente inteligente, Chumy Chúmez y todos estos, yo llegaba, movía las tetas y se sonrojaban.
–La comparación entre las películas de ruptura de la Escuela de Barcelona y ese cine de interior de Carlos Saura que es pura represión…
–De todas formas, perdona, es infinitamente mejor Saura desde el punto de vista cinematográfico. Lo otro era una tontería bien filmada, con chicas guapísimas. De hecho, la Escuela de Barcelona puso de moda la anorexia…
– ¿Cómo?
–Yo creo que bajé de los 54 kilos, me iba cayendo por las esquinas. Leopoldo Pomés me decía “Estás muy mona, solo te sobran cuatro…” (risas). Recuerdo que estábamos comiendo y el hambre me salvó: pedí al camarero un plato de pasta. ¡Si no, estaría muerta!
–¿Había presiones de las distribuidoras respecto a las críticas de cine? ¿Cómo las sorteabais?
–Eso era más bien trabajo de nuestra amable directriz y también de los diversos Belvederes, entre ellos el ilustrísimo Jaume Figueras, que todavía quiere ocultarlo. Yo creo que eso lo manejaban entre ellos. Nunca recibí presión alguna de lo que le convenía a la empresa; era más bien del departamento tetas y escotes (risas). Me llamaban y me decían “¡Cuca! ¿tú crees que esto pasará?” Y respondía “Mmmm, mmm, ese pezoncillo que aparece…” Y lo cubríamos o sustituíamos. Por aquel tiempo las distribuidoras no eran tan potentes como ahora…
–No existían los departamentos de marketing invasivos…
–Había una cosa que se ha perdido por completo en el cine, en el periodismo, y que creo que el primero que lo perdió fue el departamento de cine. Ahora te dicen a quién debes entrevistar, te pagan el viaje y luego te dicen cuándo lo tienes que publicar. Entonces, por aquel tiempo, íbamos por nuestra cuenta: nos pagaba el viaje la empresa como podía, estábamos una semana o quince días, y escribíamos lo que nos cantaban las bolas. Luego ellos tenían que lidiar con lo que habíamos escrito…
–Es totalmente cierto: al pagar los viajes las distribuidoras en la actualidad, el malestar es mucho mayor…
–Claro. Es que ahora se ha perdido esa sana costumbre de que nadie nos pague nada.
–Enric González, en su libro de memorias, contaba que puso como condición no aceptar prebendas de empresas para realizar una sección de economía independiente
–Exactamente. Yo recuerdo haber rechazado una entrevista con Marlon Brando, que estrenaba no se qué horror en Londres, porque al suplemento de El País no le convenía. Luego eso cambió y ahora es impensable. Hay gente que solo viaja porque le pagan: Loewe hace una exposición de bolsos en Japón o porque a la oenegé de turno le interesa.
–El escritor Jorge Luis Borges decía algo así como “cualquier persona inteligente debe saber que cualquier evento de promoción es esencialmente diabólico”
–¡Exacto! ¡Qué bueno era Borges! Es que habría que volver a empezar: contar lo básico. Bueno, sigamos con lo nuestro… (risas).
–Siempre se ha considerado que Fotogramas era demasiado blanda con la crítica del cine español ¿Hay algo de cierto en ello?
–Es más últimamente…En mis tiempos teníamos una cosa llamada Film-Trola en la cual hacíamos Fumetti y yo cogía actores y actrices, folclóricos y folclóricas, contando su verdadera historia y lo hacía en plan cachondo. El humor y la sátira estaban muy presentes en ese Fotogramas y no teníamos apenas nada para la época: era un poco el tardofranquismo.
–Por aquellos tiempos tuviste un encuentro desafortunado con Dennis Hopper…
– Sí, me golpeó en los ochenta. Vino a presentar Out of the blue (1980) y estaba muy rallado con el otro, que en paz descanse, Bigas Luna. Él era conocido mío y su troupe viajó de Barcelona a Madrid, donde yo me uní. Existía entre nosotros un principio de ligue extraño, por aquel entonces yo estaba muy suelta de pelo, y claro no dejaba de ser ese actor que había querido y mirado a los ojos en la gran pantalla. Tenía muy mal vino el artista; mal vino y otras cosas (risas). Puede decirse que es el único hombre que me ha pegado en la vida… porque no pude salir corriendo antes, claro.
–Peter Biskind en Moteros tranquilos y Toros Salvajes biografía, disecciona su drogadicción extrema hasta inicios de los noventa…
–Él iba pidiendo “angel” que yo no sabía lo que era; no había pasado del porrico. Eran polvos de ángel. Era un tipo del cual debía haber reconocido las señales antes, pero no me enteré. Por supuesto, luego cuando se lo dije a Bigas Luna él no dijo ni mu. Comentó “Bueno, es que el tipo llega con un Cristo al rodaje y empieza a disparar al aire”. Pensé “¡Ay Dios, demasiado bien me ha ido!”
–En los ochenta cierra la revista, para resurgir mucho más controlada y centrada en el vídeo ¿Fue una muerte espiritual?
–Yo creo que sí. Yo ya, realmente, aparte de colaboraciones esporádicas, me había hecho mayor y tenía ganas de otro periodismo. Me empecé a buscar la vida como autónomo o freelance, como lo que llaman por ahí. No tuve más remedio que meterme en distintos sitios, para luego ir a Madrid y entrar en El País. Hubo un descafeinamiento; la revista pasó un poco a estar en manos de los anuncios y las productoras.
–¿No crees que la prensa de cine se ha adormilado un poco? Muchas de las grandes publicaciones parecen ahora hojas comerciales de las majors…
–Creo que ahora son más bien informativas: ahora las publicaciones son distintas. Fotogramas es ahora una revista muy bien hecha, yo estoy suscrita a ella por iPad: veo la versión impresa, que me gusta más, y me informo… pero no palpito. Es que el cine tampoco es lo que era, querido: ¿qué quieres? ¿qué palpite con La La Land? Yo ahora más te hablaría de series, incluso. Cuando me bajo la publicación en el iPad busco “Estrenos del mes” en Netflix, Internet, etc.
–¿Qué opinas del cambio de la sede de Fotogramas de Madrid a Barcelona recientemente? ¿No se perderá un motor cultural en la ciudad condal?
–Mira, creo que, siendo realistas, me extraña que haya durado tanto: se han dado cuenta que les da igual quién lo haga, que es lo que pasa ahora, ya que todo se sustituye con algo más barato, más o menos. Yo siento mucho respeto por la gente que lo vayan a hacer, ya que, al fin y al cabo, es una fórmula preestablecida y les dará pocos problemas. Otra cosa es que era una redacción de gente encantadora…
–Pero más que la redacción, el drama de los despidos que citaba Jordi Costa es que Fotogramas en Barcelona era un foco cultural tanto para aficionados como detractores…
–Exacto. El propio Jiménez Losantos, cuando escribía en una cosa contracultural llamada La bañera, nos odiaba. Nos ponía a parir a Terenci y a mí. Como ahora somos todos tan fugaces: el último sitio al que odiamos fue a El País… y ahora ya tampoco. Es la cita de El crepúsculo de los dioses, de Norma Desmond: “Yo era grande, son las películas las que se hicieron pequeñas” (risas). Las cosas son ahora otra movida…
ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE eldiario.es. Ver ORIGINAL aquí. Prohibida su reproducción.