Historias de los nacimientos en la Franja de Gaza en medio de bombardeos, escombros, pérdidas y muertes

18/08/2014 - 12:00 am
Khadira Samir Magalouf Acaba De Tener a Su Tercer Bebé Foto Témoris Grecko Especial Para Sinembargo
Khadira Samir Magalouf Acaba De Tener a Su Tercer Bebé Foto Témoris Grecko Especial Para Sinembargo

Por Témoris Grecko, especial para SinEmbargo

Ciudad de Gaza, 18 de agosto (SinEmbargo).– En el rostro de Imán Mahmoud Aboudeh, enmarcado por un largo velo de color rojo y tan adelantado que proyecta una sombra sobre sus párpados, se advierte una depresión establecida, asentada, de largo plazo. Pasó el final de su embarazo en el albergue de la escuela de la ONU en Jabaliya, el mismo que fue atacado por cinco proyectiles de tanque el 30 de julio, matando a 17 personas e hiriendo a otras 105. Sobrevivió gracias a su bebé, que la noche previa se estaba apresurando a nacer y la obligó a salir corriendo hacia el Hospital al Shifa.

Para fortuna de muchas mujeres, y aunque no se ha llegado a ningún acuerdo, las negociaciones que llevan a cabo Israel y Hamás en El Cairo han disminuido la intensidad del conflicto y han traído periodos de tregua, como el que dio inicio el 11 de agosto, permitiendo que algunas personas retornen a sus casas. Pero a Imán no le consuela. “Somos mis niños, mi esposo, yo… no nos queda nada. Bombardearon nuestra casa. Mi casa ya no está, no tenemos dónde vivir, ¿qué vamos a hacer?”. Todavía no le ha dado nombre a su recién nacida. “Había preparado muchos nombres para ella pero ahora no hay nada en mi mente. No estoy pensando en ello porque tenemos muchas otras cosas más urgentes”. ¿Cuándo podrá ocuparse de ello? “Cuando venga el momento, Dios nos dará el nombre”.

En los peores días de la guerra, el número de gazatíes que tuvieron que abandonar sus casas se aproximó a 600 mil: la tercera parte de la población. De ellos, algo menos de la mitad buscó refugio en los albergues que la ONU improvisó en sus escuelas, y los demás se amontonaron con parientes o se establecieron en parques y plazas, cerca de edificios en los que, como el Hospital al Shifa, el mayor de la Franja, se considera menos probable que se produzca un ataque israelí. Y aunque es cierto que gran parte de los desplazados está regresando a sus hogares, alrededor de 250 mil personas no tienen a dónde ir. Como Imán.

A los problemas comunes de un hospital que enfrenta una situación de guerra, en Al Shifa se añade la presión que suponen los cientos de mujeres que llegan para parir, explica el Dr. Ahmed Madhoun, jefe de maternidad. “No tenemos personal suficiente, ni equipo, ni medicamentos. Muchos niños nacen prematuros por la situación que viven sus madres y necesitan atención especial, ¿cómo podemos permitir que las madres que no tienen casa se los lleven de regreso a vivir en albergues o en la calle?”, dice.

Durante los primeros treinta días de bombardeos se registraron en Gaza 4 mil 500 nacimientos, aunque el número total podría superar los 5 mil ya que muchos ni siquiera han sido registrados en medio del caos. Debido a las altísimas tasas de natalidad y a los desplazamientos, la población de Gaza es una de las más jóvenes del mundo y se espera que pase de los 1,¡.9 millones actuales a los cerca de 2.3 millones en 2020, complicando todavía más las cosas en una de las zonas más densamente pobladas del mundo.  De las cerca de 2 mil personas víctimas de las bombas israelíes, casi una de cada cuatro eran menores de edad.

Por eso, el doctor ha pedido a muchas nuevas madres que se queden. Como a Khadira Samir Magalouf, de 35 años, que acaba de tener a su tercer bebé. El día final del Ramadán, el mes del ayuno para los musulmanes, es el momento más esperado del año para los niños porque reciben dinero para comprar juguetes. Pero no fue tan grato para los hijos de Samira: “Mis niños y todos los niños de la calle se pusieron a llorar y a gritar cuando bombardearon la casa del vecino” en el barrio de Seh al Tofahe.

Ahora está en el hospital porque la alternativa es regresar a la escuela de Jabaliya que, con capacidad para 200 alumnos, resguarda a tres mil personas que cocinan donde pueden, comparten baños y duermen en hacinamiento. Ahí viven desde hace cuatro semanas Rami Mansour Gabeh, un hombre de ojos azules de 30 años, y su esposa Ataf Rabe, de 25, que sobrevivieron sin daño. Su hijo mayor, Abdallah, tiene dos años y dos meses y padece sordera. La menor, Sanaa, de catorce meses, ha tenido fiebre y dolor de pecho desde hace tres días, pero no hay doctor que la atienda: todo el personal médico de Gaza está sobrepasado con casos dramáticos.

Para Rimez Al Azazmhe ésa Fue Su Segunda Experiencia Directa Con Las Bombas Israelíes Foto Témoris Grecko Especial Para Sinembargo
Para Rimez Al Azazmhe ésa Fue Su Segunda Experiencia Directa Con Las Bombas Israelíes Foto Témoris Grecko Especial Para Sinembargo

Ellos sí experimentaron el terror de los ataques israelíes. A medianoche, la pequeña Sanaa lloraba sin fin. Ataf trataba de darle el pecho para calmarla. Se calló como a las dos y los padres empezaron a descansar los ojos. Para su suerte, estaban en una esquina de la escuela a salvo de las explosiones. Pero no del estruendo, a las 5:15 de la mañana: “No me di cuenta de lo que estaba pasando, sólo recuerdo que desperté encima de mis hijos”, recuerda Ataf. “Había ruido y alaridos, pero yo sólo trataba de protegerlos con mi cuerpo”.

Para Rimez al Azazmhe, ésa fue su segunda experiencia directa con las bombas israelíes. La primera ocurrió cuando dormía en su casa, también en el barrio de Beit Lahiya. A las tres de la mañana llamó una soldado israelí para avisarles que destruirían la vivienda “y nos dio cinco minutos para levantar a los niños y salir. Mi esposo gritaba que no, que era todo lo que teníamos, que por qué, y se encerró en el baño. Yo corrí con mis hijos tan lejos como pude, pero no pude evitar que la fuerza del misil nos derribara en la calle. Él murió adentro”.

A sus 27 años, Rimez se quedó sin marido ni hogar, y con cuatro niños pequeños. Llegó a la escuela de Jabaliya el 18 de julio y de inmediato, su hijita de dos años y medio se llenó de ronchas en cara, espalda y piernas. Tampoco ha conseguido que la atiendan.

Con sólo 22 años, Mahaa al Shamaley pasa por su tercera guerra, acaba de tener su segundo hijo y por primera vez lo ha perdido casi todo. Tocada con un hiyab de flores en tonos verde y café claro, la joven hace una demostración de entereza en un contexto de dolor físico y emocional. Y quiere hablar aunque acaba de dar a luz. Se levanta, acomoda a su bebé, busca la mejor posición, endurece los músculos faciales para controlar su expresión, mira al reportero, trata de sonreír…

Cuando empezó a sentir los dolores, a Mahaa no le quedó lejos el hospital: llevaba dos semanas viviendo en el parque vecino, con toda su familia extendida y cientos de personas más. Ella viene de Shojaiya, uno de los barrios de Gaza más castigados por los ataques con aviones, tanques y artillería. Cuando el ejército israelí acompañó con misiles la orden de que se marcharan los habitantes, Mahaa y sus parientes salieron con lo indispensable. Lo que era duro para todos, resultaba peor para ella por el avance de su embarazo.

Como otras tantas madres, Mahaa tenía que haber recibido el alta hace tres días, pero no lo ha hecho porque el doctor Madhoun cree que vivir en el parque le hará mal al niño. Además, ha sufrido el impacto de lo irreparable. El 3 de agosto se anunció una tregua de 72 horas que se rompió en menos de dos. Creyendo que tenían tiempo, cientos de miles de personas regresaron a sus casas para ver en qué condiciones se encontraban y recoger algunas pertenencias. No sabían que la tregua se pulverizaría. A uno de los hermanos de Mahaa la noticia le agarró en medio de una calle expuesta, donde se quedó postrado tras un bombardeo. Un francotirador esperó a que se acercara alguien a ayudarlo, un segundo hermano, y también lo hirió.

Tenían que permanecer en el suelo porque, si se levantaban, se pondrían de nuevo bajo la mira. Llamaron con el móvil al padre, que trató de enviar una ambulancia, pero el vehículo fue tiroteado. Sólo con la ayuda de cuerdas logró arrastrar a sus hijos, subirlos a una carretilla tirada por un caballo y sacarlos de ahí. Mahaa cree que sus dos hermanos están en terapia intensiva. Su tía, Samira al Shamaley, explica que la realidad es distinta, y uno de ellos ya ha muerto, pero no han querido decirle la verdad. “Mira cómo lucha, cómo resiste… ¿por qué hacerla sufrir más?”

 

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Témoris Grecko
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