En ese mismo año, 1870, cuando Rimbaud cuenta con sólo 16 años gana nuevamente el premio del Concurso Académico con su poema “La Alocución de Sancho Panza a su asno”; y, además, gana el premio de sobresaliente y los primeros lugares en: discurso latino, discurso francés y versión griega. Con los veinte francos que obtiene por ser ganador huye a París. Ha estallado la guerra. Esa fue la primera vez que Rimbaud huyó de su casa; regresó muchas veces pero siempre volvía a escapar porque la encontraba, lúgubre, demasiado estrecha e intolerable. En julio Francia declara la guerra a Prusia y Rimbaud escribe “Muertos del Noventa y Dos”, poema en el que resalta la devoción patriótica:
Vosotros cuya sangre lavó toda sucia grandeza,
Muertos de Valmy, Muertos de Fleurus, Muertos de Italia,
oh millón de Cristos de ojos sombríos y dulces.
Jean-Arthur le entrega a Paul Demey, joven poeta amigo de su profesor Izambard, una veintena de poemas corregidos.
En el mes de enero de 1871, Charleville y Méziéres son ocupadas por el ejército alemán. Rimbaud se acerca a la línea de batalla, pasea entre las ruinas y escribe “El mal”, “Rabias de los Césares”, “El durmiente del valle” y “La deslumbrante victoria de Sarrebruck”. En ellos queda de manifiesto la estupidez y el terror de la guerra. Ningún ejemplo puede ser mejor que “El durmiente del valle”:
Los pies en los gladiolos, duerme. Sonriendo como
sonreiría un muchacho enfermo, echa un sueño:
Naturaleza, acúnalo cálidamente: tiene frío.
Los perfumes no hacen estremecer su nariz;
Duerme al sol, la mano en el pecho
tranquilo. Hay dos agujeros rojos al lado derecho.
En el fragmento anterior, Rimbaud recurre al engaño, como en capítulo titulado “El buque fantasma”, de la novela de Edgar Allan Poe Las aventuras de Artur Gordon Pim, en el que unos náufragos, al borde de la locura, ven aproximarse un buque y se creen salvados. El narrador describe la sonrisa blanquísima del timonel; pero cuando el barco está cerca descubren que todos los tripulantes están muertos, en estado de descomposición, y lo que en un principio creyeron una cara sonriente es un rostro descarnado. Rimbaud hace participar a la naturaleza, todo el paisaje sonríe y el sujeto lírico ruega por la protección del joven durmiente, que al final descubre, aterrado, que el durmiente es una víctima más de la guerra. El paisaje lleno de vida participa, por contraste, con el joven muerto.
A mediados de marzo se establece la comuna de París y Rimbaud parte hacia la capital, en mayo, para unirse a las tropas insurrectas. En esa época escribe “Canto parisino”, “Las manos de Juana María” y “Las orgías parisinas o París se repuebla”. En este último describe a París destruido por la guerra:
¡Oh cobardes, allí está! ¡Vomitad en las estaciones!
El sol secó con sus pulmones ardientes
los bulevares que una tarde colmaron los Bárbaros.
¡He aquí la ciudad Santa, hilada al occidente!
¡Vamos! se preverán los reflujos del incendio,
¡he ahí los muelles, he ahí los bulevares, he ahí
las casas sobre el azur ligero que se irradia
y que una noche la rojez de las bombas estrelló!
¡Esconded los palacios muertos en nichos de tablas!
El antiguo día espantado refrescó vuestras miradas.
He aquí la pandilla rojiza de las palomillas de ancas:
¡sed locos, seréis graciosos, siendo alocados!
Montón de perras en celo comiendo cataplasmas,
el grito de la casa de oro os reclama. ¡Volad!
¡Comed! He aquí la noche de alegría de profundos espasmos
Que desciende en la calle. Oh bebedores desolados.