Leticia Calderón Chelius
18/06/2021 - 12:02 am
Nadie debería tener que ser refugiado
En la larga historia de México como país que ha recibido refugiados los recuerdos y las anécdotas son tan diversos como los distintos motivos que orillaron a cada uno a emigrar.
A Tochan, albergue para migrantes en la CdMx, por su 10 aniversario de solidaridad.
Nunca nadie debería atreverse a cuestionar las razones de cada uno para mudarse de casa, de barrio, de ciudad o de país. Aún menos, cuestionar a quien lo hace por razones de gravedad extrema pues lo único que necesita es la solidaridad y comprensión de los demás, y la irrestricta protección de las autoridades que están mandatadas por las leyes de sus propios países y acuerdos internacionales, a acoger a quienes solicitan protección. Sin embargo, en un sinsentido que raya en lo absurdo, quienes huyen para proteger sus vidas, las de sus seres queridos, su patrimonio o por rebelarse a condiciones de precariedad que los ahogan, tienen que demostrar que el miedo que sienten es realmente aterrador para lograr ser reconocidos como refugiados. Esto ocurre en un escenario en que la migración, no solo la internacional, sino también la que se da al interior de los países, desplaza de manera forzada a millones de personas por todo el planeta, siendo América Latina una de las regiones de mayor movilidad entre países, a su vez que tránsito hacia Estados Unidos, que es por mucho el principal país receptor de migrantes de todo el mundo.
Es por todo esto que, aunque el 20 de junio de cada año es la fecha en que oficialmente se conmemora el día del refugiado, en realidad es un pretexto para visibilizar la experiencia de los casi 70 millones de personas acreditadas como tales, de las cuales tan solo en México llegaron 70 mil en 2019, hubo una baja importante a 40 mil en el 2020 por la pandemia y ahora, con un alza que se prevé podría llegar a 90 mil solicitantes de refugio al cierre del año en curso. Lo central, sin embargo, es que la conmemoración de esta fecha es que es una celebración de la vida y, sobre todo, del intercambio que se produce entre quienes huyen, con las sociedades que los reciben y aún más y, sobre todo, con quienes los acogen humanitariamente. Esos que no preguntan y solo escuchan, no interrogan y dan crédito a los miedos, las incertidumbres y por encima de todo, respetan los motivos y razones de cada uno para haber emprendido el camino de la migración forzada.
En la larga historia de México como país que ha recibido refugiados los recuerdos y las anécdotas son tan diversos como los distintos motivos que orillaron a cada uno a emigrar. Lo importante, sin embargo, está en los encuentros con la parte de la sociedad mexicana con que se topan donde se da un momento que al final, nos ha transformado a todos. No hay sociedad que quede impasible ante la llegada de personas refugiadas. Por eso, al hablar del refugio hay que contar siempre no solo la historia del que llega sino del que los acoge y, sobre todo, la historia de quienes están en primera línea, las instituciones públicas nacionales e internacionales sin duda (COMAR, ACNUR), pero, sobre todo, todas y cada una de las organizaciones de la sociedad que de manera humanitaria simplemente abrazan con su apoyo, sus gestiones, su comprensión (SinFronteras I.A.P, IMUMI, CAFEMIN, Casa Refugiados, Casa de los Amigos, Pocha House, tan solo en la CdMx) Es en las historias de estos encuentros donde están muchas de los momentos que cada sociedad debería atesorar con todas sus fuerzas porque ahí está el germen de su propio futuro. Por eso, así como nadie debería insistir en preguntar porque alguien decidió migrar, tampoco nadie debería repetir: “Do not come, do not come”, como lo hizo la Vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, desde Guatemala hace tan solo unos días, porque para el que huye, no importa lo que le digan si su vida está en peligro.
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