Los días, meses e, incluso, años siguientes fueron pasando entre críticas feroces contra Carlton Cuse y Damon Lindelof –algunas de las cuales cruzaron todas las líneas rojas posibles- y reivindicaciones puntuales de ese reducido grupo de defensores del episodio final.
Madrid, 18 de junio (ElDiario.es).- El 23 de mayo del 2010, las miradas de medio mundo apuntaron a un mismo lugar: la isla de Perdidos. Ese día, la serie que cambió para siempre la forma de ver televisión llegó a su fin con un episodio, «The End», que prometía dar respuesta a las numerosas preguntas que había suscitado a lo largo de sus seis exitosas temporadas. Sin embargo, no lo hizo. O no como la mayoría de fans esperaban. Para muchos, la emoción inicial acabó en decepción tras ver ese desenlace que hoy, 10 diez años después de su emisión en ABC, sigue en la memoria de millones de espectadores. También entre aquellos que quedaron satisfechos con el resultado o quienes, en su defecto, vieron el capítulo sabiendo que difícilmente iban a ver lo que esperaban por la mera dificultad de resolver tantas dudas en apenas 100 minutos de metraje.
Los días, meses e, incluso, años siguientes fueron pasando entre críticas feroces contra Carlton Cuse y Damon Lindelof –algunas de las cuales cruzaron todas las líneas rojas posibles- y reivindicaciones puntuales de ese reducido grupo de defensores del episodio final. Este artículo no pretende posicionarse en uno u otro bando, pero sí poner el foco en algo que se dijo entonces y que tiene aún más sentido ahora: que lo importante de Perdidos no fue su final, sino el viaje que nos regaló hasta él.
Al fin y al cabo, hablamos de uno de los grandes fenómenos culturales que ha dado nunca la televisión. Un producto que llenó Internet de foros, teorías, análisis y toda clase de especulaciones antes, durante y después de cada episodio y cada temporada. Una serie sin la que sería imposible entender la ficción del siglo XXI ni su forma de consumirla y vivirla.
Un hito, en definitiva, que construyó su leyenda a base de muchos y muy diferentes personajes. Pero sobre todo, a base de encadenar un misterio tras otro e introducir giros de guion como nunca antes se había visto en la pequeña pantalla. Con motivo del décimo aniversario de su desenlace, recordamos 10 de esos plot twists o enigmas que hicieron de Perdidos una serie tan especial.
LA ISLA TENÍA PODERES CURATIVOS
El 22 de septiembre del 2004, el vuelo 815 de Oceanic Airlines despegó desde Sidney con destino a Los Ángeles. Por el camino, el avión sufrió un accidente y sus pasajeros dieron a parar a una isla desierta. Lo que no sabían entonces, ni tampoco los espectadores, es que esa isla guardaba mil y un secretos, a cada cual más extraño y difícil de creer. Uno de los primeros que salió a la luz fue que tenía poderes curativos. ¿La prueba? El pasajero John Locke, que subió al avión en silla de ruedas y volvió a caminar en cuanto tocó tierra firme. A partir de ahí, Locke comprendió que tenía una conexión especial con ese lugar desconocido. Y el público, que estaba ante una serie más cercana a la ciencia-ficción que al instinto de supervivencia de Náufrago.
Afortunadamente para otros de los supervivientes, los poderes curativos de la isla no solo hicieron efecto en Locke. También en Rose, que se curó del cáncer, y en Jin, que dejó de ser estéril.
EL HUMO NEGRO POSTERIORMENTE CONOCIDO COMO ANTI-JACOB
Después del shock inicial del accidente, los pasajeros del vuelo 815 de Oceanic se dispusieron a pasar su primera noche en la isla. Sin embargo, unos ruidos extraños lo interrumpieron. Se trataba de «El Humo Hegro» o «Monstruo», como también se llegó a conocer a esa misteriosa criatura que acababa con cualquiera que se cruzara por su camino. Incluido el piloto del avión, su primera víctima.
Primero vimos al «Humo negro» desde un plano subjetivo y después con la forma que le daba nombre. Así hasta descubrir más tarde que podía adoptar la forma de un ser humano y, sobre todo, que en un día fue uno de ellos. En concreto, uno que no merecía nombre y que acabó convirtiéndose accidentalmente en «Humo negro» por culpa de su hermano Jacob, quien provocó que cayeraen la cueva que, a su vez, daba vida a la isla. A pesar de esto, Jacob funcionaba como representación del Bien y protector último de isla. ¿Protegerla de quién? Pues del «Humo Negro», que representaba al Mal y pretendía acabar con él para salir definitivamente de la isla. De ahí su sobrenombre de Anti-Jacob, aunque también tuvo otros como Némesis o «El Hombre de Negro».
LOS OTROS
Jacob y AntiJacob fueron los dos habitantes de la isla sobre los que pivotó gran parte de la temporada final de la serie. Sin embargo, fueron otros los que inquietaron a los supervivientes del 815 en sus primeros días tras el acciednte. Y es que pronto descubrieron que no estaban solos, sino que compartían paraje con ‘Los otros’, también llamados ‘Hostiles’ por su insistencia en hacerles la vida imposible.
Tanto, que al final de la primera temporada secuestraron a uno de los supervivientes (Waaaaalt) yen la segunda empezó a asomar la cabeza su líder, el inigualable Benjamin Linus. Quiénes eran, cómo habían llegado hasta la isla y por qué la tomaban continuamente con los supervivientes fueron algunas de las primeras preguntas clave que despertaron la curiosidad de los fans. Y es que sin «Los otros», como concepto, Perdidos hubiese sido una serie completamente diferente a como la conocimos.
LA ESCOTILLA
De hecho, Linus fue la prueba fehaciente de que algunos de los mejores personajes de la serie no estaban entre los supervivientes del 815. Otro ejemplo claro lo encontramos en Desmond Hume, cuyo descubrimiento debemos agradecer enormemente a John Locke. Todo comenzó a mitad de la primera temporada y de la forma más inocente posible, con Locke pasándose una linterna a Boone en plena lluvia torrencial. La oscuridad y el agua hizo que a este último se le cayera la linterna y ésta golpeara, a su vez, sobre una superficie metálica.
Tras excavar y excavar, ambos se encontraron varios capítulos después con una escotilla que parecía imposible de abrir. Locke, a punto de darse por vencido, empezó a golpear la ventanilla que había en la parte superior mientras se preguntaba qué quería la isla de él. En ese momento, una luz se encendió desde el interior de la estructura metálica. Había esperanza y, sobre todo, había que abrir esa ventanilla como fuese para saber qué o quién se escondía en su interior.
El final de la primera temporada nos dejó a Jack y Locke contemplando desde arriba el conducto interior de la escotilla en una imagen que es historia de Perdidos. El inicio de la segunda nos descubrió a Desmond, la Iniciativa Dharma y dio mayor relevancia a otra célebre simbología de la serie: los números.
4 8 15 16 23 42
La misión de Desmond en aquella escotilla era pulsar los números 4, 8, 15, 16, 23, 42 dentro de un ordenador cada 108 minutos. Solo así conseguía evitar una catástrofe en la isla. Esta combinación, recitada de memoria por todo fan de Perdidos que se precie, la conocimos realmente en la primera temporada, pues fueron los números con los que Hurley ganó la lotería y, acto seguido, empezó a experimentar una mala racha sin igual. De ahí que pensara que estaban malditos.
Los números aparecieron en multitud de escenarios diferentes, desde el cuaderno de Rousseau –que a su vez los había oído en una transmisión de radio- hasta en la parte superior de la escotilla y en otros lugares tan rocambolescos. Entre ellos, la cueva donde Jacob escribió los nombres de los seis principales candidatos a sucederle como protector de la isla, a los que asignó un número diferente: 4-Locke, 8-Reyes, 15-Ford, 16-Jarrad, 23-Shephard, 42-Kwon.
El origen como tal de los números nunca se contó en la serie, pero sí en el juego The Lost Experience, donde se explicó que esa combinación formaba parte de una ecuación creada por el matemático Enzo Valenzetti para calcular la fecha del fin del mundo. Nada mal para lo que, en principio, no era más que una combinación ganadora de la lotería.
TENEMOS QUE VOLVER KATE, ¡TENEMOS QUE VOLVER!
A pesar del criticado «The End», Perdidos casi siempre demostró una gran habilidad para acabar sus temporadas por todo lo alto. De todos los finales emitidos, probablemente el más célebre fuese el de la tercera entrega, A través del espejo, que dejó el giro de guión por antonomasia de la serie.
Después de tres temporadas buscando desesperadamente la forma de salir de la isla, Jack se cita con Kate en el aparcamiento de un aeropuerto para pedirle justo lo contrario. “Tenemos que volver, Kate. ¡Tenemos que volver!”, le suplica en una escena que hoy es historia de la televisión, pero que en aquel momento dejó descolocado a todo el mundo. Tras tres años conociendo su presente y su pasado, Perdidos comenzaba a mostrarnos el futuro de sus personajes fuera de la isla, con todo lo que eso suponía. La serie entraba así de lleno en el mundo de los flashforwards, que tanto juego darían en la cuarta temporada.
LA ISLA PODÍA MOVERSE Y VIAJAR EN EL TIEMPO
Si el final de la tercera temporada introdujo los flashforwards, el de la cuarta dejó uno de los momentos más surrealistas de la serie. Ese en el que Linus gira la rueda congelada de la estación La Orquídea y hace desaparecer la isla para que no pueda ser encontrada. Porque después de acoger humos negros, osos polares y toda clase de rarezas, la isla de Perdidos también podía moverse. No solo en el espacio hasta desaparecer como si nada, sino también en el propio tiempo. De hecho, aquella acción de Ben provocó que los habitantes que quedaban en la isla sufrieran saltos temporadas hasta el año 1974.
Aunque para viaje en el tiempo, el de la mente de Desmond en «La constante», mítico episodio donde su consciencia empezó a moverse incontroladamente entre su presente (2004) y el año 1996. Para volver a su ser, el personaje interpretado por Henry Ian Cusick tuvo que encontrar una «constante» que estuviera presente en su vida entonces y ahora. Y esa fue, por supuesto, su querida Penny, con quien habló en una escena memorable que consiguió, a efectos narrativos, que Desmond recobrara el control de su mente y ella rastreara la señal y diera con su paradero, hasta entonces desconocido.