Con su reciente novela, La estirpe del silencio, editada por Seix Barral, la autora «argenmex» transitó el horroroso mundo de la trata de mujeres. Su personaje, Rita Hayworth, además, le sirvió para explorar dos temas que la obsesionan: la decadencia del cuerpo y la pérdida del deseo
Ciudad de México, 18 de junio (SinEmbargo).- Nacida en Buenos Aires, sin haber abandonado nunca su acento argentino ni su amor por el futbol, le gusta que la llamen “argenmex”. Después de todo, tanto su corazón como su inteligencia le alcanzan para trascender fronteras y disfrutar lo mejor de cada casa sin correr el riesgo de perder un ápice de su identidad.
Pequeña y vivaz, Sandra Lorenzano ha recorrido la ancha ruta de la academia provocando siempre encuentros con las culturas populares de las que se nutre para experimentar vivencias que luego redundan en poemarios como Vestigios o novelas como Saudades (FCE), Fuga en Mí menor (Tusquets) y la reciente La estirpe del silencio (Seix Barral).
De su escritura ha dicho la también poeta Silvia Molloy que tiene “la urgencia y el goce doliente de quien, conociendo la distancia insalvable que separa del objeto añorado —país que se ha dejado atrás, infancia, cuerpo desaparecido, cuerpo erótico— sin embargo insiste en evocarlo a través de fragmentos, de pedazos rotos, de reliquias”.
Para ella no constituye una experiencia personal el hecho de escribir y ser mujer, al menos no siente que sus lectores hagan esa distinción. Por otro lado destaca que de los autores más leídos en México, varias de ellas son mujeres, por caso, Elena Poniatowska.
Docente, ensayista, Lorenzano ha comenzado a releer recientemente Alexis o el tratado del inútil combate, de la célebre Marguerite Yourcenar (1903-1987), en busca de un texto que la ilumine para poder entender algo del pacto suicida dado a conocer en las noticias entre dos adolescentes michoacanas el pasado abril.
Las niñas se colgaron de un árbol, tenían 13 años cada una y se conocían desde la infancia. Dejaron cartas póstumas a sus familias, cuyo contenido se desconocen y hay rumores en torno a una presunta relación amorosa entre ambas y que no habría sido bien vista por sus parientes.
“Probablemente tenían una relación lésbica y recibieron tanta presión por parte de sus familias que decidieron matarse. De pronto pensé que algo voy a tener que decir sobre eso, que me corresponde como alguien sensible a estos temas y recordando textos pensé en el de Yourcenar, alguien que nos la han querido vender, por decirlo de algún modo, como si fuera casi un hombre”, explica Sandra Lorenzano en entrevista con Puntos y Comas.
“Ella era una mujer que por otra parte nunca había negado que vivía con su pareja mujer, con la que compartió una pila de años. De hecho se fueron a vivir a los Estados Unidos, para que las dejaran en paz. Justo para reivindicar el discurso contrario, acuérdate cuando fue Marguerite a dar su discurso de incorporación a la Academia Francesa de la Lengua, lo hizo envuelta en tules. La gente pensaba que iba a entrar casi casi en saco y corbata”, recuerda Sandra.
“Es todo un tema. ¿Qué es lo que miramos del escritor, su género? ¿Los temas, cómo escribe? Algunos de mis escritores favoritos son mujeres, pero porque me gusta su literatura y los autores hombres que me gustan suelen escribir aquello que la crítica francesa antigua llamaba escritura femenina. Son los poetas. Es Proust o entre los nuevos novelas como El mar, de John Banville… ¿qué me importa el sexo del escritor? Allí hay pura poesía”, agrega.
“Es probable que haya un prejuicio contra las mujeres que escriben y debemos desarticularlo en el sentido de que los lectores piensen que las mujeres escribimos cosas que sólo le pueden interesar a otras mujeres y que en cambio los hombres están destinados a escribir cosas que les pueden interesar a todos. Ese es el gran cliché a combatir”, expresa, sin dejar de reconocer que históricamente las grandes consumidoras de literatura en todo el mundo pertenecen al género femenino.
EL PRIVILEGIO DE LA CULTURA
Sandra Lorenzano (Buenos Aires, 1960) es poeta, narradora y ensayista. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Entre 2010 y 2016 creó y condujo el programa de radio En busca del cuento perdido (IMER) y el programa Las otras voces (TV UNAM). Actualmente colabora en W Radio (México), SinEmbargo (México), Capital21 el canal de televisión de la Ciudad de México y la Revista de la Universidad de México.
Ser mujer y ser creadora, pertenecer a un ámbito como el de la cultura, constituye para ella “un verdadero privilegio”.
“Es verdad que los clubes de Tobi funcionan y a las mujeres nos cuesta más entrar al círculo rojo de la literatura, pero al lado del horror que viven las mujeres en nuestro país, nosotras somos afortunadas. Por lo mismo, creo que tenemos el compromiso ético e ineludible no te digo en toda nuestra obra de hablar de este tema”, aclara.
–¿Cuándo comenzó tu literatura a verse enfrentada e influida por esa perspectiva de género que mencionas?
–Bueno, no creo por empezar que yo siempre escriba con perspectiva de género o sobre mujeres. Lo que es insoslayable es que uno lee a partir de lo que es, tengo la perspectiva de género incorporado porque soy una mujer que se ha formado con el discurso feminista. Mi compromiso ético no es sólo con las mujeres, sino también con otros grupos, no funcionan a priori en mi trabajo. Hablo de lo que me lastima, de lo que me duele y en ese sentido a veces se cruzan los desaparecidos, los 43 de Ayotzinapa o sencillamente el amor y el desamor. Mi poesía es intimista y se refiere en general al cuerpo amado o ahora en etapa de mi vida al cuerpo en decadencia y el deseo. Con el exilio también aprendí que somos seres políticos y me refiero a la política en el sentido amplio, que incluye lo ético como clave. Desde mi primera novela Saudades, entendí que esos son los dos ejes de mi literatura: lo ético-político y el deseo.
–Es raro que hables del cuerpo y el deseo sin referirte a la memoria. Es verdad que la decadencia del cuerpo es algo horroroso, pero no cambio eso por la posibilidad de recordar hasta la muerte
–Justo mi novela reciente La estirpe del silencio y en realidad todos mis libros tienen la memoria como preocupación. Ese es un tema, me preocupa la memoria en términos históricos y la memoria individual si bien se cruza con la memoria colectiva, pero en estos momentos que intento cruzar lo ético político con el deseo aparecen la pérdida de la memoria de Rita Hayworth, la pérdida de la memoria de mi abuela, de mi padre y por supuesto mi propio pánico de no poder ya recordar. No es por la decadencia del cuerpo en sí. Lo que me angustiaría más es perder el deseo, la idea de un cuerpo que deja de desear también la palabra y el placer de los propios cuerpos y si encima sumamos a eso que uno puede olvidar hasta su propio nombre…
–La pérdida de la memoria no es algo inevitable…
–Bueno, pero ahí está Iris Murdoch y la película que se hizo alrededor de ella, Iris. Esa escena feroz en que ella está dando clases y se olvida de lo que está hablando. No necesitamos por otra parte que nadie nos diga que tanto México como Argentina son campeones en borrar la memoria social. Ayotzinapa como símbolo que está borrando a otros miles de desplazados y desaparecidos.
–Tus tres novelas todavía no contemplan este lado divertido, de humor negro, que hay otras intervenciones culturales tuyas…
–Me pasa mucho eso, siempre que me pongo a escribir me gana la melancolía. Es casi inevitable. Sin embargo, mientras escribía mi próxima novela, comencé a hacer un texto de humor negro que por ahora creo que voy a enterrar en la última maceta de mi balcón por los próximos 40 años. Hay ciertos temas sobre los cuales uno no puede hablar desde el humor, pero tengo ganas de tener una columna en alguna revista femenina para hablar de las mujeres de mi generación. El tema de la cincuentona se ha vuelto un tema de sarcasmo e ironía. Cada mañana que me miro al espejo me pregunto cuándo fue que se me puso esta cara, porque de pronto me olvido que la tengo…Desde el punto de vista intelectual, estas mujeres privilegiadas de la cultura que somos, estamos en nuestro mejor momento, pero la sociedad nos ve como a unas viejas. ¡Momentito, momentito! Estamos aquí y todavía tenemos mucho para decir.