La canción de las sombras, de John Connolly. Traducción de Vicente Campos González, Editorial Tusquets. Habituados a su peso dentro de un panorama de novela negra bastante uniforme, a John Connolly (Dublín, 1968) se le obliga a ser oscuro. Y a ser posible, el más oscuro. Pero la oscuridad no está en los arañazos que sacuden al lector en los párrafos más violentos, los más sanguinarios, de sus primeras obras del detective Charlie Parker. La oscuridad tampoco está en las atribuciones que los otros personajes le adjudican al protagonista de la mayoría de las novelas de Connolly. Ni siquiera en eso que en este caso ya apunta más explícitamente, que es un flujo de vida, de carácter más bien feo, entre esta vida y un supuesto más allá, donde no existe un paraíso. El ángel que viene a visitarles, no muestra su rostro debido a lo horrible de la máscara que ya se ha unido a la piel. Si es que es piel lo que poseen los cuerpos astrales.
Por Ricardo Martínez Llorca, Culturamas
Ciudad de México, 18 de marzo (SinEmbargo).- La oscuridad está en el míster Hyde que se pasea por los personajes. Incluido a Charlie Parker, que siempre mantiene una especie de vigilia para comprobar que éste no se adueñe del ciento por ciento de lo que es. En esta novela, La canción de las sombras, regresa el mejor John Connolly. Hace tiempo que estábamos deseando que retomara el pulso que caracterizó las primeras obras de la saga. De entrada, asistimos al doloroso renacer del detective. Y nacer duele. Duele y mucho. Y afecta al estado de vigilia, hasta el punto de que en algún momento lo traslada hacia otra persona, su hija, quien tiene algo más que humanidad en su voluntad y sus deseos. O algo distinto a humanidad.
Por otra parte, Connolly sigue en su doble línea de género. Es novela negra porque es una novela de detectives, con su intriga y su final inesperado, con la intuición de los sabuesos y los giros argumentales, con la correspondiente dosificación de datos; pero también es un thriller, con la intensidad que dan esos malvados a los que cabe aplicar aquello de que el sueño de la imaginación produce monstruos. De ahí la inacabable inventiva de Connolly, que bebe de las mismas fuentes que El Bosco.
Dado que Parker acaba de nacer, nos encontramos también frente a una novela de transición. Al principio, y fuera de lo acostumbrado, Parker no puede dominar los actos a su alrededor. Ni siquiera los propios. Parker está aplastado por la vida y condenado a ser un mero espectador. No caben manipulaciones. De ahí hasta el final, el proceso de regeneración se solventa en la voluntad y en lo inexplicable. O lo que al menos no debe conocer el lector de esta reseña. La nueva aportación es un tema real, al que Connolly trae a la actualidad: ¿qué sucedió con los nazis, soldados y militares de alto rango, que emigraron de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial y vivieron ocultos en rincones perdidos del mundo? Porque el noreste de Estados Unidos no deja de ser un mundo aparte: un lugar de clase media alta, con muchos rubios -ideal para refugiarse los arios-, en el que el respeto pudoroso al vecino y la lealtad a un párroco y una religión, imperan. Un lugar en el que apenas existe mucha más delincuencia que la que Connolly crea en la ficción.
Algunos de aquellos nazis, torturadores, asesinos, consiguieron llegar a este recodo, y viven desperdigados, sí, pero forman una comunidad que ocultan incluso a sus propios hijos. En algún momento, incluso Connolly se acerca a las tesis que Hanna Arendt expone en Eichmann en Jerusalén: ellos se limitaban a cumplir órdenes; si el mal estaba en la orden, no era su misión definirlo y denunciarlo. Pero los tipos que aparecen en La canción de las sombras ya han vivido su vida, y durante este tiempo sí han podido decidir su suerte. Condicionados por la necesidad de esconderse, eso sí, pero les cabe sortear cada pequeña decisión de cada día. Les cabe la opción de meter en un cofre a su míster Hyde. O tal vez no. Tal vez, el haber sido un fanático y haber disfrutado de la sangre, como explica Stevenson en El doctor Jekyll y míster Hyde, te deje en ese lugar de por vida. La única solución es la muerte. Y de eso, de la forma de morir, como siempre en Connolly, hay unas cuantas versiones en esta novela tan brutal como magnética.
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