Jesús Robles Maloof
18/01/2018 - 12:00 am
Memoria para la democracia
Tendemos a pensar que la historia “ya pasó” y se encuentra inmóvil en algún lugar lejano, en libros de bibliotecas o en los estantes de museos. No es así, en realidad ciertos sucesos históricos extienden sus efectos a lo largo del tiempo y viven en el presente en forma de prácticas sociales e institucionales. Se actualizan día a día en los actos de gobierno.
Por unos días nuestra ciudad se transforma cuando millones salen por las fiestas de fin de año. No hay tráfico, la tensión baja y el entorno se aprecia de otra manera. Circulaba por el Eje 3 sur y Lázaro Cárdenas, cuando al verla, recordé la cruz de 3 metros con la leyenda; “Caso Buenos Aires Ajusco. El 18 de septiembre de 1997 fueron secuestrados, torturados, asesinados y descuartizados por S.S.P. Zorros y Jagueres los jóvenes… Roman Morales Asevedo, Carlos Alberto López Ines, Angel Leal Alonso. Sangre inocente clama justicia, condena ejemplar para policías asesinos.” (sic)
A veces olvido que está ahí en la esquina de las calles Morones Prieto y doctor Andrade junto con otra casi identica en la esquina de doctor Andrade y Viaducto, última que recuerda los nombres de Juan Carlos Romero, Daniel Colón e Iván Óscar Mora también asesinados en los mismos hechos. Desde hace por lo menos 19 años, las familias y vecinos de la colonia Buenos Aires las cuidan, las arreglan y sobre todo, no olvidan.
Estos memoriales son de los poquísimos espacios de memoria que existen en esta ciudad, incluso en todo México, un país cuya historia y actualidad está llena de genocidios, masacres, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas y un cúmulo de delitos de lesa humanidad y violaciones graves a los derechos humanos, que por la ausencia de espacios de memoria, pareciera nos esforzamos en olvidar.
La memoria de las graves violaciones a los derechos humanos es importante porque muestra que el Estado reconoce y se avergüenza de sus acciones criminales. Significa que ha hecho justicia, reparando a las víctimas y que pondrá el mayor empeño en no repetir dichas conductas. La persistencia de estos actos de memoria fortalecen la democracia, su ausencia es síntoma de su fragilidad.
Tendemos a pensar que la historia “ya pasó” y se encuentra inmóvil en algún lugar lejano, en libros de bibliotecas o en los estantes de museos. No es así, en realidad ciertos sucesos históricos extienden sus efectos a lo largo del tiempo y viven en el presente en forma de prácticas sociales e institucionales. Se actualizan día a día en los actos de gobierno.
La historia oficialista en México resalta solo aquellos momentos heroicos como ejemplos de valentía y sino existen se inventan o distorsionan al grado que los libros de texto están plagados de mitos y narrativas de las que no existe evidencia histórica sólida. Propio de todo autoritarismo quedan excluídos de la historia oficial aquellos hechos vergonzosos donde el poder político ha actuado contra la población para despojarla, acallar su voluntad de transformación y conservar el poder.
Esto es así no solo porque es vergonzoso reconocer la dimensión criminal del Estado, también porque el esquema que funciona perfectamente para enterrar sus crímenes en el olvido y con ello tener espacio para volverlos a cometer. La historia de la ignominia es larga y solo para decir algunos ejemplos no encontraremos en esa historia oficialista, el genocidio Maya o la represión a los Yaquis, la persecución y masacres a los inmigrantes chinos. En la versión oficial no encontraremos mucho sobre el movimiento sindicalista de mediados del siglo pasado, o la tortura, asesinato y desaparición forzada de la guerra sucia.
Tampoco existe para esa versión de país el asesinato de más de 700 opositores del Frente Democrático Nacional en las últimas dos décadas del siglo pasado, ni la guerra de baja intensidad a los pueblos indígenas del sureste del país, ni tragedias como la Guardería ABC, las masacres de San Fernando, de Cadereyta, de Durango y de las decenas de miles de víctimas de asesinatos y desapariciones forzadas de la “guerra contra el narco”.
Muy pocas cosas se han logrado para que el Estado reconozca la dimensión criminal de su pasado y presente. Hay algunas vagas referencias al movimiento del 68 en los libros de texto, las víctimas de tortura y desaparición han logrado sentencias en órganos internacionales que condenan a actos de reconocimiento al Estado mexicano que a muy duras penas se han llevado a cabo. El que cada 5 de junio sea luto nacional en memoria de las niñas y niños de la Guardería ABC y algunos otros logros locales. ¿Pero un puñado de logros y actos de memoria son suficientes ante miles de actos de crimenes de Estado?
Los pocos espacios de memoria que existen, como el de la Buenos Aires, han sido obra de las víctimas, de los familiares y parte de la sociedad que han decidido no olvidar. En la ciudad de México podemos enlistar el memorial a los estudiantes del 68 masacrados por el Ejército en Tlatelolco que por años fue una pequeña estela y ahora es un Centro Universitario en el antiguo edificio de la SRE, el espacio de memoria en lo que fuera el New’s Divine, la resignificación de la Estela de Luz que hiciera el Movimiento por la Paz colocando placas de personas desaparecidas, el antimonumento que colocaran familias y organizaciones en Reforma y Bucareli, recordando que nos faltan 47 estudiantes de Ayotzinapa, el memorial a Guardería ABC colocado frente al IMSS en Reforma. En este recuento no considero que el pretendido memorial que Felipe Calderón y algunas organizaciones promovieron ubicado en Reforma a un costado de Campo Marte ya que no menciona ni a las víctimas, ni a los perpetradores de forma específica, esperpento que abona al olvido, no a la memoria.
Otro importante espacio es el Museo de la Memoria Indómita ubicado en Regina, Centro Histórico que recupera la lucha del Comité Eureka por las personas desaparecidas desde la década de los 70 y también el memorial ubicado en la sede de la CDHDF en avenida Universidad que enlista las personas desaparecidas durante la guerra sucia. Siendo estos dos importantes esfuerzos, siempre nos hemos preguntado ¿Por qué no se instalaron en los múltiles lugares que fueron usados como centros de detención, desaparición? Y ¿Por qué esos lugares siguen al día de hoy, funcionando como cuarteles y/o oficinas del gobierno?
Sin pretender exhaustividad en la lista de lugares de tortura y represión que debemos recuperar como espacios de memoria estarían; el Campo Militar No. 1, el edificio de la antigua Dirección Federal de Seguridad en plaza de la República, la base de la policía capitalina en Tlaxcoaque en el Centro Histórico, antigua sede de la DIPD y la policía montada en Tlahuác, entre otros. En la importancia de resignificar los cuarteles y centros de detención tenemos que aprender mucho de los proyectos Londres 38 en Chile http://www.londres38.cl/ y la Ex Escuela de Mecánica de la Armada en Argentina http://www.espaciomemoria.ar/
La ausencia de espacios de memoria tiene un impacto real en el presente ya que trabaja a favor que el autoritarismo y la represión se sigan presentando e incluso adopten un halo de inevitabilidad. Nuestra disfunción llega al grado de que en espacios de represión como Tlaxcoaque, lleguemos a recordar controvertidas masacres sucedidas en Azerbaijan y no lo que en ese lugar ocurrió.
Como reflejo de esta ciudad en el país son casi inexistentes los espacios que recuerdan los delitos del Estado. Con excepción de Campo Algodonero en Chihuahua y las cruces por las mujeres y defensores en su capital, de los memoriales en Atoyac de Álvarez y las intervenciones a lo largo del muro fronterizo por los migrantes, así como los murales en La 72 casa de migrantes en Tenosique son pocos los lugares de memoria y casi ninguno se ha hecho con el reconocimiento del Estado que es precisamente lo que se busca. Por ello el proyecto que impulsan las familias ABC y Daniel Gershenson para convertir los terrenos de la Guardería ABC como espacio de memoria y democracia es fundamental. Este esfuerzo cuenta ahora con los oídos de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas y esperamos que pronto el Gobierno de Sonora cumpla su palabra de recuperar los terrenos aledaños y echar a andar el importantísimo proyecto.
La memoria como acto de justicia no solo se compone de espacios físicos sino de medidas como programas educativos y de investigación, de reconstrucción de la vida e ideas de las víctimas, de las permanentes acciones para garantizar la no reprtición y de recordatorios constantes en las conversaciones públicas. Por ello tienen una importancia fundamental todas acciones de memoria en el ecosistema de internet, desde la curación y edición en Wikipedia, sitios como Más de 72 http://www.masde72.periodistasdeapie.org.mx/ y Plataforma Ayotzinapa http://www.plataforma-ayotzinapa.org/, así como el esfuerzo que cada día 5 de cada mes realiza Daniel Gershenson en Twitter al nombrar a las niños y niñas de Guardería ABC o el que a diario realiza Epigmenio Ibarra al nombrar a nuestros 47 estudiantes de Ayotzinapa aún desaparecidos.
Un país lleno de muerte y violencia debería estar lleno de los signos visibles de memoria. Quizá la mayoría de mis lectores no sabían de la masacre en la Buenos Aires, muchos por edad y muchos otros por el olvido impuesto. Si esas cruces no siguieran ahí quizá yo mismo las habría olvidado.
Termino con una pregunta. Si en unas décadas ya nadie se acordara de Guardería ABC, de las masacres de San Fernando o del caso Ayotzinapa ¿Qué más podría pasar en este país?
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