Luis Miranda, el portavoz demócrata perseguido por la palabra y la política

17/11/2015 - 10:00 pm

Por Raquel Godos

Washington, 17 nov (EFE).- Han pasado más de 30 años desde que aquel avión despegara de Bogotá con destino a Estados Unidos, tres décadas en las que aquel niño colombiano que abandonaba su país acabó convirtiéndose en la voz en español de la Casa Blanca o en el portavoz del Partido Demócrata. Se llama Luis Miranda.

Cuando cogió aquel avión, con apenas cinco años, no sabía lo que tardaría en volver a su tierra, ni sabía si volvería a sentirla suya, pero en Estados Unidos se le abrió un mundo nuevo, de la mano de sus padres, acompañado por su hermana. Un camino que, inevitablemente, le catapultó a la política.

Primero en Nueva York, luego en Nueva Jersey y finalmente en Florida, la familia Miranda buscó su lugar en tierras norteamericanas para dejar atrás una Colombia convulsa, con grandes problemas de violencia y narcotráfico.

Aunque los padres de Luis eran escritores, decidieron echar mano del periodismo para montar uno de los primeros periódicos hispanos de la costa este, «El Tiempo Hispano», una suerte de diario casi artesanal para el que cualquier ayuda era bienvenida, incluida la de su hijo pequeño.

Así, con apenas 8 años, el ahora director de comunicaciones del Comité Nacional Demócrata (DNC) dio sus primeros pasos en el mundo del periodismo, convirtiéndose en el editor de referencia para sus padres, además de fotógrafo ocasional.

«Yo me la pasaba con ellos en eso, y un día en una consulta del médico vi una revista, Newsweek o algo así, la portada era sobre la revolución de los ordenadores personales y en particular las impresoras láser, y convencí a mis padres de que invirtieran en una computadora y en una impresora láser», recuerda en conversación con Efe.

«Lo que no anticipé entonces es que me tocaría a mí aprender a usarlo, así que empecé a diseñar el periódico -relata-. Las guerras que tenía con mi papá, además de las típicas riñas de un niño, eran sobre el periódico. Discutíamos por el número de palabras de las piezas. Yo le decía: ‘Le dije que 600 palabras’. Y él: ‘¡No! ¡No puedo bajar de 800!'».

Su precoz incursión en el mundo editorial y en la actualidad estadounidense le inoculó inevitablemente un fuerte interés por la política y la palabra.

«Empecé como editor, y también iba a muchos eventos como fotógrafo, y les hacia las fotos para el periódico. Yo leía todo lo que había en el diario, entonces así descubrí la política. Vi todas las convenciones desde el 84, escuché todos los discursos, íbamos a eventos de todo tipo», explica.

Con apenas 15 años se recuerda corrigiendo un discurso de Bill Clinton mientras lo escuchaba por televisión, así que cuando llegó a la universidad no quiso abandonar su «carrera» y no dudó en dirigir el periódico universitario, paso previo a presidir el Senado estudiantil: «Con 19 años manejaba un presupuesto de 2,5 millones de dólares de la recaudación de los alumnos. Fue interesante».

Enseguida aprovechó programas profesionales en la capital estadounidense y entendió que podría hacer un buen papel dentro del Partido Demócrata, su primera experiencia laboral dice, «fue para el lado equivocado», en la industria de la salud, y asegura que aprendió mucho «de las cosas feas que pasan en Washington».

«Yo antes de venir a Washington no era tan partidista. Pero cuando llegué empecé a trabajar para una compañía que básicamente pretendía que no se protegieran los derechos de los pacientes. Y ahí sí dije: ‘definitivamente soy demócrata'».

Hacia el fin del año 2000, tras un año en el DNC trabajando para las campañas del Congreso, se involucró en la campaña presidencial del entonces vicepresidente Al Gore, y recuerda con nitidez el recuento agónico de los votos que finalmente le dio la victoria al republicano George W. Bush.

A aquella campaña le siguió la que protagonizara el ahora Secretario de Estado, John Kerry, en 2003, para arrebatarle la Casa Blanca a los republicanos, pero no fue hasta 2008 que, por fin, saboreó la victoria de la mano de Barack Obama.

Asegura que su aterrizaje como director de medios hispanos durante la primera legislatura del mandatario también tuvo su dosis de suerte, como el azar también hizo que fuera con él con quien regresara por primera vez a Colombia desde que abandonó el país siendo un niño.

Fue en la Cumbre de las Américas de 2012, celebrada en Cartagena de Indias, y no olvida cómo el propio Obama, días más tarde, le preguntó cómo se había sentido al volver después de tanto tiempo.

Aquel reencuentro fue agridulce, por un lado reconocía ciertas cosas, «cierta familiaridad», pero por otro, en Cartagena, una ciudad que nunca había visitado antes, también se sentía «extranjero».

Y es que ha tardado 34 años en volver a Bogotá, su verdadero origen, algo que ocurrió hace apenas unas semanas cuando viajó al funeral de su abuela.

«Es curioso, fue como conocer una ciudad nueva, pero al mismo tiempo no se sentía ajena. Era muy natural. Fue un viaje muy bonito a pesar del funeral, estar ahí y ver las cosas, y poder apreciar la ciudad de una manera distinta», asegura. Y es que han pasado más de tres décadas y aún conserva un perfecto acento colombiano.

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