Jorge Zepeda Patterson
17/07/2016 - 12:00 am
Erdogan y El Señor de los Anillos
¿Qué habría pasado si Salvador Allende hubiese tuiteado al pueblo chileno que Pinochet y sus huestes estaban dando un golpe de Estado en contra de su gobierno, elegido en las urnas? Más o menos eso es lo que hizo el Presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan.
¿Qué habría pasado si Salvador Allende hubiese tuiteado al pueblo chileno que Pinochet y sus huestes estaban dando un golpe de Estado en contra de su gobierno, elegido en las urnas? Más o menos eso es lo que hizo el Presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, la madrugada de viernes a sábado para denunciar un alzamiento militar y solicitar la intervención de los ciudadanos para impedirlo.
“Exhorto al pueblo turco a acudir a las plazas públicas y aeropuertos”, escribió la presidencia en Twitter y Facebook. “No hay poder más alto que el poder del pueblo”. Y en efecto, en cuestión de horas, si no es que de minutos, comenzaron a circular en Facebook y posteriormente en los medios de comunicación imágenes de ciudadanos tirados en la acera inmovilizando el paso de un tanque o un convoy militar.
Antes de despuntar el día multitudes se agolpaban en las avenidas y en torno a edificios estratégicos dispuestas a desafiar a los alzados. A media mañana del sábado estaba claro que la rebelión había fracasado. El resto de las fuerzas armadas decidió dar la espalda a los golpistas, aunque sólo lo hicieron cuando percibieron la resistencia de la población civil.
Desde luego ayudó que Erdogan tuviese casi nueve millones de seguidores en Twitter, pero incluso si hubiesen sido mucho menos, la difusión viral de su mensaje provocó que fuese reproducido en el time line de prácticamente todos los turcos que tienen una cuenta en redes sociales. De poco sirvió que los militares, siguiendo el libro de texto de todo golpista que se respete, habían tomado instalaciones de televisión y radio buscando, justamente, impedir la circulación de información hasta que ellos controlasen el poder y proclamaran la imposición de un nuevo gobierno.
Desde la explosión de la primavera árabe, hace cinco años, cuando la población se sacudió regímenes dictatoriales en varios países del norte de África en gran medida gracias al llamamiento en las redes sociales, quedó claro que la nueva tecnología permitía un protagonismo inédito e intensificado de la población en la política. Pero hasta donde alcanzo a ver, es la primera vez que resulta clave no para derrocar un gobierno, sino para impedir que sea derrocado.
Interesante. Mucho camino recorrido desde que Miguel Hidalgo recurría a las campanas de su iglesia para urgir a la población a tomar las armas y quitarse de encima a un gobierno opresor.
Ahora bien, a diferencia del legendario Salvador Allende y del sanguinario Augusto Pinochet, el caso turco es mucho más ambiguo y resulta imposible etiquetarlo automáticamente como un triunfo de la justicia contra la barbarie. Erdogan puede tener nombre de personaje de El Señor de los Anillos, pero si lo fuera no estaría en el bando de los hobitts. No es el tema de la columna (la política interna de Turquía), aunque habría que aclarar que el tal Erdogan está lejos de ser un paladín de la democracia. Llegó al poder de la mano del conservadurismo religioso e instauró un régimen autoritario, hostil a las minorías étnicas, religiosas y políticas. De hecho, el ejército es el factor históricamente responsable de introducir el laicismo en la vida política y había logrado que Turquía se convirtiese en el país musulmán menos radical de la zona. Algo que por desgracia el fundamentalismo de Erdogan ha venido desmontado en los últimos años. Los golpistas de este fin de semana justificaban su rebelión, al menos en parte, como un intento de restablecer la separación entre el Estado y la religión.
Lo cierto es que Erdogan fue sido elegido con el voto de 49 por ciento de los electores y encabeza un gobierno legítimo, y que lo seguirá haciendo gracias a la intervención más o menos espontánea de los ciudadanos de a pie.
Me parece que el papel de las redes sociales en la política no ha hecho sino comenzar. No se trata de beatificar el efecto de Twitter, Facebook o WhatsApp, y su capacidad para influir en la conversación pública, antes monopolizada por la élite y los periodistas. Las virtudes de esta nueva arena pública son tantas como sus defectos. Estridencia, manipulación, mensajes de odio, banalización; pero también democratización, pluralidad, denuncia, transparencia. Y podemos sumar una larga lista de adjetivos favorables y desfavorables a cada extremo de esta ecuación.
No hay dudas de que las redes sociales han cambiado la manera en que la política sucede. Y no tengo dudas de que seguirá haciéndolo, para bien y para mal, de manera cada vez más intensa y bajo modalidades que ni siquiera alcanzamos a concebir en esta apenas incipiente etapa. Pero al menos podemos dar cuenta de los hitos en esta película tan difícil de predecir que se desenvuelve ante nuestros ojos. Lo del fin de semana en Turquía es uno de estos hitos.
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