Gustavo de Hoyos Walther
17/05/2022 - 12:03 am
El AIFA y autoritarismo
«Es clara la desesperación del Gobierno para evitar que uno de sus proyectos insignia se convierta en un elefante blanco, lo cual sería un elocuente homenaje a su ineptitud».
Toda gran capital y metrópolis del planeta cuenta con uno o varios aeropuertos que le permiten dar una bienvenida digna a los viajeros que la visitan.
Las mayor parte de las naciones se esmeran en tener aeropuertos internacionales de gran calidad, como punto de primer contacto de los visitantes foráneos con el país. Un aeropuerto es usualmente el primer contacto entre culturas y la oportunidad que tienen las naciones para darle sentido a la palabra hospitalidad. Hay aeropuertos que cambian la fisonomía de todo un país, como el aeropuerto Internacional Hamas, en Qatar, que será visitado en diciembre por miles de turistas durante el mundial de fútbol.
Otros tienen grandes atracciones que hacen del aeropuerto toda una experiencia, como el aeropuerto Changi de Singapur. En una ciudad como Nueva York conviven varios aeropuertos –si incluimos Nueva Jersey– de manera armoniosa porque se hizo un muy buen diseño del espacio aéreo
En el caso mexicano la necesidad de contar con un nuevo aeropuerto que sirviese al área metropolitana de la Ciudad de México se debió primordialmente a la saturación del aeropuerto capitalino actual. El proyectado Aeropuerto de Texcoco iba a permitir solucionar este problema, pues su construcción fue resultado de diversos estudios de alto nivel que se realizaron por espacio de varios años.
Como sabemos, al arribar a la Presidencia de la República, López Obrador decidió detener su construcción, ya muy avanzada para entonces, basado en el resultado de una consulta insólita que ordenó siendo candidato triunfante. Aludiendo a que existían prácticas corruptas en su conceptualización y ejecución y que el aeropuerto dañaría la ecología de la zona, López Obrador terminó con el sueño de muchos mexicanos de contar con un aeropuerto de clase mundial. Cabe decir que ninguna de las razones que esgrimió el Presidente fue probada, muestra de que la decisión se debió más a un capricho que a una consideración meditada.
En lugar del Aeropuerto en Texcoco, el Presidente instruyó la construcción del actual aeropuerto Felipe Ángeles, proyecto que desde el principio fue muy criticado, debido a problemas graves de accesibilidad, por inconveniencias desde el punto de vista aeronáutico y por el daño arqueológico a ciertos residuos fósiles que se encontraron. A pesar de todo ello, el aeropuerto fue inaugurado recientemente de manera fastuosa, no obstante que aún faltaba mucho trabajo para terminarlo. Algunos expertos pronostican que, en el caso más optimista, el Aeropuerto Felipe Ángeles, realmente estará totalmente listo hasta el 2024. Pero, además, según otros conocedores del tema, el mejor uso que se le puede dar a este aeropuerto no es el de atención a pasajeros, sino el de servicios de carga.
En los últimos días ha quedado claro, para quien esté poniendo atención, que muchas de las críticas que se le hicieron al proyecto dieron en el blanco.
Quizás por ello, las aerolíneas y otras empresas no hayan querido trasladar sus operaciones al Felipe Ángeles. Normalmente debiera ocurrir lo contrario: disputas por parte de aerolíneas y otras empresas para establecerse antes que los demás en un nuevo y más moderno aeropuerto.
El problema ahora es que la autoridad federal y no la libre determinación empresarial es la que está obligando a las empresas a mudarse del aeropuerto antiguo al nuevo.
Un ejemplo de cómo se está realizando esta imposición lo atestiguamos hace unos días. Como resultado de errores en el control aéreo, un incidente en el que participaron dos aeronaves y que pudo haber ocasionado un grave accidente, fue al final evitado por la pericia de uno de los pilotos. A raíz de ello, fue destituido el funcionario responsable de la navegación en el espacio aéreo.
Recientemente, además, se han dado a conocer casos de nepotismo en la operación del viejo aeropuerto que hubieran hecho palidecer al régimen priísta postrevolucionario. Reacio a hacer las cosas de manera racional, el Gobierno federal no ha hecho nada ni para evitar la probabilidad de accidentes ni para acabar con el nepotismo. Antes al contrario, provechó el incidente citado para convencer a que las aerolíneas se mudaran al nuevo aeropuerto, al ser evidentes los problemas causados por su saturación. Incluso el Secretario de Gobernación se reunió con los directivos de las aerolíneas para convencerlos, muy probablemente contra su voluntad, de trasladar una importante parte de sus operaciones al nuevo aeropuerto.
Es clara la desesperación del Gobierno para evitar que uno de sus proyectos insignia se convierta en un elefante blanco, lo cual sería un elocuente homenaje a su ineptitud.
Lo más grave del caso es la utilización de la autoridad gubernamental para obligar a empresas a reubicarse en contra de la racionalidad económica y los imperativos éticos.
Hay que ser claros: los casos de la Unión Soviética y otros nos enseñan que las decisiones administrativas en vez de las fuerzas del mercado no conllevan la satisfacción ni de empresas ni de clientes ni de consumidores. También nos enseñan que decisiones autoritarias tienen como corolario desastres de todo tipo que cuestan vidas humanas. El caso de Chernóbil es prototípico. Hoy el régimen oficialista está jugando con fuego y un accidente aéreo de gran envergadura en la Ciudad de México no se puede descartar. Que así sucediera constituiría una tragedia anunciada.
Fundado en la filosofía del México Ganador, el Gobierno postobradorista por venir propondrá un proyecto aeroportuario mucho más racional que el presente, e insistirá en que la relación del Gobierno con el sector privado deberá fundarse en la colaboración y no en la imposición.
Los mexicanos lo merecemos.
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