Hace poco pusimos una nota un tanto polémica diciendo que los chicos de la UNAM no saben quién es Marcos, o sea, el jefe zapatista. Ahora nos vamos unos cuantos años más atrás para explicar cómo fue el acontecimiento más trascendental del siglo XX y cómo todo también terminó en dicho siglo.
Ciudad de México, 17 de febrero (SinEmbargo).- Ahora han comenzado a usarse la palabra soviético, como si no fuera un vocablo vintage y nos dijera algo que está pasando actualmente. Fuimos hace poco a un restaurante llamado así y casi todo era parecido, menos el vodka, una delicia helada.
Pero, ¿Qué ha pasado con la Revolución Rusa?. Juan Andrade y Fernando Hernández Sánchez, ambos editores de AKAL, han sacado un gran libro para conmemorar los 100 años que han pasado desde aquel 25 de octubre de 1917, cuando la ocupación del poder por parte del proletariado y la construcción de una nueva sociedad sin clases se hizo materia.
La Revolución rusa cien años después, una visión poliédrica, diversa y coral, de la revolución y el siglo que engendró, por parte de pensadores como Josep Fontana, Leopoldo A. Moscoso, Pablo Sánchez León, Antoni Domènech, Wendy Z. Goldman, Rosa Ferré, Serge Wolikow, Aurora Bosch, Elvira Concheiro, Sebastiaan Faber, Ángel Duarte, Francisco Erice, José Luis Martín Ramos, Josep Puigsech Farràs, José M. Faraldo, Michelangela Di Giacomo, Novella di Nunzio, Jesús Izquierdo Martín, Jairo Pulpillo López, Constantino Bértolo, Guillem Martínez, Álvaro García Linera, Enzo Traverso, Juan Andrade y Fernando Hernández.
Con una portada en rojo, con Vladímir Ilich Uliánov (seudónimo Lenin) poniendo su perfil desafiante, el libro es de ensayos y nos viene ahora en estos momentos tan “neoliberales”, como si nada hubiera ocurrido ayer y nada vaya a pasar mañana.
“Las revoluciones son excepcionales y no existe ningún algoritmo social que nos permita predecirlos”, dice el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, en un debate para presentar el libro.
–¿La revolución rusa 100 años después implica una mirada nueva sobre ese acontecimiento?
–Hombre, nosotros lo hemos hecho con esa idea, con esa intención, una mirada nueva de lo que intuíamos iba a publicarse. Se han publicado o reeditado muchos libros y en varios casos ha predominado una visión moralizante o muy negra sobre la experiencia revolucionaria. Nosotros queríamos ofrecer una mirada más poliédrica. Es cierto que la Revolución Rusa ha tenido una dosis muy grande violencia, pero también ha tenido un crecimiento colosal. Lo que nosotros queríamos, por medio de una obra tan colectiva, es ofrecer múltiples miradas, que se complementasen desde el punto de vista temático, pero que discrepasen entre sí y eso era un poco nuestra originalidad.
–La Revolución Rusa fue una revolución desde abajo, desde la gente del pueblo, pero luego fue perpetuándose en el poder, ¿a quién rescatan?
–Es cierto que fue una revolución desde abajo y también es cierto que se guarda una visión un poco épica de la Revolución que la concibe como resultado de una acción políticamente y teóricamente fundamentada sobre una circunstancias concretas por unas mentes prodigiosas. Sin menoscabo de la genialidad estratégica y táctica de los bolcheviques son esas dinámicas tan complejas de una movilización social autónoma y una orientación política por arriba que en un momento dado convergen. Hay una parte de una la historiografía que lo concibe como un simple Golpe de Estado perpetrado por una minoría exigua, ajena al proceso anterior que quería imponer un modelo totalitario, pero eso no se sostiene. Las revoluciones no se pueden imponer de manera coactiva, sin una base social amplia o por un grupo de intelectuales audaces. En esas lecturas hay mucho idealismo y también mucho paternalismo. En cualquier caso, creo que lo explica muy bien en libro Álvaro García Linera, los momentos clave de la Revolución Rusa son aquellos donde se trata de compatibilizar la energía revolucionaria que llega de toda la sociedad con la articulación de todas las experiencias democráticas hasta la nacional, para lo cual hace falta la acción centralizadora de un Estado. Lo ideal sería que esa acción centralizadora la no asfixiase la fuerza social sino que la canalizase. Construir un Estado democrático y al mismo tiempo fuerte, que no asfixie las fuerzas sociales, es algo muy complicado, sobre todo en Estados que no tienen un pasado republicano fuerte, como el de Rusia. Se recurre al caso de un Leviatán vigoroso para hacer frente a las fuerzas contrarrevolucionarias.
–¿Tú escribes desde la Revolución o a partir de la Revolución?
–Todos escribimos desde nuestro tiempo. Es inevitable, hacerlo desde los anhelos y las inquietudes del presente. En este libro, tratamos de incorporar dos cosas. Una es explicar la revolución desde sus propios parámetros y la otra es tratar de ver qué memorias, qué discursos, qué herencia tiene ese acontecimiento sobre nuestra realidad.
–Hay quienes dicen que Stalin no era tan malo, que estaba Lenin detrás de él
–A ver, no hago lecturas moralizantes sobre el pasado. La absolución y la condena pertenecen a sustancias escatológicas y trascendentes. Yo la pregunta la contesto así, ¿qué grado de ruptura marcó Stalin con el proceso anterior y con la Revolución Rusa en sí? Creo que hubo un proceso de ruptura con el leninismo muy marcada. En cierto sentido hay una degeneración del proceso originario, que tiene que ver por un lado con Lenin pero también con esa Guerra Civil que se establece en medio y que condicionan las visiones futuras. Hay un culto a la personalidad, una reclamación de infalibilidad, que están en Stalin y no están en Lenin. En Lenin hay una honestidad intelectual muy fuerte, no tiene empacho en reconocer sus propias equivocaciones o incluso los repliegues en el mismo proceso revolucionario. La cultura stalinista hace de la necesidad una virtud y tiene muchísimos menos elementos de honestidad intelectual. También es cierto que sobre Joseph Stalin se han querido cargar derivaciones de la Revolución que no estaban sobre él, sino sobre Lenin, sobre León Trotski y en el propio curso de un proceso imprevisible dislocado que se va haciendo y deshaciendo como resultado de la aplicación de programas previos, también de circunstancias sobrevenidas, decisiones que se toman en el momento sin saber qué repercusiones va a tener. Lo que yo destacaría en Stalin son sus intentos de ruptura y también sus intentos de continuidad.
–¿Qué pasa hoy con Rusia?
–¿En qué se parece la Rusia de hoy a la Rusia de antes? Bueno, la Revolución genera una memoria muy incómoda y se ha puesto cómo lo ha gestionado Putin. Por una parte se apela a la memoria de la Revolución Rusa porque de ella va a emerger una República Soviética muy poderosa y en Putin laten esos anhelos de grandeza, pero otro lado es una memoria subversiva, pone en evidencia los valores de orden y de jerarquía que se bajan desde el poder. Putin prefiere otras grandezas imperiales que tienen que ver con Pedro El Grande. En otros sectores subyace ese deseo subversivo de irrupción plebeya, pero en general la gente extraña ese orden y ese progreso económico que va desde el stalinismo hasta los 60 y 70 y Leonid Brézhnev, una Rusia estable y no esa Rusia convulsa…
–Los países afectados no guardan una buena idea de la Revolución Rusa, desde Alemania Oriental hasta Rumania, Bulgaria…
–Son países muy distintos, todos con el avance del Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial y contra el nazismo. No es lo mismo Checoslovaquia, donde hay un movimiento revolucionario muy fuerte que lugares como Polonia, donde el auge del socialismo se dio por la entrada del Ejército Rojo. El socialismo real se va a romper por ahí. Se va a romper por Polonia y no tanto se va a romper por Rusia.