El gran actor francés ha vuelto a hacer lo que mejor sabe: actuar. El devenido ciudadano ruso y dueño de un discurso político que en los últimos tiempos lo había convertido en un antipático defensor de los malos, es el protagonista de la impresionante serie con que Francia ingresó al universo Netflix
Ciudad de México, 12 de mayo (SinEmbargo).- Durante mucho tiempo fue “nuestro gordo” entrañable, esa presencia monumental del cine europeo, desbordante, magnífico; ese hombre que lo devoraba todo y llenaba la pantalla con un sentido del exceso que daba consuelo en un mundo que se hacía minimalista y estrecho, gélido y mojigato.
Hasta que la vida lo puso en el lado de los malos y comenzó a ser el promotor de causas innobles, por caso defender la riqueza a capa y espada y hacerse ciudadano ruso para no pagar los impuestos en el país que lo vio nacer hace 67 años.
Efectivamente, en 2013, el famoso actor Gerard Depardieu, un verdadero ícono de la cultura francesa contemporánea, anunciaba su renuncia a la nacionalidad gala como protesta frente a la política de impuestos implementada por el gobierno socialista de Francois Hollande.
El protagonista de Cyrano de Bergerac y Obelix, entre otros, había apoyado fervientemente la reelección del derechista Nicolas Sarkozy y nunca encontró la manera de llevarse bien con los nuevos aires de la política de París.
Una nueva vuelta de tuerca a su ríspida relación con el Eliseo se concretó cuando en Sochi, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, le entregó a Depardieu el pasaporte de su país, un gesto que el actor agradeció con un fervoroso ¡Viva Rusia!
Depardieu renunció a su nacionalidad como respuesta a la decisión del gobierno francés de elevar al 75% los impuestos a los más ricos y de paso como expresión de admiración hacia Putin, a quien considera “interesante, más allá de lo que digan los medios periodísticos”.
Este hombre alcohólico por propia confesión, escandaloso, sin miedo al ridículo, protagonista de algunos incidentes memorables, como aquella vez que orinó en un avión (no en un baño de un avión, sino en el pasillo de la aeronave), ha dejado de beber los 14 litros de vino que establece su máximo récord al respecto. Ya no le interesa la embriaguez y ahora ha regresado por la puerta grande, protagonizando Marsella, la nueva joya de la corona de Netflix.
TODO SEA POR MARSELLA
En un país que presume de tener a la ciudad más bonita del mundo: sí, París, Marsella, la segunda ciudad en importancia en Francia, no podría definirse por su belleza clásica, aunque quien haya tenido la fortuna de transitar por sus calles demenciales, convendrá en que se trata de una experiencia verdaderamente fascinante.
Marsella es la motivación central de Robert Taro, alcalde de la ciudad durante los últimos 20 años; Marsella está incluso por encima de su atribulada esposa, de su bella e inteligente hija.
Pero Marsella parece ser también la obsesión de la mafia y de su principal enemigo, Lucas Barrès, un hombre joven que él mismo ha impulsado, con el que mantiene un vínculo de sangre y que lo ha traicionado sin miramientos cuando el viejo alcalde preparaba su golpe de gracia: forzar el voto a favor de la construcción de un casino en pleno centro histórico de la Marina.
Barrès tiene una ambición sin límites, pero sobre todo odia a Taro, por temas personales que se irán develando con el transcurrir de la serie. Así, la carrera por la alcaldía se convierte en una lucha de poder en la que todo vale y la única pregunta es: ¿hasta dónde serán capaces de llegar?
La historia escrita por Dan Franck es compleja y no evade el tema de la paternidad, un asunto que en la vida real de Depardieu ha sido siempre conflictivo. Su mala relación con el fallecido actor Guillaume Depardieu (1971-2008) llegó incluso a tratarse en un filme memorable: Aime ton père y la gran tragedia del astro francés sobrevino con la muerte por una pulmonía fulminante de su amado hijo, cuando ambos habían iniciado una nueva y buena etapa en su relación.
En 2013, la hija mayor de Depardieu, Julie, otorgaba una entrevista al periódico Le Monde donde entre otras cosas admitía haberse operado cinco veces la nariz para borrar cualquier parecido físico con su célebre progenitor, de quien –decía- “no hay que fiarse jamás”.
En Marsella, Gerard es un padre amoroso pero distante y como le pasó a Guillaume, su hija la periodista Julia Taro (personaje a cargo de la hermosa Stéphane Caillard), intenta no ser reconocida por la fama de su progenitor y quiere hacer carrera sin su apellido y lejos de su sombra.
En el papel del hijo secreto, Benoît Magimel (mezcla exacta de Klaus Kinki y David McCallum), además de parecerse peligrosamente a Guillaume, pone en evidencia las graves dificultades que caracterizan al personaje en el ejercicio de la paternidad responsable.
El reparto se completa Géraldine Pailhas (Rachel Taro), Nadia Farès (Vanessa d’Abrantès), Stéphane Caillard (Julia), Jean-René Privat (Cosini), Guillaume Arnault (Eric), Hedi Bouchenafa (Farid), Carolina Jurczak (Barbara) y Nassim Si Ahmed (Selim).
La producción de Marseille corre a cargo de la productora parisina Federation Entertainment, dirigida por Pascal Breton, productor de las populares series francesas Dolmen y Sous le Soleil; la primera temporada ya está disponible en Netflix, la poderosa cadena de televisión por streaming, donde veremos a un Gerard Depardieu en todo su esplendor: todo está perdonado.
Comparada por la crítica con House of cards, sin embargo, hay que darle tiempo. Probablemente el guión no sea lo más fuerte de la serie y tiene que madurar al calor de personajes que nada tienen que ver con los que nos acostumbramos a ver en la serie estadounidense protagonizada por Robin Wright y Kevin Spacey.
Mención aparte merece la música del aclamado Alexandre Desplat (ganador del Oscar por Hotel Budapest), un verdadero as en la materia.