El 3 de junio de 2014 desapareció José Yonatan de la Trinidad López, en ese entonces de 20 años, y desde ese día su familia ha atravesado por una situación aún más precaria de la que ya vivía. «A veces digo… y si no hubiéramos sido tan pobres, y si hubiera tenido para el taxi, igual y seguiría por acá», relata su madre.
Por Miguel Ángel León Carmona
Ciudad de México, 10 de mayo (SinEmbargo/Blog Expediente).– Para la familia De la Trinidad Rojas, este día no hubo pan frío en el desayuno, tampoco café negro, nada. El ayuno fue obligatorio con tal de conseguir dos cartulinas y solicitar por escrito al Gobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, que remedie la falta que su Policía cometió dos años atrás, cuando detuvieron a José Yonatan. Desde entonces, de su paradero se ha sabido lo del menú de esta mañana.
Don Silverio, el padre, confiesa que su situación económica nunca les había ocasionado mayores problemas; si apuradamente hacían tres comidas al día, siempre era juntos. Fue hasta el 03 de junio de 2014 cuando desapareció José Yonatan De la Trinidad López, el mayor de tres hermanos; ahí la miseria se dejó sentir y comenzó a joder a todos.
“Un día les dije a mis dos niños que para encontrar a su hermano tenía que sacarlos de la escuela. Se siente re feo, pero ya no me alcanzaba el dinero; era pagar exámenes, desayunos, uniformes, útiles escolares… Uno me terminó quinto de primaria, la más pequeña reprobó tercero y hasta ahí se quedó”, comparte el hombre mientras consuela a su esposa, a quien le duele hasta escuchar la narración.
Otra historia negra, extraída del tomo de la crisis que atraviesa Veracruz, un capítulo más sobre desaparición, en coautoría de criminales y servidores públicos. El relato de un joven de 20 años quien vivía de propinas en los mercados de Mendoza, Veracruz, cargando cajas de legumbres, llevando a casa lo que su patrón le obsequiaba de comisiones, y residuos de frutos.
Finalmente, el encuentro con el mandatario veracruzano se dio en el Palacio Municipal de Orizaba. Don Silverio asegura que los 40 minutos recorridos a pie para llegar al recinto valieron la pena. “Revisaremos puntualmente su caso, daré el mensaje a las autoridades competentes y se redoblarán esfuerzos”, prometió el Gobernador Duarte, en diez minutos que regaló a las víctimas.
No importa si la respuesta fue similar en tiempo y contenido a la de tantos funcionarios que la familia De la Trinidad Rojas ha conocido en dos años de búsqueda. “Fue el Gobernador y nosotros confiamos en él. Hace seis años le dimos el voto, ojalá esta vez nos ayude y no termine de defraudarnos”, comparte el padre y guarda las cartulinas por si se ofrecen más adelante.
“MI HIJO ESPERABA SU CAMIÓN Y LO SECUESTRARON”
Don Silverio toma la mano de su esposa y la acomoda en un escalón, se alistan para la entrevista. Mientras que a su hijo Tito, de 15 años de edad, le pide tiempo y paciencia. “Aguanta el hambre, mijo. Ahorita vemos cómo le hacemos”.
Con base en la Investigación ministerial 124/2014/1, dictada ante el ministerio público de Río Blanco, José Yonatan De la Trinidad López salió de su casa a las 8:30 horas, se dirigió al entronque de la autopista Córdoba – Orizaba en Vicente Guerrero, ahí tomaría el camión con rumbo a Ciudad Mendoza, donde laboraba como cargador de frutas y verduras.
Según testigos, los responsables fueron sujetos encapuchados y de uniforme negro, todos con armas largas que apuntaron a la cabeza del corte tipo mohicano. Se llevaron a José a bordo de una camioneta deportiva, color blanca y de vidrios polarizados.
Doña María, la madre, inesperadamente rompe el silencio e interrumpe a su esposo, en la entrevista aprovecha la secuencia de la historia para dictar las características de su hijo, mismas que recuerda de memoria y dicta a cada sitio que acude.
“Llevaba camiseta blanca sin tirantes, camisa tipo polo color negra con bordados rojo y gris, pantalón gris, calcetines de algodón, que en el talón llevan un cuadrito gris, trusa azul marino de algodón, tenis marca Adidas color negros con agujetas anaranjadas”.
La mujer, de 50 años, recuerda que su hijo llevaba en la cartera su credencial de elector, así como 30 pesos, dinero que ella le prestó para sus pasajes y, de rendirle, para un atole de avena. “Me da tristeza porque se fue sin desayunar. A veces digo… y si no hubiéramos sido tan pobres, y si hubiera tenido para el taxi, igual y seguiría por acá”…
Aquel miércoles 3 de junio marchaba de manera habitual, cuando a la casa de la familia llegó el patrón de Yonatan para preguntar por qué no había llegado a trabajar. El reporte sorprendió a todos, pues se trataba de un trabajador con el historial más limpio en inasistencias.
Los padres trataron de tomar la situación con calma, hasta que vecinos y conocidos comentaron que en el entronque a la autopista Orizaba – Córdoba, había ocurrido un levantón, en la zona donde José esperaba el autobús.
La familia amaneció y no había señales del primogénito, nunca antes se había ausentado de la casa, y menos sin avisar, asegura doña María, fue como tomaron la decisión de emprender la búsqueda tras la pista del joven ausente.
“Nosotros lo buscamos por todos lados; en hospitales, funerarias y comandancias, hasta que dimos con él al otro día. Lo tenían detenido los estatales en la delegación del Mando Único, en la ciudad de Córdoba”.
“Eran las 11 de la mañana, preguntamos al oficial que estaba de guardia si sabía algo de nuestro muchacho, le mostramos su fotografía y le dimos el nombre completo. Él se comunicó desde su radio con alguien de adentro y la respuesta fue: “Afirmativo”, luego bajó los decibeles del aparato transmisor y pidió un momento para hablar con sus mandos, asegura don Silverio.
Pasados diez minutos, el gendarme estatal regresó al sitio donde aguardaba la familia y lanzó la coartada: “Saben qué, señores, yo les dije afirmativo, pero aquí manejamos claves, y afirmativo significa que no lo tenemos”. No obstante, los padres suplicaron que los dejaran entrar para ver a los detenidos. Pero la negación fue tajante.
Doña María rogó bañada en llanto a los pies del uniformado, sin que su esfuerzo diera frutos. “No entiendo por qué no quisieron, si a otras familias bien que las dejaron pasar. Además, conocidos nos dicen que son servidores públicos y que teníamos derecho de buscar a nuestro chamaco”, detalla don Silverio la última señal de vida que tiene de José Yonatan.
“TENGO RENCOR CON LOS QUE SE LLEVARON A MI HERMANO”
Palabras de un niño de 15 años; dos buscando a su “carnal”. Asegura sentir rabia cuando su madre se ahoga en llanto. La desgracia del pasado 3 de junio no sólo le quitó a su persona favorita, también le arrebató los estudios, los sueños de adolescente. Hoy, Tito trabaja parchando llantas de tráileres, ganando 140 pesos semanales y adaptándose a su vida solitaria y llena de responsabilidades.
Y cómo no echar de menos a su hermano mayor, si era la persona a quien veía, admirado, cargar cajas de fruta sin esfuerzo, quien le invitaba churros en la esquina. Es más, no sólo era su compañero de vida, incluso repartían el colchón individual de su cama y ahí dormían abrazados, contando historias chuscas, cubriéndose del frío, comparte Tito sin poder contener las lágrimas.
“Lo último que me dijo antes de irse y que lo desaparecieran, fue que no anduviera muy noche jugando, que después de hacer mi tarea saliera nomás una hora, que a las 5 de la tarde ya me metiera. Es que en ese entonces todavía iba a la escuela”, comparte el jovencito, mientras su madre le dice que aproveche para llorar y que saque el sufrimiento que lleva guardando.
Y Tito acepta, y llora como el niño que es de 15 años, “lo extraño, con él escuchaba reggaeton, veía películas que pasaban en la tele, de esas de Mario Almada, Cantinflas o Bob Esponja”.
El jovencito no niega que su hermano en ocasiones tenía mal carácter: “Luego cuando estaba con mis primos los más grandes me decía que me fuera, que eran pláticas de grandes, y ya no me invitaban del refresco. Más que nada lo que a mí me gustaba era estar con mi hermanito”, comparte, antes de refugiarse en el suéter de su madre.
“NOS QUEDAN 150 PESOS PARA SOBREVIVIR Y BUSCAR A MI HIJO”
Luego de la plática con Javier Duarte de Ochoa, la familia se dispone a regresar a su domicilio, sin embargo, don Silverio se rasca la cabeza y se aflige, pues en su cartera sólo le quedan 150 pesos y ya no hay gas y se avecina el pago de la luz y del agua y no quieren dejar de buscar a José Yonatan.
“Por eso digo que la vida nos cambió; a ser pobre uno se acostumbra, pero a dar por muerto a un hijo, jamás”, comparte el padre, sin tener remota idea de cómo repartirá 150 pesos entre las necesidades de su casa, el hambre de su familia y el deseo por recuperar a su primogénito.
Don Silverio de la Trinidad es un hombre que rebasa los cincuenta años de edad, no sabe leer ni escribir, el único empleo donde tiene cupo es rozando la maleza entre cañaverales, un campesino que por el momento está desempleado, su oficio, de momento es buscar y buscar y buscar.
Si la familia se mantiene de pie es por cooperaciones de familiares y amigos: “A veces nos dan de a 20 o 50 pesos, pero a uno le da pena pedir, luego te debes de mover a las diligencias de momento y pues ni modos de estirar la mano. Cuando podemos, como hoy, nos la echamos caminando, y cuando no, pues ni hablar, le encomendamos todo a Dios”.
La tarde cae y doña María al ver que no hay opciones para comer opta por mandar al diablo sus ahorros, 100 pesos que habían salido de la venta de elotes y chileatole que ofrece todos los fines de su mano, repartiendo pedidos o tocando de puerta en puerta.
“No tendremos para volver a invertir, pero tampoco pienso tener hambre, ya mañana dios dirá. Él decidirá cuando termine esta necesidad y el día que me regrese a Yonatan”, son las últimas palabras de la familia, luego se toman de las manos, seguirán su búsqueda, juntos, ellos solos.