La localidad de Mundo Nuevo, en Coatzacoalcos, Veracruz, sufre la tragedia por la explosión en el complejo «Pajaritos» de Petróleos Mexicanos (Pemex). En esa humilde comunidad hasta la tarde de ayer, sus pobladores habían velado a al menos tres trabajadores, y están a la espera de más cuerpos.
Por Ignacio Carvajal
Coatzacoalcos, Veracruz (SinEmbargo/BlogExpediente).- Las panaderías de la comunidad de Mundo Nuevo no se dieron abasto. Todo el producto se acabó y los panaderos se llenaron los bolsillos de dinero, pero lo que fue la alegría para unos, resultó el dolor de otros, ya que éste es el lugar que más muertos ha recibido por la tragedia de Clorados III, en esta ciudad.
El siniestro ha dejado, hasta el momento, 28 trabajadores fallecidos, 25 ya fueron identificados y tres, a quienes se les realizarán pruebas de ADN permanecen sin ser identificados. Otros 18 se encuentran en hospitales.
Hasta la tarde del viernes habían sepultados a tres víctimas, pero se esperaba la organización de otros cinco sepelios. En la casa de los deudos, los familiares ya esperaban los cuerpos de los trabajadores ya identificados. La tramitología de Petróleos Mexicanos (Pemex) y la burocracia de la Fiscalía del Estado los tenían en ascuas.
En la calle Niños Héroes, en la zona centro, está la morada familiar de Gabriel Martínez Zamudio, de 45 años. Es de las pocas personas mayores entre las 28 víctimas reconocidas ya por Pemex, ya que todos en su mayoría son jóvenes.
Su familia cuenta que hacía unos días había bajado a ver a su madre. Estaba contento porque desde hace mucho tiempo andaba sin empleo y no le gustaba ir a ver a su mamá sin llevarle un pan, las tortillas, galletas, o algo de dinero para sus gastos.
«Hacía mucho tiempo que no venía, le daba pena llegar y no tener nada que darle a mi mamá, decía que para qué venía», relató Rosa María Sánchez Zamudio, sobre su hermano Gabriel.
Cuando le veían venir, dicen, se pasaba horas con su madre, una anciana que llora el mayor tormento de una madre: enterrar a un hijo.
El cuerpo del finado quedó lastimado, la identificación sólo fue posible por medio de los registros dentales. Tenía 43 años, y sólo había estudiado la primaria. Por eso las oportunidades de desarrollo y empleo a su alrededor eran limitadas.
En el domicilio de a lado, sólo separados por la barda, en esta misma calle Niños Héroes, está el funeral de Julián Rodríguez Aguirre, de 26 años. Era andamiero. Las dos familias vecinas se tuvieron que poner de acuerdo para velar a las víctimas sin pelearse por la vía pública, así una se quedó con la mitad de la calle, y la otra puso sus carpas en el otro extremo para montar las sillas que serían empleadas por los visitantes.
A unas tres calles está el velorio de Jonathan Suárez Sánchez, de 28 años de edad, en una casa en la avenida Juan Osorio. Su madre, Teresa Sánchez, lo recuerda trabajador y responsable.
«Yo supe que mi hijo estaba muerto cuando escuché la explosión», relató.
Ella se encontraba en las labores del hogar, a unos tres kilómetros de la zona de complejos, cuando sintió el estruendo que sacudió a todo el sureste mexicano.
«Escuché la explosión cuando andaba trabajando, rápido pensé en mi hijo y sentí algo dentro, que estaba muerto», recordó.
Después del caos, la familia se puso a buscarlo en la lista de lesionados en los hospitales, pues no contestaba el teléfono. En las primeras horas, realizaron una búsqueda en vida.
«En hospitales, en clínicas, en particulares, le buscamos en todos lados y no dimos resultados», narró la mamá.
Fue entonces que mejor comenzaron con la búsqueda en muerte, «fuimos al complejo y allí rápido me lo dieron en la mañana, ahora lo estoy velando para llevarlo a enterrar».
La casa del difunto es humilde, el patio pequeño, lleno de triques, un cuarto para la cocina que también es empleado como comedor.
Con su entierro no mejoran las cosas, en esta familia hay otra víctima, Alexis Alejandro López Gallardo, cuñado del difunto, quien está luchando por su vida en el Hospital General de Alta Especialidad de Veracruz.
«Mi cuñado está en coma, también le tocó, los dos trabajaban juntos, pero ese día, Jonathan estaba más cerca», relató Saraí Cué Zarate, esposa de Jonathan Suárez Sánchez.