Italia y Francia, país que lo consideraba uno de los suyos, recuerdan su “bella voz sorda” y sus canciones en las que mezcla el tango, la bossa nova y el jazz. Tocó mucho en los Estados Unidos, aunque nunca pudo cumplir su sueño de dar conciertos en Latinoamérica
Ciudad de México, 1 de abril (Sin Embargo).- A pocos dirá algo por estos lares el nombre de Gianmaria Testa y eso sólo obedece a la hegemonía anglosajona en esto tan difuso llamado “música internacional”.
Por lo demás, el cantautor fallecido este miércoles, víctima del cáncer, con apenas 57 años de edad, es un enorme poeta de la canción, que había nacido en 1958 en la provincia de Cuneo, al Norte de Italia.
Fue un hijo de campesinos que creció en un paisaje donde primaban el amor por la música y donde aprendió a tocar tempranamente la guitarra.
Fue jefe de estación de tren, un oficio que cultivó incluso cuando ya era un cantautor conocido y comenzó, como casi todos, tocando rock en una banda de pueblo y como compositor e intérprete de sus propios temas fue descubierto en el Festival Nacional de Recanati de 1993, la ciudad donde nació el poeta Giacomo Leopardi.
Fue en 1994, cuando volvió a ganar esa edición del Recanati, que al conocer a la productora francesa Nicole Courtous, comenzó su carrera profesional grabando el precioso disco Montgolfierès. De ese álbum surge su hermosa canción “Le traiettorie delle mongolfiere” (Las trayectorias de los globos aerostáticos), por la que merecería pasar a la historia de la canción popular.
A partir de entonces, Gianmaria Testa empieza a vivir experiencias musicales al lado de músicos consolidados como Jon Handelsman, los hermanos François y Louis Moutin, Leonardo Sánchez, entre otros.
En 1996 salió su segundo disco, Extra Muros y ofrece un concierto memorable en el Olympia de París, donde iniciaría una fuerte relación con el público francés, que al igual que hiciera con otro italiano genial, Paolo Conte, lo consideraba uno de los suyos.
Siguieron los conciertos en Italia, Canadá y Portugal, hasta que 1999 salió su tercer álbum, en el que lo acompañan los más grandes intérpretes del jazz italiano y extranjero, la pianista Rita Marcotulli, Glen Ferris, Vincent Segal y Riccardo Tesi.
Un año después, es el turno de Vals de un día, en compañía de Pier Mario Giovannone, trabajo que también fue un enorme éxito entre el público. En 2003 dio a conocer Altre latitudine, que refrendó una carrera exitosa sin el auxilio de la radio ni de la televisión.
Su último disco fue el trabajo en vivo Men at Work, reflejo de una gira por Alemania con su cuarteto.
GIANMARIA TESTA, EL VIAJERO INMÓVIL
“En el fondo soy un viajero inmóvil”, le dijo al periodista y escritor Elio Pirari para una entrevista publicada en la revista Playboy México.
“Me esfuerzo por aferrar el sentido de la velocidad, de los grandes desplazamientos. Debe de ser por mis raíces campesinas”, afirmaba.
«Nací en el campo de Cuneo, en una de esas granjas del 1700, cerradas sobre un patio interior. El corral, las bestias, las mojigaterías de los campesinos y las tripas de los animales que se hinchan al sol. De pequeño llevaba las vacas al prado y jugaba con los nietos de los dueños, una familia de la alta burguesía de Turín. No era incienso pero tampoco azufre. No me faltó nada, la casa entendida como madriguera y prisión, una infancia sin sobresaltos, diría normal, una infancia como muchas otras, quizás también banal, pero nunca experimentada como una culpa”, contaba.
«Había una gran biblioteca en casa. Miraba los libros con curiosidad mezclada con sospecha. Para no ensuciarlos los cubría con las páginas del Domenica del Corriere y me los llevaba al prado. Me parecía que incluso las vacas lo agradecían. Un día, a los 12, o 13 años, junté Pavese y Fenoglio sin entender nada. Tuve un gran mareo. Fue un poco como treparme a un árbol pero dentro de aquellas páginas me sentía como un ratón frente al queso, leía, leía con los ojos bien abiertos.»
Deudor de George Brassens, de Fabrizio de Andrè, del primer Francesco De Gregori y de Leonard Cohen –aunque de inglés no entiendo una palabra, admitía-, Testa cantaba con voz dulce y ronca. Muchas veces fue comparado con Paolo Conte, a quien conoció cuando salió su segundo disco.
«Si pienso en los orígenes digo que con el jazz se dio vuelta el mundo. Adoro a los músicos de jazz, puedo afirmarlo, con ellos es otra música, un poco como si hubiera tropezado con un espejo. El jazz usa cuerda y fantasía, nunca encontré nada más inmediato y simple.», decía.
Leía a José Saramago y a Miguel de Cervantes, tocó su música en Nueva York, Chicago y Cleveland y siempre soñó con pisar los escenarios latinoamericanos.
Publicó 10 discos a lo largo de su carrera y cuando este miércoles las agencias internacionales informaron sobre su fallecimiento también hicieron mención a su canción “En esta parte del mar”, una oda a los migrantes de todo el mundo.