José Benítez Herrera, padre de uno de los cinco jóvenes desaparecidos de Playa Vicente, asegura que su lucha no cesará hasta encontrar a los responsables. “Sigue encontrar a todos los culpables. Mis hijos no son perros como para conformarnos con su muerte”, expresó en el campamento instalado en el Ministerio Público de Tierra Blanca, donde desde hace 54 días, los padres de las víctimas exigen justicia.
Tierra Blanca, Veracruz, 5 de marzo (SinEmbargo/BlogExpediente).- “Dicen que los muchachos ya están muertos, que supuestamente los quemaron. Pero si a mí me entregaran un pedacito de hueso o un puño de cenizas, y me dijeran: ésta es tu hija, yo no aceptaría esa versión. O sea, que ahí quedara todo. Para estar conforme yo quiero recuperar por lo menos su cuerpo. Enterrar completa a mi niña”.
Son las 19:00 horas del día 54, en el campamento de Tierra Blanca, Veracruz. Carmen Garibo Maciel, madre de la desaparecida, Susana Tapia Garibo –menor de edad–, no ha podido recuperarse del contenido en la declaración del octavo policía detenido, quien aseguró haber visto los cuerpos de los cinco jóvenes molerse en máquinas picadoras de caña. Permanece recostada boca abajo, con una almohada presiona su nuca y oculta el llanto.
No obstante, don José Benítez, padre de otro desaparecido, la anima y la invita a comer. “Párese, doña Carmen, debe de estar fuerte. Esto todavía no acaba, falta mucho”, y las demás madres la levantan del piso, la acompañan hasta los comedores de plástico y le sirven un plato con espagueti verde. La madre con la mirada extraviada, apenas prueba bocado, solo juega su comida con la cuchara de aluminio.
Del grupo de padres, la señora Carmen Garibo es la que menos habla, el paso de los días le ha borrado su semblante saludable. Sus familiares le advierten que está bajando de peso. Duerme a ratos, según su ánimo le indique.
Ve fotografías de su hija desaparecida y noticias que relatan el presunto final de horror de los jóvenes que fueron secuestrados por policías de Tierra Blanca el pasado 11 de enero. Verbos de violencia es lo único que encuentra sobre el caso de los cinco jóvenes de Playa Vicente, secuestrados por policías de Arturo Bermúdez Zurita, el responsable de la seguridad pública en Veracruz..
Se le ve desplazarse del suelo donde duerme con rumbo al altar de los desaparecidos. Frente a la ofrenda, donde se aprecia una pared blanca, con algo similar a un mural de imágenes; no son santos ni divinidades, son personas privadas de su libertad; 31 casos de desapariciones, registrados en 31 días. En el 47 por ciento de los actos delictivos, las víctimas señalan a agentes policiales y elementos de la milicia como sus principales agresores.
Su pena no le impide lavar los trastes, barrer la cochera o lavar el baño que se comparte entre los nueve familiares. La madre ronda por el sitio con su cara hinchada, con rastros de llanto, todos la ven y respetan su pena. En dos ocasiones han tenido que reanimarla los médicos; está cansada. “Por una parte quiero que ya termine esto. Si ya los mataron que nos los den y nos vamos”.
Según la valoración de los psicólogos de la División Científica de la Policía Federal, Carmen Garibo Maciel atraviesa un proceso de duelo, difícil de superar, puesto que no cuenta con redes de apoyo, familiares que la acompañen en su calvario. La madre vive sola en el plantón.
“Yo no sé si en otras personas la ayuda psicológica sirva, pero yo desde el principio les dije que no quería platicar con ellos. Sus palabras no me van a quitar la rabia, el dolor y la impotencia. A mí las consejos de nada me sirven, yo quiero de regreso a mi Susana, es todo lo que pido”
NO SON PERROS, SON NUESTROS HIJOS, EXIGIMOS JUSTICIA
La frase del día 54 la emite José Benítez Herrera, padre de desaparecido, al ser cuestionado sobre qué sigue en su búsqueda de justicia, dijo: “Sigue encontrar a todos los culpables. Mis hijos no son perros como para conformarnos con su muerte”.
Y así va muriendo la séptima semana de espera. La rabia de José Benítez la transmite a las demás madres mediante frases con voz gruesa. Limpian sus lágrimas con las palmas de sus manos y recobran partes de sus fuerzas. Se mentalizan para postergar la espera, verán que llega primero; si sus hijos o la justicia.
“ES MUY DURO UNA DESAPARICIÓN SIENDO MADRE SOLTERA”
Tendida sobre una colchoneta, con el agua de la lluvia que ya escurre hasta sus pies, Carmen Garibo Maciel comparte su experiencia como madre soltera. Tan sólo en el colectivo Por la Paz Xalapa, de 37 familias victimizadas, el 43 por ciento de los casos, presenta experiencias similares a la de doña Carmen. Madres solteras, viudas y divorciadas que realizan la búsqueda por su cuenta.
“Hace 13 años que me separé. Es difícil vivir sola esta tragedia. No sería lo mismo si tuviera a alguien aquí. No tengo palabras de aliento, no hay abrazos. Lo difícil es que todos me preguntan a mí sobre mi hija, tengo que repartir ánimos a mis demás hijos. Quisiera que todo terminara pronto” relata mientras ingiere pastillas para el dolor de cabeza.
La madre colabora en el campamento con las tareas domésticas, reza junto con sus compañeras. A un ser omnipotente suplica le envíe fuerzas para no flaquear, para no tirar la toalla blanca. “Yo no digo que no se pueda, pero si no se tiene apoyo, si la situación económica es mala, como la mía, sería imposible hacer tanto presión como en este momento hacemos trabajando en equipo”.
Y así culmina un día más en un sitio parecido a una prisión; los mismos muros sucios, el mismo techo de lámina, un clima caluroso no se apiada de los acampantes. Los moscos hacen lo propio y sacian sus placeres sanguíneos. Carmen Garibo Maciel es la primera en disponerse a dormir. A veces se refugia debajo de las cobijas de albergue. Sólo se proyecta la luz de la pantalla de su celular. Se ignora el contenido que consulta, únicamente lamentos se atestiguan.
La madre, antes de terminar con la entrevista, exorciza los demonios que la angustian: “Quiero saber qué pasó con mi niña. Quiero justicia. Me da rabia que no condenen a los policías, todos sabemos que fueron ellos. Ellos los mataron”.
Talla su espalda, sus hombros, su sien, intenta disminuir sus dolores. La madre se oculta nuevamente entre sus sábanas, en su intimidad. Ahí soñará como otras veces, con las carcajadas de Susana, a quien ve en imaginarios tal cual salió aquella tarde trágica del 9 de enero.
Luciendo un vestido holgado, sin mangas, color negro, adornado con flores en tonos rosados, a la altura de las rodillas. Mismas prendas que presuntamente ardieron en hornos humanos y se perdieron entre los brazos del río Blanco. Aguas negras, aguas de la muerte.