Francisco Antonio León Cuervo no está de acuerdo con que Andrés Manuel López Obrador haya recibido de los pueblos indígenas el bastón de mando. “Con eso se pretende homogeneizar a los 68 pueblos indígenas que hay en México”, dice. Por lo pronto, con su novela El eterno retorno ha ganado el Premio de Literaturas Indígenas para la cultura mazahua, una lengua en pronta desaparición.
Ciudad de México, 16 de diciembre (SinEmbargo).- Francisco Antonio León no puede creer que le haya tocado el Premio de Literatura Indígena por su novela, después de todo él pertenece a la cultura mazahua, una lengua particularmente menor y de poca importancia en ese reino que son los idiomas alternativos.
“Pensé que se lo daban a alguien de la cultura náhuatl”, dice, mientras rescata lo honesto que es el galardón toda vez que el año pasado fue para el poeta de Guerrero, Hubert Matiúwàa, quien pertenece a la Cultura Mè´phàà.
Desde chico escribe. En su discurso habló precisamente de lo que significa para él esa actividad de la que no puede deslindarse: “No importa cuán hermosa sea la literatura, para el escritor siempre es una maldición, una llama intensa que lo consume por dentro, una voz infinita de ecos, que perpetuamente sacuden la conciencia. Aun así, el escritor se aferra a ella, al igual que el hombre se aferra a la vida, aunque a veces, sea tan miserable”.
–¿Cuánta gente habla en mazahua?
–Tiene 140 mil hablantes. Es una lengua del Estado de México y de Michoacán. Ya como segunda lengua. Ya es una lengua que va a desaparecer, no quiero ser pesimista, más bien realista.
–¿Para ti fue la segunda lengua?
–Sí, tuve esa fortuna. Este bombardeo global permite que los jóvenes lean el manga japonés más que el mazahua. La globalización puede defenderla también. Estas herramientas digitales son herramientas que podamos usar de manera estratégica para ayudar a que se conozca la filosofía, la sabiduría, del pueblo mazahua. Cuando a Francisco lo hicieron Papa en los mapas comenzó a aparecer su pueblo. Hacer algo así.
–¿Cómo es tu libro?
–Es una novela, El eterno retorno. La mandé en español y en lengua mazahua. La obra tiene que estar bien escrita en ambos idiomas. Los jueces evaluaron la novela, sobre todo ver que tenía los elementos propios de la cultura indígena.
–Andrés Manuel López Obrador también recibió el mandato de la cultura indígena también.
–Esperemos que el gobierno triunfe, porque triunfaremos con él. Andrés Manuel López Obrador ha dicho que hay que acabar con la corrupción. Eso es lo fundamental. Tenemos que cambiar nosotros y esperar políticas propias adecuadas. Le entregaron el bastón de mando y muchos no estuvieron de acuerdo. Para mí es irrelevante, porque el bastón de mando lo entregaron los gobernadores indígenas, que es una figura creada por el PRI, para mantener controlados a los indígenas. No son personas elegidas por el pueblo. El punto no es la figura sino el punto qué haces tú por la sociedad. Tal vez en el pueblo náhuatl sea significativo el bastón de mando, pero no para el pueblo mazahua. Culturalmente no tiene ningún sentido, los mazahuas jamás lo entregaron. Hay que decirlo. No debemos engañar a nuestra sociedad, se pretende homogeneizar y queremos que los 68 pueblos indígenas de México estén por el bastón de mando. No es así.
–¿Qué significa haber ganado el Premio?
–Esperemos que el beneficio económico llegue el próximo año. No se escribe para ganar un premio, el escritor tiene un compromiso con su oficio. La literatura es una profesión de tiempo completo. Para mí, no quepo de alegría. Fui el primer sorprendido, el PLIA se otorga únicamente a la obra. El año pasado lo ganó Hubert y sentó un precedente. Él es mè´phàà tlapaneco y hay que decir que los pueblos indígenas dominantes son los náhuatl, los zapotecos, los mayas, los mixtecos, son ellos los que ganan los premios. Para mí fue un gusto maravilloso, lo pudimos ver en la literatura nacional su percepción social, su consustanciación con su pueblo. Pudimos ver a los Mè´phàà en el centro de la cultura nacional. Yo participé este año, me postularon desde los escritores mazahuas, una agrupación emergente y no teníamos idea de ganar. Hubert venía recomendado por la UNAM, pero nosotros no tenemos ni registro de asociación civil. El PLIA es tan transparente que lo único que importa es la obra. Yo no me lo creía, parecía ese personaje de Las mil y una noche que un día se acuesta siendo mendigo y se despierta siendo un príncipe y no sabe quién es y enloquece. Acabo de cumplir 31 años, empecé a escribir a los 15, ya llevo 16 años escribiendo y no se me va a quitar.
Discurso que Francisco León pronunció al recibir el Premio de Literatura Indígena
Cuenta la historia que, cuando Thot ofreció a Thamus el regalo de la escritura; éste la rechazó, pues el registro escrito de las cosas, causaría el descuido de la memoria y provocaría el olvido. Varios milenios después, la escritura, parece ser el mejor instrumento para conservar la memoria de los pueblos indígenas que, como el mazahua, se encuentran acariciando el ocaso de su existencia. Sean pues, estas palabras, un mensaje de agradecimiento a todos los esfuerzos que, promueven el registro escrito de la sabiduría de nuestros pueblos.
Algo que muy pocas veces o, nunca, nos cuestionamos es: ¿Quién concibió el primer cuento? La respuesta; de haberla, igual que las de muchas otras preguntas que desbordan la imaginación y se alejan del presente, parece encontrarse dentro de los metamundos de la filosofía. La filosofía de los pueblos indígenas ha logrado sobrevivir a través de la oralitura, las concepciones filosóficas indígenas de México, rebasan los paradigmas de cultura occidental, dicho fenómeno es innegable, si notamos, por lo menos, la infinidad de creencias que abundan en nuestra sociedad, muchas de ellas originadas desde los pueblos indígenas. En donde no son consideradas simples creencias, sino, filosofías de vida igual que las cristianas, hinduistas y mahometistas ampliamente difundidas, aunque; muchos se empeñen en afirmar lo contrario.
Soy afortunado de vivir entre montañas, en las que las charlas, están acompañadas de alguno de los muchos relatos que nos heredaron nuestros ancestros, sumado a ellos, la peculiaridad con la que cada narrador incluye escenarios de su propia imaginación, hacen de la tradición oral, un mundo fantástico lleno de realidad, que, sin embargo, día a día cae más en desuso.
Dicen que, nací un viernes 2 de octubre de 1987, como a las 4 de la mañana. Ya era tarde para dormir, pero, aún temprano para levantarme, es esa la causa, a la que atribuyo mi insomnio, dicen también que, soy adicto a soñar y propenso a reír.
Recibí de mi madre y de mi abuela las primeras historias, pero de ellas casi no me acuerdo. Las que sí recuerdo, son las que me contó mi padre, esas hablaban casi siempre de la historia de su familia, en especial, de su abuelo y, como en casi todas las historias, las de mi padre, también, tenían profundos huecos, esos vacíos eran los que habían dejado aquellos familiares a los que él no conoció. Pero en las historias de mi padre también había héroes, eran los bandidos que robaban las haciendas, los hombres que ganaron los Ejidos, aquellos que dejaron todo para irse a la Revolución. Estaban también, los héroes de la cultura nacional, los revolucionarios que enfrentaron al sistema, Zapata, Villa y Lucio Cabañas. Aunque, en aquel entonces, yo no entendía si esos personajes eran reales o ficticios, pero, me gustaba creer que, en alguna parte de nuestras montañas, ellos existían.
No recuerdo mucho de mi infancia temprana, los escasos momentos que de esa etapa llegan a mí, algunas veces lo hacen en forma de recuerdos y, otras de sueños. De ellos; la memoria que más me intriga, es en la que recuerdo que, solía mirar a una mujer diminuta que caminaba sobre los tabiques apilados que formaban la pared de la cocina y, otras veces, sobre la tabla en la que mi abuela preparaba el pan, esa mujer era completamente de color guinda, no mayor al tamaño de mi pulgar, cargaba en la espalda, al igual que las mujeres del pueblo, con un rebozo, una canasta sobre la que se posaban sus abultadas trenzas, todo también, en color guinda. Lo fantástico de ese momento, me hace dudar sí lo que veía era real o, producto de mi imaginación.
Llegué a la escuela a los 4 años, para ese entonces ya hablaba español y poco entendía del mazahua, aunque nunca he perdido la oportunidad de escuchar algún relato de la tradición oral de mi pueblo. Por caprichos del destino, aprendí a memorizar antes que, a leer, el texto con el que aprendí se llama El país del pan, era la primera lectura del libro de texto en los años 90’s del siglo pasado. Y, desde ese momento, la lectura me atrapó, tanto que, hasta hace pocos años, abandonaba todo, solo para leer un libro nuevo que caía en mis manos. Recuerdo que con entusiasmo esperaba el nuevo ciclo escolar, para recibir mis libros de texto, en aquellos años, nada me hacía tan feliz como leer.
Pero como todo lo que nos da felicidad dura poco, mis momentos de alegría también acababan cuando terminaba de leer mis libros, en casa no había muchos, casi todos, libros de texto, de primaria y secundaria, si esos libros hablarán, seguramente hoy me maldecirían por tantas veces que los leí. Fue en aquellos años, en los que me encontré con mi primera gran pasión, la historia, me enamoré de los textos que hablaban de las civilizaciones agrícolas y las culturas clásicas, me fascinó la edad media y el oscurantismo, y me quedé perplejo al leer la barbaridad de la primera y segunda guerra mundial. Hoy, esa barbaridad parece ser pequeña, cuando muchos otros pueblos alrededor del mundo, aún padecen las atrocidades de la guerra, pero más aún, cuando en defensa de nuestro derecho a la libertad de elección, pretendemos decidir sobre el derecho a la vida de otros, Y en esa pasión por la historia, la de otros, nunca pensé que mi pueblo también tenía historia, que también había vivido horrorosas etapas de genocidio, despojo y explotación. Hoy sé que la historia de los mazahuas existe, pero es a nosotros, los mazahuas contemporáneos, a quienes nos corresponde reconstruir esa historia y dejarla registrada en los libros, para que, en la posteridad, otros más, puedan leerla.
A la mitad de mi vida, la que ahora poseo, encontré la segunda y la más frustrante de mis pasiones, la astronomía, la física, la física teórica y la mecánica cuántica, fue un sueño que no me atreví a perseguir. El miedo también me ha invadido, en ese momento, fue el miedo de abandonar mi casa, la casa de mis padres, ese techo y ese plato que, aunque humildes, eran siempre seguros.
Por esos mismos años, encontré la literatura, y, de la imaginación de Traven, La carreta y La rosa blanca me llevaron a soñar entre los mundos lacandonicos, la poesía por su parte, la amé en la melodía de Becker, Celada, Bernal y Navarro, esos fueron mis inicios. La lectura de la poesía y la narrativa, ha sido el camino más hermoso que podido andar en la vida, a través de ella me he podido soñar entre los paisajes de Macondo, Comala, Simojovel y el Amazonas. Pero también me llevó a perderme en un lugar de la Mancha del que no sé su nombre, pero del que a menudo me acuerdo, me quedé con Govinda para dejar que Shidarta fuera en busca de su liberación, y entre lo más memorable, sentado en una silla, me embelesé al oír la historia de un hombre que, para salvar a su amada, recorrió todos los niveles del infierno.
Muchas veces, mi corazón se detuvo mientras, llegaban a mí, las voces de Gibran, Vallejo, Jhonson, Bukowski, Paz y Neruda, por mencionar solo algunos. Pido disculpas a todos aquellos otros que no menciono, porque la lista es extensa; nunca hubo un texto del que no aprendiera algo, desde Gilgamesh hasta los Eloi y los Morlocks de Wells, desde Tolkien y Martin hasta Toriyama. En ese andar, también la filosofía me ha acompañado, desde Platón hasta Sartre, coincidiendo con la elocuencia de Nietzsche y Spinoza. La literatura, ha invadido mi mente; hasta encontrar en Toscana la estructura narrativa que más me ha emocionado. En los últimos años, conocí en los escritores del sureste la literatura indígena, novedosa, pujante, pero, todavía con muchas limitaciones en la estructura y, en el caso de la poesía: en la métrica y el ritmo. La literatura indígena recién comienza a florecer, faltan estilos por formar y, muchos temas por abordar, sin embargo, algunos de los escritores crecen a pasos agigantados, como Solano, que, en mi opinión, es el mejor poeta indígena de nuestro tiempo.
Comencé a escribir cuando tenía 15 años, llevo la mitad de mi vida escribiendo. En este viaje maravilloso, en la narrativa, he explorado la ficción, la ciencia ficción, y el realismo mágico. Mientras que, en la poesía, me he internado en el verso libre, pero también he intentado los estilos occidentales con su métrica estricta, así como los estilos japoneses, pero no seré yo quien juzgue mi trabajo, serán el tiempo y los lectores quienes determinen el valor del mismo.
Creo firmemente que todas las personas tienen una historia que contar y, considero que la literatura contribuye a dignificar la vida de las personas, así como los oficios que nuestra sociedad ha olvidado. Los escritores pueden o, no, ser personas ejemplares, pero, la literatura es incorruptible. Una obra publicada no pertenece más al autor, pertenece a cada lector por aparte, es entonces; el caos imaginario del lector (felicidad o frustración) lo que determina la bondad de una historia, sea que ésta, se encuentre escrita en verso o en prosa.
Escribí El Eterno Retorno, para contar la historia de un hombre mazahua raicero de oficio, es la historia de un hombre común, como cualquier hombre de los pueblos rurales indígenas y no indígenas, es la aventura y desventura de la vida, es la justicia injusta de la realidad cotidiana, es la vida misma atormentada por todos nuestros miedos, la negación de la felicidad por nuestra costumbre a la adversidad. El eterno retorno es una tragicomedia, no hay un felices para siempre, porque, siempre, es mucho tiempo y, el tiempo, es relativo; como lo es: la felicidad y la vida.
Escribo, porque quiero contarme las historias que aún no he encontrado en los libros, soy yo antes de hacer público mi trabajo, mi primer y único lector, lo que escribo lo hago pensando únicamente en mí, porque una vez compartido, dejará de pertenecerme, no será más mi historia, será: las historias que inspire. La literatura me ha dado las más grandes derrotas de mi vida, pero también, me ha dado los mejores momentos. No hay nada que me dé más felicidad que concretar una historia, verso o prosa. Uno no escribe para ganar premios, pero, para muchos, son los premios, la única forma de lograr que se lea su trabajo, pues ninguna historia tendría sentido, si el único lector fuera el mismo escritor.
No importa cuán hermosa sea la literatura, para el escritor siempre es una maldición, una llama intensa que lo consume por dentro, una voz infinita de ecos, que perpetuamente sacuden la conciencia. Aun así, el escritor se aferra a ella, al igual que el hombre se aferra a la vida, aunque a veces, sea tan miserable.