Juan Hernández estuvo cerca de ser boxeador, pero la vida lo llevó a ponerse el uniforme de policía federal.
Vio lo más crudo de la “guerra»: descuartizados, secuestros, muerte… Se preparó para combatir al crimen y una noche, en San Nicolás de los Garza, Nuevo León, desapareció.
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Ciudad de México, 16 de diciembre (SinEmbargo).– Juan Hernández Manzanares, de 23 años, despreciaba a los secuestradores. En el tiempo que se desempeñó como policía federal le tocó ver los reencuentros entre las familias y víctimas de privaciones ilegales de la libertad, y odiaba a los sujetos que se atrevían a cometer tal ilícito. Trató de combatir, desde su trinchera, al crimen, y una noche del ya lejano 2011, desapareció.
El sábado 20 de febrero de 2011, durante uno de sus acuartelamientos en San Nicolás de los Garza, Nuevo León, el joven se desvaneció sin dejar rastro. A casi 7 años de distancia, Patricia Manzanares, la madre, recorre el país tratando de encontrarlo.
“Mi hijo es deportista. Él desde que es muy chiquito se dedicó al deporte. A las 8 años practicó el box. Es de los que se iba a correr. Lo iban a lanzar como boxeador profesional, pero ya no se dio porque se metió a la policía. Él no tomaba, no fumaba. Él mide uno ochentaitantos, es delgadito. No tuvo ningún problema para entrar ahí [a la Policía Federal]. Un niño sano que estudiaba. Tenía novia. Quería mucho a su mamá. Muy apegado al núcleo familiar», cuenta Patricia en entrevista con SinEmbargo.
Juan se alojó en un hotel del municipio regiomontano la noche en que se esfumó. Envío mensajes a la mujer que se convertiría en su esposa el lunes siguiente (el 22 de febrero) y a sus amistades. No levantó sospechas, se hallaba bien. “Cansado», pero bien.
“Estaban todos sus compañeros, había más de 100 elementos –entre policías federales y policías de investigación–. Lo sacaron. No podían haber entrado sin que se dieran cuenta tantos», narra Manzanares, quien pierde el rímel negro de sus ojos cada vez que recuerda a Juan.
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LA PF NO BUSCA A SUS ELEMENTOS
El joven oficial no respondía el teléfono, pero su madre no se preocupó porque sabía que durante los operativos prefería dejar apagado el aparato. “Yo me confié», lamenta Patricia.
Al tercer día -uno después de la fecha apartada para la boda por el civil-, la mujer supo que algo había ocurrido. Se desplazó al Centro de Mando de Iztapalapa, en la Ciudad de México, desde donde enlazaron comunicaciones con Nuevo León.
-¿Qué pasa con el elemento Hernández? Aquí están sus familiares, lo están buscando- cuestionó el hombre a cargo en la capital.
-No llegó a dormir- le respondieron.
“Vuelo a Nuevo León. Sorpresa: No habían ni siquiera levantado un acta por desaparición, sino un acta administrativa interna y los ponen como dados de baja. Los ponen como abandono de trabajo. Nadie los busca, las familias no se dan cuenta. Es una atrocidad lo que hacen con los elementos», relata la entrevistada.
Patricia inició la búsqueda. Hizo volantes, se acercó a las televisoras del estado gobernado, en ese momento, por el priista Rodrigo Medina de la Cruz. ¿La respuesta que recibió? “Deje de alborotar al gallinero».
Dos semanas después de que Juan Hernández desapareciera, el agrupamiento al que pertenecía fue desintegrado. Cada policía fue conducido a diferentes destinos. “Yo creo que fue con el afán de que yo perdiera comunicación y de que no me pudieran apoyar los chicos -amigos de su hijo-», dice la mujer.
Y así comenzó un viaje de 7 años. Un viaje que condujo a Patricia a mesas de trabajo, a pláticas con gobernadores, a conocer a otras madres de desaparecidos, a fosas, a luchar contra una institución que no respondió por el caso de su ser querido.
“Policía Federal no busca a sus elementos. ¡No los busca! Dejan que pasen los días, y al tercero los dejan como abandono de trabajo. Se necesita hacer una investigación sobre qué pasa con los elementos de la policía federal. ¿Qué es lo que pasa? ¿Los encuentran? ¿Dónde están? ¿Quién se los lleva? ¿Los entregan ellos (al crimen)? ¿A cambio de qué o para qué?», recrimina Patricia.
“Es criminalizada la policía, pero no debemos olvidarnos que son jóvenes, son muchachos que muchas veces entran por necesidad, por lo que les pagan. Y no los capacitan como se debe y nada más los mandan como carne de cañón. Ellos reciben órdenes por mandos jerárquicos (intocables). Sólo se habla de los de abajo, pero los de arriba son los que se llevan el dinero, son los que tienen el poder. Los de abajo tienen que hacer lo que mandan los de arriba, y si no obedecen, los matan o los desaparecen», detalla.
“HE PERDIDO TODO, Y NO ME DUELE»
En 2009, dos años antes de marcharse sin dejar rastro, Hernández participó en un operativo que terminó en enfrentamiento entre uniformados y presuntos miembros del crimen organizado en Ciudad Juárez, Chihuahua. Dos balas lastimaron su cuerpo, pero eso no lo detuvo para seguir.
“Cuando hacían operativos, se encontraban a la gente descuartizada y todo eso. Eso es lo que yo vivo, eso es lo que vemos en las fosas: cuerpos, manos, cabezas. Veo eso y me pregunto: ‘¿mi hijo cuándo se iba a imaginar que yo lo iba a buscar así?’. Dio vuelta la ruleta, ¿no? Por lo que él estaba luchando, yo lo estoy viviendo. Cosas irónicas de la vida, ¿no?», relata la madre a este diario digital.
Patricia ha perdido prácticamente todo, y no le duele. Seguirá recorriendo, en compañía de caravanas, el país. Asegura que la búsqueda de la verdad no la detendrá. Celebra que centros de derechos humanos y activistas intenten localizar pistas de los desaparecidos, urge al Estado mexicano a hacer su trabajo, y espera algún día volver a reunirse con su hijo, Juan.
De acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), hasta el corte del 31 de octubre había 33 mil 513 registros de personas relacionadas con averiguaciones previas, carpetas de investigación o actas circunstanciadas del fuero común que permanecen sin localizar.