La Selva Lacandona, ubicada en el estado de Chiapas, está a punto de entrar a una fase de peligro sin retorno. La devastación de esta hermosa zona lleva décadas, pero desde el 2000 la flora y fauna del lugar han sufrido los ataques constantes de los seres humanos que se disputan la riqueza del lugar y hoy ese gran pulmón para México parece estar en sus últimos suspiros por sobrevivir. La historia de esta catástrofe ecológica se remonta a inicios del siglo pasado, cuando comenzó la tala ilegal de árboles de caoba, cedro y amate, entre otros. Lo que a la naturaleza le tardó cientos de años en construir, en 50 años fue arrasado por los taladores.
Por Rogelio Velázquez y Alejandro Wong
Ciudad de México, 16 de octubre (SinEmbargo/ViceNews).– Una de las reservas ecológicas más importantes de México está a punto de entrar a una fase de peligro sin retorno: la Selva Lacandona, ubicada en el estado de Chiapas, al sureste de México. La devastación de esta hermosa zona lleva décadas, pero desde el 2000 la flora y fauna del lugar han sufrido los ataques constantes de los seres humanos que se disputan la riqueza del lugar y hoy ese gran pulmón para el país parece estar en sus últimos suspiros por sobrevivir.
VICE News viajó hasta la selva para ver las dos amenazas que la están destruyendo: la deforestación y el tráfico ilegal de especies. El paisaje verdoso que presumían los 1.8 millones de hectáreas ha sido trastocado por heridas de color café que hacen evidente su agonía. Hoy sólo quedan 500.000 hectáreas, es decir, en las últimas décadas se ha perdido el 72.2 por ciento del terreno que ocupaba la selva más grande del país, de acuerdo con autoridades ambientales.
La historia de esta catástrofe ecológica se remonta a inicios del siglo pasado, cuando comenzó la tala ilegal de árboles de caoba, cedro y amate, entre otros. Lo que a la naturaleza le tardó cientos de años en construr, en 50 años fue arrasado por los taladores.
Fue tal la magnitud del daño, que encendió las alarmas del gobierno mexicano. En 1949, las autoridades decidieron prohibir en el país la exportación de la madera en rollo —se parte en troncos y se transporta en tráileres— como medida para proteger las zonas selváticas y los bosques de México.
Sin embargo, en ese mismo año, la Vancouver Plywood Company, una empresa maderera de Estados Unidos, comenzó a explotar la parte norte de la Lacandona, en conjunto con empresarios de la Ciudad de México en nueva organización comercial llamada Maderera Maya, la cuál tenía en su poder más de 400 mil hectáreas de la selva.
Eran los años 50 y la nueva maderera sólo veía un obstáculo en sus planes de deforestación: la selva Lacandona vivía una invasión de tierras, provocada por la llegada de habitantes de los estados de Veracruz, Guerrero y Campeche, debido a una iniciativa impulsada por el entonces presidente Manuel Ávila Camacho que ofreció territorios del sur de México para integrarlos formalmente a la vida económica del país.
Para 1964, la compañía encontró un aliado muy fuerte en la empresa Aserraderos Bonampak de Campeche, que poseía maquinaria moderna que facilitó el trabajo de extracción de madera. Este salto tecnológico abrió las posibilidades de entrar en zonas que antes eran inimaginables de talar.
Ante la devastación del lugar, el gobierno implementó medidas para intentar de controlar la tala en la biosfera de la región. En 1967, se declararon propiedad nacional 402 mil hectáreas en el sur de la selva, con el propósito de controlar la colonización de las tierras, y se crearon nuevos asentamientos para reubicar a la población.
Tampoco fue suficiente, así que en 1972 se creó la Zona Lacandona, con una extensión de 600 mil hectáreas. Dos años después se estableció la Compañía Forestal de Lacandona (Cofolasa), con la intención de quitarle terreno a las compañías madereras privadas y ponerla en manos del poder federal.
Y como, de nuevo, había que redoblar esfuerzos, en 1978 el gobierno federal creó la reserva de la Biosfera de Montes Azules, un área natural protegida, para evitar la destrucción de la selva en la que se encuentra cerca del 20 por ciento de la biodiversidad del país. Sin embargo, la tala ilegal de la selva más grande de México seguía devorando todo a su paso.
De poco sirvieron las acciones gubernamentales para la conservación de la selva: la velocidad de la deforestación aumentó a partir del año 2000. Desde ese entonces se registra una pérdida de 3 mil hectáreas anuales, que barren con todo: plantas, animales, nacimientos de agua. Como pulmones con estertores.
LA SELVA TIENE OPCIONES PARA SOBREVIVIR
La selva — que también abarca territorio de Guatemala y Belice, pero sólo se le llama Lacandona en su parte mexicana — bordea al Río Usumacinta, que vio nacer a una de las civilizaciones prehispánicas más importantes y avanzadas: los mayas.
Dentro de esta enorme cuna de vida, se puede encontrar cerca de 3 mil 400 especies de plantas, de las cuales 573 son árboles. Es una numeralia de vida: viven 464 especies de aves —el 44 por ciento de todas las aves del país—, 119 especies de anfibios y reptiles, 769 especies de mariposas, y 114 especies de mamíferos: 64 tipos de murciélagos, 17 de roedores, 13 de carnívoros, dos de venados, dos de monos y la única especie de tapir en el país, entre otros.
Algunos de los responsables del desastre ecológico son las empresas madereras que operan en la región y los pobaldores que queman la tierra para después utilizarla para cultivar. Mientras más crece la población del lugar en el que conviven indígenas lacandones —los nativos que le dieron nombre a la selva—, tzeltales y choles, se genera una mayor demanda de terreno para sembrar maíz y frijol que utilizan para autoconsumo.
A partir del 2000 y hasta el 2010, el número de asentamientos humanos aumentó un 8.9 por ciento, de acuerdo con cifras de Natura y Ecosistemas Mexicanos AC, una organización ambientalista fundada en 2005 y encabezada por Javier de la Maza. Sus miembros han trabajado en la conservación de la región desde hace 35 años.
Uno de los problemas que generan los sembradíos es la quema de terreno para cultivar con mayor frecuenta. A medida que más terreno de selva se pierde, mayor es el desplazamiento de las especies nativas que buscan encontrar un nuevo hogar, lo que hace cada vez más común el contacto entre el humano y los animales endémicos, facilitando la caza furtiva y el tráfico de especies.
Julia Carabias, bióloga por la Universidad Nacional Autónoma de México, e integrante de Natura, explicó a VICE News que muchos indígenas son engañados por funcionarios públicos para ocupar zonas protegidas. «Los engañan con falsos títulos de propiedad y los motivan a ingresar para después quemar el terreno que utilizarán para el cultivo», explica la exsecretaria de Recursos Naturales.
Por ello, señala Carabias, Natura lleva a cabo distintos proyectos de desarrollo sustentable en la zona, en concreto en el municipio de Marqués de Comillas. Los programas buscan que los habitantes de la región se involucren en la conservación de la selva. Sí la gente de la comunidad se compromete a no permitir la desforestación de un lugar que tenga a su cuidado, puede participar en los proyectos de turismo alternativo que se han creado para obtener recursos para los habitantes y el cuidado de la selva.
Los turistas que llegan al lugar buscan recorridos por la selva, una travesía por el río Lacantun o visitas a las zonas de especies protegidas. Y eso lo pueden hacer los mismos pobladores.
«La derrama económica y el dinero que obtienen los habitantes con estos proyectos les genera más ingreso que el cultivo que destruye la selva», afirma la ambientalista. «Estamos demostrando que se pueden cuidar los recursos naturales y a la vez crear alternativas de vida para la gente que busca nuevas formas de organizarse para lograr un desarrollo comunitario.
«Es un modelo de apropiación del cuidado ecológico por parte de la comunidad».
LA GUACAMAYA EN PELIGRO
Otro de los trabajos que Natura realiza en la selva es el estudio y el monitoreo de las especies en peligro de extinción, poniendo especial atención en la guacamaya roja, que se encuentra en riesgo por dos razones: la pérdida de su hábitat y el tráfico ilegal.
La guacamaya que habita la Lacandona tiene un valor de cerca de 40.000 pesos mexicanos —unos 2.200 dólares— dentro del mercado negro debido a su bello plumaje color escarlata y sus tonalidades azul y amarillo en las alas. Y cuando es traficada hacia Estados Unidos y Europa, donde su valor puede aumentar considerablemente.
Su captura y venta es un negocio redituable por la escasez de guacamayas y pericos nativos: de los 22 tipos que hay en México, seis se encuentran en peligro de extinción, 10 amenazadas por el tráfico, y cuatro bajo protección especial. Eso no impide que sea un tráfico robusto: anualmente, en México se cazan para comerciar cerca de 78.500 pericos y guacamayas, de los cuales aproximadamente el 75 por ciento de ellos mueren en el contrabandeo, según datos de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (PROFEPA).
En la Lacandona también son traficados el jaguar y el ocelote. Y de acuerdo con grupos ambientalistas, entre el 86 y el 90 por ciento de las especies que se capturan son para comerciarse dentro del país.
Datos de la misma secretaría señalan que entre 2013 y 2015, se aseguraron 154.093 ejemplares de animales en inspecciones. En un censo realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, se muestra que Yucatán fue el estado en donde se cometieron más delitos ambientales, entre los que se ubica el tráfico de fauna silvestre con fines comerciales. Chiapas, casa de la Selva Lacandona, se ubicó en el quinto lugar.
Durante los primeros doce años del siglo XXI, México ha perdido cerca de 2.4 millones de hectáreas ocupadas por árboles. Seis por ciento de esta pérdida ha sido dentro de la Selva Lacandona, lo que significa que desaparecieron 500 millones de árboles y 32 millones de toneladas de biomasa. El tamaño de la tragedia ambiental está contabilizada por Greenpeace: cada año perdemos 500 mil hectáreas de bosques y selvas en el país.
A pesar de los trabajos de organizaciones como Natura y las leyes emitidas por las autoridades federales y locales, pareciera que la muerte lenta de la selva no se detendrá en pronto.