“No se salva casi nadie en esta novela hiperrealista y deslenguada”, ha escrito el crítico literario de El Periódico. Se refería a la irrupción literaria, tan sorpresiva como gozosa, del genio de la música española, un cantautor controvertido y de culto, que a menudo hace también de las suyas en los escenarios mexicanos. En forma exclusiva y con autorización de Penguin Random House ofrecemos a nuestros lectores un capítulo de la ópera prima del famoso músico. Para leer y cantar
Por Albert Pla
Ciudad de México, 16 de julio (SinEmbargo).- Quedaban dos días para el concierto de Madrid, tiempo suficiente para pasar por Segovia y conocer a Andrés Calamaro. Andrés Calamaro era un cantante uruguayo, pero hacía creer a todo el mundo que era argentino. Era un tipo con un gusto extremadamente refinado para la música y le gustaban las canciones de Raúl; lo quería conocer, pero las circunstancias personales en las que se veía envuelto impidieron ese encuentro.
Todo empezó dos años atrás. Andrés Calamaro estaba en el jardín de su casa con tres músicos amigos suyos. Justo en el instante de arrancar con el primer estribillo de la tercera canción del nuevo repertorio, notó que no podía respirar. Que se ahogaba. Empezó a angustiarse, quería que el oxígeno entrara en sus pulmones, pero no lo conseguía. Iba tambaleándose por el jardín intentando desesperadamente tragar aire, pero era inútil. Tropezó y se cayó dentro de la piscina.
Mientras se hundía pensó que se estaba muriendo, pero sin darse cuenta empezó a respirar debajo del agua. Así que Andrés se quedó sentado en el fondo, respirando. Sintió un extraño placer sumergido en su piscina. Se le fue pasando el mareo y entonces decidió quedarse debajo del agua. Sus amigos se tiraron a la piscina para intentar salvarlo, pero cuando lo sacaron a la superficie volvió a quedarse sin respiración. Se revolvió desesperadamente, se desembarazó de sus amigos y volvió a sumergirse.
Lo primero que hizo Andrés Calamaro el día que se dio cuenta de que podía respirar indefinidamente debajo del agua de su piscina fue observar la cara de preocupación de los médicos que lo estudiaban. Y lo primero que hicieron los médicos el día que le diagnosticaron que no podía respirar fuera del agua fue meterlo inmediatamente debajo del agua.
Lo segundo que hizo Andrés Calamaro el día que se dio cuenta de que el destino le había reservado una estancia más o menos prolongada dentro del agua fue pedir unas gafas de natación azules. Andrés Calamaro empezó a recibir a sus amigos, a especialistas y a otros curiosos fuera del agua. Pero las conversaciones eran breves. Debía sumergirse cada diecisiete segundos.
El día que Andrés Calamaro se cansó de recibir a sus visitantes fuera del agua, empezó a recibir a la gente dentro de la piscina. Y el día que Andrés Calamaro asumió que jamás podría llevar una vida normal fuera del agua, sacó parte de sus ahorros del banco y compró trajes de submarinista a sus amigos. Durante meses, Andrés Calamaro y sus amigos pasaron largos ratos dentro de la piscina. Pero, un año después, se dio cuenta de que se aburría cuando lo dejaban solo dentro de la piscina, y decidió sacar otra parte de sus ahorros del banco para meter dentro de la piscina una televisión, una radio, un sofá y varios libros sumergibles y hábilmente impermeabilizados. Pero el día que Andrés Calamaro sacó otra parte de sus ahorros para comprarse un ordenador porque la televisión lo aburría, su mujer le comunicó que se habían quedado sin dinero.
El día que se quedó sin dinero, decidió pedir un préstamo al banco para comprarse una pecera móvil con ruedas de dos por tres y agua climatizada. Dentro de ella emprendió una gira por los mejores teatros del mundo, con el fin de sufragar los gastos que su extraña situación le provocaba.
Cincuenta y cinco bolos después, Andrés Calamaro comprendió que su felicidad era más importante que su público y decidió tirarse al río más profundo para encontrar la respuesta a todas las cuestiones relacionadas con su destino. Veinte días después, sin embargo, comprendió que en el río no se necesitaba dinero y que las medidas de tiempo eran distintas. Y se propuso remontarlo bajo el agua. Doscientos kilómetros más arriba, sintió que el río que remontaba no era de su gusto, supo que no todos los ríos eran iguales. Y se fue en busca de nuevos ríos. Lo primero que hizo cuando encontró el río perfecto donde vivir fue darse cuenta de que, en realidad, quería vivir en un lago. Y el día que Andrés Calamaro se dio cuenta de que los lagos no lo realizaban como persona acuática, decidió meterse en el mar. El mar es muy grande. Después de doscientos cuarenta y tres atardeceres, Andrés Calamaro dejó de tener amigos que lo visitaran en el mar. Decidió hacerse amigo de los peces.
El día que fue visto por última vez en el mar, dicen que ya nadaba más rápido que los propios peces. Nadie ha vuelto a ver a Andrés Calamaro, porque, como el salmón, nadie jamás pudo nadar tan lejos. Por esta razón, Andrés Calamaro no pudo invitar a Raúl a su casa de Segovia para mostrarle su piscina nueva.
LA NOVELA DE ALBERT PLA
Albert Pla es conocido como uno de los rockeros más polémicos de habla hispana, por sus canciones (siempre provocadoras como “La dejo o no la dejo” y “Carta al rey Melchor”), por su postura frente a la independencia de Cataluña («Depende de qué sardanas oigas, da asco ser catalán», ha dicho), por su incursión en el cine y en el teatro
Ahora, bajo el sello de Roca editorial se lanza a la ficción literaria con La odisea de los hombres buenos, una road novel hilarante, canalla, onírica y punk, por las tierras de España, protagonizada por míticos personajes como Julián Hernández (Siniestro Total), Andrés Calamaro, Jorge Drexler, Kiko Veneno y un largo etcétera.
Raúl Gadea, un joven cantautor uruguayo, y Tito, su representante rockero venido a menos, se embarcan en una gira de shows por varias ciudades españolas. En su periplo quijotesco, un viaje iniciático y alucinado no exento de crítica salvaje, vivirán episodios tan surrealistas como epifánicos, dotados de lírica y realismo cruel, cuenta la sinopsis.
Las aventuras y desventuras de Raúl y Tito reflejan el espíritu de nuestro tiempo, el desconcierto del individuo ante un paisaje cambiante sin rumbo fijo y dan fe del sabio, fresco y original estilo narrativo del autor: directo, lúcido, cómico, visceral, sensible, preciosista, tierno, cabrón.
Así, pasan de una ciudad a otra, de un pueblo de mala muerte a otro, en una sucesión de persecuciones, entradas y salidas.
¿Quién es Albert Pla? (Sabadell, 1966) Cantautor singular e irrepetible, publicó su primer disco, Ho sento molt, en 1989. A éste le siguieron otros álbumes como No sólo de rumba vive el hombre (1992), Supone Fonollosa (1995), Veintegenarios en Alburquerque (1997), Canciones de amor y droga (2003) y La diferencia (2008).
En su faceta de actor, ha sido protagonista de la obra teatral Caracuero, de Helmut Krausser; Llits, de Lluís Danés, y de El malo de la película, de la que además fue director.
También ha colaborado en filmes como Airbag, de Juanma Bajo Ulloa; Honor de cavalleria, de Albert Serra; A los que aman, de Isabel Coixet y Murieron por encima de sus posibilidades, de Isaki Lacuesta. Con La odisea de los hombres buenos inicia su carrera literaria como novelista.