La autora estadounidense presenta El complot de las damas muertas, un cuaderno de bitácora que sucede a su polémico manifiesto Por qué no soy feminista. «Si te atreves a criticar el feminismo light o mainstream te tacharán de traidora, de cascarrabias o de opositora a la hermandad, como han hecho conmigo».
Ciudad de México, 16 de junio (SinEmbargo/eldiario.es).- Jessa Crispin (Kansas, 1978) habla rápido como si sujetase una ametralladora con los dientes, pero sus palabras generan un efecto más parecido al de la bomba atómica. Como ejemplo, su anterior libro Por qué no soy feminista. Un manifiesto feminista (2017), donde no dejaba títere con cabeza en un movimiento que, según ella, «ha perdido el rumbo». «Si es universal, si se puede apuntar cualquier hombre y mujer del mundo, entonces no es para mí», apunta.
Se refería a quienes tildaron a Hillary Clinton de candidata feminista solo por ser la mujer que se enfrentaba a Trump, a las que lucen camisetas de marca con consignas revolucionarias, a Beyoncé y a la creadora de Girls, Lena Dunham: «una cría blanca malcriada que no tiene ni puta idea de lo que dice». Muchos la tacharon entonces de pirómana y de lucrarse poniendo minas a su propio movimiento, pero ella se confesó más interesada en un feminismo transversal y que huya del victimismo.
LECTURAS | «Por qué no soy feminista. Un manifiesto feminista», de Jessa Grispin
Acaba de publicar El complot de las damas muertas (Alpha Decay), un cóctel literario breve y muy diferente a todo lo que había escrito hasta ahora. En él, la autora mezcla pensamientos suicidas con cuidadosos ensayos sobre grandes figuras literarias como James Joyce, Igor Stravinsky, Rebecca West y Margaret Anderson.
Un cuaderno de bitácora fascinante, escrito durante más de diez años y en una decena de países, que aúna su amor por la lectura, por sus referentes, por el esoterismo y, como no podía ser de otra forma, por el feminismo.
–Reivindica mucho la figura de las esposas en El complot de las damas muertas, como a Nora Barnacle [la mujer de James Joyce] o Isabel Arundell [la de Richard Burton]. ¿Han sido los historiadores injustos con ellas?
–Claramente sí, y cada vez hay más estudios y libros sobre las amantes y esposas de estos grandes artistas porque se han dado cuenta de que merece la pena devolverlas a la luz. Son interesantes por derecho propio, no solo porque estuviesen casadas con un tío. A mí, por alguna extraña razón, me fascinan las figuras de Cósima Wagner, la mujer del compositor alemán, y la de Alma Mahler, la esposa de Gustav Mahler. Esta última era un genio y se tiró absolutamente a todo el mundo de la escena musical y artística de la época. Era una lunática delirante y a la vez una genia y una criatura fascinante. Era lo opuesto a todo lo que imaginamos de una esposa o una musa: nada recatada o silenciosa. Y Cósima Wagner tampoco. Era sádica, malvada, brillante y rara. Quienes la conocían a través de su marido llegaban a la conclusión de que ella era el genio de la relación, mucho más brillante que él. Exudaba inteligencia. Es interesante acordarse de estas mujeres cuando asumimos lo que «una esposa» debe ser, porque nunca pensamos en Alma Mahler o en otras «enormes zorras» que obsesionaban tanto a los hombres que las llegaban a replicar en muñecas a tamaño real – como hizo Oskar Kokoschka con Alma-.
–Dice en el libro que espera encontrar a un hombre para que se convierta en su «esposa». ¿Por qué no existe la figura del hombre muso del mismo modo que existe y existirá siempre la de la musa?
–Para empezar, «querer una esposa» es un deseo corrupto. Lo que se presupone a una esposa en el imaginario patriarcal es alguien que se encargue de tu mierda y que no se queje. Ha de ser casi una asistente. Y es evidente que no deberíamos desear eso en una relación romántica, sino a una igual. Pero la figura de la musa es de por sí un rol pasivo. Creo que la sociedad ha inculcado al hombre que que debe la figura principal de la pareja y a la mujer el apoyo, la compañera.
Cuando hablamos de esposas no pensamos en mujeres que fueron más grandes que la vida misma o tan vibrantes como las que te decía antes. Pensamos en algún alma en pena sentada en una mecedora y cosiendo a la espera de que su marido vuelva a casa. Y eso dice mucho de cómo asumimos que puede ser la vida de una mujer.
–Pero no solo hay esposas en su libro, también grandes escritoras. ¿Cuál fue la vida que le impactó más o con la que se sintió más identificada?
–Conecté a un nivel muy personal con Margaret Anderson en el sur de Francia por razones obvias. Los primeros treinta años de nuestra vida fueron bastante similares: las dos somos del Medio Oeste de Estados Unidos, empezamos nuestra carrera en Chicago y las dos tenemos los mismos problemas mentales a raíz de vivir en Chicago [risas]. Me fascina leerla y me encantaría que escribiesen una biografía completa sobre ella. Al final, es una figura imprescindible en el modernismo y la mitad de la literatura modernista que conocemos no existiría sin ella. Dicho esto, a diferencia de Anderson, no me gustó demasiado vivir en el sur de Francia, fue uno de los sitios en los que me sentí más miserable.
–A raíz de esto, habla sin tapujos del suicido y la depresión durante estos viajes. ¿Qué región le resultó más terapéutica?
–Creo que en Trieste, en Italia, encontré un pequeño oasis mental. Y obviamente las islas griegas, tan preciosas e idílicas. En realidad el único sitio con el que no tuve una gran relación fue con Belgrado. No me gustó nada. No salía nunca de mi habitación porque odiaba esa ciudad. Pero la verdad es que cada una me ofreció algo único o me ayudó a pensar con claridad. Todas me sirvieron de apoyo de una forma u otra, excepto Belgrado [risas].
–En su manifiesto, No soy feminista, defiende un feminismo académico y alejado del oportunismo. ¿Qué o quién le llevó a pensar que se estaba haciendo ese uso del feminismo en la actualidad?
–Últimamente he leído a Emma Goldman, quien me ha llegado más por sus memorias que por sus escritos políticos. Ella fue muy crítica con el feminismo de la primera ola, porque habían centrado el foco en la clase media, en la adquisición de propiedades privadas, en el matrimonio o en el derecho al voto de las mujeres blancas. Goldman intentaba señalar que, solo porque las mujeres conservadoras obtuviesen el voto, no se iban a solucionar los problemas de las pobres, las negras o cualquiera de la clase trabajadora en Nueva York, que era una ciudad increíblemente pobre en aquella época. Que alguien como ella pensase en llevar los asuntos y derechos de las mujeres a un ala más izquierdista del movimiento, antes que obtener pedacitos de feminismo, es algo a resaltar. Creo que al feminismo contemporáneo le pasa lo mismo. Defiende que debemos centrarnos en nuestros propios derechos y no se está integrando un pensamiento más amplio en el que la sociedad sea reformulada para todas. El feminismo ha cojeado siempre de ese pie, pero ahora se ha convertido en un flagrante y enorme problema. En mi opinión, deberíamos dirigirlo de nuevo hacia la anarquía y el socialismo y a pensar no solo lo que es bueno para las mujeres sino para todo el mundo.
–¿Cuál sería, según usted, la mayor reivindicación feminista actual que se está planteando desde el individualismo?
–En Norteamérica hay enormes partes del país donde resulta imposible abortar. Si lo necesitas, tienes que conducir como mínimo cuatro horas y cuesta miles de dólares. Así que hay una enorme parte de la población femenina que no tiene acceso a unos cuidados reproductivos básicos. Y al feminismo en EEUU no le importa una mierda el derecho al aborto. Las feministas apoyan a candidatos supuestamente pro-elección, pero estos políticos no están interesados en mejorar la situación del acceso al aborto porque la mayoría vive en la costa, donde hay acceso incluso a «abortos de lujo». Para mí es el ejemplo más notorio de cómo el feminismo deja tirado al 80% de las mujeres de mi país. De que su retórica está centrada por completo en ese pequeño segmento de mujeres que han tenido una buena educación, que son pudientes y que viven en áreas urbanas. Yo hablo mucho del derecho al aborto porque así fue cómo me introduje en el feminismo, como consejera en un centro de planificación familiar.
–Hay un ejemplo elocuente sobre esto en la segunda temporada de El cuento de la criada, que muchas feministas están rechazando por ser demasiado explícita en las violencias sobre la mujer, incluyendo el aborto. ¿Es una postura propia del feminismo de clase alta?
–Es un plomazo apabullante pensar en todo lo que queda por hacer. Así que es más sencillo pensar solo en nuestros propios problemas y en otras que sufren lo mismo que nosotras. Hay que reformar muchas capas de nuestra sociedad para llegar a conseguir una igualdad real. No es algo que se pueda cambiar con un plan a diez años vista, es un trabajo de generaciones. Pero el primer paso para solucionar cosas como las que se muestran en El cuento de la criada y que ocurren en la realidad, es ser capaz de mirarlas y que nos provoquen una mala sensación. Si ni siquiera estamos dispuestas a tener ese gesto, no sé a qué estamos contribuyendo al movimiento.
–Es muy crítica con el feminismo mainstream, como el de Beyoncé o el de Lena Dunham. ¿No es complementario un feminismo light que llegue a más capas de la sociedad con uno académico que tenga menos alcance pero sea más crítico?
–Uno de los argumentos que más escucho es que Beyoncé o una camiseta son una buena forma de introducir a la gente en el feminismo. «¿Qué hay de malo en eso?». Pero no creo que una persona que se compra una camiseta de Todos debemos ser feministas vaya a estar más comprometida con los grandes debates del movimiento. Es como cuando la gente decía que Harry Potter iba a ser el libro light con el que la sociedad se iba a aficionar a la literatura en condiciones, cuando en realidad Harry Potter es una basura y no condujo a eso. Tampoco creo que una canción de Beyoncé o la camiseta sean la droga de la violación, quizá sean inocuas. Pero sí que creo que ahogan el verdadero mensaje del feminismo y permiten que la gente inapropiada se lucre con ello. Pasó lo mismo cuando se estrenó Wonder Woman, las críticas perdieron la jodida cabeza por lo feminista que era esta película. Una película sobre violencia y cuya protagonista estuvo enrolada en las Fuerzas Armadas israelíes, donde se cometen crímenes de guerra contra los palestinos. En fin. Pero esta cultura del feminismo light es tan monolítica que no acepta las críticas. Si te atreves a hacerlo, te tacharán de traidora, de cascarrabias o de opositora a la hermandad, como han hecho conmigo.
–En España, el feminismo se ha popularizado generando un movimiento social y cultural nunca antes visto: ya sea con una reacción solidaria ante una violación múltiple o en el Día de la Mujer. ¿No hay que aplaudir esto?
–Se esgrimió mucho ese argumento durante la Marcha de las mujeres después de las elecciones de Donald Trump en Norteamérica. De acuerdo, fue bonito, pero todavía tenemos a Donald Trump. Las marchas de las mujeres tampoco crearon una agenda coherente ni muy alentadora. También es cierto que hay más mujeres postulándose para cargos públicos en las próximas elecciones que en toda la historia americana. Y sería genial si esas mujeres tuvieran una política feminista de verdad o al menos progresista. Porque muchas de ellas son de centro-derecha y apoyan cosas como la superpoblación de las prisiones o las terribles políticas de inmigración de EEUU. Entonces, ¿cuál es el resultado real? Soy pragmática. ¿Cuál es el cambio social y la consecuencia final? Hasta ahora, con todo el feminismo mainstream que existe en mi país, no he visto que el mundo haya mejorado ni un poquito. Me sigue pareciendo una espiral de codicia, egoísmo y un montón de sandeces. Así que me atrevería a asegurar que el feminismo mainstream no ha conseguido absolutamente nada. No soy cínica, pero tampoco ingenua.
–También defiende que el feminismo ha de ser incómodo. Eso inevitablemente lleva a que nos provoque contradicciones. ¿A cuáles se enfrenta usted?
–Casi te diría que a nivel romántico. Estoy trabajando en un proyecto que avanza algo lento con otra escritora llamado La heterosexualidad es una maldita pesadilla, porque si existes en una sociedad patriarcal, como hacemos todos, y quieres estar enamorada, ¿cómo estructuras la relación para que sea políticamente coherente? La simple división de la tarea doméstica es política, el matrimonio es rabiosamente político, los asuntos del sexo son política, los desequilibrios de poder, la seducción, la dominación y el consentimiento. Las mujeres han sido educadas para no mostrar sus deseos sexuales y los hombres para usar la dominación como técnica de seducción. Y es muy difícil pensar en estas cosas cuando lo único que quieres que alguien te quite los pantalones por las noches o cuando te enfrentas a un tsunami de sentimientos.
–La muerte de Philip Roth ha traído de vuelta esa contradicción entre el artista y su obra. Días antes, los medios publicaban columnas sobre su misoginia, pero casi nadie se atrevió a mencionarlo en los obituarios. ¿Prescribe la parte oscura de un escritor cuando muere?
–Philip Roth es un maldito problema, pero también forma parte de toda una hornada de escritores norteamericanos de posguerra. Encuentro interesante que, durante la segunda ola feminista y mientras las mujeres reclamaban su derecho a ser tratadas como seres humanos, en la literatura proliferaron los hombres que les decían: «no, sois un trozo de carne». Roth, Norman Mailer y John Updike casi ganan el Nobel de Literatura básicamente por argumentar que las mujeres no son seres humanos, sino trozos de carne. Lo que me gustaría es que su trabajo fuese revalorizado, con una comprensión más complicada sobre quiénes fueron y qué hicieron. Porque yo pienso que esos libros son basura. Los describen como una íntima y compleja visión de la masculinidad, pero son fanfarronerías en las que se jactan de tratar a las mujeres como si fueran mierda. No es heroico describir todas las formas en las que odias a la mujer, y por supuesto no contribuye a eliminar la misoginia. Pero no somos lo suficientemente perspicaces aún para verlo.
–¿Apuesta, entonces, por analizar la obra junto a su contexto antes que llamar al boicot y la censura?
–Desde luego. Esta es una parte importante del debate feminista en EEUU, sobre todo desde el me too. ¿Qué hacemos con alguien que ha actuado de una forma inaceptable y dónde nos situamos entre el castigo y la rehabilitación? ¿Cuál es la respuesta proporcionada ante ciertos comportamientos? Es raro ver cómo las cosas se han ido de madre tan rápido. Me viene a la cabeza el caso específico de un escritor llamado Junot Díaz, que da clases en el MIT. Varias mujeres le acusaron de conductas inaceptables, y seguro que en los próximos días seguirán saliendo porque es un caso bastante paradigmático. Sin embargo, el acto más grave del que ha sido acusado por el momento es de forzar un beso. Ahora la gente quiere que el MIT le despida y yo creo que es una respuesta desproporcionada, porque no es que haya acosado a una de sus estudiantes. Si actuamos de forma desproporcionada, si la gente pierde su trabajo solo basándose en acusaciones públicas o si son despedidos por actos menores, nos encaminamos a una senda de venganza y represalias por la que no deberíamos. No creo que sea la manera de crear una sociedad más justa. Algunas de las acusaciones que he leído son demenciales. Como la mujer que acusó a Morgan Freeman de acoso porque estaba embarazada y él le dijo que desearía estar ahí dentro. Es raro, pero puede ser tomado de mil maneras distintas. ¿Por qué elegir el victimismo? Es un tema delicado, pero si nuestra meta es la justicia, necesitamos tener una conversación más amplia sobre qué hay que hacer con estas acusaciones.
–¿Cree entonces que hay quien está haciendo un uso oportunista del me too?
–Ya se ha demostrado que hay gente que ha hecho falsas acusaciones y hay personas que se han enfrentado a consecuencias reales por ellas y otras que no. Pero creo que estamos creando una atmósfera de venganza. Vamos, si tienes un enemigo o quieres el trabajo de otro, solo tienes que decir que te ha tocado de forma inapropiada y lo tienes. Es un camino muy, muy peligroso por el que ir. Tenemos una historia muy larga de mujeres blancas denunciando a hombres negros por violaciones, que fueron ejecutados, y que más tarde se demostró que eran falsas acusaciones. Tenemos que alejarnos de esa senda demencial. Tenemos que ser justos y perseguir una justicia real por encima de todo lo demás.
–Se define como pragmática, pero al mismo tiempo no esconde su gusto por el tarot y otras artes prestidigitadoras. ¿Para qué le sirven a la hora de analizar la realidad?
–El tarot para mí tiene que ver con la intuición. Si no tengo algo claro de manera consciente, el tarot es una manera de descifrarlo desde el subconsciente. De la misma manera que creo que los sueños y las coincidencias tienen un significado para mí, la espiritualidad es una parte de las cosas, de la femineidad, de la cultura, y de todos los aspectos del mundo que han sido degradados bajo el patriarcado. Ahora hay muchos ateos, incluso esos imbéciles, cabezas huecas, racistas y pedazos de mierda de la derecha como Donald Trump. Así que, sí, estoy a favor de recuperar aspectos de la femineidad que fueron degradados. Y la espiritualidad y la intuición son definitivamente parte de ella.
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