«Las maras lo están invadiendo todo», afirma Iris, natural de un país donde la violencia criminal deja un promedio de catorce muertos diarios.
Por Martí Quintana
México, 16 de abril (EFE).- Con la voz quebrantada de la impotencia, pero el tesón que arroja saber que no hay marcha atrás, la hondureña Iris Amador recorre estos días México con el propósito de llegar a EU y salvar a sus hijas de las pandillas que asesinaron a su esposo y a uno de sus hijos.
Iris entró el 2 de marzo a México por Ciudad Hidalgo, en Chiapas, luego de cruzar de madrugada y junto a dos hijas el río Suchiate, en una embarcación ilegal que les cobró 11 dólares por cabeza, recuerda.
Esta Semana Santa, la mujer forma parte del Viacrucis del Migrante, una caravana que recorre México para denunciar el maltrato por parte de las autoridades y los peligros que enfrentan decenas de miles de indocumentados -se estima que hasta 150 mil- que cada año cruzan el país para arribar a Estados Unidos.
A sus 44 años, su historia es una radiografía del dolor y la violencia que empuja cada año a muchos centroamericanos a desafiar pasaportes y fronteras para buscar una nueva vida, una salvación.
Su pesadilla arrancó en 2010, cuando en un asalto a un negocio que tenía con su marido, este murió de varios disparos, estando ella presente y con una bebé en brazos.
Desde la defunción de su esposo, fue el mayor de sus cinco hijos quien la ayudó a sustentar la familia hasta que en 2012, con 23 años, fue víctima de otro asalto.
«Le dispararon hiriéndolo mortalmente», recuerda hoy a Efe la mujer, que perdió al joven dentro de una ambulancia, mientras lo tenía en brazos.
Poco después, su padre le heredó un «pedazo de tierra» en un pueblito cercano a Tegucigalpa, la capital, donde construyó una casa en la que vivir con el resto de sus hijos.
«En ese entonces el pueblito era tranquilo, como el paraíso comparado a lo que se está viviendo en Honduras», remarca la mujer, que vio en este municipio un lugar donde ver crecer a sus «nenas», de 8 y 6 años en la actualidad.
Pero desde hace dos años «las maras lo están invadiendo todo», afirma Iris, natural de un país donde la violencia criminal deja un promedio de catorce muertos diarios, según cifras de organismos oficiales.
En su nueva residencia, las pandillas aparecieron sembrando el terror: «Empezaron a quitar las casas para invadirlas ellos, y si no se las entregabas, entonces mataban», relata.
Las amenazas tocaron su puerta, y le dieron ocho días para desalojar la casa.
Triste, pero no derrotada, abandonó su hogar luego de destrozar la conexión eléctrica y parte del techo, remarca.
Agarró las pocas cosas de valor que tenía, como cadenas de sus esposo e hijo, esclavas y anillos, y se marchó, junto a sus dos hijas más pequeñas, con el afán de comenzar de nuevo otra vez.
«Le pedí a Dios que me acompañara», afirma la mujer, que va vendiendo parte de las joyas para costearse el viaje.
En Tapachula (Chiapas), Iris tuvo la suerte de entrar en contacto con el albergue de Jesús el Buen Pastor, que atiende a los indocumentados.
También recibió atención de una abogada, a quien le presentó el certificado de defunción de su esposo e hijo a fin de presentar una solicitud de refugio a Estados Unidos, que rechazó la petición.
«Mi miedo es que la ‘migra’ me tire para atrás, porque por ahora no puedo volver a mi país», teme Iris, sabedora de que regresar a Honduras es prácticamente una sentencia de muerte.
En Estados Unidos, sabe que le tocará empezar de cero: «Sé que este camino no será nada fácil. Tampoco va a ser fácil establecerme allá pronto, pero tengo una gran fe y un valor enorme».
En la mayor potencia mundial, desea que sus hijas gocen de una «mayor protección» y, así, no vivir «con la zozobra de que les puede pasar algo». En Estados Unidos -dice- «hay más presencia policial y estos casi no son corruptos».
En este revoltijo de sueños e ilusiones, aparece el temor de que el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, bloquee sus planes de futuro.
«Sí me preocupa un poco, se lo digo de corazón. Pero yo soy una persona que se pone metas, y mi meta es llegar allá», afirma la hondureña.
Tras días en esta caravana por los derechos humanos de los migrantes, Iris resuelve su relato con un tajante: «Y aunque este señor (Trump) esté ahí cuatro años, pues viviré cuatro años a escondidas, pero yo quiero más seguridad y apoyo para mis nenas».