La doctora Raquel Hurtado Ortiz es una de los ocho mexicanos que trabajan en el Instituto Pasteur, en Francia. Egresada del Instituto Politécnico Nacional, donde estudió su Licenciatura, Maestría y Doctorado, invirtió en esa preparación académica cerca de 10 años de su vida.
El Estado mexicano invirtió en sus estudios de posgrado, pero mientras estuvo aquí se enfrentó a un mercado laboral que ofrece pocos espacios para realizar investigación científica y tecnológica, y a puestos que ofrecen salarios que no van acorde con la labor docente ni con los grados académicos que se poseen.
Llegó a Francia hace ocho años y en diciembre pasado el Instituto Pasteur, en París, la nombró como encargada de la Colección Nacional de Cultivos de Microorganismos, que es un banco de microorganismos y líneas celulares que están asociados a patentes.
Para Raquel, ésta parece ser la gran plataforma para llegar a la cúspide de su carrera.
Ciudad de México, 16 de marzo (SinEmbargo).– Si se ingresa en las bolsas de trabajo a las plazas para Químico Bacteriólogo Parasitólogo (QBP), los resultados que se obtienen son de “químico en asuntos regulatorios”, “higienista para zona industrial” o “asesora de ventas de dispositivos médicos”. Todos con un sueldo máximo de 13 mil pesos mensuales.
La doctora Raquel Hurtado Ortiz es hoy la encargada de la Colección Nacional de Cultivos de Microorganismos del Instituto Pasteur, en París, Francia. Tras ocho años de intenso trabajo y de haber dejado México logró ser parte de esa prestigiada institución que, fundada el 4 de junio de 1887, ha contribuido con descubrimientos que han permitido a la medicina controlar enfermedades como la difteria, el tétanos, la tuberculosis, la poliomielitis, la gripe y la fiebre amarilla, y fue el primer laboratorio que logró aislar el VIH, que provoca el sida.
Además, ocho científicos del Instituto Pasteur han obtenido el Premio Nobel en las ramas de la Fisiología y la Medicina.
Pero en México, su historia fue muy diferente.
Aquí, la investigadora mexicana tuvo empleos donde le pagaban a 90 pesos la hora, en los que no recibía dinero en vacaciones porque “no se trabajaba” y también en los que no tenía derecho a ninguna prestación.
Como en el caso de la doctora Hurtado Ortiz, Estados Unidos, Alemania, Canadá, España, Francia, Reino Unido, Japón y otros 60 países han sido el destino para 1.2 millones de mexicanos altamente calificados o con estudios de posgrado que se han marchado de México entre 1990 y 2015, porque no encontraron oportunidades de desarrollo profesional, de acuerdo con información del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).
En 2017, se documentó que la migración de talento mexicano deriva de una compleja problemática de naturaleza estructural, ligada al modelo de desarrollo del país. De acuerdo con la investigación, de 1990 a 2015, el número de posgraduados mexicanos, tan sólo en Estados Unidos se multiplicó casi seis veces para alcanzar 249 mil.
Raquel Hurtado es Químico Bacteriólogo Parasitólogo, egresada del Instituto Politécnico Nacional (IPN). Estudió los cinco años que dura la carrera y tardó otro más en titularse. Decidió continuar sus estudios: hizo dos años de Maestría en Ciencias con especialidad en Inmunología, en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del IPN, y luego el Doctorado en Ciencias que también fue con especialidad en Inmunología.
Esos dos últimos los realizó con el apoyo de una beca del Conacyt.
Sus investigaciones de posgrado se enfocaron en analizar la respuesta inmunológica en modelos animales contra infecciones causadas por micobacterias, entre las que está incluida la que causa la tuberculosis.
Inició con su proyecto sobre tuberculosis y otras enfermedades infecciosas causadas por la bacteria que se llama micobacteria emulseras, que causa una enfermedad en la piel, que no es muy frecuente, que se llama Úlcera de Buruli que tiene más presencia en países de África, aunque también hubo casos reportados en México.
Hizo la parte científica en el Hospital de Nutrición en Tlalpan y en el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (Cinvestav), del Politécnico.
“Yo veía mucho el ejemplo de mis profesores de posgrado. Ellos, igual por la época, tuvieron la opción de que en cuanto terminaron el doctorado tenían ya un puesto en alguna universidad pública para hacer investigación y dar clases. Entonces yo pensé que con un doctorado, tendría las puertas abiertas o un puesto asegurado en alguna universidad. En ese momento me gustaba dar clases y hacer investigación, entonces es el perfil que me empecé a crear”, comenta en entrevista con SinEmbargo.
Durante su doctorado, empezó a dar algunas clases. Tenía el dinero de eso y de la beca; cuando se terminó, buscó un espacio en alguna escuela particular para tener tiempo de terminar su posgrado.
“Por algunos compañeros que empezaban a buscar, vimos que era muy difícil ya establecerse en alguna universidad o en algún centro de investigación. Yo tenía ejemplos de muchas personas que habían salido del país para hacer una estancia postdoctoral, ya que es muy importante para la carrera de un científico haber hecho una estancia postdoctoral en el extranjero. Entonces, de todos los ejemplos que tenía con mis expectativas, hacían el doctorado en México y salían uno o dos años y regresaban y eso aumentaba sus posibilidades de colocarse bien en un puesto”, agrega.
CLASES DE 90 PESOS
Raquel empezó a buscar un espacio para dar clases de manera temporal, aunque no descartaba la idea de encontrar una plaza o un puesto más definitivo.
Dio por un tiempo clases de histología y microbiología en el Centro Interdisciplinario de Ciencias de la Salud (CICS) del Politécnico, en la Unidad Santo Tomás y también en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas. Daba clases por horas, cubriendo interinatos. Iba a dar sus clases y sólo le pagaban esas horas.
“Los que son profesores saben que los que son de tiempo completo tienen que tener un tiempo de descarga académica, que es el que uno requiere para preparar clases, calificar exámenes, calificar reportes, trabajos. Y a mí no, si yo daba 12 horas a la semana, esas eran las que me pagaban. Estamos hablando de 2004 a 2006 y me pagaban la hora, ya con las deducciones, a 90 pesos”, cuenta.
Llegó a una escuela en la que estaban buscando un profesor para dar un taller de comprensión de textos científicos en inglés. Le interesó porque su objetivo era terminar el doctorado y ese trabajo era una herramienta para lograrlo.
La directora, dice, la dejó marcada: “Me ofreció en ese momento la hora a 100 pesos. Yo intenté negociar y ella me dijo ‘no, la competencia es muy fuerte. Hay muchas personas buscando trabajo y yo sé lo que se paga en las universidades públicas’. Ella en ese momento tenía poder y justificaba sus estándares con un ‘si no quieres, allá hay otro que va querer el puesto’ y hasta por menos. Yo estaba un poco novata, no lo pensé tanto y acepté. En esa escuela me pagaban en efectivo, no me daban prestaciones, ni seguro, ni IMSS. Nada. Me pagaban en un sobre, las vacaciones no eran con paga, la lógica es no trabajas, no se te tiene porqué pagar. Si uno llegaba cinco minutos o diez minutos tarde, descontaban lo correspondiente a los minutos. Yo me concentré en acabar mi tesis de doctorado”.
Ese empleo para ella fue transitorio, pero platica de compañeros suyos que han estado así por años, muchos de ellos dan clases así para complementar su salario mensual; dan clases, consultas y obtienen ese dinero para poder solventar su vida.
“No me sentía con la motivación de poder seguir en esas condiciones. A un profesor, con una preparación de ese tipo, no lo puedes tratar como a un niño tomándole la hora. Por supuesto que no nos pagaban la descarga académica y que es algo muy necesario para todo profesor porque el trabajo no se limita a la clase, sino todo lo que se tiene que hacer antes y después. Yo ya tenía pensado y era mi objetivo irme del país. En ese momento era salir para seguir haciendo fuerte mi currículum y después poder regresar a México para poder encontrar algo”, señala.
FRUSTRACIÓN CON EL PAÍS
Su decisión de dejar el país se dio en el marco de lo que la doctora considera uno de los periodos “más difíciles” de los últimos años en México:
“En 2006, para mi hubo un fraude en las elecciones y yo misma, por mi coraje e impotencia, dije ‘me quiero ir’. Sí era la parte profesional y de la experiencia y por otro, tenía desencanto y desmotivación. Todo eso me puso en mente salir de México y buscar opciones. De alguna manera se me presentó una oportunidad, que sabía que era la que estaba esperando y la tenía que aprovechar”.
Durante el doctorado, el que era su director de tesis tenía colaboraciones con grupos de Europa. Él estaba financiado por un programa entre Conacyt, la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) y el Instituto Pasteur.
Ese programa tenía una parte financiada por Francia y otra por México y era para recibir un estudiante de posgrado en los laboratorios de allá. Quedó y realizó su estancia.
Después de esa experiencia regresó a México a terminar el doctorado, ocurrió todo lo de sus clases. Escribió a la directora con la que realizó la estancia y empezó a buscar la oportunidad. Le escribía y le preguntaba si tenía proyectos, si la podía recibir porque quería hacer una estancia postdoctoral.
Y también se dio. A ella le aceptaron un financiamiento para ese proyecto y la llamó. El acuerdo en ese entonces fue un contrato por dos años. Luego hubo una prolongación y fueron dos años y medio.
“Cuando estaban por cumplirse llegó la pregunta del siglo: ‘¿ahora qué?’ Al principio era regresar a México, pero en ese momento yo no me sentía satisfecha y quería seguirme probando. Sabía que podía hacer más cosas. A nivel personal estaba bien; no dejas de extrañar a la familia, muchas cosas de tu país, pero nos estaba yendo bien a mí y a mi esposo, porque lo traje. No sentía una motivación muy grande para regresar y me sentía muy motivada de seguir probando aquí”, explica.
Empezó a buscar alternativas sobre ciencia, ya no hacer investigación básica, y poder trabajar en ciencia desde otro punto de vista.
Conocía lo que era la gestión de proyectos estructurales y decidió mover su área de desarrollo. Fue una temporada difícil, dice, porque ahí fue cuando empezó a tocar puertas que no se abrieron.
“Decidí hacerlo en Francia. Busqué en México, ver qué podía hacer, qué perfiles buscaban, pero francamente no busqué mucho. No me interesó seguir buscando allá. La situación en México para mí era fuerte. Fue muy representativo el 2006, tuve coraje, desesperación. Fueron varios sentimientos y dije: si aceptan el fraude, si lo validan yo me voy. Fue una parte personal y la otra por mi carrera”, argumenta.
LA INVESTIGADORA EN FRANCIA
A ocho años de distancia, la doctora Raquel recibió en diciembre su nombramiento como responsable de un biobanco. En el Instituto Pasteur se llama Colección Nacional de Cultivos de Microorganismos y es un banco de microorganismos y líneas celulares que están asociados a patentes. Le dieron plaza fija.
“Es la cúspide o uno de los momentos en los que sé que valió la pena el trabajo, el esfuerzo y la dedicación”, comenta.
A la doctora le surgen sentimientos de impotencia e injusticia cuando se toca el concepto de “fuga de cerebros”.
“Uno se enfrenta a muchos obstáculos. Para empezar, el idioma es una barrera; hay barreras culturales porque debes aprender cómo se hacen aquí las cosas; debes encajar en la sociedad y además en un Instituto donde trabajan personas de todo el mundo. Al mismo tiempo te das cuenta de que los mexicanos estamos igual, tenemos las mismas capacidades intelectuales para ser competitivos en todas partes. Creo que hasta tenemos el plus de adaptarnos mejor a los problemas y podemos hallar soluciones más rápido a un conflicto. Eso nos da un extra. Nos damos cuenta que somos altamente competitivos pero, y es frustrante, es algo que sabemos. Y en nuestro país no se reconoce, no se le pueden dar las oportunidades a las personas que así ameritan”, sostiene.
El problema de México, dice, es que, por un lado, las plazas o los lugares en los institutos de investigación y en las universidades son limitados porque no hay financiamiento para ese tipo de programas. Por otro, muchas personas pueden buscar opciones en la industria o en el sector privado para seguir haciendo investigación, sin embargo la mayoría en México ofrecen espacios a los científicos no para hacer investigación. Esa se hace en Francia, Estados Unidos y Alemania. A México dejan las labores de promotores, consultores de productos, no investigación.
“Esas son las oportunidades de México para desarrollar su propia innovación tecnológica y está muy desatendida. Por eso no hay espacios. Las empresas son extranjeras que llegan a México y los científicos mexicanos no tienen acceso a esos espacios. Además hay que sumarle las condiciones de trabajo, las leyes laborales y todos los problemas asociados”, apunta.
Ahora, la doctora Raquel, además de su nuevo cargo, busca ayudar a otros investigadores en México con la Red de Talentos Mexicanos en Francia. Su objetivo es hacer colaboraciones con México, ayudar en proyectos con grupos, redes para dar a conocer los espacios, difundir la información.
“Ahora estoy participando en varios proyectos europeos. Estos proyectos en ocasiones abren espacios para países asociados y México forma parte de ese grupo. Así que hay que hacer redes. A México le falta, internamente, el financiamiento. Pero si desde el exterior se puede también ayudar, debemos empezar a movernos y a trabajar”, concluye.