Zulema y “El Chapo”, la otra historia de textos por celular
PorHumberto Padgett
14/01/2016 - 10:57 am
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No es Kate del Castillo; son las mujeres. El narcotraficante mexicano Joaquín Archivaldo Guzmán Loera tiene una enorme fascinación por ellas.
A “El Chapo” se le conocen 18 hijos con siete esposas. Entre estas se considera a Lucero Guadalupe Sánchez López, Diputada local panista por el distrito XVI de Sinaloa, motivo de un reciente escándalo.
El periodista Jorge Carrasco cita en un extenso trabajo para la revista Proceso el expediente de “El Chapo” en la prisión de El Altiplano. Indica que “el registro penitenciario dice que con su primera esposa, Alejandrina Salazar Hernández, tuvo cuatro hijos: Iván Archivaldo, Jesús Alfredo, César y Alejandrina […]. Luego menciona como pareja sentimental a Griselda López Pérez. Con ella tuvo otros cuatro hijos: Édgar, Joaquín, Ovidio y Grisel o Griselda Guadalupe”.
La actual esposa es Emma Modesta Coronel Aispuro, de 26 años, con quien se casó en 2007 en el municipio de Canelas, Durango. Con ella tiene dos hijas, Emmali y María Joaquina. “También ha tenido hijos con parejas menos conocidas. Menciona [el expediente] a Estela Peña, con quien tuvo dos, Desiré y Diego. Con Nancy Bravo procreó tres: Joaquín, Fernando y Nancy. Como persona de confianza para visitarlo [cuando estuvo en El Altiplano] también designó a Devany Vianey Villatoro López o Lucero Guadalupe Sánchez López, con quien procreó dos hijos: Rubén y Anuel”.
Pero además están los quereres –como se dice en la sierra–, intensos, con los que no llegó a tener hijos.
El periodista Humberto Padgett publicó en SinEmbargo, el 23 de julio de 2013, el caso de Zulema, con quien el capo tuvo una relación trágica que quedó documentada porque hubo un intenso intercambio por mensajes de celular.
No es Kate: a “El Chapo” le gusta intercambiar cariños por mensajes de celular.
Padgett obtuvo el Premio Nacional de Periodismo con la siguiente pieza. Se respeta íntegro el texto como fue publicado.
PRIMERA PARTE
Ciudad de México, 23 de julio de 2013 (SinEmbargo).– ¡Zu-le-ma! ¡Zu-le-ma! ¡Zu-le-ma!, el coro lo inunda todo al igual que un templo se llena de una plegaria.
Zulema viste pants ajustados y blusa beige, color obligatorio para quienes cursan un proceso penal en las cárceles del DF. Camina segura de lo que ocurriría metros adelante.
Deja atrás el módulo para mujeres del Reclusorio Norte y contiene la cadencia de las caderas. Esplendorosa a sus 19 años, se interna en la porción de la cárcel ocupada por los varones, tránsito indispensable antes de atravesar los túneles oscuros sin pintar que conecta el reclusorio con el área de juzgados.
¡Zu-le-ma! ¡Zu-le-ma! ¡Zu-le-ma! ¡Zu-le-ma!
Desde la víspera, el rumor de la audiencia judicial de Zulema Yulia Hernández Ramírez se impregnó como una dosis de cocaína vía intravenosa empujada en la vena de un golpe.
¡Zu-le-ma! ¡Zu-le-ma! ¡Zu-le-ma! ¡Zu-le-ma! ¡Zu-le-ma!, el Norte fue un sólo rugido. Las pupilas dilatadas. “¡Zu-le-ma! ¡Zu-le-ma! ¡Zu-le-ma! ¡Zu-le-ma! ¡Zu-le-ma!”. Las mandíbulas trabadas como las de un pit bull rabioso.
¡Zu-le-ma!
Zulema se detiene sobre el epicentro del alarido. Mira hacia abajo con suavidad, con el cálculo de la cámara lenta, y libera las caderas que sin duda poseen vida propia.
El giro de la pelvis inicia suave.
El balanceo acelera y el cuerpo entero lo hace enseguida para contener la órbita de las ancas.
¡Zu-le-ma!
El sudor helado.
Zulema lleva la mano derecha con el dorso marcado con la letra Z de su nombre al costado izquierdo y la mano izquierda al lado derecho.
Contrae los dedos en el borde de la playera.
Las venas del cuello al límite.
¡Zu-le-ma!
Tira de la blusa hacia arriba.
Silencio: quedan al descubierto dos lágrimas de leche rociadas con café y canela.
El infierno sale disparado al cielo.
Los presos y custodios de mediados de 1997 que atestiguan la rutina, ven a la mujer seguir hacia el túnel de cemento desnudo.
***
El 19 de abril de 1997, un hombre joven llamado Juan Gabriel Stubbe Torres, atiborró su Tsuru azul marino con camisas que vendería al dueño de un puesto de ropa en la Plaza Los arcos, en la calle de Circunvalación, muy cerca de Tepito. Pasadas las cinco de la tarde entregó las prendas, recibió el dinero y continuó hacia su auto, estacionado en doble fila. Abordó el vehículo, subió el vidrio del lado del conductor que había dejado algunos centímetros abajo y acercó la llave a la cerradura de la marcha.
Percibió alguien a su izquierda, giró la cabeza y, a través de sus lentes, observó a Zulema con un revólver cromado por delante apuntando a su cabeza.
–¡Pásate para allá, cabrón! –gritó Zulema. –¡Para allá! –guió a Juan Gabriel con la barbilla hacia el asiento del acompañante.
– ¡No la hagas de pedo! –escuchó Juan Gabriel gritar luego a un hombre, El Fonseca, cómplice en el asalto.
Juan Gabriel se recorrió a donde le ordenaban y el sujeto corrió para colocarse junto a la puerta derecha. La mujer entró al auto.
– ¿Dónde están las llaves, cabrón? –exigió Zulema.
–En el suelo… Se cayeron… –tartamudeó Juan Gabriel.
Ella recuperó el llavero y encendió el motor, maniobra que aprovechó Juan Gabriel para intentar escapar.
–Ya estuvo, llévate el carro –imploró al tipo que se sumó al robo y quien respondió con un cachazo que, tras romper el vidrio del lente izquierdo de Juan Gabriel, aterrizó sobre el ojo. – ¡Llévatelo, déjame ir! –gimió.
–Ya sabemos que tu papá tiene mucha lana y se la vamos a sacar –el asunto avanzó hacia la posibilidad de un secuestro.
– ¡Sin pedos, cabrón! –advirtió un asaltante más, El Negro, antes de golpearlo con el puño en la boca. Juan Gabriel sintió astillas de sus dientes sobre la lengua. Ambos asaltantes continuaron la golpiza sobre las costillas hasta meterlo apretado en el piso trasero del Tsuru.
Zulema arrancó el auto. Un ladrón hundió la mano en el bolsillo trasero derecho del pantalón de Juan Gabriel, extrajo su cartera y la arrojó hacia la mujer. El tercer sujeto abatió los asientos traseros y empujó a Juan Gabriel desde adentro del vehículo hacia la cajuela.
El auto frenó con brusquedad y, antes de quedar completamente detenido, los dos secuaces brincaron del vehículo y huyeron.
Juan Gabriel levantó la cabeza y observó una patrulla con las sirenas encendidas y dos policías uniformados corriendo a pie a pocos metros en dirección suya.
Zulema metió reversa y hundió el pie en el acelerador. El auto avanzó 150 metros hacia atrás. Juan Gabriel salió por completo del maletero y alcanzó el freno de mano. Tiró con todas sus fuerzas hacia arriba. El auto giró bruscamente y Zulema perdió el control. Juan Gabriel brincó sobre ella y la sujetó por el cuello. Ella clavó las uñas de una mano en el antebrazo de él y logró asestarle un codazo con el otro brazo. El forcejeo siguió en el intento de él por mantener el freno de mano atascado y de ella por liberarlo. Juan Gabriel seguía la pelea con un ojo ofuscado por la sangre y la vista de ambos reducida por la pérdida de los lentes.
Quiso buscar a los policías, pero, en vez de ellos, observó nuevamente a los dos hombres que segundos atrás lo golpearon junto a su auto. Juan Gabriel atenazó nuevamente el cuello de Zulema.. El Fonseca y El Negro continuaron la carrera.
–¡Apaguen el coche! –gritó Juan Gabriel cuando al fin, con los pulmones de fuera, llegaron los policías.
–Pareja, revísale –pidió un oficial al otro. El policía sacó a Zulema del auto. El revólver cromado relució de inmediato.
–¡Ya te teníamos fiscalizado, cabrón! –aulló Zulema. –A mí me tendrán, pero mis cuates están afuera; estás muerto, culero –amenazó. Repitió la advertencia una y otra vez.
Pero lo cierto es que Zulema, como casi durante toda su vida, estaba sola, abandonada por los hombres. En cosa de días, Juan Gabriel se paró frente a la cámara de Gessel. Encendieron la luz en el interior del cuarto de espejos traslúcidos.
“La reconozco, sin temor a equivocarme, como la mujer que me asaltó e intentó secuestrarme”, dijo Juan Gabriel sin detenerse una sola ocasión a pensarlo dos veces.
Zulema diría que nunca se pensó en un secuestro, que la idea era resolverlo todo en un asalto. Que El Fonseca y El Negro fueron los de la idea. Que estaba metida en el problema por ganarse 500 pesos. Que antes de interrogarla la desnudaron y los policías judiciales hacían fila para verla y fotografiarla. Que le cubrieron los ojos con una toalla sanitaria y le envolvieron la cabeza con cinta canela para golpearla y manosearla. Que exigió la presencia de personal de Derechos Humanos, pero la única respuesta, en medio de la oscuridad, fue una cachetada. Y otra. Y otra más.
El juez sólo atendió al contenido de la averiguación previa. Resolvió:
“Zulema Yulia Hernández Ramírez es penalmente culpable del delito de robo calificado […] Se estima justo y procedente imponerle la pena de 10 años de prisión”.
A la vez, sin imaginarlo siquiera, El Chapo Guzmán, el mayor vendedor de drogas del mundo, estaba a meses de adquirir una dolorosa adicción por Zulema.
***
En privado, Zulema daría otra versión. Diría que Juan Gabriel es sobrino de un jefe corrupto de la Policía Judicial que hacía negocios de droga y que ella lo sabía bien porque ella misma era parte de la empresa. Que era “madrina”, rémora de la policía que por no tener acreditación oficial podía moverse más cómodamente en la ilegalidad a favor de quienes sí portaban charola. Y aseguraría que el robo sí ocurrió, pero como parte de una trampa del comandante con el que trabajaba para taparle la boca.
A fines de abril de 1997, la noticia de la llegada de Zulema al Reclusorio Oriente se esparció con velocidad. Aún no existía el centro de reclusión para mujeres de Santa Martha, así que las procesadas y sentenciadas vivían en módulos femeniles de las cárceles que ahora sólo aprisionan varones.
El nombre de Zulema no significaba nada, pero la descripción de su cuerpo, siempre abundante de grafismos, lo decía todo. Medía 1.69 metros y pasaba los 60 kilos de peso. Llevaba una abundante melena castaña oscura. Su piel era morena clara, casi blanca en realidad. El mentón oval, los ojos grandes y café oscuro y una sonrisa permanente sobre su boca generosa. En algunos documentos aparece como nacida el 3 de diciembre y en otros el 10 de diciembre –éste resultaría el definitivo–, ambas fechas de 1977.
Los médicos detallaron más: dos cicatrices en la frente, otras dos en la muñeca derecha, varias más en la izquierda de distintos tamaños y direcciones, en el hombro izquierdo, codo y brazo derecho. Una mordida antigua en el antebrazo derecho y otra marca en forma de cruz en el cuello, y en el muslo derecho el tatuaje de un unicornio. Un dibujo permanente más estaba grabado en su espalda, un murciélago, y el último en su mano derecha, la letra Z.
Zulema mostraba además una marca redonda y abultada en el centro pecho. “Me pusieron un plomazo”, susurraba lo improbable mientras mantenía abajo el escote de su blusa. Cuando la mirada de quien observara regresaba al rostro de la mujer, ella sonreía para dejar en claro que estaba al tanto de la fascinación o turbación causada.
La joven también capturó la atención de psicólogos y criminólogos. “Crea impresión de capacidad intelectual superior a la media”, “es narcisista y manipuladora”. Y tenían razón. Zulema se hizo del control del mercado de drogas en el interior del Reclusorio Oriente, enamoraba y descorazonaba guardias de seguridad a voluntad. Gobernaba el sector de las mujeres y poco hacía por acordar con las autoridades formales.
La dirección del Reclusorio Oriente no quiso lidiar más con ella y solicitó su cambio. Movieron a Zulema al Reclusorio Norte, a pocas cuadras de la casa en que vivió y sufrió su infancia, según ella misma dijo a los psicólogos que la trataron. Vivió casi toda su vida en libertad en el norte de la capital, en la Unidad Habitacional El Arbolito, en la delegación Gustavo A. Madero, justo en la punta del DF que está rodeada por Tlalnepantla, Estado de México. Estaba de regreso en el vecindario, al que hacía hervir a cada audiencia que desahogaba en el juzgado.
Parte de la biografía de Zulema quedó redactada en el conjunto de pruebas y análisis que le aplicaron en las cárceles por las que pasó.
Si Zulema conoció a su padre o no de él sólo queda clara la ausencia. Cuando preguntaron a la procesada los nombres de sus padres respondió a regañadientes el de ella: Salomé Hernández Ramírez y se limitó a decir que ignoraba el de él. Para el trámite legal, el hombre quedó designado con la letra “N”, así, entrecomillada, código de un nombre desconocido. Y ella con mismos apellidos de su madre: código para explicitar la bastardía.
Con retraso de edad, concluyó la secundaria e inició el bachillerato que dejó trunco en el primer año por quedar encarcelada. Dijo tener por ocupaciones un trabajo como secretaria y sus estudios. No hay más en materia académica ni laboral formal o legal.
Redactó una funcionaria penitenciaria respecto de Salomé, la madre de Zulema:
“Alcoholismo habitual y consumo de marihuana y prostitución […]”
Y sobre Zulema:
“Proveniente de un núcleo familiar primario incompleto, desintegrado y desorganizado, en donde percibe a la figura materna como inestable, punitiva, hostil, ambivalente, rechazante [sic] y agresiva tanto física como verbalmente con la cual nunca establece una comunicación funcional. La figura paterna ausente”.
En esa versión de su vida, Zulema es mostrada como la mayor de dos hermanos, cada uno de padre diferente. A la niña tocaba proteger al muchachito de las explosivas rabietas de la vieja a quien se le pudría más rápido el alma que el hígado. Parecía que la madre odiaba a su hija por ser mujer, como ella. Zulema huyó a los ocho años de edad. Se refugió en casa de una tía y, a los 16, se enamoró de un hombre varios años mayor que ella.
Con quien se lo permitiera, Zulema se quejaba amargamente de su madre. Una de sus mayores irritaciones consistía en que su hijo vivía retenido por Salomé en contubernio con el padre del niño.
“Su vida ha sido caótica, carente de afecto, apoyo y protección, por lo que desde temprana edad se involucra en grupos de valores socialmente no aceptables, los cuales adopta ya que en ellos encuentra la aceptación, el reconocimiento y el afecto que no encontró en su núcleo familiar primario involucrándose en conductas para y antisociales como robo, pandillerismo y farmacodependencia y para salir de su pobreza material. Es exhibicionista, extrovertida, manipuladora y demandante”.
En otro diagnóstico:
“Se trata de una persona con afectación antisocial de su personalidad. Muy conflictuada [sic] y de difícil manejo […] Tiende a manipular situaciones, personas y cosas, pero también se da una actitud más cooperativa si se le da un trato afable y que no signifique autoridad o imposición”.
Fantasiosa hasta los límites con la mitomanía, con Zulema nunca era posible corroborar o descartar nada con absoluta certidumbre. Por ejemplo, a quien fuera de su confianza –lo que no necesariamente significaba que dijera la verdad–, relataba su experiencia como alpinista junto al escalador mexicano Carlos Carsolio, uno de los mayores montañistas del mundo. De ahí la experiencia obtenida para intentar un escape del Reclusorio Norte del que, también en corto, proporcionaba abundantes y hasta cómicos detalles.
Los cierto es que el intento de fuga sí ocurrió y terminó con Zulema con una pierna quebrada en el módulo hospitalario de Tepepan. Poco antes, Zulema intentó otra liberación por voluntad propia y tragó todos los medicamentos que tuvo a la mano tras un aborto espontáneo sufrido en el interior de la cárcel. Al parecer, el padre del nonato era un funcionario de la cárcel.
***
Pronto, también Tepepan quedó impregnado por Zulema.
En ese tiempo, un profesor de sociología investigaba distintos aspectos de la vida en las prisiones. Un día caminaba por los pasillos del penal de Tepepan. Sintió un abrazo firme por la espalda.
–Vamos a casarnos, ¿sí? –la voz era mezcla de tristeza y jocosidad. La cara era sólo de picardía.
El maestro se hizo diminuto ante la propuesta y cuando recuperó el habla observó con recató:
–Zulema… Aguas que nos están mirando –e indicó hacia un custodio.
La mujer se detuvo frente al guardia y, observando a éste, se dirigió al académico:
–Éste que vaya a chingar a su madre –voz de malvada de telenovela.
El oficial quedó petrificado. La cara se le arrugó en una mueca de desprecio y llevó la mirada de arriba a abajo para que no quedara un sólo trozo de Zulema sin odiar.
En esa época, el investigador social obtenía la cooperación de algunas internas para su estudio con el obsequio de casetes musicales.
– ¿Qué música te gusta? –averiguó con Zulema.
–La ópera –respondió resuelta, con naturalidad.
El profesor buscó en su caja y escogió el que le parecía más pertinente: “La misión”, de Ennio Morricone.
El Gobierno de la Ciudad de México buscó el traslado de Zulema a una prisión con mayor grado de seguridad. El 31 de enero de 2000 el gobierno federal autorizó su recepción en el Centro Federal de Readaptación Social Número 2 de Puente Grande, Jalisco.
Pura coincidencia: faltaba poco menos de un año para que Joaquín Guzmán Loera, quizá el hombre más relevante en su vida, se escondiera en un carrito de lavandería y se fugara de la prisión de supuesta máxima seguridad como si se tratara de un ingenuo guion cinematográfico.
*Declaraciones, peritajes y partes policiacos contenidos en la causa penal 69/97 instruida por el Juzgado 41 de lo Penal contra Zulema Hernández Ramírez y con sentencia de 15 de abril de 1997. Entrevistas con exfuncionarios y expresidiarios del Reclusorio Norte y Tepepan. Entrevistas con policías judiciales. Reportes psicológicos y criminológicos.
SEGUNDA PARTE
A mi bebé lo tuve afuera. En enero [de 2000] cumplirá cinco años. Dentro tengo dos años y medio, cumpliré tres en abril. Mi sentencia es de 35 años y por juzgar. Traigo secuestro, robo calificado y me van a desglosar el cargo de arma de fuego. Aparte, yo tengo un perfil psicológico que lo tomaron para romperme la madre.
Te voy a platicar del apando largo, un apando de seis meses. Estuve desde el 19 de septiembre hasta al 18 de febrero de 1998, me la pasé en el apando. Aquí el mayor delito, el que más se castiga es pensar, hablar, defenderse. Aquí puedes ser todo. Puedes ser lo peor, menos ser inteligente.
Te sales del círculo de las autoridades, te sales de su manipulación, te sales de sus manos, ¿no?, y es algo que no perdonan… Y que yo hice al no ser tonta, desgraciadamente.
Nunca he soportado una injusticia, ni las ataduras. Creo que desde que mi mamá me traía en el vientre la pateaba tan fuerte que yo creo que tampoco quería estar ahí. Desde muy chica, desde antes de tener razón…
Llego a reclusión por segunda vez. La primera vez vine a los 13 años. Llegué por segunda vez y no lo acepto. No acepto que tengas que parecer estúpida, ni parecer imbécil, ni parecer nada para caerles bien. Para que puedas ser aceptada en su maldito núcleo. Yo empecé a darme cuenta que la directora del penal era lesbiana y tenía relaciones con ciertas internas. ¿Por qué? Por jerarquías, por obtener privilegios. Mierda al fin y al cabo. ¿De qué te sirve una jaula de oro si no deja de ser prisión?, dice la canción.
Una ocasión yo subí muy molesta a la dirección, porque no habían dejado pasar a mi hijo. Abrí la oficina y una interna estaba agarrada de la cintura de la directora. Desde entonces empezó cierto ataque y opresión contra mí para evitar que yo dijera algo.
Yo pensaba: “con esto la tengo de los huevos”.
La directora manipula a la población por medio de un grupo de internas a las que manda golpear otras. Si una interna se rebela y ella no tiene posibilidad de mandarla a un apando, la manda a golpear. Y las internas con las que mantiene el trato son las mismas que distribuyen la droga y extorsionan.
Yo de plano nunca me he dejado. Es algo difícil de explicar a mi edad, el estar tratando de pelear con la dirección, pero es cierto, nunca me dejé. Me tenía tanto miedo que un día me llamó a subdirección y me dijo: “Bueno, ¿qué quieres? Dime qué es lo que quieres y te lo doy ¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres hacer? Vamos a hacer un trato”. Yo dije. “¿Qué? ¿Yo contigo?”. En la pendeja, porque de haber sabido lo agarro. Pero bueno, no lo hice. Me ofreció y me ofreció entrar al negocio, pero no acepté y salí como más airada diciendo: “La tengo bajo mis huevos, una pinche escuincla de 19 años tiene bajo sus huevos a Hilda Adriana (Hernández Ravelo, entonces directora de Tepepan)”.
Se hizo más fuerte la lucha entre ella y yo.
***
Mi caso es de robo con secuestro y yo era un cheque al portador para el director de la policía judicial Luis Roberto Gutiérrez Flores, El Perro. En ese entonces se castigaba a las madrinas. Estaba muy dura la bronca de que si te notaban con una madrina te quitaban la charola y hasta la patrulla y no sé qué tanto desmadre. Yo trabajaba con una autorización por parte del mismo director.
Tuvimos nexos con el señor Balderas, un comandante de la Policía Federal que permitió pasar un cargamento de cocaína muy grande. El director Pedro Barbosa tomó cartas en el asunto, o sea él dejó pasar un cargamento de droga. Eso estaba arreglado con Gutiérrez, pero al pasar el segundo cargamento no avisó y Balderas se quedó con todo el dinero.
Gutiérrez me dijo: “Hay un trabajo muy bueno y si tú lo sacas Barbosa te da de alta en la policía”. Fuimos a la casa de Balderas, en una calle de Polanco. Yo conecté a los de vigilancia de la casa de enfrente. El cuerpo es una gran puerta, es una gran llave. Hay que saber lo que traes, ¿no? La verdad. Yo soy así con mis atributos [ríe] porque abren muchas puertas y abrí la de una persona que vivía frente a la casa de Balderas.
Ahí nos dimos cuenta de cuánta gente estaba conectada con ellos, cuántos ministerios públicos federales. Nos dimos cuenta de muchísimas cosas y yo di toda esa información.
Yo no sabía, es que había una consigna muy grande de agarrarme. Yo iba a pedir trabajo con los muchachos y me decían: “es que no, es que estás bien caliente”. “¿Cómo que estoy bien caliente?”. “Que en cuanto se te vea se te quiere poner a disposición”. “¡Ay, no mames! Pero, pues, si no he hecho nada”. Yo no lo creía porque no sabía yo hasta qué grado me habían metido. El hecho de haber participado fue la muerte. La principal cabeza que querían era la mía porque yo enamoré a uno de los güeyes que le cuidaban la casa.
Yo sería una ‘parada de culo al decirte: “¡Ay, yo sabía que estaba ahí!”. No. Hasta después que la gente me empezó a decir: “No mames, es que tú sabes lo de Balderas”. Y la pendeja de Zulema les empieza a contar a todos: “No, pues, es que yo, así y así y asado”. Me dijeron: “¿Sabes qué, hija? Tú no vuelvas a hablar, no vuelvas a abrir la boca porque ahí te vas a quedar, no sea usted pendeja, póngase las pilas”. Me veían y haz de cuenta que veían a alguien con lepra o no sé qué rollo.
A mí me atoró Roberto Gutiérrez. Yo preferí quedarme callada y decir: “no sé nada y estoy embarazada, no sé nada y estoy embarazada”. Efectivamente, estaba embarazada. Perdí al niño y les valió madre. Me dieron una putiza del tamaño del mundo. Los cuatro sujetos que me golpearon trabajaban conmigo… Era gente que trabajaba en la maña, en la mafia, en pasar droga. En aceptar grandes cantidades de droga. Hablamos de camionetas que pasaban a la luz del día, así, valiendo madre todo ¿Por qué? Porque tuvieron el respaldo de gente como ellos.
Yo…con Gabriel [el hombre al que intentó robar y secuestrar, según la resolución judicial] estuve…que qué casualidad que yo voy a robarlo y resulta que es el sobrino de Roberto Gutiérrez, ¿no? O sea el puto sobrino del puto Roberto Gutiérrez. ¡No mamen! Fuimos a robar una nómina y resulta que no, que teníamos que sacar un carro. Me manipularon cruel. Me dijeron: “Llévate el carro, en el carro está el dinero o tráetelo, como tú quieras, pero sácalo”.
Iba saliendo y al mismo tiempo llegaba la policía. ¿Cómo es posible eso? Llegaron unos güeyes que me iban a hacer muro [protección armada para la fuga]. Pensé: “¿Para qué te estás preocupando? ¡Chingue su madre! Atraviésate con el carro y chingue a su madre lo que se pierda, lo que sea. Vi las patrullas.
Me puse en la madre con ese güey. Primero me dijo: “¡Ya valiste madre!” y me empieza a gritar el muy pendejo.
No me quedó otra más que echarme en reversa, me fui de reversa y nos empezamos a balacear. Las patrullas me siguieron. Este güey me quiso agarrar del cuello y yo ¡pum, pum! le pego. Te juro que lo iba a matar. Le puse unos cachazos. Me estaba traicionando.
Yo estoy en un juzgado de consigna. Caes en un juzgado de consigna y por nada te vas a ir. Cómo te defiendas o lo que digas vale para pura madre. Te vas a chingar. Yo salía a una audiencia, me decían que mi abogado no había llegado y de regreso me acusaban falsamente de haber hecho un desmadre. Me metían directo al apando. Entonces era el agarrarte a cuatro manos, gritar, patalear, pegar. Y todo vale madres porque cuatro o cinco cabrones te agarran y te agarran a huevo y…Y maldita sea, no hay manera de que puedas defenderte.
Saber es lo peor. Yo tengo fotografías con todos los muchachos comiendo, con la gente que hasta está trabajando, con gente de Arellano (del Cártel de Tijuana) en los ranchos, con las señoras. Entraron a mi casa, revisaron, voltearon todo de cabeza y mi mamá estaba asustadísima. Ella me reprochó mucho: “Mira lo que estás haciendo, mira por tu culpa lo que estamos pasando ¿Qué necesidad tenemos? ¿Qué tal si un día llegan y nos matan? Dime qué. Ya habla, ya dinos ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto problema contigo?”.
Sería peor si hablaba. Yo no temo por mí, te juro que yo no temo por mi sufrimiento, temo más por el sufrimiento de mi familia. Me quedé callada.
***
Hay una presión psicológica muy grande. Eso te abre más que mil golpes, ¿no? Es una cárcel dentro de la cárcel, estás en un lugar y no puedes estar y todo el mundo te observa y…y no tienes un lugar donde puedas estar sola, no hay un lugar donde puedas estar en paz. Te vas acabando, sientes que te están aplastando el cerebro. Es algo realmente asfixiante, es algo… No te puedo decir y quisiera decirte lo que siento.
Te despersonaliza. Lo que ellos buscan es crear robots que puedan ser manejados por ellos. Que no tengas consciencia, que no hables, que no pienses, que no nada. ¿Cómo lo hacen? Encerrándote. Los círculos, los espacios: de este pasillo no pasas, de un piso al otro piso no pasas. El dormitorio se cierra. No puedes hablar. No tienes derechos. “¿Por qué al apando?”. “Porque yo digo, porque yo soy la ley, porque tú aquí no eres nada”.
Se empiezan a meter con tu visita, no puedes ver a nadie. Y no entran porque a huevo encuentran una justificación para que tu visita no entre. Y si entra, entra de la manera más denigrante, con la intención de que ya no regrese. A mis primas las hicieron hacer sentadillas sin pantaletas siendo que con la maldita aspiradora te detectan moléculas de droga y ya no es necesario eso.
Cuando…a mi hijo le bajaron el pantalón y le revisaron el anito, eso fue el acabose. Yo me subí [golpea la mesa] y le dije a Adriana: “Tráeme un pinche ministerio público [golpea tres veces consecutivamente] y ahorita te llevo con quien lleva la droga, te llevo con tu pinche gente, porque es tu pinche gente la que la está metiendo y es así [golpea], y así [golpea], y así [golpea], y así [golpea], y así [golpea], y asado [golpea]”. Tráeme un ministerio público y ahorita vas a ver como jijos de la chingada no encontramos droga y dejas en paz a mi familia, hija de la chingada. Me tocaron a mi hijo. Como madre te conviertes en una… algo muy fuerte. Llegó seguridad y custodia a bajarme de la oficina y le dije: “¡Ándale!”, la retaba. “¡Ándale!”. Hasta se me quedaba viendo como diciendo: “¿A poco sí?”, como queriendo aparentar que estaba tranquila, pero realmente no lo estaba.
Le dije muchas cosas respecto a la cantidad de droga que entra al penal y las chicas del grupo grande, las chicas fuertes, que para mí eran una bola de pendejas. Ellas, de cierta manera, presionaban a las demás a drogarse. Primero las inducían con el barniz y les decían que eran buena onda y que ahí van los chochos. Si tú les decías que no era una madriza. O te agarran de barco o te renteaban. Rentear es extorsionar… Yo te agarro en los lavaderos: “A ver, ven para acá, hija de tu pinche madre, y me vas a dar dinero, puta, porque si no te voy a poner en tu madre y cuando bajes con tu visita te voy a romper tu pinche madre allá abajo, güey, y chingo a mi madre y vas a ver que no me apandan y donde vayas de pinche chismosa y pinche borrega te vamos a echar la carrilla. Mejor ni digas nada porque vas a valer madre”.
Todo mundo tenía miedo a un reporte, todo mundo tenía miedo a Seguridad y Custodia que directamente le reportan a la directora.
***
Cuando intenté…fugarme del…Reclusorio Norte, fue un momento de desesperación. Yo había intentado suicidarme. Ya tenía preparada la fuga, pero la chica con la que yo me iba a [fugar] se arrepintió el mero día, y ya teniendo yo gente afuera y dentro. Ya había comprado yo a gente de seguridad. Se me acusa mucho de ser manipuladora y sí, sí lo soy.
Yo soy alpinista. Entonces metí las “uñas de gato” y unos zapatos especiales para escalar, metí las cuerdas, metí los guantes, metí ropa negra, metí un bíper. Se arregló que el custodio que estaba en la puerta de guardia se fuera a cenar a tal hora y no llegara su relevo. Se arreglaron las llaves, se arregló una puerta que da al cordón y que quedó cerrada con un solo candado, cuando debía estar sellada con tres. No requería de mi compañera, sólo que ella hablaba tanto de sus hijos y de que no quería estar aquí y todo eso que me dobló y me pegó el sentimiento.
Te juro que tengo en la cabeza…tengo un coeficiente intelectual muy alto. Desgraciadamente lo he utilizado mal. Pero para mí esto era… esto no es nada. Ya estaba todo y la chava con la que me iba subió a la dirección y ya no regresó al dormitorio. Entonces llegaron los custodios y me catearon. Ella me acusó. Me delató y me encontraron droga. Y otra madriza. Me llevaron al apando.
Estuve una semana y me tocó ir al juzgado. Era 12 de septiembre de 1997, ese día hubo un motín en el Reclusorio Norte.
Del dormitorio ocho del Reclusorio Varonil venían un chingo de custodios con armas largas y con chalecos antigás. Sacaron a todo el mundo a los pasillos porque pensaban que del reclusorio varonil habría una fuga por los túneles y salida por el femenil. Había un ambiente muy fuerte ese día. Pensé: “Es ahorita o nunca”.
Toda la banda estaba muy alborotada. Y empecé. Todos me decían: “Yo me voy contigo”. Había una mami, una chava que estaba embarazada. Me acuerdo que llega a mi estancia y se puso unos botines: “¡Cámara, güey, vámonos!”. Ya todo mundo sabía lo que planeaba, ya todo mundo sabía por dónde me iba a ir. El secreto del mundo valió madres. Entonces les dije: “¿Saben qué onda? La verdad, yo me voy por las bardas y ninguna de ustedes tiene la condición para hacerlo, pero, ¿saben qué? Más vale el fuego a quedarnos.
Sin cuerdas, me fui con un lazo. Cuando salía del dormitorio, Sandra Luz, la gordita de la cocineta, llorando como loca me gritó: “¡Es que te van a matar, bonita, te van a matar!”. Y le respondí: “¡Es que ya no! ¡Yo ya estoy muerta, güey! Nada más ruégale a Dios que todo salga bien y primeramente Dios regreso por ti, gorda”. “Ponte a dieta” fue lo último que le dije.
Estaba la pulidora de los pisos y un cablesote marca “Acme”. Me lo llevé y subí la barda. Ya no pensé, ya no volteé a ver. Trepé las barras por los enrejados, por los alambres de púas. Salté a la dirección, pasé otras púas, volteé el enrejado, caí al cinturón de seguridad, seguí a otra barda y a una torre en construcción. Me sangraban las manos, porque me las clavé en las púas. Mi cara estaba toda rasguñada, las piernas me temblaban. La respiración… El corazón lo sentía en la garganta y por todos lados. Yo sentía ese miedo. Fui por una torre y salté una barda. La dificultad son los nervios, ponerte los calzones y hacerlo. Es fácil planearlo, pero decir: “ahorita ya lo voy a hacer” [golpea]. Ahí sí te faltan un chingo de huevotes, la verdad. Llegué al enrejado de la barda y las chavas gritaron: “¡Córrele! ¡Córrele! ¡Córrele!”, y era un gritadero. Yo dije: “ya, ya valió madres”.
Y efectivamente. Atoré el cordón a un reflector y quise bajar. Me dispararon de la torre del lado varonil. Me descolgué dentro de la barda y las manos me quemaban porque ya no podía detener mi velocidad al bajar. Acabé soltándome. Caí. Me eché a correr. Escuché otros disparos y corría “entre paréntesis” –quiso decir entre comillas– porque ya traía esta pierna arrastrando.
Cuando escuché el siguiente cañonetazo, yo ya veía la calle. Ya veía los carros, ya nada más faltaba un pinche enrejado. El último. Ya olía a calle, ya…no sé. Lo sientes tan cerca, es algo que te da fuerzas, te juro que…no sé, no sé…yo pensaba: “Si no alcanzo a llegar a esa reja quiero recibir un balazo”.
Y no, pues ni uno ni otro [ríe].
Me agarraron y me dieron una santa putiza. Cuando me levantaron para meterme al Reclusorio, me gasearon. Mi pierna ya no servía. Ya ni moverla. Me llevaron a los apandos. Me desnudaron. Cuando me quitaron el pantalón yo gritaba como loca: ¡Ya no me peguen! ¡Ya no me peguen! ¡Por favor, ya no me peguen!”. Fue la primera vez que me vieron suplicar para que ya me dejaran. Todo lo escuchó Memo, el maestro de teatro: “Yo escuchaba y se me erizaba la piel, hija”. Me lo narró desde fuera, imagínate lo que yo sentí estando, siendo yo la autora principal [ríe]… La actriz principal [corrige].
El apando es un cuarto de dos por dos, sin colchón, sin luz, con cucarachas, con ratas que salen de las coladeras. Solo. Es muy frío y huele mal, huele a humedad. Es la soledad. Es una crueldad absoluta.
Me dejaron un mes en el apando de allá, sin colchón y desnuda. Yo buscaba la tubería del agua caliente para acostarme ahí. Era algo denigrante en su máxima expresión que iba más allá del dolor. Era perder el sentido del tiempo, el sentido de quién eres, de qué eres, de qué va a pasar. Escuchar un maldito candado y sentir que te van a dar en la madre. Cada candado que abría era para pegarme, para desmadrarme. Nada más para eso. Para aventarme un plato de comida. Ya comía más por desesperación que por otra cosa. Hasta la lengua me dolía. Un mes me la pasé arrastrándome por el piso del pinche apando: al baño, de regreso; acostada. Me trajeron aquí, a Tepepan, y entré al apando.
***
Intenté suicidarme con una súper sobredosis de pastillas psiquiátricas que me daban. Yo no me tomaba el medicamento. He visto a la gente como queda estúpida. Había una chavita que era un desmadre y ahí la ves toda idiota. Porque a la directora de mierda no le gustan las viejas que van y le gritan y le mientan su madre. “¡Está loca!”, porque se quiere tener la idea de que sólo estando loca se le puede gritar a un ser tan nefasto y despreciable como esa hija de su pinche… Ahorita sí, ya estoy loca, te lo puedo asegurar.
Entonces con ese tipo de pastillas, con aspirinas, diazepam, rivotril, este…bueno una infinidad de… carbamazepina [utilizado, principalmente, para controlar las crisis epilépticas y el trastorno bipolar que también funciona como estabilizador emocional]… Todo ese tipo de drogas yo me las guardaba y hacía como que me las tragaba, pero no me las tragaba. Y un día tenía fácil unas 40 pastillas de todas y todas van para la boca [ríe]. Me sacaron de aquí al Hospital de Xoco, según me dicen, porque yo todo el tiempo estuve inconsciente. Apenas abrí los ojos y a me dieron café en la boca y me sentí con ese pinche coraje de desmadrarte, de “te voy a hacer mierda, te voy a hacer…”, así con ese pinche odio lo sentía.
Hay un huequito. Tú no lo has visto, ¿verdad? Está en el área de VIH y juntito están las puertas y abajo hay un apando muy pequeño, ahí fue donde yo estuve. Hay un hoyito que da al cuarto de Sheila a la que quiero mucho y le digo que somos hermanas. Ella me pasaba por ahí cada día un cigarro. Algo bien canero, algo bien de película, porque yo nunca lo había visto. El tocarte: “Ya estoy aquí”. Creo que todas sentían mi dolor.
Mis compañeras gritaban y pedían: “es que mi compañera tiene un mes allá abajo”, “es que mi compañera tiene 60 días allá abajo”, “es que mi compañera está fracturada”, “es que a mi compañera la golpearon”, “es que mi compañera está desnuda”.
Nadie escuchaba.
La gran mayoría, aquí de las que estamos, somos del Reclusorio Norte y cuando estábamos en el Norte hacíamos unos desmadres, pero chulos desmadres. De eso es de lo que no se acuerda la pinche directora, de que yo les paraba de culo dormitorios, de que nos llevaban pinche comida con lombrices. ¿Sabes lo que es estar tragando sopa y cuidando que no te vayas a tragar una cucaracha? O que te estés quedando dormida y escuchas como mascan las pinches ratas. Era algo que yo no soportaba y no lo soporté. No lo permití más. Si yo los he visto cargar los putas pinches camionetas con yogurt, con leche. Y me puse a hablar a los periódicos. Me he aventado con todo.
Política. Eso es hacer política en la cárcel. Cuando yo llegué yo no sabía, pero la misma pinche injusticia me hizo aprender. Me hizo agarrar un pinche reglamento y decir: “Te tengo de los huevos y me vas a respetar y tengo derechos”. Tengo derechos que no sabía ni que existían.
***
Manejar droga es algo muy difícil. Yo manejé opio un tiempo… hace una semana [Ríe]. Hablar de drogas es un tema sumamente delicado. El problema es que es un asunto muy de la casa. Hablamos de una concesión. Hay gente que por muy recta que se ve, va y se pone hasta el culo allá arriba y como un pinche desquiciado adicto [golpea simulando una puerta] toda la pinche noche toque y toque, y a huevo quieren perico, ¿no? Y a huevo quieren coca, y quieren mota y quieren piedra.
Los funcionarios nunca van. Van los custodios y dicen: “Dame tanto para allá arriba”. Todo entra con Seguridad y Custodia. Tú ves a un custodio y le dices: “¿Tienes?”, y te dice: “¿Qué? ¿Cuánto quieres?” “¿Cuánto traes?” “Traigo tres puntos”. “Dame mil quinientos”. Y vas con otro: “¿Tienes?”, y así es el bisne. El custodio le vende la droga a la interna para que ella la venda aquí. Es la fachada de la dirección. Son los tentáculos, para que me entiendas. La cabeza nunca bajará aquí a población y a decir: “¿Cuántas quieres? Hay de a 10 pesos…”. [Ríe]. Son los custodios. Entra por visita, entra por burro.
Por eso es muy de la casa. Aquí todo está controladísimo: “Ésta vende de esto, ésta vende de éste, ésta vende de lo otro”. “¿Y ésta qué? ¿A poco ésta también vende? [Hace referencia a una que lo hiciera por su cuenta] “A ver”. Entonces hay cateo y se va atorada y proceso, apandada y a Santa Martha. ¿Por qué? Porque no es de la casa, porque la droga no es de la casa. ¿Sí me explico?
Podría faltar todo, pero marihuana no. La mota no. Te juro que falta la mota y la gente que es bien banda trae unos costales y te los da. Te lo juro por Dios. Cocaína, puede faltar cocaína, chochos sí, pero mota no. La marihuana las tranquiliza. No por nada fue una hierba de los dioses, ¿no? La pipa de paz y de los dioses porque era algo muy relax y aquí es lo más sano que hay. Se fuman un toque y están bien tranquilas. A la gente que vende le han hecho unos desmadres increíbles y se levanta la población. Aquí el diablo se suelta y es cuando uno aprovecha para decir: “Esa pinche directora que chingue su madre, ¿cuántas somos? ¿Cuánto dura esa pinche puerta?
***
Yo escribí alguna vez que era manipuladora y alguien me dijo nunca enseñes esto porque te mandan lejos, cabrona, porque esto es algo fuerte. Yo no hallo cómo decirte las cosas sin parecer que me estoy elogiando demasiado. Yo sé lo que soy, de verdad, y sé lo que he hecho, sé los alcances que tengo. La mente me trabaja a mil por hora.
Me verás con alhajas, vestida y bien parada de culo y todo mundo llega y me saluda bien buena onda. Me estiman porque siento que hay gente que me quiere, realmente me quiere, me cuida, me apoya. Me siento fortalecida, resentida también.
A mí me calma escribir. Me gusta la ópera, la música clásica, los boleros. Me gusta irme en una ópera en esta angustia que siento. Lloro. Me gusta la oscuridad, me gusta estar sola, me gusta estar conmigo, olvidarme del pinche mundo que existe, me gusta acostarme, me gustan mucho los cojines. Así llegar a una cama y acostarme [ríe consciente de lo que despierta].
¿Te digo algo? Hoy me di cuenta que estoy en la cárcel porque la cárcel me metió en sus entrañas. Morí hace dos años y es algo bien profundo porque yo a nadie… nunca lo había podido describir y sé que mataron de mí algo bien importante… Nunca me van a regresar el tiempo ni la alegría de mi hijo, ni esas caricias, ni yo se las voy a poder dar a él… ¿Dónde voy a recuperar el tiempo que no pude estar con mi hijo?
Me tembló el culo para decir esto. Me causa un gran conflicto enfrentarme con la realidad de lo que siento, de lo que veo y llegar a una estancia y ver a alguien como un vegetal muerto, mirar a una pinche ventana, mirar a una puta vida allá enfrente y yo como pendeja viendo. Y lloras, te pones hasta la madre. Ver cómo cada una escapa de su dolor. Voltear a ver que se cortan las venas. Ver que algunas se colgarían, pero les faltan, te faltan, me faltan huevos para hacerlo y agarrar un puto cinturón.
La visita se va. Ustedes se van y nosotros nos quedamos aquí. Hora tras hora recorres los mismos pinches pasillos, las mismas estancias. Y no tienes a donde ir, no tienes a donde correr. ¿Sabes lo que es hablar por teléfono con la gente? De la chingada, te sientes sola, te sientes que te vas a dar en la madre. Estás marcando el puto teléfono y no encuentras a la pinche gente o está ocupado. Es algo que cualquiera diría: “no mames, ¿por eso te vas a colgar?”. Yo me he quedado con la pinche bocina llorando porque muchas veces he sentido la necesidad de hablar con alguien y no encontrar a nadie… O que hablas y te dicen: “¡Ah, sí! ¿Qué paso? Voy a salir, que estés bien. Bye”. ¡Pum! Cuelgan. Y sólo tú sabes lo que estás pasando y te preguntas: ¿se preguntan ellos lo que tú vives aquí adentro? ¿Lo que pasas en las noches?”. Cuando ves la pinche luna, cuando escuchas una maldita moto, cuando te platican algo de la calle, cuando ves la pinche televisión…
Es una manera como de conectarte con un mundo que ya no es tuyo, chingada madre. No lo puedes aceptar y te duele ver cómo hay un putero de gente sola y muerta y que de alguna manera quiere seguir viviendo, igual que tú. La única manera es gritar y pegar y armar un desmadre.
* Entrevista inédita realizada por un equipo académico de investigadores sociales en octubre de 1999 a Zulema Hernández Ramírez. Todas las expresiones pertenecen a la entrevistada.
TERCERA PARTE
Zulema compartió celda en el Penal de Puente Grande, en Jalisco, con otras tres mujeres y la cama de El Chapo Guzmán con una cocinera de la prisión. La prisión era gobernada por ese narcotraficante y su socio Héctor Palma Salazar. Compartían privilegios con Arturo Martínez Herrera, El Texas.
La serie de declaraciones de los custodios tras la fuga de El Chapo, en enero de 2001 y a días de la llegada del Partido Acción Nacional a Los Pinos, deja claro que todos los empleados penitenciarios lo eran, en realidad, de Guzmán Loera: los carceleros participaban en la introducción de licores y comida, la organización de fiestas y en los traslados de las pocas mujeres presas en esa prisión –siempre disponibles– a las celdas de los capos. Entre éstas Zulema, convertida al poco tiempo en la preferida del sinaloense.
Ahí se enamoraron y, según sospechas que dejaron constancia en documentos oficiales, Guzmán Loera resolvió que su amante volviera al Distrito Federal, cerca de su hijo. Sin claridad en la investigación, la Policía Federal supuso que ese niño era otro hijo de El Chapo. Falso, aunque esto no significaba que Zulema no se embarazaría del narcotraficante.
Oficialmente, la salida de Zulema de Puente Grande inició el 8 de mayo de 2001, cuando la Comisión Nacional de los Derechos Humanos recibió una queja presentada por Salomé Hernández Ramírez, madre de Zulema. Se inconformaba por el traslado del año anterior de su hija a un centro de reclusión para varones. Había varias protestas en el mismo sentido y el ombudsman dirigió una recomendación al gobierno de Vicente Fox para el traslado de las mujeres internas en esa cárcel y en la de La Palma a sitios diseñados para mujeres.
Fox ordenó que las mujeres volvieran a centros de mediana seguridad.
Zulema regresó a Tepepan. Uno de los académicos que la entrevistaran años atrás la miró a la distancia. Era difícil en la primera impresión tener seguridad de que se trataba de la misma mujer: el rostro deteriorado, envejecido y con cicatrices o acné. No logró distinguir.
–Eres famosa. Ya vi que te citan en un libro –dijo el profesor en referencia al libro Máxima seguridad de Julio Scherer.
Zulema comentó su irritación con el libro por aparecer como amante de Guzmán Loera y sacó un papelito de su pantalón azul marino, uniforme obligatorio para los reos sentenciados en el Distrito Federal. Garrapateó el número de su teléfono celular; el coqueteo implicaba una presunción: sus privilegios en prisión estaban íntegros.
El maestro nunca marcó el número. Zulema ya no imponía respeto con su sola presencia, la fama de su arrojo o porque de su boca salieran diablos envueltos en llamas. A Zulema se le temía. Era la mujer, o al menos una de las mujeres, de El Chapo.
Ese día, Zulema caminó hacia su celda y reapareció minutos después vestida con un short ajustado. Corrió algunas vueltas en el patio cercano al área psiquiátrica de Tepepan.
Salió en poco tiempo, a mediados de 2003, si se considera que enfrentaba una sentencia de 35 años además del proceso pendiente por portación de arma de fuego, según ella misma lo detallaba en entrevista. La versión oficial fue que se le otorgó su libertad anticipada bajo palabra. Ella misma así lo decía.
La verdad de la que hablan los persecutores de Joaquín Guzmán Loera es que el narcotraficante no resistiría mucho tiempo el síndrome de abstinencia de Zulema, así que liberaron a la mujer con la idea de encarcelar al Chapo, fugado de Puente Grande desde 2001.
***
Si se atiende a la documentación presentada por las autoridades mexicanas, respecto a sus investigaciones sobre crimen organizado, una primera conclusión es que la policía en México trabaja al amparo de pitazos anónimos.
El 28 de enero de 2004, según la PGR, la entonces Subsecretaría Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO, hoy SEIDO por mero reacomodo de términos) recibió una llamada telefónica desde un teléfono público, según el relato de la misma autoridad.
Supuestamente se escuchó la voz de un hombre que se negó a identificarse:
“El día de hoy va a llegar un cargamento grande de cocaína, viene de Colombia, son dos toneladas. El dueño de la droga es Arturo Beltrán Leyva. Se la mandan Los mellizos. La cocaína la va a recibir en una bodega Pablo Rojas López, quien vive en el 308 de la Calle Norte 79-A de la Colonia Electricistas, en Azcapotzalco. Tiene un grupo de confianza que le ayuda en estos casos y todos trabajan para Arturo Beltrán, comúnmente le lleva toneladas de droga del sur al norte del país sin problemas. Si quieren detener el cargamento sólo síganle la pista a Pablo”.
Dos horas más tarde, un grupo de seis agentes de la Policía Federal de Investigaciones ya miraba salir de la dirección dictada por teléfono una Chevrolet Venture color arena con dos sujetos abordo. Los siguieron hasta llegar a un domicilio en la colonia El Santuario, delegación Iztapalapa. Era una bodega de 40 metros de frente con un zaguán negro de 10 metros de ancho.
En el extremo izquierdo del zaguán estaba estacionado un tráiler blanco, con plataforma rojo oxido, con algunas tarimas estibadas. La camioneta Venture ingresó al almacén y, una hora después, salió seguida por una camioneta Nissan blanca. El tráiler completó la caravana. Sólo fue asunto de detenerlos y abrir el camión para que el medicinal olor de la cocaína les diera en el rostro a los policías. Había decenas de ladrillos envueltos en distintos colores. Abrieron uno y el cristal blancuzco apareció, al igual que en el resto de los 2 mil 69 paquetes con peso de 2 mil 72 kilos y valor estimado por las autoridades de 40 millones de dólares.
La droga sería transportada a Monterrey, Nuevo León, y entregada a Ricardo Tamez, El Richi, lugarteniente en la principal ciudad del norte mexicano de Arturo Beltrán Leyva, El Barbas. Era 2004 y los hermanos Beltrán Leyva aún estaban integrados en La Federación, la aglutinación de facciones sinaloenses del trasiego de drogas en México.
La aparición del Barbas en esta trama posee relevancia porque Beltrán Leyva sostuvo la organización de Guzmán Loera, pariente suyo, mientras estuvo preso. Los Beltrán Leyva mantuvieron su lealtad a Joaquín y el control de los dos grupos de sicarios que representaban el músculo de la organización. Años después, en 2008, cuando el gobierno federal detuvo a Alfredo Beltrán Leyva, El Mochomo, se rumoró que el arresto fue una componenda entre la administración de Felipe Calderón y Joaquín Guzmán para paliar su supuesta complicidad. Al menos los Beltrán Leyva lo creyeron cierto, se aliaron con Los Zetas e hicieron la guerra contra El Chapo.
Más importante que la confiscación del enervante fue el arresto de Pablo Rojas López, El Halcón, un empresario de las drogas con 20 años de introducir coca en Estados Unidos y de surtir el amplio mercado de la Ciudad de México, incluidas las grandes zonas de narcomenudeo de Tepito, en el DF, y Ciudad Nezahualcóyotl, en el Estado de México. Ambos sitios poseen tal capacidad de venta de todo tipo de sustancias prohibidas que se les ha tratado de implantar el carácter de cártel. Y El Halcón, según la policía, proveía y fijaba los precios en los dos lugares y también en Gustavo A. Madero, Iztapalapa y el resto de la gran Ciudad de México. También en Ecatepec, un lugar que resultaría definitivo en la vida de Zulema y a quien El Halcón señaló como parte de la red de venta de drogas en la capital.
Rojas López confirmó el nexo con los Beltrán Leyva y aceptó la jefatura de la organización en el DF y su zona conurbada. También detalló que respondía a las órdenes de un colombiano radicado en Medellín llamado Mauricio Jaramillo, quien dependía directamente de Víctor Manuel y Miguel Ángel Mejía Munera, Los mellizos, dueños la ruta de la costa norte de Colombia a Estados Unidos y Europa desde la década de los 90.
Los mellizos fueron relacionados en el expediente con las izquierdistas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Esto es, al menos, peculiar. Los servicios colombianos de inteligencia los colocan en el lado opuesto del conflicto armado: eran paramilitares y dueños de las Autodefensas Unidas de Colombia.
La coca de Los mellizos ingresaba a México vía Panamá por los puertos de Cancún y Acapulco con la complicidad, según El Halcón, de la Policía Federal Preventiva y la Marina. Parte del embarque continuaba hacia Monterrey con escala en Piedras Negras para terminar en Houston, Texas. Entonces se diluía en el extenso sistema vascular estadunidense. Pero, muchos kilómetros al sur, una buena porción de la coca se quedaba en el Distrito Federal para su consumo local.
Rojas López informó que estaba a horas de reunirse con un colombiano y un mexicano de nombre Emilio Andrés Vizcaíno Ramírez, miembro de la “mafia tepiteña” al igual que los otros siete hombres detenidos junto con él. Según el relato de los policías federales, El Halcón continuó el listado de narcotraficantes capitalinos e incluyó a Guillermo González Blassi, el último vaso comunicante con Zulema.
La cita sería en el restaurante McDonald’s de Plaza Satélite. La Agencia detuvo más hombres y brincó la dirección de un hotel cerca del centro del DF, en Arcos de Belén. La policía continuó la pesca de narcotraficantes de talla mediana y lanzó el anzuelo en el hotel, donde picó González Blassi, amigo entrañable de Zulema Hernández Ramírez.
Al enterarse Zulema, según la policía de Genaro García Luna, la mujer que se hacía del control de prisiones enteras por las buenas y por las malas, que había enamorado al enemigo público número uno del mundo y que colocaba a psiquiatras y sociólogos dentro de un laberinto, se presentó en una agencia del Ministerio Público para denunciar el secuestro de González Blassi.
La detuvieron luego de ir a denunciar lo que pensó que era el secuestro de un conocido suyo y de Rocha, otro de los involucrados en la red de tráfico de drogas. Cuadras delante de la agencia del Ministerio Público en el que comenzó la denuncia “por razones humanitarias” declararía que un convoy de policías federales armados y embozados emboscó su auto, un Ford Contour dorado.
Zulema llevaba consigo un reloj con extensible de piel negra, tres pulseras de oro, al igual que dos cadenitas con una cruz como pendiente, lentes, un vistoso cinturón café con hebilla plateada y tres teléfonos. También un portafolio con 96 mil pesos. La experiencia cuenta y, tras esta segunda detención, lo negó todo, hasta la relación con Pablo Rojas López.
Pero, aún más importante que el dinero, Zulema llevaba consigo teléfonos celulares y habría, con suerte, una flecha que indicara claramente hacia donde correr tras El Chapo.
***
¿Cómo aman los narcotraficantes? ¿Por qué habrían de hacerlo distintamente a los jueces que los juzgan o los policías que los siguen y protegen o los políticos con los que pactan o los periodistas que de ellos hacen apología?
En la lista de contactos de uno de los teléfonos asegurados a Zulema existían dos números guardados bajo el mismo nombre: “Durango”, estado en el que siempre ha recaído la sospecha –en ocasiones bastante fundada– de refugiar al narcotraficante. Para los agentes involucrados en la investigación resultaba claro que “Durango” y El Chapo eran la misma persona.
Ésta es la tira de mensajes de entrada de y salida de ese aparato. Llama la atención la desesperación del hombre por saber qué ocurría el 28 de enero de 2004, día de la detención de Zulema y el resto del grupo.
BUZÓN DE ENTRADA
BUZÓN DE SALIDA
MADURA Y ESTOY BIEN CENTRADA CONFIA EN QUIEN SOY
Otra razón permitiría a los investigadores saber que El Chapo y Zulema seguían conectados: los abogados de la mujer aparecían en cada asunto que tocaba a un lugarteniente de su cártel.
“Soy comerciante. Busco precios y existencia en el Barrio de Tepito. Conozco a casi todo el tianguis de Tepito. Yo vendía en el local 141 en el andén de perfume, en la calle Rivero de la Colonia Morelos, desde principios de agosto de 2003”, explicó Zulema ante el juez que resolvería su causa. “Mi dinero es de procedencia honesta, pues, en realidad proviene de mi trabajo y el apoyo de gente bonita y trabajadora”.
“Es mentira que lo conozco. A mí jamás se me ha dicho cuándo, dónde, qué he hecho y con quién y por lo tanto no puedo defenderme de acusaciones tan imprecisas y faltas de verdad. Me mantuvieron incomunicada, encerrada, golpeada. Fui fotografiada y conducida por varios agentes. Uno de estos se identificó como de la Agencia Antidrogas de los Estados Unidos. Al principio se mostraron amables diciéndome que podían ayudarme si yo cooperaba”, sostuvo con su natural vehemencia.
Luego detalló el supuesto diálogo que sostuvo con sus captores:
–¿Cómo pueden ayudarme? –averiguó Zulema.
–¿Quieres que te ayudemos sí o no? –la atrajo más el oficial estadunidense.
–¡Claro que quiero ayuda! Pero ustedes esperan que yo les diga algo y me temo que no sé nada y no voy a inventar. Ayúdenme a que se actúe con justicia, sin perjudicar a gente inocente.
Los hombres negaron con la cabeza para subrayar su desaprobación. En ese momento, según el relato de Zulema, apareció un funcionario a quien sólo identifica como “el ingeniero”. Genaro García Luna, principal funcionario antinarco de las administraciones de Vicente Fox y Felipe Calderón es ingeniero de profesión y hay quienes se refieren a él por ese título académico.
–Les juro mil veces que yo sólo acompañé a levantar la denuncia por el secuestro de una persona. ¡Eso no puede ser malo! Es una persona que tiene puestos en Tepito. Es una buena persona… Uno no puede ir por la vida buscándole antecedentes a cada ser humano con el que tratas. Él no me los pidió y yo vengo saliendo de prisión. La vida no funciona así. No puede decirle a la gente: fírmame que si te hablo o te ayudo no me vas a meter en problemas.
El agente estadunidense gesticuló para mostrar comprensión y se llevó, con calma, uno de los dedos índices para cruzar sus labios.
–Nosotros sabemos que tú no tienes nada que ver. Si tú estuvieras en mi país yo no podría haberte detenido –le habrían dicho a la novia de Guzmán Loera.
–¿Entonces? –siguió Zulema.
–El gobierno puede ayudarte si tú cooperas con nosotros –seguía con la voz el agente de la DEA.
–Pero les juro que no sé nada.
–Ya lo sabemos
– ¿Entonces en qué puedo ayudarlos?
–Primero queremos saber si estás dispuesta a ayudarnos.
–Pero yo no sé nada. Yo acabo de salir de casi siete años de prisión.
–Sí, lo sabemos. ¿Y cómo está de salud Julio?
–¿Julio?
–Sí, así se llama el que escribió un libro, ¿no?
–¡Ah, ya sé qué es lo que quieren! ¿Quieren a Joaquín, verdad? –habría caído en cuenta hasta este momento.
–Tenemos informes de que lo conociste en Puente Grande.
–Sí, señor, no lo niego, pero él se fue…
–Y puedo pedirte arraigo en lugar de cárcel –“el ingeniero” ofertó con claridad.
–Sí, lo sé, pero no les sirvo. De verdad no les sirvo.
–Piénsalo bien, ¿qué es un poco de tiempo para pensar?
–Lo que piense ahora o dentro de un año no cambiaría lo que sé, ni de esto ni de él. ¿Con cuántas monedas voy a pagar por esa relación de hace años? Dicen que tienen toda la información, entonces, deberían saber que yo no lo conocía ni lo busqué. No existió mi voluntad para reunirme con él en el lugar donde él estaba detenido y el Gobierno del Distrito Federal me mandó para allá con la finalidad de desterrarme valiéndose del poder del que ahora nuevamente soy víctima, poder que se traduce en impunidad para violar, transgredir, mutilar mis derechos y mandarme a un penal de hombres, donde yo no tenía absolutamente ningún manejo que facilitara la fuga de Joaquín. Fui una de tantas gentes que pagó con prisión, con golpes, con aislamiento, etcétera, etcétera, etcétera, los placeres de la riqueza que otros encontraron. Fuimos lo “sacrificable”. Si de verdad sabe de mí no entiendo por qué me pregunta por él.
“Debería saber que el hijo que esperaba de él murió y yo casi con él y nadie hizo nada. Fui excarcelada igual que el resto de mis compañeras por el Presidente Vicente Fox, quien a raíz de lo que me aconteció dio la excarcelación de Centros federales de Almoloya y Puente Grande a todas las mujeres, como consta en el acta y recomendación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Salí libre bajo palabra de buena conducta después de tres negativas, después de mucho luchar por mi libertad. Aun cuando en Puente Grande desaparecieron el cuerpo de mi hijo sin pena ni problema alguno… ¿Y usted cree que yo sé dónde? ¡Por favor!
“Pese a un rosario de barbaridades e injusticias, todo lo he logrado con mi esfuerzo, por mis valores, mi constancia. Por mi dolor. Ahora mismo podría irme libre si pudiera grabar lo que usted me dice, pero ya ve cómo la vida no funciona así. ¿Sabe qué? esta conversación me está doliendo porque creo saber lo que está sucediendo. Usted cree que del cielo le cayó el eslabón perdido. Pero no tengo la información que buscan…
–Aceptaste cooperar y si no lo haces no te voy a poder ayudar.
La tozudez de Zulema se dirigió entonces hacia la demanda de un abogado de su confianza, a la ilegalidad de su aislamiento prolongado sin orden judicial, a la violación de derechos humanos por el maltrato. Su elocuencia estaba ahora enriquecida con la jerga de abogado penalista.
“Todo para amedrentarme, maltratarme, presionarme, darme terror psicológico. Lo hicieron y lo lograron. Sólo que no firmé…. Porque Dios es muy grande. Basta con querer ver todas y cada una de las irregularidades y contradicciones fuera de toda razón […] Me la vivía en el hospital en recuperación y en tratamiento por esta relación, sin olvidar la reintegración a mi familia y a la nueva vida en sociedad […]”.
La expresión del agente de la DEA y del ingeniero cambió por completo. La esperanza que los iluminaba estaba apagada por la decepción. Sólo quedaba clara una cosa: Zulema, si sabía, no hablaría. Imposible saber siquiera si sabía o no.
Zulema diría ante el juez: “No cooperé, no mentí y aquí estoy procesada por un delito que no cometí”.
No importaron los argumentos y Zulema enfrentó cargos por delincuencia organizada, narcotráfico y lavado de dinero. Otra vez en las cárceles del Distrito Federal, nuevamente vestida con ropa beige, color obligatorio de quienes están sujetos a proceso en las prisiones del Distrito Federal. La única diferencia fue que ya no pisó los Reclusorios Norte u Oriente, monstruos de más de 10 mil hombres. Fue internada en la recién inaugurada cárcel para mujeres de Santa Martha.
***
La Agencia Federal de Investigación, entonces dirigida por Genaro García Luna, presentó droga y arrestados a los medios de comunicación como parte de un complejo operativo de inteligencia llamado “Titán”. En ninguna parte del expediente legal, incluidos los informes policiacos confidenciales mexicanos y estadunidenses, existe ese nombre. Años después se conocería la debilidad del exsecretario de Seguridad Pública por las espectaculares puestas en escena.
La serie de arrestos resultaron de la información obtenida principalmente por la DEA a través de sus oficinas en Colombia, Panamá y México. Los agentes estadunidenses siguieron una gruesa rama que se desprendía de Los mellizos y que pronto conectaba en Panamá a narcos colombianos y mexicanos. Las agencias panameñas, coordinadas por la estadunidense al igual que todas las demás, siguieron varios encuentros en los que participaron Juan Pablo Rojas López, El Halcón y González Blassi, el hombre a quien Zulema creyó secuestrado. El país centroamericano fue visitado con frecuencia por otros personajes arrestados el mismo día de la captura de Zulema.
Los datos obtenidos en los países involucrados relacionaron decenas de toneladas de cocaína movilizadas por el grupo. Y se planteaba con certeza que Zulema, tras su relación con Joaquín Guzmán Loera, alcanzó jerarquía en un mercado de drogas bien conocido por ella, el de Tepito, muy cerca de donde la arrestaran algunos años atrás por robo a mano armada.
Los testigos colaborares hablaron de la existencia de una gruesa capa de protección brindada por altos funcionarios de la Procuraduría de Justicia del Estado de México. También del frecuente uso que los Beltrán Leyva daban al Aeropuerto Internacional de Toluca para aterrizar cargamentos de droga y reembarcarlos a ciudades mexicanas fronterizas con Estados Unidos.
Platicaron de las lanchas rápidas utilizadas en el Pacífico para desembarcar la mercancía en playas de Colima para luego trasladarlas por tierra a Guadalajara, donde las recibía Ignacio Coronel, el tercero en línea de mando de Guzmán Loera. Con base en las incautaciones de droga, los rastros de las operaciones continuaban por Sonora, Baja California y Aguascalientes.
El expediente de Zulema también permite entrever que es con estas confiscaciones, detenciones y confesiones con que la DEA elabora los mapas dados por ciertos en México sobre la distribución de las zonas y rutas de influencia de los cárteles mexicanos.
Y en medio de todo esto, en el lucrativo segmento del mercado local capitalino, estaba Zulema, insistían las policías de cuatro países. Su expediente también posee la peculiaridad que es una historia condensada del crimen organizado latinoamericano.
Se lee en un parte informativo de la policía federal:
“Zulema Yulia Hernández Ramírez tenía la responsabilidad de distribuir y vender la droga en el Distrito Federal y Zona Metropolitana. La importancia de esta organización delictiva radica en que sus operaciones eran de tal magnitud que fijaban el precio de la cocaína en el mercado negro en el Distrito Federal y municipios conurbanos del Estado de México.
“Para costear la operación de la estructura de la organización en México, el pago a sus miembros se realizaba con parte de la mercancía, quienes para recuperar sus utilidades las distribuían en el mercado nacional, bajo el esquema de venta al menudeo a través de una red de distribución que abarcaba el barrio de Tepito e Iztapalapa, en el Distrito Federal, y municipios conurbados del Estado de México, como Nezahualcóyotl, Chalco y Ecatepec.
“Según información con que cuenta la PGR y los elementos obtenidos en la investigación, se encontró que la detenida Zulema Yulia Hernández Ramírez, formaba parte de la estructura como enlace de Patricia Buendía, La MaBaker, principal responsable de la distribución de droga al menudeo en Ciudad Nezahualcóyotl –y de la compra de policías de todos niveles y del asesinato de algunos de ellos–.
“Durante el tiempo en que Joaquín Guzmán Loera permaneció en el Centro Federal de Readaptación Social Número 2 Puente Grande, en El Salto, Jalisco, mantuvo relación con diferentes mujeres entre las que se encuentra Zulema Hernández, quien en ese tiempo también era interna de ese centro de reclusión. Zulema Yulia tiene un hijo identificado como Brandon. Se desconoce si es hijo de El Chapo Guzmán. Se sabe que Joaquín Guzmán Loera gestionó su traslado (de Puente Grande) […]”.
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Si Zulema sabía o no dónde se escondía El Chapo nunca dio pista alguna para seguirlo. A las 11.30 de la mañana del 31 de mayo de 2006, más de dos años después de la detención de colombianos, venezolanos y mexicanos, de empleados de Los Beltrán Leyva y de la “Mafia tepiteña”, Zulema fue notificada de su libertad absolutoria.
Algunas presas que coincidieron con Zulema en Tepepan recuerdan cómo la mujer asaltante se convirtió en su “monstruo”, es decir, su golpeadora. Otras que jamás la conocieron y reconocen estar en el negocio de las drogas presumen tener “la escuela de Zulema”, su modo de llevar los negocios. En 2008, en Santa Martha, se creó el mito urbano de que la mujer de El Chapo volvería para enseñarle a la Reyna del Pacífico, Sandra Ávila, quien manda en el penal.
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Zulema solía decir que lo peor es saber. Para ella, en realidad, lo peor fue ignorar y ser perseguida por quienes tenían la certeza de que sabía, concretamente dónde estaba El Chapo.
El 17 de diciembre de 2008, el hedor y las moscas avisaron que había muerte en la cajuela de un Bora azul estacionado en el barrio de Xalostoc, en Ecatepec. Bajo las bolsas de plástico quedó claro de inmediato que un cadáver era de hombre y el otro de mujer.
El cuerpo del varón se observaba robusto, de 1.80 metros de estatura y con la cabeza envuelta en una bolsa de plástico negra, maniatado, amordazado y vendado de los ojos.
El de ella, sobreestimaron los agentes y peritos que levantaron los muertos, medía 1.75 metros de altura. También tenía la cabeza y los pies envueltos en plástico. Se distinguía una melena teñida de rubia. Se observó otra bolsa enredada en su cuello, ya desacomodada, de donde se presionó sobre la garganta para asfixiarla, así que era posible observar el surco amoratado y hundido en la piel.
Ambos fueron rematados con un tiro en la sien izquierda. Les dispararon cuando ya ninguno respiraba, resolvió el Servicio Médico Forense.
Los dos fueron torturados, pero entre los despojos de uno y otra existían notables diferencias. Él fue golpeado y repetidamente quemado, al parecer con un cigarrillo.
Ella murió en su condición específica de mujer. Por eso es feminicidio, aunque la autoridad diga una y otra vez que las muertas del narco murieron sólo por estar involucradas por el narco.
Zulema fue violada. Desnuda y aún viva, los asesinos la marcaron seis ocasiones con navaja o cuchillo en glúteos, senos y abdomen con la letra Z.
También la pintarrajearon con pintura negra con el mismo y brevísimo, claro y eficaz mensaje: letras Z. La vistieron a medias con su misma ropa: botas cafés, jeans azules y chamarra negra. Omitieron sostén y blusa.
No le impusieron la Z por su nombre, como ella hiciera cuando se tatuó el dorso de la mano derecha. La Z fue la firma de sus asesinos: Los Zetas aliados con los Beltrán Leyva en guerra a muerte con El Chapo.
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El panteón Jardines del Recuerdo es una casual colección de muertes con triste celebridad. Por aquí está el periodista Manuel Buendía, también asesinado por los narcos de los que El Chapo descendió directamente. Por allá está enterrado el niño Braulio, secuestrado, muerto y quemado por su enfermero. Por aquí y por allá hay víctimas de los sismos de 1985.
Si se buscara la fastuosidad y opulencia de los mausoleos romanos que los narcos se hacen a la mitad de la ardiente Sinaloa la fosa de Zulema resultaría decepcionante. Cada Día de Muertos alguien se acerca al sepulcro y lo limpia. Pide y paga al panteonero para que el pasto se mantenga verde y parejo. Recoge las flores secas del año pasado y las repone por frescos cempasúchiles naranjas, crisantemos blancos y rosas rojas.
Pule la imagen del Sagrado Corazón de Jesús y sacude el polvo de las letras del nombre de Zulema sobre la lápida. Es difícil siquiera suponer quién escribió el epitafio:
“Bonita, linda y amiga, una princesa de hierro que fue doblada, mas no quebrada”. *
* Declaraciones, peritajes y partes policiacos contenidos en la causa penal 12//04 y acumulada 103/04 instruida por el Juzgado Cuarto de Distrito de procesos Penales Federales contra Zulema Hernández Ramírez y con sentencia de primera instancia de 31 de enero de 2004. Entrevistas con exfuncionarios penitenciarios y agentes de la policía.