“Vi cómo la agarraron, le dispararon y le pusieron un arma”
PorHumberto Padgett
06/01/2016 - 12:04 am
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[Última parte]
En Oberdorf, Alemania, jóvenes y niños crecen en parques sin policías, mientras sus padres producen armas en la fábrica. Al mismo tiempo, en Arcelia, Guerrero, una familia mexicana arrastra su dolor por las calles apenas con pavimento; busca justicia para su hija, asesinada por militares que portan armas de allá, de Oberdorf, donde nadie ha muerto asesinado durante el último medio siglo.
ARCELIA VI
Arcelia, Guerrero, 6 de enero (SinEmbargo).- Quería una enorme fiesta de 15 años, un vestido de encajes coloridos y chambelanes alrededor. El pueblo entero sabía de su celebración, así que Érika Gómez buscó melosamente a su padre durante los días anteriores a que se le escabullera a su madre, Clara.
Poco sabe la mujer del rumbo tomado por la niña.
Los rumores salpican la reputación de la muchacha que ha sido vista con algún chavalo reclutado por La Familia Michoacana.
La madre se muerde las uñas sólo de pensar en la reacción del papá, Omar, quien antes le echó en cara el descuido, así que busca a Érika hasta dar con un número de teléfono celular.
Encuentra a su hija el 29 de junio de 2014 en el vecino poblado de San Pedro Limón, en el municipio mexiquense de Tlatlaya, horas antes de que su vida vuelque para siempre.
Allí mira a un militar disparar una, dos, tres… ocho o nueve veces contra el pecho de su niña que yace en el suelo.
Luego, los militares le colocan un rifle AR-15 para decir que la muchacha era una narcotraficante, una pistolera que se ganó la muerte cuando disparó contra el Ejército mexicano y éste, en legítima defensa, respondió el fuego.
La versión caerá como un gigante con tobillos de barro.
El teléfono de Omar, el padre de Érika, timbra a las seis de la mañana del 30 de junio de 2014. El hombre estira la voz y escucha la voz de una mujer.
—Omar, te voy a decir algo.
—Dime.
—Fíjate que hace rato hubo una balacera en San Pedro Limón. Hay más de 20 muertos y parece que ahí está tu hija.
— ¿Cómo crees?
—Yo la vi. Chana está muerta —refiere a una de las mujeres de la bodega.
— ¿Y a ti qué te pasó? —dudó el hombre.
—No, yo me salí en la noche, porque me fui a San Pedro a dormir a un hotel.
Omar Guzmán Pineda corrió a la casa de Clara, pero no la encontró. Supuso que su ex mujer estaría en alguna comunidad impartiendo clases.
Habla con la madre de Clara y le solicita un acta de nacimiento y una fotografía de la niña para investigar. Instruye a sus hijos de ir a San Pedro Limón.
Aún no amanece. Hay más militares y personal civil trabajando en la inspección del sitio y de los cuerpos.
Omar repite la escena descrita por sus muchachos. Habla frente a ellos.
“Llegan y, de lejos, ven únicamente el tiradero de cuerpos en la bodega. Uno de esos cuerpos tiene características de una mujer, pero no saben quién es, de lejos no se ve. Preguntan y no dan información, nada. Empieza a amanecer y no saben quién es la mujer. Y yo les dije por teléfono: ‘Pues ahí estense hasta que les digan quién es, o hasta que confirmen si en realidad es Érika’”.
Sale el sol y aparece un vehículo. Los muchachos reconocen tres mujeres a bordo.
—’Ira, ni sabes —dice el muchacho a su padre, quien se acerca a la situación como posible familiar de una de las personas fallecidas.
— ¿Ahora qué?
—Ahí va Chana, está viva.
—Entonces, ¿quién es la que está tirada?
—No sé… Pero espérame….
— ¿Qué pasa?
—Aparte de Chana hay otra mujer. ¡Ahí va mi mamá!
— ¿Cómo crees?
—Sí, ahí llevan a mi mamá
—Entonces tu mamá estaba en la bodega.
—Ahí la llevan los militares.
— ¿Y te vio tu mamá?
— Sí, sí me vio, nada más que se agachó.
—Entonces sí es Erika la que está tirada. Si ahí está la mamá, pues la hija debe estar ahí. ¿Ya levantaron el cuerpo de la mujer?
—No, aún no la levantan.
—Pues ahí estense hasta que les digan.
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***
Los muchachos observan cómo los soldados estiban los cadáveres en el interior de un camión militar.
—Ya empezaron a levantar los cuerpos —avisa Omar hijo a Omar padre. —Como animales los echaron. ¿Qué hacemos?
—Váyanse atrás de los cuerpos.
—Van rumbo a Tejupilco —dice en referencia a la ciudad más importante en esa parte del Estado de México
—Váyanse atrás de los cuerpos hasta que les digan exactamente quién es.
—Ya estamos en Tejupilco.
—Investígate con una persona, con un licenciado y que te den el nombre de la persona que está ahí en el Ministerio Público.
Los hermanos encontraron quién les dé alguna información a cambio de mil pesos.
—La muchacha muerta es hija de una detenida —suelta el funcionario sin mayor trámite.
—Entonces me habla mi hijo y me dice:
— ¿Sabes qué? —nuevamente Omar chico al teléfono. —Creo que sí es Erika.
— ¿Ya viste el cuerpo?
—No.
—¿Entonces?
—Es que me dijo un licenciado que es hija de una de las detenidas.
—¡Puta madre, pues la única detenida es ella, Clara! ¿Pero el cuerpo no lo han visto?
—No, que no nos van a dejar verla, porque se van a llevar los cuerpos a Toluca.
—Pues váyanse hasta Toluca atrás del camión con los cuerpos.
***
Militares, muertos y muchachos llegan a la capital del Estado de México.
—Hay mucho relajo, que se debe hacer un chingo de papeleo, que hay muchos cuerpos, que se tiene que hacer conforme a la ley… —el joven resume la burocracia que deben atravesar.
Los médicos practican las autopsias y toman las muestras de ADN para a los hijos de Omar para el cotejo genético. Los chavalos se empecinan e ingresan al anfiteatro.
—Sí es Erika. Estoy enfrente de ella.
—¿Cómo crees? —Omar se resiste a creerlo —¿De verdad?
—Sí, es Erika.
—Tómale fotos al cuerpo y envíamelas.
“Confirmo que en realidad es Erika y se le ven los orificios de bala en el pecho: nueve para ser exactos. Se le ven los orificios y se le alcanza a ver el balazo que le deshizo la rodilla derecha y el que la atravesó”, recordará. “Estos son los disparos del G-3: esta es el arma que cargan ellos, los militares”.
—Esperen el cuerpo de su hermana —ordena el padre a sus hijos.
Omar consigue el apoyo del Ayuntamiento para enviar una ambulancia de Arcelia a Toluca con un ataúd de madera barnizada.
***
La versión difundida por los medios de comunicación y aceptada en Arcelia y alrededores admite sólo el enfrentamiento. En el duelo, pocos se cuestionan cómo siete militares abatieron sin bajas a veintitantos sicarios bien abastecidos de armamento.
Un día, dos días, tres días.
La Procuraduría de Justicia del Estado de México, a cargo de Alejandro Jaime Gómez Sánchez, retiene el cadáver de la niña Érika, que en vez de fiesta de fiesta de 15 años tendrá sepelio.
Clara continúa detenida y la presión de los familiares a las autoridades mexiquenses crece a través de las organizaciones de derechos humanos. Omar recupera el cadáver de su hija y la lleva en su ataúd a la escuela para que la despidan sus compañeros.
Durante el tercer día del novenario, alguien se acerca a Omar.
—Soltaron a Clara.
—¿Cómo? ¿Y a las otras dos?
—No, a las otras dos no. Investigaron y vieron que ella trabaja de maestra en el pueblo y que no tiene antecedentes penales ni nada y la soltaron.
La ex suegra de Omar se acerca.
—Mire, aquí está Clara. Quiere venir a los rezos y quiere saber si usted no le va a decir nada.
—Yo no tengo por qué decirle nada. Era su hija. Adelante, que venga.
Clara camina hacia su ex esposo y lo abraza.
—Yo no tuve la culpa —solloza.
—No me digas nada ahorita. Vamos a terminar los rezos y después hablamos.
—Pero no tuve la culpa. Mi hija no murió en el enfrentamiento, la mataron. A mi hija la mataron.
Al final del último día de rosarios, Omar pide a Clara que hable.
El hombre repite las palabras de ella:
“Delante de mí me mataron a mi hija. Mi niña estaba viva, no podía caminar. Cuando mi niña se me quería acercar, su pierna la tenía quebrada de un balazo. No podía caminar. Yo la quise agarrar y los militares me aventaron. Mi hija levantó la mano, pidiendo mi ayuda. Estaba todo oscuro, pero a veces se alumbraba con las linternas que traían los soldados. Vi cómo la agarraron de la camisa, la voltearon, la arrastraron, la voltearon y le dispararon en el pecho con una pistola. Luego le pusieron un arma en la mano”.
—Pues vamos a hacer algo, esto no se puede quedar así —insta Omar a Clara.
—No, yo ya no quiero hablar. Me van a matar. Me van a matar los militares.
—Es que no, no te van a matar. Tienes que decir la verdad, pues. Lo que en realidad pasó.
***
Omar es delgado y mira con actitud de registro a la persona con quien habla. Tiene la lengua rápida y la piel oscura, como los terracalentanos suelen ser.
—Y ahorita hace frío para nosotros —presume en un ambiente tan húmedo que el aire se siente como si fuera una toalla mojada.
—La prensa insistió en su momento y la autoridad también, que su hija estaba involucrada sentimentalmente con alguien del grupo —comento a Omar en referencia a La Familia Michoacana.
—Estaría o no estaría, yo pues… ¿Qué andaba haciendo allá? Eso es lo que yo siempre me pregunté. La mamá tampoco me lo dijo. Una de las versiones, pues una de las versiones es esa. Ahora, mi hija estudiaba en la secundaria e iba bien, muy bien. Yo demostré que la niña estudiaba y a ella le hicieron la prueba para ver si había disparado un arma de fuego y ella nunca disparó nada.
—¿Conocían ustedes a los muchachos que también murieron en el lugar? Algunos eran aquí, de Arcelia.
—A uno yo sí lo conocía. A uno. Uno era de Arcelia, uno de ellos.
—¿Andaba en La Familia Michoacana?
—No, el chavo andaba ahí trabajando. También desapareció de aquí y nomás apareció allá entre los ejecutados.
—Hay dos personas que permanecen en calidad de desconocidas y que se fueron a fosa común.
—Las familias no los reclamaron por temor a represalias. A mí me decían que no fuera. Que si era mi hija, que la dejara allá y que no me metiera en problemas.
Sin resolver el caso Tlatlaya, el Presidente Enrique peña Nieto propuso al titular de la Procuraduría de Justicia del Estado de México, dependencia que ha enfrentado acusaciones de encubrir a los militares involucrados en la masacre permitiendo la alteración de la bodega de San Pedro Limón, como nuevo Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
El Procurador Alejandro Jaime Gómez Sánchez ha comparecido ante el Senado de la República como parte del trámite de su postulación a la Corte.
Y ha resumido la secuencia de hombres llevados al paredón en pleno siglo XXI, de niñas arrastradas, de armas sembradas:
“De conformidad con la recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, presumiblemente, elementos del Ejército habrían alterado la escena de los hechos, no así personal de la Procuraduría mexiquense, lo cual es materia de la investigación penal de las autoridades federales”.
Meses atrás, un juez determinó poner en libertad a cuatro de los siete militares imputados: Alan Fuentes Guadarrama, Julio César Guerrero Cruz, Samuel Torres López y Ezequiel Rodríguez Martínez.
“Este asunto contra los militares se consignó cuatro veces y hasta la quinta vez se libraron las aprehensiones, porque la supuesta ejecución fue un invento de dos mujeres sobrevivientes, las usaron como testigos de cargo, pero ambas con declaraciones tan contradictorias que se vuelven inverosímiles.
“Si dicen que los militares hicieron una matanza, no entiendo cómo los militares dejan sobrevivientes para que luego ellas los acusen. Es una invención y por ese motivo se está empezando a desmoronar el caso, por resoluciones no de los militares, sino del Poder Judicial de la Federación, por eso auguro la libertad de todos”, dijo Juan Velásquez, abogado de los soldados.
(Un rápido apunte sobre Velásquez: antes defendió a los ex presidentes Luis Echeverría —por delitos de lesa humanidad—, José López Portillo y Carlos Salinas. También al ex jefe de la policía capitalina, Arturo El Negro Durazo).
Los otros tres militares — Quintero, Acevedo y Hernández— siguen bajo proceso acusados de homicidio calificado, abuso de autoridad y alteración ilícita del lugar y vestigios del hecho delictivo.
— ¿A usted lo reconocen los militares? — pregunto a Omar.
—Sí. A partir de que sale la verdad a la luz pública, la realidad, la pura verdad, a partir de ahí, yo siento, hay represalias contra mí. Militares, federales y hasta estatales están encima de mí. Abrí un negocio y ya me lo cerraron. Me lo reventaron acusando que yo soy de La Familia Michoacana y buscaron drogas y buscaron armas y no encontraron nada ni encontrarán nada.
Son los mismos militares, los soldados del Batallón 102, dice.
El hombre da indicaciones a sus hijos de que vayan y vuelvan con documentos y fotografías de Érika. Ahí está la niña en la pantalla de un teléfono celular. Acá la constancia de estudios del tercer año de secundaria. En otra foto, la muchachita aparece con el cabello largo acompañada de la Virgen de Guadalupe al lado.
En una más se ve su rostro sonriente y su uniforme de estudiante; al lado el retrato del grupo estudiantil que la despidió en su ataúd, hoy bajo su cruz de fierro pintada de blanco: 1999-2014. Srita. Érika Gómez González. Falleció el 30 de junio de 2014”. Q.E.P.D”.
OBERNDORF AM NECKAR IV
Si se quiere establecer una similitud entre Oberndorf, Alemania, y Arcelia, Guerrero, se tendrá que hablar de las armas Heckler and Koch, pero siempre con la distinción de que el sitio donde se fabrican es un lugar en el que nunca se han utilizado para su propósito final.
Y si se necesita hablar de una diferencia y sólo de una, no de las cientos de incongruencias que existen entre las dos ciudades en distintos lados del Atlántico, se debería hablar de la muerte y, más precisamente, de las edades de los muertos.
En la masacre de Tlatlaya murieron dos varones de 17 años de edad y una niña de 15. Otros 14 hombres fallecieron antes de llegar a los 30 años de edad.
Oberndorf tiene un pequeño cementerio junto al Río Neckar, un caudal cristalino que corre entre los árboles dorados, morados y rojos del otoño alemán. Es la Selva Negra por la que entraron los aliados desde el frente francés al final de la Segunda Guerra Mundial.
Quizá en todo el campo de sobrias cruces de madera o piedra sólo exista una tumba reciente ocupada por una persona menor de 30 años de edad, la de Jakob Testel, muerto a los 24 años, pero no violentamente, porque aquí, en el pueblo de las máquinas de matar, nadie ha muerto asesinado durante el último medio siglo.
Si se quieren ver entierros de jóvenes, es necesario viajar a la vecina ciudad de Rottweil, en cuyo panteón envejecen hileras con decenas de sepulturas fechadas en 1945, el último año en que Alemania trajo para sí la guerra.
Desde entonces, la ha exportado. *