“Me gustaría tener una granja”, dice. “Sueño con tener una granja”. Vacas, cabras, pollos. Como tenía en Siria. Ese es el sueño de un padre que va visto mucho y ahora vive en como asilado en California…
Por Mónica Campbell
Los Ángeles, California, 11 de diciembre (SinEmbargo/Global Voices).– La primera vez que visité a la familia, Gasem Al Hamad, el papá, estaba a punto de rendir el examen de conducir. Buenas noticias. Aprobó. En el mismo momento que llegamos al complejo de departamentos, también llegó Al Hamad, manejando una camioneta.
¿Fue fácil el examen?
“Sí, ¡fácil, fácil!” dice riéndose. Al Hamad todavía se siente más cómodo hablando en árabe; por eso, rindió el examen escrito y el de conducir en ese idioma, acompañado por un intérprete. Aún así, debió demostrar que puede leer y entender las señales de tránsito en inglés.
Fue un gran logro, un pequeño paso hacia una nueva vida en Estados Unidos. Al Hamad y su esposa, Wajed Al Khlifa, junto con sus hijos, llegaron en febrero luego de huir de la guerra en Siria. Fue un viaje de casi tres años, desde que dejaron su casa (que fue bombardeada) en la ciudad de Homs hasta que pisaron suelo en Turlock, California, una ciudad rural dos horas al este de San Francisco. Allí fueron recogidos y reubicados por el Comité Internacional de Rescate, que tiene una oficina en Turlock.
Ahora, luego de tanta espera, la vida marcha viento en popa. Mohamad, de dos años, está aprendiendo sus primeras palabras en inglés y sus tres hermanas ya van a la escuela y están aprendiendo a gran velocidad. La mayor, Arwa, de ocho años, está en cuarto grado y ya presume por haber aprobado un examen: “Era de multiplicación. ¡Fácil, fácil!”, dice.
Los padres también toman clases de inglés todas las mañanas. Su progreso es más lento. Pero aprender el idioma es una prioridad, hasta tal punto que Al Hamad, de 35 años, ya no trabaja en un matadero halal, un trabajo que consiguió a las pocas semanas de llegar al país, y solo se concentra en aprender inglés. Al no tener un ingreso económico por el momento, la familia recibe cupones de alimentos y otro tipo de asistencia de financiamiento estatal brindada por el estado de California. ¿Cuál es el mayor objetivo de Al Hamad? “Me gustaría tener una granja”, dice. “Sueño con tener una granja”. Vacas, cabras, pollos. Como tenía en Siria.
Mientras tanto, las amistades de la familia se profundizan. Los padres conocieron a la mayoría de sus nuevos amigos en la mezquita del lugar. Kiefa Aziz, una mujer palestina norteamericana, dice que ella y Al Khlifa se han convertido en “mejores amigas”. Una tarde, Aziz ayudó a Al Khlifa a hacer las compras para la comida del primer Día de Acción de Gracias de la familia. “Le enseñaré las recetas”, dice Aziz, quien también ayuda a cuidar a Mohamad.
Al mismo tiempo, Al Khlifa y Al Hamad también están conociendo la dura realidad sobre Norteamérica y sus políticas. Se han mantenido informados sobre los gobernadores, que ahora representan a más de la mitad de los estados norteamericanos, quienes se oponen a recibir a refugiados iraquíes y sirios debido a los ataques terroristas en Francia y basándose en la preocupación de que no se los investiga lo suficiente.
La pareja está preocupada por la posibilidad de que esto afecte a sus otros parientes, entre ellos un hermano y un sobrino, que tienen la esperanza de ser los próximos en venir a los Estados Unidos. “Será difícil”, dice Al Khlifa. Le dice a su familia que ahora, después de lo de París, podría tomar más tiempo llegar hasta aquí.
Tampoco entienden por qué recién ahora se preocupan por el problema de la seguridad y los refugiados. El proceso de solicitud para refugiados que tuvo que atravesar la familia en Jordania fue largo. Se realizaron muchas entrevistas y verificación de antecedentes.
“Me hicieron preguntas durante un año y medio”, dice Al Hamad. “¿Tiene tatuajes o heridas en el cuerpo?, ¿cuándo murió su padre?, ¿y su madre?, ¿estuvo en el ejército?, ¿cuándo prestó servicio?, ¿dónde?”. Al Hamad tiene el recuerdo de llegar a una entrevista con un oficial estadounidense en Jordania a las 8.00 de la mañana e irse a las 9.00 de la noche. “Había descansos prolongados, y después más preguntas”, dice Al Hamad.
Y desde lo ocurrido en París, sienten un cambio. Al Khlifa, que usa un hiyab, dice que la gente la mira fijamente, y que antes eso no sucedía. “Desde París, desde lo que sucedió en París, las cosas han cambiado”, dice Al Khlifa.
“Espero que se termine”, dice su esposo. “Espero que pronto reine la paz, en Siria y en todo el mundo”.
Este artículo de Monica Campbell para The World originariamente apareció en PRI.org el 30 de noviembre de 2015, y se republica aquí como parte de un acuerdo de intercambio de contenido con Global Voices en Español.