Nadie se pone de acuerdo a la hora de fechar el origen del odio entre América y Pumas. Sin embargo, hay momentos que destacan en la cimentación de esta rivalidad. La final de Querétaro es una de ellas.
Por Raúl Garrido
Ciudad de México, 3 de diciembre (SinEmbargo/JuanFutbol).- La rivalidad Pumas-América no tiene un origen claro. Alguno la sitúan en los años 60, cuando Enrique Borja dejó el Azul y Oro para jugar con los Cremas. Otros coinciden en que se agudizó en la década de los 80, justo cuando el América mandaba en el futbol mexicano. Tres finales se jugaron entre estos equipos con saldo favorable para las Águilas. Otros afirman que fue Joaquín Urrea el padre de la animadversión entre ambos clubes, aquel árbitro de la polémica tercer final en la temporada 1984-85 disputada en Querétaro.
Los Pumas, pese a la juventud del equipo, habían demostrado ser el mejor durante toda la temporada: líder con 76 puntos, 10 más que los Leones Negros, el segundo lugar, y 12 más que el América en tercero. Los universitarios avanzaron a las semifinales tras enfrentar al Puebla en cuartos de final mientras el América despachó a las Chivas por global de 3-0. En la antesala de la final, los Pumas echaron al León y las Águilas al Atlas. Todo estaba listo para la gran final.
«Nos tocó enfrentarlos (a Pumas) en una final (1984-85). Realmente era un equipo rápido, con mucha movilidad, que apretaba bien y no dejaba jugar», rememoró una vez Eduardo Bacas. «Pumas era un equipo muy fuerte, pero muy joven. Jugábamos bien al futbol; para mi gusto éramos el mejor equipo que jugó ese torneo. Fue una final polémica, pero el que se pone a mirar el video se da cuenta de que debimos haber ganado por cinco o seis goles», comentó en alguna ocasión Daniel Brailovsky.
Alberto García Aspe abrió el marcador en la ida, en el estadio Azteca; y seis minutos antes del final, Hermosillo empató el encuentro. La vuelta en Ciudad Universitaria culminó en empate sin goles y con una tragedia en las gradas. El criterio de entonces rezaba que no habría tiempo extra ni penales tras persistir el empate; el ganador tendría que salir de un tercer encuentro en cancha neutral. La final se trasladó al estadio Corregidora de la ciudad de Querétaro.
América contaba con figuras nacionales e internacionales como Héctor Miguel Zelada, Alfredo Tena, Cristobal Ortega, Juan Antonio Luna, Eduardo Bacas o Daniel Brailovsky. Era un equipo fuerte, ordenado, equilibrado, con una defensa muy fuerte y una delantera letal con Carlos Hermosillo como referente de área. Juan Antonio Luna y Cristobal Ortega daban el equilibrio en el medio campo, y Miguel Ángel «Zurdo» López se imponía desde el banquillo.
En cambio, Pumas era un equipo muy joven pero con experiencia. Alberto García Aspe tenía 17 años. Manuel Negrete, Miguel España, Guillermo Vázquez componían el medio campo. Luis Flores comandaba, Ricardo Ferretti mandaba y Félix Cruz dudaba. Todos dirigidos por Mario Velarde. Pese a la juventud, Pumas era favorito para ganar esa final.
Las Águilas se fueron rápido al frente. Carlos Hermosillo remató de cabeza pero el balón salió muy desviado. La desconcentración de García Aspe, al intentar una chilena cuando el esférico iba hacia fuera, fue el detonante de un tiro de esquina que abrió el debate. Alfredo Tena intentó recentrar un balón pasado que terminó pegando en la mano de Félix Cruz; el árbitro Urrea marcó penalti. Brailovsky se encargó de lo demás.
«Esa jugada nos desestabilizó», aceptaría más de 20 años después Miguel España.
A partir de ese gol sólo hubo un equipo en el campo de juego: el América. Vendría el segundo del Ruso y el descuento del Tuca Ferretti. Hermosillo sentenciaría minutos después el encuentro. Quizá ya lo había hecho antes Joaquín Urrea tras no marcar una mano de Alfredo Tena dentro del área a centro de Luis Flores: «Marcó (el árbitro) con criterios diferentes jugadas similares; creo que se equivocó», reconocería después el Capitán Furia.
«Hay quien dice que yo soy el padre de la rivalidad Pumas-América. Hay una jugada en que para mí es un penalti muy claro; un cabezazo de Tena que Félix Cruz para con la mano. Reconozco que después hay una mano de (Alfredo) Tena, mi error fundamental. No influyó en el partido (no marcar el penal a favor de Pumas), porque fue un juego que debió terminar 5-1 o 5-2 a favor del América, su dominio fue manifiesto. El América era un equipo completo, maduro. Los Pumas eran un gran equipo, pero en formación y les faltaba madurez», comentó tiempo después Urrea a Televisa Deportes.
«No me arrepiento de nada porque el árbitro no se equivoca dentro de los 90 minutos de juego. El silbante marca exactamente lo que está viendo y de lo cual está seguro que pasa. A la mañana siguiente, puedes decir: ‘¡ah caray! Pues sí no era o sí era’. El famoso penal de la Corregidora sí lo vi, pero al día siguiente», recalcó Urrea en charla con Fox Sports.
La leyenda urbana se agudizó: «al América le ayudan los árbitros». Lo cierto es que las Águilas fueron mejores en el último partido y lo demostraron en el campo más allá de los errores del silbante. El equipo del Zurdo López venía embalado, había ganado el campeonato anterior a las Chivas y en la cancha de Querétaro se proclamaría bicampeón con un cuadro de lujo.
«Fue una final muy competida, en la que nosotros jugamos muy bien ese partido (el tercero en Querétaro). Fuimos justos ganadores. Pienso que la mano esa que el árbitro le marcó a Félix Cruz en la jugada del penalti es un pretexto, porque, sinceramente, ese día jugamos mejor que los Pumas», aseguró años más tarde Alfredo Tena.
ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE Juan Futbol. Ver ORIGINAL aquí. Prohibida su reproducción.