Cárcel, jaula, prisión, bote, penal, chirona, presidio, sombra, reja, cana. Pocos ambientes más despreciados por una sociedad lastimada por el crimen, y pocos con tanto dinero “del chingón, del que nadie revisa”. Datos: para operar la red de extorsión y generar millones en ganancias, miles de teléfonos celulares son introducidos. Sólo los decomisados suman 14 mil 545. Y, obvio, las rivalidades por los negocios intramuros causan codicia: 106 asesinatos han ocurrido en 8 años dentro de los reclusorios administrados por el GDF.

No, insiste el gobierno de la ciudad, no hay crimen organizado en la capital; tampoco –jura– extorsión.

SEGUNDA PARTE

Ciudad de México, 22 de octubre (SinEmbargo).- El tipo levanta las cejas y suelta una bocanada de aire, encarrilándose a responder con simplicidad un asunto con demasiados matices. Viste una camisa de mezclilla azul. Siempre viste de azul, aún en libertad, y así lo hizo en el encierro: el azul es el color de los sentenciados en las prisiones del Distrito Federal.

—¿En cuánto se paga un asesinato dentro de una cárcel del DF? —pregunto al hombre que pasó 30 años de su vida en las prisiones capitalinas, incluida la Penitenciaría y los Reclusorios Norte y Oriente. Aún vuelve para visitar a los amigos de siempre y hacer los negocios de toda la vida.

—Puede ser que se ofrezcan 500 pesos y, bueno, cualquiera puede intentar la ejecución, ¿no?, pero no cualquiera la puede realizar. Si es un asunto de otro tipo, uno especial, y se ofrecen 250 mil en los dormitorios de multihomicidas y todos se apuntan para darle piso al indicado. Hasta se genera otro problema, o sea, ¿a quién asignamos? Porque todos lo quieren matar y van rápido antes de que otro se adelante.

—¿Y ofrece esa cantidad otro reo con mayor poder económico?

—Muchos de los homicidios se tramitan desde el exterior de las prisiones. No es necesario que alguien esté preso para pagar por un asesinato. Se dan casos, por ejemplo, en que internos por secuestro durante la comisión de su trabajo lastimaron a la víctima: la mutilaron, la violaron, o que cobraron y aun así la mataron… Esos asesinatos se pagan muy bien. El agraviado sólo tiene que conocer a alguien dentro de la cárcel y esa persona pide una muerte y ofrece un dinero. Digamos que el trato se inicia en la Peni:

—A ver, señores, hay 50 mil, 100 mil, 200 mil pesos por darle pa’bajo a fulano de tal que está en [el área de] Ingresos. Llegó tal día al Reclusorio Sur —el hombre simula que repite la rutina.

—Okey. Sí hacemos el conecte, sí hay gente allá que lo puede tumbar, que le puede dar piso. ¿Para cuándo lo quieres?

—No, pues para… no sé… En un mes.

—No, no, no te preocupes, el fin de semana ya lo tienes. Lo van a sembrar el fin de semana.

—¿Usted puede referir un asesinato cometido de esta manera? —solicito.

—Sí, cómo no. “El Sinaloa” [Roberto Hernández Moreno] vivía en la Penitenciaría del Distrito Federal. Ese cabrón dormía en el dormitorio 6, zona 1, celda 15 o 16 y, un día, organizó un secuestro afuera con otros de adentro. Él mismo lo dirigió y mantuvo las negociaciones con la familia y acordó un rescate. Mandó a alguien de su confianza para que cobrara, pero no repartió nada. Pendejo. Ofrecieron 250 mil pesos por matarlo y eso en la Penitenciaría es un chingo de dinero.

—¿Cómo lo hicieron?

—Primero le atravesaron la garganta, pero, milagrosamente, sobrevivió. Luego, la hermana de Marco Garcés pasó un arma de fuego que entregó al “Brutus” [Hector Daniel Zúñiga Vilchis]. Este güey se la dio al “Chilorio” [Juan Filorio Monroy], quien sabía de un asunto que debía hacer el “Sinaloa” en el hospital, así que se hizo el enfermo y, ya en el lugar, secuestró a un custodio a quien amagó con la pistola y exigió que le entregaran al “Sinaloa” a cambio de no matar al negro [así se llama a los guardias, quienes visten de ese color].

Extorsion-PARTE-1-PROMO-

Ese día de diciembre de 2007, “El Chilorio” no logró asesinar al “Sinaloa”, quien fue trasladado al Reclusorio Oriente para dejar atrás la muerte, pero ahí murió a manos del Jonathan Jiménez, “El Tartas”. el 2 de febrero de 2008.

Además de los detalles ofrecidos por el viejo asesino, corroborados con fuentes oficiales, existen otros datos que bocetan el negocio de la violencia al interior y al exterior de las cárceles del Distrito Federal.

En febrero de 2015, SinEmbargo obtuvo respuesta a una solicitud de información hecha a la Secretaría de Gobierno, entonces dependiente de Héctor Serrano, sobre homicidios ocurridos e incautaciones realizadas al interior de las cárceles de la Ciudad de México.

Aunque la respuesta de la dependencia fue parcial, algunos aspectos muestran parte del panorama.

Si en una cárcel del DF alguien lleva seis cifras en la espalda puede considerarse hombre muerto. O por mucho menos. O por nada si es preciso hacerlo.

Existe un número que dimensiona las palabras anteriores: entre el 1 de enero de 2008 y el 15 de enero de 2015, en las cárceles del DF se cometieron al menos 106 asesinatos.

***

En su casa de Guanajuato, el teléfono se ha convertido en una caja de los espantos. Apenas timbra, la Sra. L. reconoce el 55 al inicio de la serie del número identificado y considera dos posibilidades: es alguno de sus hijos residentes en la Ciudad de México, de donde es la clave lada, o, nuevamente, alguien tratará de hacerse pasar por alguno de sus muchachos para pedirle dinero.

Ya casi es una rutina.

—¿Bueno?

—¡Mamááááááááá! —aúlla una mujer al otro lado del aparato.

—¿Hija? —le aterra la posibilidad de caer en la trampa, pero más la posibilidad de que se trate de su hija menor.

—¡Mamá, mamá, me están llevando, ya me tienen en la camioneta, me tienen encañonada…! —la voz es ronca, cascada.

El chillido se interrumpe y un hombre con fuerte acento del Distrito Federal pretende sonar impasible.

—La voy a matar y donde usted me cuelgue, la mato y si no me da…

La Sra. L. cuelga, pero su corazón no volverá al ritmo normal hasta que logre contactar a su hija y escucharla decir que está bien.

La madre ha recibido variantes de la misma llamada desde hace 10 años. Por distintos medios ha ubicado el origen de las llamadas en la Penitenciaría del Distrito Federal, donde, hipotéticamente, existe un sistema para bloquear la señal de telefonía celular.

Más al sur, Cancún vive una intensa ola de extorsión telefónica. Algunos empresarios confiaron a este medio que la fuente de amenazas es la Penitenciaría del DF, también conocida como Cárcel de Santa Martha Acatitla.

Dos custodios aceptan hablar del negocio de la extorsión con SinEmbargo.

“Las extorsiones se manejan desde el interior de la prisión, desde el reclusorio, a través de teléfonos celulares. ¿Cómo lo hacen? Compran, si es que la familia no se las pasa de manera ilegal durante el día de visita, las hojas de los directorios de la Sección Amarilla. Algunos inocentes ponen sus nombres en los negocios que anuncian”, explica el mayor de los dos policías.

La Sección Amarilla de papel, tan molesta en tiempos de Internet, se cotiza caro en los penales del DF. Foto: SinEmbargo
La Sección Amarilla de papel, tan molesta en tiempos de Internet, se cotiza caro en los penales del DF. Foto: SinEmbargo

—¿Cuánto cuesta una hoja de…?

—500 pesos. Sección Amarilla o Sección Blanca, la que quieras —dice el otro con la automaticidad de un muchacho bien aplicado en el salón de clases.

—¿Un teléfono?

—Un teléfono… Si es legal te lo pasa un custodio y puedes cobrar 15, 16, 20 mil pesos. Si tú dices que es para extorsionar te cobran entre 5 mil y 10 mil pesos semanales. Según cuántos teléfonos quieras tener, bueno, pues ahí se te hace, inclusive, un descuento.

—¿Hasta cuántos teléfonos tiene un reo bien metido en la industria de la extorsión?

—Regularmente tienen cuatro, pero eso es lo de menos. El asunto es cómo se cambian los chips, que tampoco son muy caros los chips, ¿no? Los chips se los pasa la familia, se los pasa el custodio, se los pasa cualquiera. Hay vendedores de chips ahí dentro. Un chip cuesta 2 mil o 3 mil pesos.

El cadáver de un hombre colgado en el puente. Foto: Cuartoscuro.
El cadáver de un hombre colgado en el puente La Concordia, en Iztapalapa. Detrás están los negocios del crimen organizado en los penales administrados por el GDF. Foto: Cuartoscuro.

—¿Cuánto cuesta un arma de fuego?

—Híjole, en el interior, no sé cuánto pueda costar un arma de fuego. En la calle debe de estar entre 5, 10, 15, 20, 25, 30 mil pesos, depende. Por ejemplo una Pietro Beretta la consigues, la chica, la corta, en 5 mil pesos. Una Pietro Beretta .9 milímetros, la larga, te sale de 15 a 25 mil pesos.

—¿Y un arma blanca ahí dentro?

—¡Uuuhh! Esa madre te puede salir desde 10 pesos. Una solera [un pedazo de lámina de fierros] se convierte en arma blanca y con 10 pesos te la afilan en el taller. Con una agujeta o una venda se hace el mango y ya está. Antes, la curan durante días adentro de la taza del baño.

—¿Para esconderla?

—No sólo para eso, sino para que esté hundida en la mierda, los orines y las ratas.

—¿Cómo es eso?

—Si por el corte no matas a un cabrón, te lo llevas por la infección. Es más chingón el asesino que mata de un golpe al que ocupa 36. Dicen adentro: “Ahí está, pendejos, aprendan a matar. Yo con uno los mando pa’l otro lado y ustedes fueron cuatro, le dieron setenta y tantas metidas y no se murió. Eso es ser pendejos”.

—¿Algún ejemplo? —pregunto al otro custodio, que se observa impaciente por hablar.

—Así fue con “El Panquecito” [César Sánchez García]: le metieron [en 2005] 74 piquetes para matarlo: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, ya me cansé… nueve, diez… 74 en todo el cuerpo. Le sacaron un ojo, le rajaron la cabellera, le abrieron los brazos, le picotearon las pantorrillas… Cayó al piso y al rato llegó la chequerita [como se dice quien asume la responsabilidad del crimen y, a cambio de unos pesos, recibe la condena por el asesinato] y le da sus diez piquetillos.  Todo duró 10 minutos, no más.

—¿Y cómo se castiga a quien no le importa el castigo? —vuelvo con el otro, con el viejo.

—Anteriormente los mandábamos a ZO. Ellos vivían ahí, pero eso lo tuvimos que deshacer…. Se reformó y toda aquella zona legendaria de ZO desapareció, una historia muy negra…

—¿Qué es el ZO?

—Zona de Olvido. Ahí se enviaban a todos estos para que nos olvidáramos de ellos. Se cerraban las estancias con soldadura autógena y ahí duraban uno, dos, tres años. Se les pasaba la comida y vivían, comúnmente, como animales. Algunas de esas estancias tenían resolana y otras ni eso. Muchas tenían escurrimiento de agua, así que siempre estaban mojados, llenos de hongos. Otras no tenían ni excusado, sino un hoyito por donde defecaban; no había regadera, sino el agujero en la pared por donde salía el agua, cuando había agua.

Mensaje Foto: Cuartoscuro.
Mensaje directo a Mancera, de quien dependen los penales. Foto: Cuartoscuro.

—¿Para qué otros castigos se utilizaba la ZO?

—Hubo un director, hace muchos años, un general llamado Juan Alberto Antolín. Ese hombre recibió la cárcel como premio porque libró a la hermana de José López Portillo de ser secuestrada por los comunistas de la Liga 23 de Septiembre. Entonces llegó a Santa Martha y formó la Cuarta Compañía, un grupo de hijitos de la chingada que salían por las noches a robar coches Grand Marquis que luego entregaban a la policía del “Negro” Durazo. La Peni siempre ha sido un gran negocio. Ese general encerraba en la ZO a quienes se la pasaban peleando ya para que ahí se amistaran o se mataran. O los amarraba por días para que se putearan y luego se tuvieran que dar de comer.

—¿Cuándo dejó de existir la ZO?

—Hace diez años.

—¿Existió siendo Andrés Manuel López Obrador el Jefe de Gobierno?

—Sí, claro. Dejó de existir hasta que Alejandro Encinas entró en su lugar.

—¿Y del negocio?

Cuñao —dice con confianza el más joven—, aquí se cobran 10 pesos por cada uno de los cuatro pases de lista diarios de cada interno. Son como 40 mil cabrones. Échele cuentas.

—Un millón y medio de pesos al día… Cuarenta y cinco millones de pesos al mes.

—Y de la mejor lana: la que nadie cuenta ni revisa ni nada. Y lo mismo con los cinco pesos que se le pide a cada visita de los internos por cualquier pretexto: que su color está prohibido, que su credencial de elector está borrosa, que su mamá no quiere hacer sentadillas encuerada, que no quiere que le descagade su pastel de cumpleaños, que ya quiere meter naranjas y con eso se hace tepache, que quiere visita íntima. Y más: que a su a familiar ya lo quieren matar y hay que protegerlo, que el papel de baño, que el jabón, que ya se enfermó y usted no quiere que se muera como el perro que es, que ya se murió y hay que entregárselo rápido porque hace calor… Millones y millones. Vienen cabrones del gobierno y se llevan la lana en maletas que apenas pueden cargar.

—¿Sabe usted si es lo mismo en las cárceles del Estado de México, en Ecatepec, Ciudad Neza, Tlanepantla?

—Mi cuñada trabaja en uno y es lo mismo mismito.

Lea mañana, en SinEmbargo, la tercera parte