Un encuentro librero que se hace contra la lluvia, contra la desidia panista, contra el poder que hostiga todo encuentro donde el pensamiento se exprese con libertad y del que el escritor Juan Villoro ha dicho que es la única feria del libro humana que conoce. A contracorriente, como la ruta que sigue el salmón, Luis Alonso Enamorado y José Luis Franco reeditan su viejo sueño.
Mazatlán, Sinaloa, 15 de diciembre (SinEmbargo).- Luis Alonso Enamorado parece el nombre de un personaje salido de una novela de Miguel Ángel Asturias.
Con su sombrero panamá, sus camisas de hilo pegadas al magro torso, los pantalones de lino de blanco impecable, la silueta de uno de los fundadores de la Feria Internacional del Libro y las Artes de Mazatlán se pierde entre los rincones de la plazuela Zaragoza.
Nació en San Salvador quién sabe hace unos cuantos años. Nunca quiso ir a los Estados Unidos, porque nadie hay más antigringo que Enamorado. Vivió un tiempo en Tijuana, hasta que la “migra” mexicana lo deportó. Se fue triste a su país natal y la promesa de amigos tijuanenses que dijeron que le mandarían dinero para su vuelta.
Como el coronel de la Guerra de los mil días esperó una carta que nunca llegó, hasta que regresó por sus medios a una Tijuana donde todos los salvadoreños que arribaban a México le pedían contactos con los polleros para pasar a los Estados Unidos. Estaba en riesgo de otra deportación.
Entonces le hizo caso a un mazatleco que lo invitó a vivir a esta ciudad demente, la misma en donde hoy los turistas, en una ceremonia bizarra que los pobladores llaman “el narcotour”, se sacan la foto del recuerdo frente al edificio Miramar, donde en febrero del 2014 fuera detenido el “Chapo” Guzmán,
Luis Alonso Enamorado vive aquí desde hace más de dos décadas y lo conoce toda la ciudad. Tiene un periódico de distribución gratuita (el MazTurismo) donde informa las noticias locales entre imágenes de chicas con poca ropa que no resistirían ningún juicio feminista, pero que es la concreción de un sueño que albergaba desde su juventud: tener un medio propio.
Habla con una jota pronunciada, comiéndose las eses, mezclando el salvadoreño con el mazatleco en un discurso apresurado con el que apunta los datos de su biografía pertinaz e infaliblemente.
Cuenta que aquella vez que su amigo, el escritor y promotor cultural José Luis Franco –autor de ¿Quién habita el Ángela Peralta? y Las memorias desparpajadas de Roque Latripa– le expresó su deseo de fundar una feria del libro en Mazatlán, le prometió con una virtud etílica y fervorosa que tendría su feria.
Así nació la Feliart. Era 1997 y se llamó entonces Jornadas por la lectura.
Hoy, “Pepe”, como es llamado Franco por sus amigos, se repone lentamente de un cuadro grave de desnutrición que le hizo perder la memoria del presente, no obstante lo cual pudo inaugurar con hidalguía la nueva era de la Feliart, con la mirada vigilante y orgullosa de Luis Alonso Enamorado, quien tras la ceremonia consultaba con ternura a quien se le pusiera enfrente: -¿Cómo viste a Pepe, verdad que estuvo bien?
LA NUEVA ERA DE LA FELIART
Joel Barraza Verdusco es antropólogo. Nació hace 64 años en Los Mochis. Habla sin cesar y cuenta historias de luchas pasadas, encarcelamientos, torturas, hazañas victoriosas como el riñón que le consiguió para un trasplante a su ex esposa, una catalana que se apellida Albert y que hoy disfruta del nieto de ambos en la que fuera la casa familiar en Mazatlán.
Él vive solo entre recuerdos y apuestas por una vida donde se gana el pan traduciendo, editando, “freelanceando” en el campo de la cultura, sus terrenos conocidos, luego de que su negativa a participar en un acto de corrupción lo quitara de su puesto como director de Patrimonio Cultural en el Instituto Sinaloense de Cultura.
En su juventud, Joel fue amigo del escritor argentino Manuel Puig (1932-1990), del que habla todavía con nostalgia, como si hubiera partido ayer.
“Se murió por tacaña”, cuenta con voluntad de regaño. “No quiso pagar el helicóptero que lo trasladaría a un hospital de la ciudad, con mejores equipos y condiciones. En Cuernavaca lo acabó un cuadro de septicemia luego de una operación de apendicitis. Era muy joven. Estaba entero”, dice en referencia al célebre autor de El beso de la mujer araña y Boquitas pintadas, entre otros.
Joel es también autor del libro Mazatlecos –crónicas y testimonios, verdaderas “Perlas del Pacífico” que dan cuenta de la vida en Sinaloa- y cómplice de Luis Alonso Enamorado en este regreso de la Feliart luego de cinco años de suspensión, fruto del desencuentro con el Gobierno panista local que no quiere los libros ni las iniciativas culturales.
Donde había una biblioteca, por ejemplo, hoy se erige una plaza seca, construida con cemento y desolación. En la hermosa Plazuela Machado, en el imponente Centro Histórico de Mazatlán, brillan las luces navideñas y un quinteto estadounidense hace covers de Bob Dylan en tiempo de blues, pero no hay lugar para la Feliart, que tuvo que irse a la Plazuela Zaragoza.
“Tiempos azules y fríos, tristes para la patria que parece ajena”, comenta Joel Barraza. Esta tarde su viejo automóvil fue atropellado en la parte trasera por un camión de la basura, mientras él hacía un periplo por las librerías de la ciudad para invitar a sus dueños a vender libros en el marco de la feria. No les cobrarán nada, asegura. Ellos dicen que irán el lunes, que hoy es domingo, que descansan.
Pero Joel Barraza y Luis Enamorado no descansan nunca. Joel está feliz porque en la segunda jornada de la Feliart vendió cuatro libros de Mazatlecos. Lo cuenta como un niño sentado a la mesa del restaurante Pedro y Lola, cuyo dueño, Alfredo Gómez Rubio, funge como uno de los patrocinadores del encuentro librero y da de comer a los escritores convocados.
Con parte del dinero ganado por la venta de los libros, Joel compra tres rosas a precio de oro a un vendedor callejero, para regalárselas a Carla Faesler, Cecilia Eudave y esta cronista, en un acto de caballerosidad anacrónico, propio de una novela de Alexandre Dumas.
La Feliart inició el viernes, con la presencia de Jorge Zepeda Patterson y Francisco Goldman, con un ritmo a contracorriente, siguiendo la ruta del salmón, contra todos y a favor siempre de cumplir los sueños que en el Pacífico enloquecen, se exageran a sí mismos hasta el borde de la fabulación o el delirio.
Con un sistema de “dona lo que puedes”, Luis Alonso Enamorado administra los escasos recursos haciendo gala de una sorprendente capacidad creativa. Pasa que si un hotel da alojamiento, el otro da los desayunos. Y tienes que caminar de un lado a otro para poder comer y dormir.
En mi hotel no hay servicios de Internet, lo que desafía de manera rotunda mi carácter de bicho ciudadano que sólo respira cuando ve un Starbucks cerca. A veces miro a los ojos, fijamente a Luis Enamorado, con cara de “¿Tú sabes lo que significa para mí no contar con servicios de Internet?” y él responde con una mirada perdida en el horizonte, como si dijera (y lo dice): -“Morra, es lo que hay”.
Desde que el alcalde panista Alejandro Higuera prohibió la Feria del Libro en la Plazuela Machado, hubo cinco años de ausencia, hasta esta edición de regreso, donde la prohibición se ejerce en la praxis, con un bloqueo que obstaculiza el desarrollo en la Plazuela Zaragoza. Una funcionaria de origen estadounidense ha cerrado los baños al público asistente a la Feliart y no se hizo responsable de las sillas que los organizadores alquilaron para los espectadores.
El viernes a la noche, en la inauguración, encima hubo lluvia. Lo que no espantó a los lectores. Luego de una charla conmovedora de Francisco Goldman, que giró alrededor de su libro Circuito Interior (su experiencia con la ciudad de México, donde aprendió a neutralizar su dolor por una viudez prematura y volvió a casarse con una mujer mexicana), llegó el turno estelar de Jorge Zepeda Patterson, con Milena o el fémur más bello del mundo (Premio Planeta 2014).
El también autor de Los corruptores es oriundo de Mazatlán y aunque creció y estudió en Guadalajara, recuerda sus experiencias con el mar y el béisbol, una niñez de “pata salada” (gentilicio coloquial de los nacidos aquí) que certifica una tía octogenaria que lo espera pacientemente a un costado del proscenio, para poder invitarlo luego a un íntimo reencuentro familiar.
La lluvia avanza y la Plazuela Zaragoza sigue llena. La gente escucha con atención de misa a Zepeda Patterson, quien con su acostumbrado tono suave y virtud docente, elabora un discurso amable e inteligente con que da cuenta de su labor periodística, de su trabajo como novelista, de qué le espera a México después de este sexenio fallido.
La Feliart es una feria donde tú haces todo. Jorge ha venido con 30 libros bajo el brazo y se venden. No queda ninguno. En Mazatlán, la avidez por la lectura distingue este encuentro de otros con mayores recursos y organización.
Al final de la primera jornada, Zepeda Patterson y Goldman ayudan a Luis Alonso Enamorado y a Joel Barraza a levantar las sillas alquiladas y apilarlas en una tienda improvisada para resguardarlas de la lluvia y de los cacos.
El sábado brilla Alejandro Páez Varela. Viene con Indomables, el libro de perfiles que hizo con Julio Patán y donde ambos reflexionan sobre el significado del éxito en la sociedad del siglo XX mexicano.
Alejandro se mueve en Mazatlán como un pez en el agua. Precisamente el agua, la lluvia torrencial, obliga a que su libro sea presentado en una descascarada sala del club Social y billar Polluelos, que se llenó para escucharlo.
Esta feria se hace contra la lluvia, contra la desidia panista, contra el poder que hostiga todo encuentro donde el pensamiento se exprese con libertad, contra el frío que el domingo caló los huesos de la escritora jalisciense Cecilia Eudave (vino con su novela juvenil Aislados), de Javier Valdez Cárdenas (manejó desde Culiacán para dar a conocer Los huérfanos del narco), de Carla Faesler (subyugó al público que se quedó hasta el final para oírla narrar su novela Formol).
Y por eso la generosidad del dueño de Costa Marinera, de las suites Melville Houses, del hotel Don Pelayo, de la cantina y restaurante Puerto Viejo, cuyo dueño, Alberto “Beto” Osuna Hi, es arquitecto de profesión y generoso de oficio, ofreciendo a los escritores un rotundo pargo zarandeado que presume como el mejor de la región, va más allá de la presunta promoción que pudieren obtener con su magno aporte a la Feliart.
Juan Villoro ha escrito sobre la feria de Mazatlán: “La única feria a escala humana que conozco ocurre en Mazatlán. Como toda empresa significativa, depende de una persona, el escritor José Luis Franco, y no tiene garantizada su periodicidad”.
“En una ocasión, Franco solicitó un podio para un acto. Enamorado hizo un par de llamadas y obtuvo lo que le pedían. Sólo cuando el asunto estuvo resuelto preguntó : ‘¿Qué es un podio?’ La vida perdurable de los libros depende de quienes logran conseguir incluso lo que no conocen”, contó el célebre autor de El testigo.
Luego de la presentación el lunes de Ricardo Chávez Castañeda y la periodista Daniela Rea –todas las charlas de los escritores “nacionales” estuvieron engalanadas por la presentación de escritores y periodistas locales-, hoy concluye la Feliart. Entre los autores, Erika Mergruen y el político Heriberto Galindo, quien presentará su monumental trabajo sobre los gobernadores de Sinaloa.
En una de las comidas de escritores, cuenta Carla Faesler la historia de un muy atildado autor mexicano que se hizo cambiar de hotel en Buenos Aires, pues no le gustaron las instalaciones “viejas” de un hospedaje cercano a la Feria del Libro de Buenos Aires.
Le pregunto a Luis Alonso Enamorado si a lo largo de la historia de la Feliart hubo algún autor que se quejara por algo. “Sólo tú, cabrona, por tu pinche Internet”, responde.
Reímos con desenfreno, apuramos un tequila, miramos el mar y nos hacemos amigos para siempre.