Pareciera ser que Chef’s Table, al menos en estos cinco programas nuevos, está tomando conciencia y se ha salido bastante del mundo glamoroso y heroico de los cocineros famosos.
Ciudad de México, 15 de octubre (SinEmbargo).- Cuesta ver ahora Chef’s Table de Francia, comparado con el reciente programa que, con cinco capítulos, constituye la nueva saga del ciclo.
Si el capítulo francés resulta pretencioso, las nuevas entregas tratan de mostrar el verdadero sacrificio de muchos cocineros para imponer sus criterios y abrirse paso en una carrera difícil.
Lo hace Netflix y juntos hemos aprendido mucho de la cocina y de los chefs, pero también se sabe que hay mucho machismo, mucha drogadicción, muchas envidias y celos en un universo que se ha expandido en los últimos 10 años. Pronto habrá programas de denuncia y quién sabe si no se cocina un me too gastronómico, donde las mujeres expresarán lo terrible que es trabajar en este ambiente.
Pareciera ser que Chef’s Table, al menos en estos cinco programas nuevos, está tomando conciencia y se ha salido bastante del mundo glamoroso y heroico de los cocineros famosos.
El primero está dedicado a la mexicana Cristina Martínez, del restaurante South Philly Barbacoa de Philadelphia, una persona que ha intentado de todas las maneras quedarse en los Estados Unidos, hasta que se le ocurrió hacer una exquisita barbacoa, tal como aprendió en su pueblo Capulhuac, del Estado de México.
El restaurante, del que es chef y propietaria junto con su marido estadounidense (Benjamin Miller), ha recibido muchos premios y ha sido catalogado entre los primeros 10 mejores locales para comer. Ella, sin embargo, no encuentra claves que le permitan seguir gozando de su felicidad junto a su marido y de ofrecer los alimentos propios de un lugar que disfruta de su cocina.
Esta es la quinta temporada del programa y vemos, con mucha sorpresa y admiración, al chef Albert Adriá, el fundador del Bulli. Nunca se critica al hermano, con el que parece tener una gran relación, pero si se hace justicia al decir y mostrar que el verdadero genio de esa revolución gastronómica que se dio en Barcelona, fue más Albert que Ferrán.
Poco se hablaba de él y como gran introvertido, dueño además de un parecer ineludible: “se habla demasiado de la cocina y lo que hay que hacer es trabajar y trabajar”, Adriá había quedado muy en la zaga a la hora de reconocer su valía.
La chef tailandesa del restaurante Bo.Lan de Bangkok y Musa Dağdeviren, chef y propietario de un grupo de restaurantes en Estambul, completan este abanico de gente que ha trabajado mucho para llegar al lugar que ocupa y una vez allí no se la han creído. Siguen trabajando como el primer día.
La chef Bo Songvisava lucha muchísimo por la comida tailandesa, con ingredientes de allí y, con su marido, Dylan Jones, intentan trabajar también con la naturaleza, produciendo ingredientes orgánicos, en una cocina ultrasofisticada. Tal es así, que si vas a su restaurante y no te gustan sus picantes, sus sabores, el problema lo tienes tú, no ella.
Musa Dağdeviren es un ex luchador sindical. Los dueños de los panes tenían a los panificadores sin seguro y él organizó paros hasta que consiguió derechos. Claro que tenía que irse de su pueblo porque peligraba su vida. En Estambul abrió el restaurante Ciya y poco a poco, reuniéndose con los ancianos en su tierra natal (Turquía), consiguió hacer una comida profundamente turca y al mismo tiempo de muchas regiones, que en sus restaurantes se unen para disfrutar de la cocina y no decir: esta comida es mejor que la tuya.
Es importante ver esta temporada sobre todo por la verdad que transmite: la cocina es una tarea muy dura, cuando lo consigues debes seguir trabajando más, casi el doble, para permitirse esa función de difundir y de satisfacer.