Los autos tienen identidad, diseño, mecánica, ingeniería, posición de mercado y un nombre que lo identifique. ¿Cuál es la razón oculta en su denominación? Del Beetle al Camaro, historias que explican el origen y la raíz del apelativo de modelos históricos.
Ciudad de México, 15 de octubre (Infobae/SinEmbargo).- El auto que Adolf Hitler le encargó a Ferdinand Porsche para que motorice a la población aria se llamó Beetle. Los autos tienen filosofía, personalidad, carácter, identidad, diseño, mecánica, ingeniería, tecnología, mercado, consumidores. Pero primero tienen un nombre, un rótulo, una identificación. Su denominación es prioritaria, indispensable. No existe auto sin nombre: su relevancia es indiscutible. Inconscientemente hace a la química, la épica y la historia de cada modelo.
La decisión parece, a veces, trivial. O azarosa. El Beetle es «el auto del pueblo», probablemente el más popular de todos los tiempos, uno de los más icónicos de la industria y el cuarto modelo más vendido en la historia. Fue, lo dicho, concebido por Hitler y materializado por Porsche con propósito de estimular la reactivación de la población germana en épocas de asfixia por las guerras. Su nombre técnico fue KdF-Wagen (Kraft durch Freude Wagen, en alemán, «El coche de la fuerza mediante la alegría», en castellano). El Volkswagen Type 1 adoptó finalmente el consabido Beetle por gestión oportuna de un periodista del New York Times a finales de la década del cuarenta, quien asoció la silueta del vehículo con el escarabajo. El seudónimo no fue bien acogido por la cúpula de Volkswagen. Años más tarde, primó la voluntad popular: las autoridades aprobaron y acuñaron la denominación.
La nomenclatura de los autos puede ser resultado de un suceso fortuito o obra de una búsqueda elevada a estratos judiciales. La significación del Porsche 911 es innegable y legendaria. Aunque pudo ser diferente: no su valor en la evolución de la industria ni su carácter de deportividad sofisticada, sí su nombre. Antes de su lanzamiento, la compañía iba a reemplazar al Porsche 365 con el Porsche 901, para que sea el gen de una serie de números consecutivos. Pero apareció una demanda de Peugeot alegando que poseía los derechos en Europa de designación de modelos de tres dígitos con un cero intermedio.
El fabricante alemán cambió el cero por un uno. Nacía en 1964 una de las designaciones más legendarias, longevas y significativas de la industria automotriz: el Porsche 911. Peugeot, por su parte, impuso un estilo de denominación. La prehistórica firma francesa -fundada en 1810, en sus orígenes fabricó pequeños molinillos para café, pimenteros y saleros artesanales, herramientas de alta calidad, sierras de acero y útiles de precisión- había creado modelos con números aleatorios y en registro creciente: Tipo 161, Tipo 172, Tipo 190, por caso. Hasta que en 1929 lanzó el 201, el modesto automóvil que decretó el comienzo de una era.
El Peugeot 201, sin embargo, está desprovisto de misterio y magia: fue el número del proyecto de la oficina de estudios técnicos. Quedó huérfano del prefijo «tipo» e inauguró una técnica de denominación respetada y consagrada. El primer número es el segmento, la gama o la referencia al tamaño del vehículo. El «cero» es una marca de identidad y estilo. El último dígito equivale a la generación del modelo, el restyling. El 208 de 2012 es la coronación de la línea evolutiva que comenzó el 201 en 1929. En los tiempos modernos, para darle idea de continuidad a sus SUV y todoterrenos de estética mixta, agregó un cero más a la denominación: 1007, 2008, 3008, entre otros.
La numeración creciente en los nombres de los autos es una práctica común en Europa. La gama de Citroën es una representación intuitiva del tamaño de sus productos: C1, C2, C3, C4, C5. La norma en la nomenclatura fue exportada a Alemania. BMW impuso la designación de los modelos Serie, del 1 al 7. Sus versiones deportivas llevan la denominación M, en honor al departamento Motorsport GmbH creado en 1972, y repiten la tendencia de dígitos crecientes. Audi recorrió su modernidad sobre la sigla A: del A1 al fascinante A8 que invita a imaginar el futuro de la movilidad.
El Mustang y el Camaro atestiguan una de las rivalidades más marcadas de la industria del motor. Apelan al romanticismo, a la filosofía tradicional, al purismo de los fanáticos. La confrontación de los dos muscle cars de estirpe estadounidenses confluye también en sus nombres. Ford alimenta dos teorías en la designación del nombre Mustang: los aviones de combate P-51 conocidos como Mustang y la raza Mustang de caballos salvajes de Norteamérica, la traducción del término español mesteña. En 1966, dos años después del lanzamiento de su enemigo, Chevrolet presentó el Camaro. Su nombre debía inspirar el mismo poder y autoridad que el Mustang. El fabricante encontró la palabra «camarade» en un diccionario francés: significaba camarada, compañero, amigo. De ahí derivó Camaro. La sonoridad fue de difícil interpretación para la lengua inglesa. La leyenda dice que en la presentación autoridades de GM respondieron que el Camaro es «un pequeño y malévolo animal que devora Mustangs». En la disyuntiva, desde Ford aprovecharon para alimentar las reinterpretaciones: respondieron que un Camaro era una criatura pequeña de aspecto similar a un chimpancé.
La historia de la automoción esconde anécdotas curiosas que intentan abordar el porqué de algunos nombres de autos. El Chevrolet Silverado es una traducción desprolija al castellano de la palabra Silver (plata en inglés). El Volkswagen Tiguan es la combinación de «tigre» e «iguana». El Renault Twingo es la fusión de los bailes Twist, Swing y Tango. El ecológico Nissan Leaf no significa la traducción de una hoja de árbol, sino que es el acrónimo de «leading, environmentally-friendly, affordable, family car» (líder, amigable con el ambiente, económico, auto familiar). El Porsche Panamera es la abreviación de la prueba de resistencia mexicana que se llama «La Panamericana». El mítico Volkswagen Golf es un homenaje al Gulf Stream o Corriente del Golfo. Los nombres de los deportivos Lamborghini son particularmente llamativos: Diablo, Murciélago, Reventón, Gallardo, Huracán, Veneno, Aventador provienen de la tauromaquia -la doma de toros salvajes-, una de las pasiones de Ferrugio, fundador de la casa italiana. El Hyundai Tucson, el Seat León y el Kia Rio honran a las ciudades en cuestión. Y así, con cada uno de los autos que recorren el mundo.
Todos responden a un nombre que responde a una razón. Caprichos de la historia, de la casualidad, de la tradición.